
Introducción:
Atendiendo al pedido de Nuestra Señora de Fátima para desagraviar su Inmaculado Corazón, damos inicio a la devoción del Primer Sábado.
En la meditación de hoy vamos a considerar el tercer Misterio Gozoso: El nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo en la gruta de Belén. El Rey del Cielo y de la Tierra viene al mundo envuelto en un misterio de grandeza y de humildad, invitándonos desde el primer instante a seguirlo como el Camino, la Verdad y la Vida.
Composición de lugar:
Imaginemos la Gruta de Belén en la noche de Navidad. En medio de una gran paz, en un ambiente iluminado por la gracia divina, Nuestra Señora y San José están arrodillados junto al Niño Jesús, reclinado en el pesebre. Alrededor de ellos, pastores admirados veneran al recién nacido, rodeado por sus ovejas, por el buey y el pollino. Afuera se oye un cántico celestial: son los ángeles que entonan su himno de gloria y de alabanza al Dios nacido.
Oración preparatoria:
Oh Virgen Santísima de Fátima, intercede por nosotros durante esta meditación sobre el Misterio del Nacimiento de vuestro Hijo, a fin de que sepamos prepararnos para recibirlo entre nosotros, ofreciéndole nuestro corazón purificado y libre de los apegos terrenos que nos impiden amarlo por encima de todas las cosas. Que por vuestros ruegos seamos iluminados por la gracia redentora que Cristo nos trajo, y transformados por su presencia en nuestras vidas. Así sea.
Evangelio de San Lucas (2, 6-17)
“6 Y sucedió que, mientras estaban allí, le llegó a ella el tiempo del parto 7 y dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo recostó en un pesebre, porque no había sitio para ellos en la posada.
8 En aquella misma región había unos pastores que pasaban la noche al aire libre, velando por turno su rebaño. 9 De repente un ángel del Señor se les presentó; la gloria del Señor los envolvió de claridad, y se llenaron de gran temor. 10 El ángel les dijo: «No temáis, os anuncio una buena noticia que será de gran alegría para todo el pueblo: 11 hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor. 12 Y aquí tenéis la señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre». 13 De pronto, en torno al ángel, apareció una legión del ejército celestial, que alababa a Dios diciendo: 14 «Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad». “15 Y sucedió que, cuando los ángeles se marcharon al cielo, los pastores se decían unos a otros: «Vayamos, pues, a Belén, y veamos lo que ha sucedido y que el Señor nos ha comunicado». 16 Fueron corriendo y encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre. 17 Al verlo, contaron lo que se les había dicho de aquel niño.”
I – Un Niño a disposición de todos los hombres
“¡Oh gruta dichosa, que tuviste la ventura de ver nacer al Verbo Divino dentro de ti! ¡Oh Pesebre dichoso que tuvieste la honra de recibir en tu interior al Señor del Cielo! ¡Oh pajas dichosas que serviste de lecho a Aquel cuyo trono es sustentado por los serafines!” – exclama San Alfonso María de Ligorio.
Humildad que confunde nuestro orgullo
Un Dios que quiere comenzar su infancia en un establo confunde nuestro orgullo y, según la reflexión de San Bernardo, ya predica con el ejemplo lo que más tarde predicaría de viva voz: “Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón”. He aquí por qué, al meditar en el Nacimiento de Jesús y al oír las palabras como pesebre, paja, gruta, deberíamos dejarnos tocar y sentir en el alma una viva inclinación hacia la práctica de la virtud, sobre todo de la humildad, que tanto nos aproxima al Niño Jesús.
¡Consideremos los sentimientos que surgieron en el Corazón de María cuando vio al Verbo Divino reducido a tan extrema pobreza por amor a los hombres! Consideremos la devoción y la ternura indecible que Ella experimentó cuando estrechaba al Hijo de Dios junto a su pecho.
Unamos desde ya nuestros afectos a los de nuestra Madre Santísima y roguemos a Dios que, por medio de Ella, derrame sobre nosotros las gracias incomparables del Nacimiento de Jesús, y nos dé fuerzas para vencer cualquier inclinación hacia la soberbia que nos separe de Ellos.
En el Pesebre: el Camino, la Verdad y la Vida
En aquel Pesebre se encuentra “el Camino, la Verdad y la Vida” (Jn 14, 6). En aquel Niño vemos al Redentor, iniciando sus enseñanzas, no todavía por medio de palabras, sino a través del ejemplo, e indicando el único y excelente medio para el restablecimiento de la antigua atmósfera de nuestro edén perdido: el espíritu de sacrificio, de pobreza y de resignación en el sufrimiento.
Naciendo en el establo de Belén, el Niño no podría haber escogido mejor medio para colocarse a disposición de todos los hombres, pobres y ricos, grandes y pequeños, sin distinción de personas. Nació en un lugar público de libre acceso, sin que nadie pudiese ser impedido de aproximarse. Quiso ser todo para todos.
II – Sean nuestros corazones como el Pesebre de Belén
No encontrando quien los recibiese en Belén, María y José van a los alrededores a fin de encontrar un lugar donde la Madre Celestial pudiese dar a luz a su Divino Hijo. Encontraron una gruta que servía de establo a los animales.
Los hijos de los reyes terrenos nacen en cuartos adornados de oro y ornatos preciosos, cercados de todo el confort y prestigio. Al Rey del Cielo, sin embargo, se le ofrece una gruta fría y sin luminosidad para venir al mundo, unos pobres paños para cubrirlo, un poco de paja y un pesebre que le sirve de cuna.
Jesús nace en la Gruta de Belén
Y fue allí, en la ruda y bendita Gruta de Belén, cercado del cariño incomparable de su Madre Santísima, que Jesús vino al mundo, trayendo una inmensa alegría a la toda la tierra. Él es el Redentor deseado durante tantos años y con tanto ardor que, por esa razón, fue llamado de el esperado de las naciones. ¡Con cuánta felicidad la Santísima Virgen recibió en sus delicadas manos el Niño tan esperado! Después, lo recostó en la cuna. Allí durmió serenamente el Rey del Universo, siendo apenas calentado por un buey y un borrico.
Al nacer como un frágil bebé, en condiciones tan simples, Jesús nos da una gran lección: nunca debemos apegarnos a los pasajeros bienes terrenales, sino tener el espíritu desapegado y humilde, enfrentando las privaciones con alegría, como hizo el Niño Jesús.
Aprovechemos este momento de nuestra meditación y entremos en la gruta para adorar al Creador del Cielo y de la Tierra, que nos muestra cómo es bella la virtud de la simplicidad. Entremos y no temamos, pues Jesús nació para todos.
El silencio del pesebre
En aquella noche bendita, el silencio reinaba en la gruta. Silencio que nos invita a contemplar la soledad de Jesús, un Rey que se hace siervo, un Dios que se hace hombre, el mayor entre todos que se hace pequeño, todo esto para ser amado por nosotros. Contemplando la inocencia y la ternura del Niño Dios y las manifestaciones de su amor por nosotros desde su nacimiento, ¿cómo no adorarlo? Sus lágrimas, sus dulces gemidos, su fisonomía, todo nos invita a la oración y a la meditación.
Digamos al Divino Infante, por las manos de María: “Oh dulcísimo Salvador, queremos estar a solas con Vos junto al pesebre. Colocad en nuestras almas el gusto por la oración, pues es por medio de ella que alcanzaremos las gracias que nos queréis dar. Haced nuestro corazón también silencioso para oíros mejor, entrad en él y permaneced con nosotros, para que estemos constantemente en vuestra divina presencia.”
¡Oh pesebre feliz, que acogisteis ese inefable tesoro! ¡Más felices seremos nosotros si, con verdadera humidad, lo recibimos en nuestro corazón!
III – Confianza en la Infinita bondad de Dios
Los ángeles del Cielo anunciaron a los pastores de Belén el nacimiento de Cristo y los encaminaron hacia la Gruta. De Oriente, la Estrella guio a los Reyes Magos para adorar al Soberano del Universo nacido en Judá. Y ahora, María invita a todos los hombres, de todos los tiempos, a entrar en la Gruta de Belén para adorar a su Divino Hijo. La Celestial Madre nos invita a todos a contemplar ese Niño recostado en pajas, resplandeciente de belleza y de luz, en un pesebre que ya no tiene nada de tosco ni repulsivo, sino que se volvió un paraíso por la presencia de Dios.
Accesible a todos, como la flor de los campos y el lirio de los valles
Jesús nace para todos, afirma San Alfonso. Por eso, el Señor dice de sí mismo que es la flor de los campos y el lirio de los valles (Can 2, 1): así como esas flores son expuestas a la vista de todos los que por ellas pasan y cada uno las puede coger, así Jesús quiso estar al alcance de todos los que lo desean encontrar. Que todos vengan, por lo tanto, a esta gruta que no tiene puertas ni guardias, donde cada uno puede entrar libremente y a cualquier momento para ver a ese Niño Rey, hablarle y hasta abrazarlo.
La ofrenda de nuestro corazón contrito y humillado
Prestemos oídos, por lo tanto, al apelo del santo cuando nos dice: “¡Levantaos, almas fieles! Jesús os invita esta noche a besarle los pies. Los pastores y los Magos que fueron a visitarlo le llevaron sus regalos. Es preciso que le ofrezcáis también los vuestros. ¿Pero, que ofrecerle? Escuchadme: el presente más agradable que podáis ofrecerle a Jesús es un corazón arrepentido y amoroso. He aquí, pues, los sentimientos que cada uno debe expresar al Niño Dios en el pesebre de Belén”.
Sigamos este consejo y hagamos de nuestro corazón un digno presente a ser depositado a los pies del Divino Infante, por las manos de su Madre Santísima que nos recibe en la Gruta de Belén.
Confianza en la inmensa bondad de Dios
Al meditar sobre el Nacimiento de Cristo, tenemos todavía que tener presente una verdad consoladora: Dios Padre entregó a su Divino Hijo para redimir a la humanidad decaída por el pecado. ¿Qué otro bien podrá Él negarnos? Su deseo es colmarnos de gracias incontables. Desea perdonar todas nuestras faltas por mayores que sean. Desea amarnos infinitamente. Desea, por fin, llevarnos al Cielo, desde que estemos arrepentidos de nuestros pecados. Pero, para alcanzar todo eso, debemos pedir con confianza completa. Si confiamos en su inmenso amor, todo nos será dado.
Así, implorando la maternal intercesión de María, acudamos a los pies de nuestro Divino Salvador con el corazón rebosante de confianza, seguros de que Él no despreciará ninguna de las súplicas de sus hijos que aquí están a la espera de recibir gracias incontables.
Súplica final
Roguemos a Nuestra Señora de Fátima que, en esta Navidad, interceda por nosotros y por nuestras familias ante su Divino Hijo, y nos alcance de Él la gracia de tener una fe cada vez más intensa y un amor a Dios siempre creciente. Que, a ejemplo de los pastores y de los ángeles de Belén, sepamos, con humildad y alegría, contemplar al Verbo Encarnado, que es el Camino que nos lleva al Cielo, la Verdad y la Vida que nos hace hijos amorosos de Dios. Con toda confianza digamos:
Dios te salve, Reina y Madre…