Meditación Primer Sábado de Mes. Febrero 2022. Pérdida y Hallazgo de Jesús en el Templo

Publicado el 02/04/2022

Introducción:

Realizamos nuestra devoción del Primer Sábado contemplando el 5º Misterio Gozoso: El Niño Jesús perdido y hallado en el Templo de Jerusalén. Dos preciosas lecciones debemos sacar de la consideración de este misterio, conforme nos enseña San Alfonso María de Ligorio: la primera, que debemos renunciar a todo, incluso a los amigos y parientes se fuere necesario, cuando el servicio y la mayor gloria de Dios así lo exijan de nosotros; la segunda, que Dios se deja encontrar por aquellos que lo buscan, especialmente si lo hacen a través de su Madre, María Santísima.

Composición de lugar:

Imaginemos una amplia sala en el interior del Templo de Jerusalén, cercada de altas y antiguas columnas, donde vemos un círculo de hombres vestidos con túnicas y turbantes a la usanza de los doctores de la Ley, que rodean al Niño Jesús. Por una de las entradas de esta gran sala, vemos entrar a María y San José, con fisonomía de admiración y alivio por encontrar al Hijo en medio de aquellos sabios de Israel.

Oración preparatoria

Oh Madre y Señora de Fátima, suplicamos vuestra bendición y vuestra protección para que podamos recoger, de este piadoso ejercicio, todas las gracias que el Divino Niño Jesús nos quiera conceder con ocasión del Misterio de su encuentro en el Templo entre los doctores. Que vuestra solicitud materna, oh María, nos acompañe a lo largo de esta meditación, orientando nuestros pensamientos y nuestros deseos de unirnos más a Vos y a vuestro adorable Hijo. Así sea.

Evangelio de San Lucas (2, 41 y ss.)

41 Sus padres solían ir cada año a Jerusalén por la fiesta de la Pascua. 42 Cuando cumplió doce años, subieron a la fiesta según la costumbre 43 y, cuando terminó, se volvieron; pero el niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin que lo supieran sus padres. 44 Estos, creyendo que estaba en la caravana, anduvieron el camino de un día y se pusieron a buscarlo entre los parientes y conocidos; 45 al no encontrarlo, se volvieron a Jerusalén buscándolo. 46 Y sucedió que, a los tres días, lo encontraron en el templo, sentado en medio de los maestros, escuchándolos y haciéndoles preguntas. 47 Todos los que le oían quedaban asombrados de su talento y de las respuestas que daba. 48 Al verlo, se quedaron atónitos, y le dijo su madre: «Hijo, ¿por qué nos has tratado así? Tu padre y yo te buscábamos angustiados». 49 Él les contestó: «¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en las cosas de mi Padre?». 50 Pero ellos no comprendieron lo que les dijo. 51 Él bajó con ellos y fue a Nazaret y estaba sujeto a ellos. Su madre conservaba todo esto en su corazón. “52 Y Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres.”

I –El ejemplo de María y José en la búsqueda de Jesús

Según la narración de San Lucas, María y José iban cada año a Jerusalén, para la fiesta de la Pascua, y llevaban consigo al Niño Jesús. Los judíos acostumbraban, durante los viajes, a formar dos comitivas, una de mujeres y otra de hombres, y los niños caminaban ya sea con el padre o con la madre. En la noche, padre, madre e hijos se juntaban para la cena y algún tiempo de convivencia, antes de cada cual ir a descansar.

Así debe haber sido el viaje en cuestión, con las confusiones propias a la partida de una caravana que sale de una ciudad abarrotada de gente, como lo era Jerusalén en la Pascua.

Esto explica el hecho de que solo al final del primer día, al reunirse San José y Nuestra Señora, se dieran cuenta de que el Niño no estaba con ellos. Comenzaron entonces a buscarlo entre los parientes y conocidos. ¡En vano!

1. Aflicción por la pérdida del Niño

María y José regresaron finalmente a Jerusalén y al tercer día encontraron al Niño en el templo entre los doctores. Quedaron espantados y llenos de admiración al oír las preguntas y respuestas de aquel Niño que no se intimidaba delante de los sabios.

Durante aquellos tres días, María y José no durmieron ni siquiera un instante, lloraban buscando al Hijo amado, así como la misma Virgen lo dijo cuando lo encontraron en el Templo: “Hijo, ¿por qué nos has tratado así? Tu padre y yo te buscábamos angustiados”.

Preocupación, aflicción y angustia, sí, pero en una superior paz de alma. María Santísima tal vez se colocase el problema de ser Ella la culpable de lo acontecido, por alguna falta de amor a Dios. La separación de su adorable Hijo sería, en ese caso, una divina reprensión. ¡Por eso Ella estaba en la aflicción de las aflicciones y sentía en el corazón la espada de dolor! Ella y San José tal vez juzgasen no haber sido dignos de la guarda de aquel Tesoro, de no haber correspondido a la misión que habían recibido. Y esto los dejaba en una gran desolación.

Conforme afirma San Alfonso, para un alma que hizo de Dios el objeto de todo su amor, no hay aflicción mayor que el temor de haberlo ofendido. Por eso el santo matrimonio se tomó de tal aprehensión, sintiendo profundamente aquella pérdida.

2- Sigamos el ejemplo de María y José

María y José nos dan aquí el ejemplo de cómo debemos comportarnos cuando la gracia sensible se aparte de nosotros. Ante todo, evitar cualquier actitud de rebeldía, pues si sucedió, fue porque Dios quiso. Son los contratiempos de la vida, los dramas, las dificultades que la Providencia permite para unirnos más a Ella. Aceptemos todo como el mismo estado de espíritu de los padres de Jesús. Y cuando veamos nuevamente a Nuestro Señor, también tendremos admiración.

En la pregunta hecha por Nuestra Señora no se nota una manifestación de queja. Con su rectísima conciencia, Ella demuestra aflicción y perplejidad, deseando una explicación para, así, mejor servir a Dios.

Esta debe ser también nuestra actitud: resignada y amorosa, frente a los problemas que se nos deparan a lo largo de la vida.

3. Lloremos por nuestras faltas que nos alejan de Dios

Esta debe ser nuestra actitud, sobre todo cuando nos apartamos de Dios por nuestras culpas y pecados. Por eso, exclamemos con San Alfonso: “Oh María, lloráis porque perdisteis a vuestro Hijo durante algunos días. Él se apartó de vuestra mirada, mas no de vuestro corazón: ¿No veis que el puro amor del cual estáis por Jesús abrazada, lo mantiene unido a Vos? Sabéis que quien ama a Dios no puede dejar de ser amado por Dios. ¿Qué teméis, pues? ¿Por qué lloráis? ¡Dejad las lágrimas para mí, que tantas veces perdí a Dios por mi culpa, expulsándolo de mi alma!”.

II – “Las cosas de mi Padre” por encima de las cosas terrenas

Delante de los maestros de la Ley, el Niño Jesús estaba dando testimonio de su misión dieciocho años antes de iniciar su vida pública. Para probar que era Dios, respondía de manera sublime a los doctores que lo interrogaban. Actuando así, estaba ayudando a aquellas personas a tomar conocimiento de que había llegado la hora del Mesías y de la liberación del pueblo judío. Liberación, no del dominio romano, sino espiritual, en orden a la salvación eterna: ¡Las puertas del Cielo iban a ser abiertas!

1. Manifestación de la naturaleza divina de Jesús

Hijo, ¿por qué nos has tratado así?”, fue la pregunta de María al Niño. Al dirigirse a Jesús de esta forma, en la cual bien trasparece la preocupación de una madre con relación al hijo, la Virgen María tomó en consideración la naturaleza humana de Cristo. Y Él, respondiendo por medio de otra pregunta, llama la atención para su naturaleza divina.

¿No sabíais – le respondió Jesús – que yo debía estar en las cosas de mi Padre?

Por esta respuesta, debemos conjeturar que el Niño Jesús había instruido a Nuestra Señora con respecto a cómo Él debería cumplir la voluntad del Padre. Y de cómo ese llamado divino estaba por encima de cualquier lazo de sangre y de cualquier asunto terreno.

2. Renunciar a todo, si es necesario, para obedecer a Dios

El Divino Maestro también nos enseña en este episodio que, a veces, hasta nuestros parientes pueden no entender alguna actitud nuestra al tomar una firme decisión de cumplir un deber moral o religioso. Por lo tanto, si esto sucede, no nos sorprendamos.

Como afirma San Alfonso, este Misterio nos hace ver que debemos renunciar a todo, incluso a amigos y parientes si fuere necesario, para obedecer a los Mandamientos y designios de Dios a nuestro respecto.

3. Dios se deja encontrar por aquellos que lo buscan

He aquí otra lección de este Misterio. El Niño Jesús estaba a la espera de María y José, y por ellos fue encontrado en la Casa de su Padre. Consideremos la inmensa alegría que inundó los corazones de María y José al ver de nuevo a su adorable Hijo, y al saber que la causa de aquel alejamiento no había sido ninguna falta de ellos, sino el celo por la gloria del Padre.

Igual alegría experimentan las almas que, después de haberse conservado fieles a Dios en el tiempo de la aridez y de desolación espiritual, tienen finalmente la ventura de gozar de las antiguas consolaciones y dulzuras. Así como también las almas que, arrepentidas de sus faltas e infidelidades, retoman el camino de la virtud y en él encuentran nuevamente la suave acogida del Buen Pastor que los aguarda para abrazarlos.

Lloremos nuestros pecados que algún día nos apartaron de Jesús. Hagamos el propósito de nunca más volver a cometerlos. Y alegrémonos con el reencuentro de la gracia divina que vuelve a morar en nuestra alma.

III – María siempre nos lleva a Jesús

La Sagrada Familia volvió a Nazaret, donde el Niño viviría sus próximos años, en perfecta sumisión a Nuestra Señora y a San José. Largos años pasados en oraciones y trabajos, durante los cuales Jesús se preparó para la misión redentora que lo había traído al mundo.

1. En la aridez, buscar a Jesús Eucarístico

Como ya vimos, hay momentos en nuestra existencia en los cuales tenemos la sensación de haber “perdido al Niño Jesús”, es decir, con o sin culpa nuestra, la consolación espiritual desaparece y nos sentimos desamparados. ¿Qué hacer cuando percibimos que estamos sin gracia sensible, sin aquello que nos daba ánimo y sustentación para practicar la virtud?

En este Misterio, así como María y José, debemos ir atrás del Niño Jesús, es decir, ponernos a buscar la gracia sensible, cuando ella se retire. Cuando estemos afligidos, en la aridez, debemos buscar a Jesús en el Santísimo Sacramento. No hay nada, absolutamente nada de lo necesario para nuestra santificación que, si lo pedimos a Jesús Eucarístico, no acabemos por obtenerlo.

2- La doctrina católica nos sustenta en las pruebas

Así mismo, no nos olvidemos de que, en el Templo, Nuestro Señor estaba entre los maestros de la Ley, lo que bien puede significar la importancia de la doctrina para sustentarnos en la hora de la prueba. De aquí se sigue para nosotros la necesidad de una buena y sólida formación católica, con base en las enseñanzas de la Iglesia.

Así como, quien va a hacer un largo viaje prepara con anterioridad documentos, ropas y todo el resto, así debemos hacer nosotros: rezar mucho y conocer bien la doctrina católica, a fin de estar preparados para atravesar los períodos de aridez. Si tenemos los principios bien arraigados en el alma, cuando golpee el viento de la prueba, las hojas estarán firmes en el árbol de la Fe.

3. Busquemos a Jesús a través de María

Por fin, consideremos la amorosa diligencia y la prisa embebida de desvelo con que Nuestra Señora se puso a buscar a Jesús, sin sosiego mientras no lo vio nuevamente delante de sí.

Así también debemos hacer nosotros: buscar a Jesús con entera disposición y ánimo, pero haciéndolo a través de María, que siempre está dispuesta a llevarnos hasta Jesús con ‘prisa’. Ella es el medio más seguro y más inmediato para encontrar a Aquel que es la vida de nuestra alma y la luz de nuestra vida. En todas las situaciones de nuestra existencia, sobre todo en aquellas en que pasamos dificultad, roguemos el amparo y la intercesión de Nuestra Señora: Ella jamás dejará de atendernos y de socorrernos con su bondad incansable.

Conclusión

Al término de esta meditación, volvámonos hacia Nuestra Señora de Fátima y digámosle, llenos de confianza filial: “Oh María, que tantas veces nos hicisteis volver a encontrar a nuestro adorable Jesús, que habíamos perdido por nuestras culpas y pecados, obtenednos la gracia de perseverar en el bien y en la práctica de la virtud.

En Vos esperamos, Santa Madre de Dios y nuestra, y no seremos decepcionados. Vos nunca negaste vuestro maternal auxilio a quien haya recurrido a vuestro amparo, y no seremos nosotros los primeros a no recibir de Vos la sonrisa de nuestra misericordia. Volved a nosotros vuestros ojos llenos de clemencia y bajo ellos encontraremos siempre el camino que nos lleva a Cristo Jesús.

Dios te salve, Reina y Madre…

Referencias bibliográficas

Basado en:

* San Alfonso de Ligorio, Encarnação, Nascimento e Infância de Jesus Cristo, edición en PDF por Fl. Castro, 2002.

* Monseñor João S. Clá Dias, Comentário ao Evangelho da perda e Encontro do Menino Jesus, Revista Arautos do Evangelho, Nº 96, dic./2009.

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