Meditación Primer Sábado de Mes. Marzo 2023. La Flagelación de Nuestro Señor Jesucristo

Publicado el 03/31/2023

Introducción:

Se aproximan los días en que recordaremos, con las celebraciones litúrgicas, la Pasión y Muerte de nuestro Divino Redentor. Así, dedicaremos nuestra devoción de la Comunión Reparadora del Primer Sábado de este mes a la contemplación del 2o Misterio Doloroso del Santo Rosario: “La Flagelación de Nuestro Señor Jesucristo”. A fin de cumplir su misión redentora y reparar ante al Padre Eterno los pecados de la humanidad, el Cordero de Dios se entregó a la inmolación y padeció atroces sufrimientos durante la Pasión. Los más crueles fueron impuestos por la flagelación de los verdugos que lo hirieron despiadadamente.

Composición de lugar:

Para la composición de lugar veamos con los ojos de la imaginación al Divino Salvador siendo arrastrado por los verdugos para el patio del pretorio de Pilato. Allí, despojan de sus vestiduras a Nuestro Señor y lo amarran con requintes de crueldad a una columna, exponiendo su cuerpo a los azotes de la flagelación. Contemplemos cómo el Redentor se somete voluntariamente a tales sufrimientos y, con la cabeza gacha, espera ese martirio.

Oración preparatoria:

Oh Corazón Sapiencial e Inmaculado de María, ven en auxilio de nuestra humana debilidad y ayudadnos a realizar bien esta devoción reparadora, meditando el doloroso Misterio de la flagelación de vuestro Divino Hijo. Rogad a Él, el verdadero Cordero Pascual que se inmoló por nuestra salvación, que nos conceda las gracias necesarias y abundantes para recoger de este piadoso ejercicio los frutos del arrepentimiento y de cambio de vida que los sufrimientos de Cristo nos impelen a practicar. Haced, oh Madre, que podamos comprender cuánto nuestras faltas y pecados contribuyeron para los atroces tormentos que sobre Él se derrumbaron y que, por nuestra conversión, no haya sido inútil la preciosísima Sangre por la cual fuimos rescatados. Así sea.

Evangelio de San Juan (18, 38-40 ; 19, 1-5)

Pilato le dijo: «Y ¿qué es la verdad?». Dicho esto, salió otra vez a donde estaban los judíos y les dijo: «Yo no encuentro en él ninguna culpa. Es costumbre entre vosotros que por Pascua ponga a uno en libertad. ¿Queréis que os suelte al rey de los judíos?».Volvieron a gritar: «A ese no, a Barrabás». El tal Barrabás era un bandido.

Entonces Pilato tomó a Jesús y lo mandó azotar. Y los soldados trenzaron una corona de espinas, se la pusieron en la cabeza y le echaron por encima un manto color púrpura; y, acercándose a él, le decían: «¡Salve, rey de los judíos!». Y le daban bofetadas.

Pilato salió otra vez afuera y les dijo: «Mirad, os lo saco afuera para que sepáis que no encuentro en él ninguna culpa».Y salió Jesús afuera, llevando la corona de espinas y el manto color púrpura. Pilato les dijo: «He aquí al hombre”

I – La Flagelación

La flagelación era un castigo reservado solamente a los esclavos

Entremos en el Pretorio de Pilato, convertido en horrible teatro de ignominias y dolores de Jesús, y consideremos cuánto fue injusto, ignominioso y cruel el suplicio que sufrió ahí el Salvador del mundo.

Castigo reservado a los esclavos

Viendo Pilato que los judíos continuaban vociferando contra Jesús, injustísimamente lo condenó a ser flagelado. Ese inicuo juez pensó que con ese bárbaro tratamiento despertaría la compasión de los enemigos y libraría a Jesús de la muerte.

La flagelación era un castigo reservado solamente a los esclavos. Nuestro amoroso Redentor, dice San Bernardo, no sólo quiso tomar la forma de esclavo, sujetándose a la voluntad de otro, sino la de un mal esclavo, para ser castigado con azotes y así pagar la pena merecida por el hombre hecho esclavo del pecado.

¡Un Dios flagelado! Causa más espanto que un Dios sufra el más insignificante golpe que todos los hombres y todos los ángeles sean destruidos y aniquilados”, exclama San Alfonso María de Ligorio. Y exclamamos con el mismo santo: “¡Oh Hijo de Dios, oh gran apasionado de mi alma! ¿Cómo pudisteis vos, Señor de infinita majestad, amar tanto un objeto vil e ingrato como soy yo, sometiéndoos a tantas penas para librarme del castigo merecido?”

Cristo quiso someterse a los crueles flagelos

Según revelaciones privadas, cuando llegó al lugar de la flagelación, el mismo Jesús, a la orden de los verdugos, se despojó de sus vestiduras, abrazó la columna y entregó las manos para ser atadas. Él aceptó y quiso someterse a aquel sufrimiento, para cumplir su misión redentora. Con la cabeza gacha, mirando hacia la tierra, Nuestro Señor esperó por el horrible tormento. Y he aquí que los despiadados, como perros rabiosos, arremeten con sus azotes contra el inocente cordero.

Le cubren el cuerpo entero de golpes y azotes, sin escapar la sagrada cabeza y su bello rostro. La divina sangre corre por todas partes y empapa los látigos, la mano de los carniceros, la columna y la tierra.

Las llagas suceden a las llagas, los golpes a nuevos golpes, las fracturas a las fracturas. Los azotes no solo llenaban de heridas el cuerpo entero, sino que también arrancaban pedazos de carne, rasgándolo totalmente. Cornelio a Lapide dice que, en ese momento, Jesucristo debería naturalmente morir; quiso, no obstante, con su virtud divina conservar la vida, a fin de sufrir penas todavía mayores por nuestro amor.

Herido por causa de nuestros pecados, especialmente la impureza

Delante de tantos y tan terribles castigos, nos preguntamos por qué el Padre permitió que su Hijo los sufriera. “Yo lo castigué por causa de los crímenes de mi pueblo” (Is 53,8), responderá el Señor, por los labios del profeta Isaías. Y San Alfonso añade: “Es como si Dios dijera, además: Yo sé que mi Hijo es inocente; sin embargo, visto que él se ofreció para satisfacer mi justicia por todos los pecados de los hombres, conviene que yo lo abandone al furor de sus enemigos”.

Sí, para pagar nuestros delitos y en especial los pecados de lujuria e impureza, quiso el Señor que fuese dilacerada su purísima carne ¿Quién no exclamaría con San Bernardo: “¡Oh caridad incomprensible del Hijo de Dios para con los hombres!” Ah, mi Señor flagelado, os agradezco un amor tan grande y me arrepiento de haberme unido, yo también, con mis pecados, a vuestros torturadores. Yo detesto, oh mi Jesús, todos esos placeres depravados que os ocasionaron tantos dolores.

Tengo que aprovechar este momento y, por los ruegos de María Santísima, pedir a Jesús que perdone mis faltas y miserias, por mis pecados que tanto hicieron sufrir y por los cuales Jesús soportó tantos castigos. Que Él no permita que volvamos a ofenderlo y a disgustarle más, por el contrario, nos conceda la gracia y las fuerzas para perseverar en el camino de la virtud y de la santidad.

II – ‘Ecce Homo’ – He aquí al Hombre

Temiendo que Pilato soltara al Señor después de azotarlo, como ya afirmara al decir: “Lo castigaré y lo pondré en libertad”, los fariseos y los sumos sacerdotes tramaron quitarle la vida a Jesús con los azotes.

El tormento de la flagelación fue uno de los más crueles sufridos por el Redentor en su Pasión, porque fueron muchos los verdugos que lo azotaron y el número de latigazos bien mayores de lo que un ser humano podría soportar.

Esperaban que Jesús muriera con los azotes

De hecho, temiendo que Pilato soltara al Señor después de azotarlo, como ya afirmara al decir: “Lo castigaré y lo pondré en libertad”, los fariseos y los sumos sacerdotes tramaron quitarle la vida a Jesús con los azotes.

Por eso, afirma San Buenaventura y diversos santos autores, que los verdugos escogieron para el suplicio de la flagelación los instrumentos más terribles, de manera que los golpes, realizados con espantosa brutalidad, arrancaban pedazos de la bendita carne del Salvador y le iban dejando al descubierto sus costillas y muchos de sus huesos.

Hasta los que lo odiaban se conmovieron

De las mismas Escrituras, no solo de las revelaciones privadas y de los escritos de los santos, se deduce cuán deshumana fue la flagelación de Jesucristo. En efecto, después del castigo, Pilato lo mostró al pueblo diciendo: “He aquí el hombre”. Y, ¿Por qué lo mostró de esa manera? Responde San Alfonso: “Porque nuestro Salvador estaba reducido a una figura tan digna de compasión que sólo con presentarlo al pueblo, juzgaba, movería la compasión hasta de sus enemigos, llevándolos a no exigir más su muerte”.

Y añade el santo: “¿Por qué al subir al Calvario, las mujeres judías lo acompañaban con lágrimas y lamento? (Lc 23,27). ¿Tal vez porque esas mujeres lo amaban y lo juzgaban inocente? No, las mujeres comúnmente siguen los sentimientos de sus maridos y por eso también ellas lo tenían como reo. El motivo era que Jesús, después de la flagelación, ofrecía un aspecto lastimoso y deplorable que movía a las lágrimas hasta a los que lo odiaban.

Pero el Salvador debía morir en la Cruz

A pesar de esto, el holocausto de Jesucristo debía consumarse en lo alto del Calvario. Así, viendo que Nuestro Señor perdiera en la flagelación casi toda su sangre y que estaba tan privado de fuerzas que casi ya no podía tenerse en pie, cayendo más de una vez debajo de la cruz a lo largo del camino, los verdugos fueron avergonzados a obligar al Cirineo a llevar el madero, visto que querían a Nuestro Señor vivo en el Calvario y clavado en su instrumento de martirio, para que su nombre quedara para siempre infamado: “Talemos el árbol en su lozanía, arranquémoslo de la tierra de los vivos, que jamás se pronuncie su nombre»” según la predicción del Profeta (Jr 11,19).

Señor, profunda es mi gratitud por saber que conserváis por mí el mismo amor que teníais en el tiempo de vuestra pasión. Pero, cuán grande es mi dolor al pensar que ofendí a un Dios tan bueno. Por los merecimientos de vuestra flagelación, por las lágrimas de vuestra Madre Dolorosa, oh mi Jesús, os suplico mi perdón. Me arrepiento de haberos ofendido y dadme la gracia de, ahora en adelante, siempre amaros.

III –No sea en vano la Sangre derramada por Cristo

Su Pasión nos da una noción de la gravedad de nuestras culpas, que costaron al Hombre por excelencia, modelo de todo el orden de la creación, tan atroz holocausto.

En el Misterio de la Flagelación, así como en los demás Misterios Dolorosos, Nuestro Señor Jesucristo se nos presenta como la víctima pura e inocente para expiar la deformación producida en el hombre por el pecado.

Su Pasión nos da una noción de la gravedad de nuestras culpas, que costaron al Hombre por excelencia, modelo de todo el orden de la creación, tan atroz holocausto. ¡Cuánto deberíamos tener esto presente en el momento en que el demonio nos tienta o nuestras inclinaciones nos inducen al mal!

En el fondo, al ceder a la tentación y a nuestros defectos, en fin, cuando pecamos, abofeteamos a Jesús, como lo hicieron sus crueles verdugos. Y no nos olvidemos de esta otra verdad: “¿porque, si esto hacen con el leño verde, ¿qué harán con el seco?” (Lc 23,31).

Habiendo sido así la justicia de Dios sobre el Inocente, que puso sobre sus espaldas el peso de nuestros crímenes, ¿qué sucederá si no nos arrepentimos de nuestras faltas y enveredamos por las vías de la enemistad con Dios?

Nuestro examen de conciencia

Es este el momento de recordar la Pasión y la Muerte de Nuestro Señor, hacer un propósito serio de enmienda de vida, dejando todos los caprichos, todos los desvíos, para transformar nuestra existencia en un acto de reparación a todo lo que Jesús sufrió.

Tengamos un verdadero arrepentimiento de nuestras faltas, todo hecho de espíritu sobrenatural, a punto de pedir de corazón sincero el horror al pecado y el amor a la virtud.

Que yo me ofrezca enteramente para abrazar una vida de virtud, de pureza, de humildad, de obediencia. En una palabra, de santidad, y pueda hacer compañía a la Madre de Jesús, al pie de la Cruz.

La justicia y la misericordia juntas en la Cruz

Al mismo tiempo, no podemos olvidar que la justicia y la misericordia se abrazan y se besan en el altar en que la Divina Víctima es ofrecida. De este modo, la Cruz no es apenas un trono de justicia, sino también de misericordia y bondad. Dios bien podría habernos privado para siempre de la participación en la gracia divina por causa del pecado como hizo con los ángeles rebeldes. Él, no obstante, invirtió la situación, enviando a su propio Hijo, la Segunda Persona de la Santísima Trinidad.

Lleno de compasión, Jesús tomó su Cuerpo sufriente, con vistas al martirio, a fin de reparar los pecados del hombre y abrirle las puertas del Cielo, transformándose Él mismo en víctima de la justicia divina. ¡Sólo un Dios es capaz de esto! Ninguna criatura tendría fuerzas para llegar a tal extremo. Así, la vida divina pasó a estar a nuestro alcance y hoy, nosotros, bautizados que vivimos en la gracia de Dios, tenemos en el alma la semilla de la visión beatífica y nos preparamos para la felicidad eterna.

Que para nosotros no sean perdidos los dolores de Cristo

A Nuestro Señor bien podría aplicarse la frase del salmista: “¿Qué ganas con mi muerte?” (Sl 30,10). Esta pregunta hace eco no solamente en la Pasión, sino en nuestros días: ¿Qué utilidad tiene para nosotros la Sangre de Nuestro Señor Jesucristo en el siglo XXI? ¿Qué utilidad tiene esa Sangra para mí?

¡Esa preciosísima Sangre derramada, hasta agotarse por mí! Digamos pues, con San Bernardo: “Oh mi Señor dilacerado, ¡a que estado os redujeron mis iniquidades! ¡Oh buen Jesús, pecamos y vos fuisteis castigado! Que vuestra inmensa caridad sea para siempre bendita y Vos seáis amado como lo merecéis por todos los pecadores y especialmente por mí, que os desprecié más que los otros. ¡Ah, que no sean perdidos para mí tantos dolores y tanta sangre!”

Conclusión

Al finalizar esta meditación, nos volvemos una vez más para nuestra Madre Inmaculada, la Corredentora del género humano, que acompañó con indecible solicitud y maternalísima desvelo los dolores y los tormentos padecidos por su Divino Hijo a lo largo de toda la Pasión: pidamos a Ella, con firmes propósitos de arrepentimiento y de pesar por nuestras culpas, que nos transforme de pecadores en santos de hijos ingratos en perfectos discípulos del Redentor, que entregó hasta su última gota de sangre para salvarnos.

Roguemos a Nuestra Madre celeste que nos ayude a reparar, por una vida de virtud y de buenas obras, todo el mal que hicimos en el pasado y que habrán sido la causa de los dolores de Jesús en la flagelación así como de los sufrimientos que padeció hasta el ‘consummatum est’ en lo alto del Calvario.

Que María Santísima se compadezca de nosotros y nos alcance la gracia de, en la Semana Santa que se acerca, aliviar los dolores del Señor con nuestra disposición de virtud y de santidad. Así sea.

Dios te salve, Reina y Madre…

Referencias bibliográficas

Basado en:

Santo Afonso Maria de Ligorio, A Paixão de Nosso Senhor Jesus Cristo, Piedosas e edificantes meditações sobre os sofrimentos de Jesus, edição PDF de Fl.Castro, abril 2002.

Mons. João S. Clá Dias, O inédito sobre os Evangelhos, Libreria Editrice Vaticana, 2013, vol. VII.

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