
Aprovechemos esta meditación para afirmar el propósito de abandonar todo y cualquier apego al pecado que nos aparte del camino del Cielo y de la riqueza de la gloria que será nuestra herencia con los santos.
Introducción:
Para cumplir con la devoción de la comunión reparadora del Primer Sábado, meditaremos hoy el 2º Misterio Glorioso, la Ascensión de Nuestro Señor Jesucristo. En este misterio, Jesús nos invita a acompañarlo espiritualmente en su subida al Cielo. Desprendamos nuestros corazones de esta tierra –conforme nos aconseja San Alfonso María de Ligorio– y suspiremos por la patria celestial donde se encuentra nuestra eterna felicidad. Sin embargo, tengamos siempre delante de los ojos los ejemplos de la vida mortal del Redentor y, con la protección de María Santísima, procuremos imitar sus virtudes.
Composición de lugar:
Hagamos nuestra composición de lugar imaginando el escenario de la Ascensión de Jesús. En una linda mañana de sol, Nuestro Señor se encuentra en lo alto de un monte, rodeado de Nuestra Señora, de sus apóstoles y discípulos. La fisonomía de Jesús resplandece de alegría y de gloria. Todos tienen los ojos fijos en Él y oyen atentamente sus últimos consejos y recomendaciones, antes de partir para el Cielo.
Oración preparatoria:

Imagen peregrina de Fátima
Oh Virgen Santísima de Fátima, alcanzadnos de vuestro Divino Hijo las gracias necesarias para hacer bien esta meditación y recoger de ella los mejores frutos de progreso espiritual. Oh Madre, que presenciasteis la Ascensión de Jesús al Cielo, dadnos compartir vuestros sentimientos en aquel instante y, así, tener para con nuestro Redentor las mismas disposiciones de amor y de adoración que tuvisteis al verlo subir para sentarse a la derecha del Padre. Llenada nuestras almas con la esperanza firme, de, un día, estar junto a Él y a Vos, en las bienaventuranzas eternas. Así sea.
Evangelio de San Lucas (24, 46-53)
“Y les dijo: «Así está escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día y en su nombre se proclamará la conversión para el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. vosotros sois testigos de esto. Mirad, yo voy a enviar sobre vosotros la promesa de mi Padre; vosotros, por vuestra parte, quedaos en la ciudad hasta que os revistáis de la fuerza que viene de lo alto». Y los sacó hasta cerca de Betania y, levantando sus manos, los bendijo. Y mientras los bendecía, se separó de ellos, y fue llevado hacia el cielo. Ellos se postraron ante él y se volvieron a Jerusalén con gran alegría; y estaban siempre en el templo bendiciendo a Dios.”
I – La Ascensión de Jesús, fuente de esperanza para nosotros

Ascensión de Jesús (detalle) los apóstoles – Barnaba da Modena – Musei Capitolini – Roma – Italia
La Ascensión es un misterio de nuestra fe, recordado en uno de los artículos del Credo: “[Jesús] subió a los Cielos y está sentado a la derecha del Padre”. Nuestro Señor pasó, por lo tanto, a ocupar su lugar a la derecha del Padre como Hombre, pues en cuanto Dios, nunca dejó de estarlo, desde toda la eternidad. Habiéndose unido a la naturaleza humana por la Encarnación, deseaba que esta naturaleza, por Él representada, fuese introducida en la gloria.
1- Jesús abrió las puertas del Cielo para las almas de los justos
Hasta entonces, nadie había transpuesto las puertas del Cielo, inaccesible a los hombres en consecuencia del pecado original. Solamente habitaban allí Dios Padre, Dios Hijo, Dios Espíritu Santo y sus Ángeles. Las almas de los justos permanecían en el limbo a la espera de la Redención. Finalmente, cuando Jesús ascendió al Cielo, estos electos pudieron entrar, llenando los lugares vacíos dejados por Lucifer y sus ángeles caídos.
Precedidos por Nuestro Señor Jesucristo, aquella multitud de almas santas, entró en la gloria, empezando por San José, su padre adoptivo, seguido por Adán y Eva, por los profetas, patriarcas, mártires de la Antigua Ley y un incontable número de hombres y mujeres que murieron en la gracia de Dios.
2- Miembros del Cuerpo Místico, también nosotros entraremos en el Cielo
Siendo Jesucristo la “Cabeza de la Iglesia, que es su Cuerpo” (Ef 1,22), como declara el Apóstol San Pablo, y una vez que el Cuerpo no puede subsistir separado de su Cabeza, nosotros, en cuanto miembros, también ingresaremos en las Moradas Celestiales. Su Ascensión es para nosotros garantía de que seguiremos el mismo camino: en el día del Juicio Final retomaremos nuestro cuerpo en estado glorioso y subiremos al Cielo, “al encuentro del Señor en los aires” (1 Ts 4,17).
La realización de esta promesa es una cuestión de tiempo. Sin embargo, si el tiempo existe para nosotros en la vida presente y nos hace sentir la demora, este desaparece después de la muerte y, delante de la eternidad, tal intervalo no significa ni siquiera un ‘frotar de ojos’. Sea este destino motivo de contentamiento y entusiasmo para nosotros.
II- La Ascensión indica nuestro fin y los medios para alcanzarlo

Santísima Trinidad – Capilla de la Orden Tercera de San Francisco – Cuernavaca – México
Reavivemos nuestra fe e imaginemos el júbilo extraordinario que la entrada de Nuestro Señor Jesucristo causó en la Paraíso.
Consideremos el gran homenaje de la Santísima Trinidad a Cristo-Hombre y la de todos los justos del Antiguo Testamente que, por los méritos infinitos de la Pasión, entraban en la Patria Celeste. Mientras las cortes angélicas se llenaban de alegría, entonando cánticos, en la Tierra los discípulos mantenían los ojos fijos en aquel bulto que iba desapareciendo, hasta que una nube quitó de la vista a Nuestro Señor (cf Hch 1,9).
Surgieron entonces dos Ángeles, portadores de un mensaje: “Galileos, ¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo? El mismo Jesús que ha sido tomado de entre vosotros y llevado al cielo, volverá como lo habéis visto marcharse al cielo.” (Hch 1,11)
1. Debemos prepararnos para nuestra ida al Cielo
La promesa –vendrá– tal vez tenga dado a los discípulos la idea que el retorno de Jesús sería en el día siguiente o de allí a una semana. A pesar que ya se suman casi dos mil años que Nuestro Señor subió envuelto en gloria y todavía no regresó, San Agustín explica cómo sucederá eso, en el día del Juicio: “Este Jesús vendrá como lo habéis visto ir al Cielo”. ¿Qué significa vendrá como lo habéis visto irse? Que será Juez de la misma forma como fue juzgado. Visible, no sólo para los justos, visible también para los perversos, vendrá para ser visto por justos y malvados. Los malos podrán verlo, pero no podrán reinar con Él”.
En esta perspectiva, nos cabe estar con la atención centrada en los últimos acontecimientos de nuestra vida –muerte, juicio, infierno o Paraíso–, conforme el consejo del Eclesiástico: “En todas tus acciones ten presente tu final, y así jamás cometerás pecado” (Eclo 7,36).
Si hoy recibiéramos la noticia que viajaremos para algún país distante dentro de un mes, pasaríamos a organizar la partida con antecedencia, tomando providencias con relación al vestuario, remedios, dinero, documentos… Con todo, ¡el viaje que haremos es más largo! Por lo tanto, se hace indispensable prepararlo de manera adecuada, recordándonos siempre que nuestro destino sólo podrá ser o el Cielo, cerca de Dios, o lejos de Él para siempre…
2. Despojémonos del ‘hombre viejo’
Por eso, al contemplar la Ascensión de Jesús, hagamos el firme propósito de procurar merecer una eternidad feliz, siguiendo en esta vida los ejemplos y las virtudes del Maestro, conforme nos aconseja San Alfonso de Ligorio. Imitemos su humildad y mansedumbre, su espíritu de mortificación, su caridad y su celo por la gloria divina. En una palabra, despojémonos del ‘hombre viejo’, revistiéndonos de las virtudes de Jesucristo, que son como su manto que Él dejó a los discípulos y a nosotros, cuando subió a los Cielos.
3. Confiados, miremos para nuestro futuro glorioso
Que la fe y la esperanza alimenten nuestra alma en el arduo camino del cristiano de nuestros días, y con esta llama siempre encendida enfrentaremos las adversidades.
Y para vencerlas, consideremos muchas veces lo que la Iglesia, a través de la Fiesta de la Ascensión, quiere que sintamos en el fondo del alma. O sea, lo que Dios nos preparó para gozar en la eternidad, conquistado por Nuestro Señor Jesucristo en el día de su gloriosa partida para el Cielo.
¿De que valen las aflicciones terrenas sobre cosas transitorias? ¿De qué vale gozar los placeres que el mundo puede ofrecer? ¿Acumular honores, aplausos, beneficios y, al llegar la hora de la partida, dejar todo, presentándonos con las manos vacías delante de Dios?
Aprovechemos esta meditación para afirmar el propósito de abandonar todo y cualquier apego al pecado que nos aparte del camino del Cielo y de la riqueza de la gloria que será nuestra herencia con los santos.
A este respecto, conviene recordar el consejo de San Agustín: “piensa en Cristo sentado a la derecha del Padre; piensa que vendrá para juzgar a vivos y muertos. Tienes una garantía de tan gran promesa hecha por Cristo: Lo que Él hizo hoy –su Ascensión– es una promesa para ti. Debemos tener la esperanza que resucitaremos y ascenderemos al reino de Dios, y allí estaremos para siempre con Él, en una vida sin fin, alegrándonos sin ninguna tristeza y viviendo sin cualquier enfermedad”.
Súplica final
Pidamos pues, por medio de Aquella que fue Asunta al Cielo, María Santísima, que seamos para allí conducidos y allí habitaremos, por toda la eternidad, junto a Ella y a su Divino Hijo.
Dios te salve, Reina y Madre…
Referencias bibliográficas. Basado en:
SANTO AFONSO DE LIGÓRIO, Meditações para todos os dias do ano, Tomo II, Herder & Cia, Friburgo, Alemanha, 1921.
SANTO AGOSTINHO, Sermo CCLXV/C, n.2. In: Obras, op. cit., v.XXIV, p.704; Sermo CCLXV/F, n.3. In: Obras. Madrid: BAC, 1983, v.XXIV, p.720.
MONSENHOR JOÃO CLÁ DIAS, Comentário ao Evangelho da Ascensão, Revista Arautos do Evangelho nº 161, Maio de 2015.