En cumplimiento de la devoción del Primer Sábado de mes, para desagraviar al Inmaculado Corazón de María, hoy meditaremos el 3er Misterio Luminoso: “El anuncio del Reino de Dios invitando a la conversión”.
Consideremos cómo Nuestro Señor Jesucristo nos invita a ser sus discípulos y a la necesidad de adoptar la actitud que esa condición exige de nosotros: el desapego de las cosas terrenas, la aceptación de nuestra cruz diaria, con la disposición para imitarlo, en busca de la plena felicidad que solamente encontraremos en el Cielo.
Composición de lugar
Imaginemos un campo reverdeciente, alfombrado de lirios blancos y flores silvestres. Vemos a Nuestro Señor pasear por ese campo, junto con sus apóstoles y discípulos, mientras, de lejos, un gran número de personas se aproxima. Jesús los avista y va a su encuentro. Todos se detienen y pasan a oír lo que el Maestro quiere decirles.
Oración preparatoria
¡Oh Virgen Santísima de Fátima, Madre de Dios y nuestra Madre, alcanzadnos las gracias necesarias para realizar bien esta meditación y de ella recoger todos los frutos para nuestra santificación. Que por este piadoso ejercicio seamos capaces de comprender el precioso valor de la invitación que Nuestro Señor nos hace para seguirlo, desapegándonos de las cosas del mundo y cargando —a su ejemplo— nuestra propia cruz. Así sea.
Evangelio de San Lucas (14, 25 y ss)
“Mucha gente acompañaba a Jesús; él se volvió y les dijo: «Si alguno viene a mí y no pospone a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y a sus hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío. Quien no carga con su cruz y viene en pos de mí, […] que no renuncia a todos sus bienes no puede ser discípulo mío.”
I – LLAMADOS A SER DISCÍPULOS DE CRISTO
Con el Bautismo nos volvemos hijos de Dios y pasamos a pertenecer a la Santa Iglesia Católica Apostólica Romana. Una vez cristianos por la gracia bautismal, somos llamados a volvernos también discípulos de Nuestro Señor Jesucristo, acatando sus enseñamientos y profesando su doctrina.
1- El Divino Maestro nos enseña solamente lo que nos lleva al Cielo
Nuestro Señor es el Divino Maestro a quien debemos consultar y oír, con atención, sumisión, amor y docilidad. Con la finalidad de ser más accesible, Él se hizo hombre y habitó entre nosotros. Nos enseña solamente aquello que nos pueda conducir a la felicidad eterna y, por lo tanto, sólo puede ser feliz quien se hace su discípulo.
2- Jesús es el modelo de obediencia a sus enseñamientos
Para recalcar su enseñanza, Jesús es siempre el primero en practicar del modo más perfecto aquello que nos predica. No se contenta con los preceptos y ejemplos, sino que nos ofrece los socorros espirituales que harán el cumplimiento de sus mandamientos no sólo posible, sino hasta dulce y agradable. Enseña con simplicidad y claridad admirables, tocando nuestro corazón, enfervorizando nuestra voluntad y convenciendo nuestro espíritu. Predicadas hace dos mil años, sus palabras y doctrinas nos llegan tan puras como se las hubiéramos oído de sus propios labios.
Y debemos tener presente que, en toda su predicación, Nuestro Señor jamás ofreció la plenitud de la felicidad en esta vida, mas sí la gloria eterna cuya vía pasa por la abnegación y por el sacrificio.
II –CONDICIONES PARA SER DISCÍPULO DE CRISTO
En efecto, según el pasaje que meditamos, Nuestro Señor indica algunas condiciones para que nos volvamos discípulos y, en consecuencia, dignos de la bienaventuranza eterna.
1- Desapego de los bienes terrenos
Los bienes de la tierra que poseemos, con mucha frecuencia nos poseen a su vez. Razón por la cual aquel que desea seguirlo, Jesús pide que renuncie a cualquier apego que pueda tener a esos vienen, que desapegue su corazón y no ponga su felicidad en el gozo que tales vienen le proporcionan. Al contrario, que se limite, en el uso que haga de las riquezas, honras y placeres de este mundo, a lo que sea justo y permitido.
¿Por qué Jesús pide esta renuncia preliminar a quien quiere ser su discípulo? Porque el Divino Maestro no tiene otro objetivo sino enseñarnos que fuimos creados para las cosas del Cielo, que constituyen nuestro último fin, y nos indica el camino a seguir. Y, por consiguiente, que las estimemos más que todo, sacrificando si fuese necesario todos los bienes temporales para adquirirlas.
Como enseña San Alfonso María de Ligorio, “quien posee algo prestado, poco cariño le tiene, pensando que en breve tendrá que restituirlo. Los bienes de la tierra nos son dados en préstamo. Sería, pues, locura apegarnos a ellos por cariño, ya que en breve tendremos que abandonarlos. Todas las posesiones y fortunas de este mundo terminarán con el último suspiro, la tumba será la morada de su cuerpo hasta el del juicio, y después irá al cielo o al infierno, para donde el alma ya le habrá precedido. Y entonces nada encontraremos sino lo poco que hicimos por amor de Dios. Todo lo demás estará acabado. ¿No será pues, insensato quien se apegue a todo en este mundo, donde vive solo por un breve tiempo, colocando en riesgo su vida en la eternidad?”
2- Renuncia todavía mayor
Importa resaltar que Jesús habla de desapegarnos de los padres, de los hermanos y hasta de nuestra propia vida. Se trata de una renuncia todavía mayor, inspirada y favorecida por la gracia divina, que nos lleva a privarnos inclusive del amor legítimo a nosotros mismos y a los que nos son queridos, caso este cariño se vuelva un obstáculo para seguir de modo perfecto al Divino Maestro. Cumple estar dispuestos a hacer esa renuncia considerando siempre el bien mayor de la felicidad eterna.
Y nosotros, ¿cómo nos comportamos delante de esta invitación de nuestro adorable Jesús?
3- Cargar la propia cruz y caminar detrás de Jesús
Nuestro Señor además nos advierte que, si no cargamos nuestra propia cruz y no caminamos detrás de Él, no seremos sus discípulos.
Cargar la cruz significa practicar la mortificación interior y exterior, soportar las contrariedades y reveses de la vida, las ansiedades de espíritu, los desprecios, las humillaciones, las persecuciones, los tormentos de las tentaciones, las probaciones permitidas por Dios.
Soportar todo esto con resignación a la voluntad divina es cargar su cruz y seguir las huellas de Jesucristo.
Dice un piadoso autor: “Comparemos nuestra cruz con la de Jesucristo y la de los mártires y nos avergonzaremos de nuestra cobardía”.
Comprendamos entonces que no podemos llevar nuestra cruz a contra gusto, reclamando de su peso o manifestando amargura por los sufrimientos que ella nos trae. Quien así procede, arrastra la cruz, no la carga. En consecuencia, no puede ser considerado discípulo del Maestro. Además, seguir a Nuestro Señor no significa únicamente andar físicamente atrás de Él, como hacían muchos en aquella multitud descrita en el Evangelio, mas sí imitar sus ejemplos y practicar sus virtudes.
¿Qué debo pensar de mí mismo a ese respecto? ¿Me esfuerzo para volverme un verdadero discípulo del Divino Maestro, cargando mi cruz y siguiendo los pasos de Jesús?
III – ELEVARSE A LAS COSAS DEL CIELO, SIN PESO QUE NOS PRENDA A LA TIERRA
En suma, hay solo un camino para hacernos verdaderos discípulos de Jesús: renunciar totalmente a los afectos desordenados y al apego a los bienes terrenos, evitando que ellos actúen como peso en nuestra vida espiritual. No podemos dejar que ellos nos impidan de elevarnos a las cosas de lo alto. Sin desprendernos de forma completa de todo cuanto nos separa de Cristo, jamás alcanzaremos el Reino de los Cielos.
Cumple subrayar, sin embargo, lo que nos aclara San Beda: “Hay una diferencia entre renunciar a todas las cosas y abandonarlas: compete a un pequeño número de perfectos abandonarlas, o sea, poner de lado los cuidados del mundo; pero cabe a todos los fieles renunciar a ellas, es decir, poseer las cosas terrenas de manera tal que ellas no nos aten al mundo”
CONCLUSIÓN
Las palabras de Jesús que meditamos ahora, hacen patente cuánto el desapego de las cosas terrenas es la piedra fundamental de nuestra vida interior, sea que constituyamos familia sea que formemos parte del Clero, sea que estemos consagrados a Dios en algún instituto religioso.
El Divino Maestro nos invita al desprendimiento, a cada uno según su estado de vida. Como tantas veces comprobamos en el día a día, el apego desordenado genera aflicciones, inseguridad y recelos que nos roban la paz de alma. Por lo tanto, hagamos todo con el corazón puesto en las cosas de Dios, inclusive al cuidar de negocios y de la administración de nuestros bienes.
Este desprendimiento es condición para seguir de cerca a Nuestro Señor Jesucristo. Actuando así, nuestra alma experimentará la verdadera felicidad, prenunciativa de la alegría que tendrá en el Cielo.
SÚPLICA FINAL
Pidamos a la Santísima Virgen de Fátima que nos alcance la gracia de ser verdaderamente discípulos de Cristo, viviendo desprendidos de todo cuanto es terreno y vueltos para las cosas del Cielo, tal como un águila que vuela sin amarras para, en las alturas, contemplar mejor el sol. Por los labios de María, digamos al Sagrado Corazón de Jesús:
“Señor, dadme todo aquello que me acerque a Vos, sacadme todo aquello que me aparte de Vos. Infundid en mi corazón el perfecto sentimiento en relación a los bienes transitorios de esta vida, para que estos no se transformen en peso que me impidan elevarme hasta Vos. Así sea.
Dios te salve, Reina y Madre…
Referencias bibliográficas
Basado en:
San Alfonso de Ligorio, Meditações, Tomo II, Editora Herder e Cia., Friburgo, Alemanha, 1921.
Monseñor João S. Clá Dias, EP, Comentário ao Evangelho do 23o Domingo do Tempo Comum, Revista Arautos do Evangelho no 105, Setembro de 2010.
P. JEAN NICOLAS GROU, SJ, Retiro espiritual sobre as qualidades e deveres do cristão, Vozes, Petrópolis, 1944.