
Vía Crucis – Heraldos del Evangelio – Guatemala
Introducción:
En cumplimiento de nuestra devoción del Primer Sábado, en vista de la Semana Santa de este año, hoy meditaremos el 4º Misterio Doloroso: Nuestro Señor con la Cruz a cuestas camino del Calvario. La cruz, antes de Cristo, era un instrumento de tortura y muerte. Sin embargo, cuando el Redentor la abrazó y se sacrificó en ella, la Cruz se convirtió en signo del Amor infinito de Dios por nosotros y en símbolo de triunfo y gloria para los cristianos.
Composición de lugar:
Para nuestra composición de lugar, imaginemos el camino del Calvario recorrido por Jesús, desde el Pretorio de Pilato hasta la cima del Gólgota. Las calles de Jerusalén están llenas de gente que contempla el doloroso espectáculo del Vía Crucis de Nuestro Señor. Muchos lo ultrajan con insultos y blasfemias; otros Lo lamentan, y las santas mujeres lloran mientras el Hijo de Dios desfigurado pasa junto a ellas, con el pesado madero a sus espaldas.
Oración preparatoria:
Oh Santísima Virgen de Fátima, Madre y Corredentora nuestra, que encontraste y confortaste a vuestro Hijo en el camino del Calvario, obtennos las gracias necesarias para realizar bien esta meditación y recoger de ella todos los frutos para nuestra santificación, comprendiendo el precioso valor del instrumento del sacrificio de Jesús, símbolo de gloria y de vida eterna para todos nosotros. Así sea.
San Juan (19,17) “Tomaron a Jesús, 17 y, cargando él mismo con la cruz, salió al sitio llamado «de la Calavera» (que en hebreo se dice Gólgota),”
I –INSTRUMENTO DE NUESTRA SALVACIÓN
La cruz comenzó a atormentar a Jesús incluso antes de ser clavado en ella, ya que tras la condena de Pilato tuvo que llevarlo al Calvario, donde moriría. Y Él, sin oposición, la tomó sobre sus hombros.
1- Misterio de amor
Comentando de este acontecimiento, San Agustín escribe: “Si pensamos en la crueldad que usaron contra Jesucristo, haciéndole llevar personalmente su cadalso, aquello fue una gran humillación; ero, si se mira el amor con el que Jesucristo abrazó la cruz, fue un gran misterio”. Al llevar la cruz, nuestro Redentor quiso mostrar el instrumento de salvación bajo el cual deberían congregarse y vivir todos sus seguidores en esta tierra, para poder convertirse después en sus compañeros en el reino de los Cielos.
2- Llevó su cruz para aliviar la nuestra.
Jesucristo, queriendo aligerar el peso de nuestra cruz, tomó la suya hasta el Calvario y se dejó sacrificar allí, obteniendo nuestra salvación. San Alfonso María de Ligorio afirma que los poderosos de la tierra ponen su poder en la fuerza de las armas y en la acumulación de riquezas. Jesucristo, sin embargo, fundó su reino sobre el escarnio de la cruz, humillándose y sufriendo, y se sometió voluntariamente a recorrer este doloroso camino para que, con su ejemplo, pudiera darnos el valor de abrazar con resignación su cruz y así seguirlo. Él dice a todos sus discípulos: “Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga.” (Mt 16,24).
3- Consejero de los justos y alivio de los afligidos
Al hablar de la cruz que nuestro Redentor llevó por nosotros, San Juan Crisóstomo la exalta como “Consejero de los justos”. Los justos sacan de la adversidad un motivo y una razón para unirse más estrechamente con Dios. Lo llama también “Alivio de los afligidos”: ¿Dónde encuentran los afligidos mayor alivio sino desde el aspecto de la cruz, en la que murió nuestro Redentor y nuestro Dios, lleno de dolor por su amor? La cruz de Cristo, según San Alfonso, es también fuente para quienes tienen sed de santidad. La cruz, es decir sufrir por Jesucristo, es el deseo de los santos.
II – NUESTRA ESPERANZA PUESTA EN LA CRUZ
Debemos saber que nuestro Redentor, viniendo a la tierra, tenía como propósito el perdón de nuestros pecados. Esto nos enseña san Alfonso María de Ligorio, como dice el Evangelio: «El Hijo del hombre vino a salvar lo que estaba perdido» (Mt 18,11).
1- Nos restituyo la vida
Cristo llevó en su cuerpo nuestros pecados sobre la cruz, para que, estando muertos a los pecados, vivamos a la justicia. Por sus llagas fuimos sanados (1 Ped. 2:24). Jesús, pues, tomó sobre sí todos nuestros pecados y los llevó en la cruz, para que mediante su muerte pudiera pagar por nuestras culpas y obtenernos el perdón, restaurándonos así a la vida eterna que habíamos perdido. ¿Qué mayor maravilla podría haber que el que unas heridas curaran las heridas de otros, y que la muerte de uno devolviera la vida a todos los hombres que estaban muertos? Éste fue el fruto del amor infinito de Jesús por nosotros, quien se sacrificó en la cruz por nuestra salvación.
2- Nos hizo agradables a los ojos de Dios
Escribe San Pablo que Jesucristo nos hizo agradables y amables a los ojos de Dios, de odiados y abominables pecadores que éramos, por los méritos de su sangre nos perdonó nuestros pecados y nos concedió, en sobreabundancia, las riquezas de su gracia. Y esto sucedió mediante el pacto de Jesús con su Padre Eterno de perdonar nuestros pecados y readmitirnos a su amistad en vista de la pasión y muerte de su Hijo.
3- Confiar en los méritos de Cristo y hacer nuestra parte
Debemos, pues, poner toda nuestra esperanza en los méritos de Jesucristo y esperar de Él toda la ayuda que necesitamos para vivir una vida santa y salvarnos. Sin embargo, no debemos descuidar hacer nuestra parte, reparando las injurias que hemos hecho a Dios y practicando buenas obras para alcanzar la vida eterna. Pero, pregunta San Alfonso, ¿la Pasión de Cristo no fue completa y no fue suficiente para salvarnos? Y el santo responde: Ella era plena en su valor y suficiente para salvar a todos los hombres. Sin embargo, para que los méritos de la Pasión se apliquen a nosotros, dice Santo Tomás, es necesario que hagamos nuestra parte y suframos con paciencia las cruces que Dios nos envía para asemejarnos a Jesucristo, nuestra cabeza.
III – EL CONSUELO DE LA CORREDENTORA
Cuando afrontemos los sacrificios que la Providencia pone en nuestro camino, debemos hacerlo confiando en la ayuda de Cristo, y también en la protección de María Santísima, nuestra Correndentora, que participó de la inmolación del Divino Hijo para salvarnos.
1- Dolor inimaginable
Después de largos años vividos en la discreción del ambiente doméstico de Nazaret, llegó para Jesús el momento de cumplir públicamente su misión redentora. Un poco más de tiempo y llegó también el tiempo de los grandes sufrimientos de la Pasión. Obediente a los designios de Dios, María estuvo al lado del Redentor, para compartir con Él los sacrificios que alcanzaron nuestra salvación. Recordamos, en el cuarto dolor de la Madre Dolorosa, la profunda amargura que se apoderó de su corazón en el camino del Calvario, cuando encontró al Divino Hijo que cargaba su pesada cruz sobre sus espaldas. No hay manera de imaginar lo que sintió María al ver al Hombre-Dios desfigurado, ensangrentado, herido, coronado de espinas y cayendo bajo el peso del madero. Al ver a su Hijo torturado, Nuestra Señora sintió amargura en su corazón por lo que Él sufría en alma y cuerpo. Pero, sin perder el ánimo y sin vacilar en la fe, la Madre continuó siguiendo a Jesús por la Vía Dolorosa. Compartiría con Él, hasta el final, el sacrificio por nuestra salvación.
2- María nos consuela en cada sufrimiento que experimentamos
Allí está María, quien se convierte en nuestra Corredentora en cada minuto de la Pasión, unida al sacrificio perfecto de su divino Hijo. Por eso, como nos enseña el Papa Benedicto XVI, para todos los hombres y mujeres de este mundo, el encuentro de Nuestra Señora con Jesús en el camino del Calvario es un acontecimiento muy vivo, siempre actual. En aquellos momentos dolorosos, Nuestra Señora vio a su Hijo subir al monte donde sería crucificado y se privó de Él, para que cada uno de nosotros se convirtiera en su hijo y tuviéramos una Madre siempre disponible y presente, dispuesta a escuchar nuestras necesidades. ¡Y cuántas veces nos responde María! En la vía sacra de cada uno de nosotros la sentimos cerca, confortándonos con su amor maternal.
CONCLUSIÓN
Jesús no rechaza la cruz, incluso la abraza con amor, porque es el altar destinado a la consumación del sacrificio de su vida por la salvación de la humanidad. ¡Oh, el espectáculo que causó admiración en el Cielo y en la tierra: ver al Hijo de Dios ir a morir por los mismos hombres que lo condenan! Se cumple la profecía: «Yo soy como un cordero que es llevado para el sacrificio» (Lm 11,19). Jesús parecía tan lastimoso que las mujeres judías, al verlo, no pudieron evitar llorar. Adorable Redentor mío, por los méritos de este doloroso camino, por las oraciones de vuestra y Madre mía, María Santísima, dame la fuerza para llevar mi cruz con paciencia. Acepto todo el dolor y desprecio que me destináis a sufrir; Vos los hiciste amables y dulces, abrazándolos con tu amor. Dame fuerza para soportarlos con paciencia. Oh Santísima Virgen de Fátima, grabad indeleblemente en mi corazón la certeza de que, por la Santa Cruz de Nuestro Señor Jesucristo, al final de mi tiempo en este mundo, alcanzaré la luz de la bienaventuranza eterna. Así sea. Dios te salve, Reina y Madre…
Referencias bibliográficas
Basado en:
Santo Afonso Maria de Ligório, A Paixão de Nosso Senhor Jesus Cristo,
Piedosas e edificantes meditações sobre os sofrimentos de Jesus, edição PDF de Fl.
Castro, abril 2002.