Meditación Primer Sábado del mes de abril: la triunfante Resurrección del Señor

Publicado el 04/03/2021

Introducción:

Atendiendo al pedido de Nuestra Señora en Fátima, hagamos nuestra devoción del Primer Sábado, para reparar las ofensas cometidas contra el Inmaculado Corazón de María. Meditemos hoy el 1er. Misterio Glorioso: “La Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo”. Si el Redentor no hubiese resucitado, nuestra fe sería vana, afirma San Pablo, dándonos la certeza de que la victoria de Nuestro Señor sobre la muerte y el pecado es la garantía de nuestra creencia cristiana, de nuestra salvación eterna y de nuestra propia resurrección.

Composición de lugar:

Imaginemos una mañana resplandeciente de domingo con un cielo luminoso, una temperatura amena, y la naturaleza alegre y lozana. En este escenario, imaginemos un sepulcro abierto en una roca, del cual nos aproximamos con gran alegría. Adentro vemos algunos tejidos cuidadosamente doblados sobre la piedra en la cual, hasta hace poco, estaba depositado el Cuerpo de Nuestro Señor Jesucristo.

Oración preparatoria:

Oh, Virgen Santísima, que acompañaste a vuestro Divino Hijo en los pasos de la Pasión y después esperasteis, rebosante de fe y confianza, su glorioso resurgimiento de las sombras de la muerte, volved hacia nosotros vuestra mirada de bondad en este momento: alcanzadnos del Sagrado Corazón de Jesús resurrecto las mejores y más eficaces gracias para meditar bien este Misterio de la Resurrección, y así poder recoger abundantes frutos de progreso espiritual, de conversión y de santificación.

 Así sea.

Evangelio según San Juan, 20, 1-9

El primer día de la semana, María la Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro. Echó a correr y fue donde estaban Simón Pedro y el otro discípulo, a quien Jesús amaba, y les dijo: «Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto». Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro; e, inclinándose, vio los lienzos tendidos; pero no entró. Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro: vio los lienzos tendidos y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no con los lienzos, sino enrollado en un sitio aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó. Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos.”

I- El principal hecho de la historia

La Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo es el hecho principal de la historia humana. Sobre este hecho reposa el Cristianismo: “¡El Señor Resucitó!” fue el “llamado a reunión” de los discípulos, en la mañana de Pascua. Los once, a quienes Jesús apareció después de la Resurrección, lo reconocieron vivo. Y durante cuarenta días pudieron conversar con Él, tocarlo y comer en su compañía.

  • La felicidad de Cristo resucitado

Según San Alfonso María de Ligorio, el mayor sentimiento que debe ocupar nuestras almas delante del misterio que meditamos hoy e inundarlas de consoladora esperanza, es la felicidad de Cristo Resucitado. De hecho, en su dolorosísima Pasión, Jesús sufrió padecimientos inimaginables, consumados en la muerte atroz y vergonzosa en lo alto de la cruz.

Sin embargo, al resurgir glorioso de la muerte y salir vivo del fondo del sepulcro, Jesús recibió de nuevo, con lucro abundantísimo, todo lo que perdió en la Pasión. El que era pobre, lo vemos riquísimo y señor de toda la tierra. El que se llamaba gusano y oprobio de los hombres, lo vemos coronado de gloria y sentado a la derecha del Padre. El que hasta hace poco era un varón de dolores y sufrimientos, lo vemos dotado de nueva fuerza y de una vida inmortal e impasible. El que había sido horriblemente muerto, lo vemos resucitado por su propia virtud, con su cuerpo glorioso dotado de sutileza y agilidad, atravesando las paredes rocosas del sepulcro.

Alegrémonos con el Señor que resucitó

Cristo resucitado se convirtió en la esperanza viva y triunfante de todos los justos que adormecen en el Señor. Detengámonos un instante para tributarle nuestros homenajes. Hagamos un acto de fe ardiente en la Resurrección y aproximémonos de Jesús para besar en espíritu sus cinco llagas glorificadas. Alegrémonos con Él por haber salido victorioso del sepulcro, vencedor de la muerte y del infierno, y digamos con todos los santos: “El Cordero que fue inmolado por nosotros es digno de recibir el poder, la divinidad, la sabiduría, la fortaleza, la honra, la gloria y la bendición por siempre”.

II –Nosotros también resucitaremos

Alegrémonos con Jesucristo, pero estemos alegres también por nosotros mismos, porque la resurrección de Nuestro Señor es la certeza de nuestra resurrección si, al menos, como dice San Pablo, morimos primero interiormente al afecto de las cosas terrenas: “Si morimos con Él, con Él también viviremos” (2 Tim 2,11).

 

  • La Resurrección de Cristo es también la nuestra

La Resurrección de Cristo nos inunda de esa dulce esperanza: ¡Nosotros también resucitaremos!

Jesús es la Cabeza del cuerpo místico de la Iglesia, del cual todos hacemos parte. Por lo tanto, pertenecemos a Nuestro Señor Jesucristo. Ahora bien, no es posible que la cabeza resucite y el resto del cuerpo permanezca en la muerte. O sea, si la Cabeza, que es Cristo, resucitó, todo el cuerpo (que somos nosotros) también resucitará. La Resurrección del Redentor es también la nuestra.

Por causa de la Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo también nosotros resucitaremos. Por eso afirma la Liturgia que la muerte y la Resurrección de Cristo nos compró la vida: porque Él venció la muerte y el pecado, también nosotros los venceremos y resucitaremos gloriosos para la eternidad. La Pascua que conmemoramos con alegría es, pues, una fiesta que prenuncia nuestra propia resurrección.

  • Las maravillas que nos aguardan

Debemos considerar que, después de resucitados para la vida eterna, la contemplación que tendremos de Dios nos cumulará de tanta alegría y consuelo que no habrá posibilidad del menor sufrimiento. Será un gozo espiritual, ya que nuestros ojos carnales no fueron hechos para ver a Dios.

Sin embargo, es necesario que el cuerpo acompañe al alma en este estado, dada la entrañada unión existente entre ambos. Por eso, en el exterior trasparecerán las maravillas puestas en el interior por un don divino, conforme afirma San Pablo: “Cuando Cristo, nuestra vida, aparezca en su triunfo, entonces vosotros apareceréis también con Él, revestidos de gloria” (Col 3, 4). La resurrección producirá en cada bienaventurado una transformación tan grande, que ya no nos reconoceremos.

He aquí el futuro que nos aguarda, tan superior a cualquier expectativa, que no somos capaces de pensar cómo será, conforme nos dice San Pablo: “Ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el hombre puede pensar lo que Dios ha preparado para los que lo aman.” (I Cor 2,9)

  • Desapeguémonos de lo que nos desvía del Cielo

Con su Resurrección, el Salvador nos obtuvo una vida nueva, infinitamente más valiosa que la humana: la participación en la propia vida divina. Y este tesoro merece ser tratado con especial cariño, dirigiendo nuestro amor en el rumbo cierto, como lo recomienda el Apóstol. Así, una vez muertos para los vicios y resucitados con Cristo, orientemos nuestras preocupaciones para lo que viene de lo alto y no para las cosas concretas que desvían los ojos y el corazón de nuestro destino eterno, tal como los difuntos no se ocupan más de sus antiguos quehaceres al dejar esta Tierra.

¡Cuánta agitación, fruto del egoísmo y de la vanidad! ¡Cuánta ilusión con el mundo, los elogios, la repercusión social! ¡Cuánta atención a la salud y al dinero! Cuidados que – hasta en lo que tienen de legítimo – nos arrastran y nos toldan los horizontes, constituyendo una falta contra el Primer Mandamiento – amar a Dios sobre todas las cosas –, tan poco considerado en nuestro examen de consciencia.

II –La recompensa de la fe inquebrantable de María

Según observa San Alfonso, entre las muchas cosas que Jesucristo hizo y los Evangelistas pasaron en silencio, debe ser contada, con certeza, su aparición a María Santísima inmediatamente después de haber resucitado.

1 – Porque había participado más de la Pasión

Ni siquiera sería preciso mencionar este hecho, pues es evidente que el Señor, que mandó honrar padre y madre, fue el primero en dar ejemplo, honrando a su Madre con su presencia visible. Además, era de entera justicia que el Divino Redentor glorificado fuese a visitar antes que nadie a la Santísima Virgen, a fin que, antes que los demás y más que todos estos, participase de la alegría de la resurrección quien, más que los otros, había participado de la Pasión.

  • – Recompensa por la fe inquebrantable

Un día y dos noches la divina Madre quedó entregada al dolor por la muerte de su Hijo, pero firme e inquebrantable con fe en la resurrección. Según describe San Alfonso, cuando comenzó a amanecer el tercer día, la Santísima Virgen, puesta en altísima contemplación, comenzó con ardientes suspiros a suplicar a su Hijo que abreviase su venida.

Estando así absorta en estos intensos deseos, he aquí que su Divino Hijo le aparece con toda su gloria y claridad. ¡Oh, con tan preciosa aparición, cómo no debía sentirse satisfecha y contenta! ¡Cuán tiernamente deben haberse abrazado Hijo y Madre! ¡Cuán dulces y sublimes deben haber sido los coloquios que intercambiaron!

  • – Ya resucitados, que María nos acoja en el Cielo

Acerquémonos en espíritu a Nuestra Señora, que es también nuestra Madre, y roguémosle que nos permita besar las llagas glorificadas de Jesucristo. Recojamos de este misterio que ahora meditamos, la lección de que Dios recompensa con las alegrías de la resurrección a aquellos que acompañan a Jesús hasta el Calvario, es decir, los que le son fieles en la tribulación. Cada uno puede hacer suyas las palabras de la Bienaventurada Virgen: “Según mis muchos dolores, tus consolaciones alegraron mi alma”.

La Santísima Virgen, Reina del Cielo, se alegró con Aquel que resucitó, como había prometido. Alegraos, Madre Santísima y al mismo tiempo rogad por nosotros, para que seamos dignos de ir a cantar un día con Vos, resucitados en el reino de la gloria, nuestro eterno aleluya.

Conclusión

Terminemos esta meditación, rogando a Nuestra Señora que nos alcance de Cristo Resucitado abundantes gracias:

Oh, Virgen Santísima, Vos que en vuestro Corazón tuvisteis la alegría de contemplar la Resurrección de vuestro Divino Hijo, os pedimos que nos obtengáis las gracias más insignes, para nunca olvidar que es por la Resurrección de Nuestro Señor que nosotros, en el día del Juicio Final, resucitaremos para estar contigo, ya no solo con el alma sino también con nuestro cuerpo glorioso.

Desde ahora, Madre Santísima, reconocemos que nuestra resurrección se funda en vuestras oraciones a nuestro favor. Es por vuestra intercesión que resucitaremos al lado de los justos en el día del Juicio. Os agradecemos, Santísima Virgen, por esas gracias que nos alcanzáis en vista de nuestra resurrección, y os pedimos que nos acompañéis paso a paso hasta ese glorioso día. Así sea.

¡Corazón de María, restituido a la alegría por la Resurrección de Jesús, rogad por nosotros!

Dios te salve, Reina y Madre…

Referencias bibliográficas

Basado en:

SAN ALFONSO DE LIGORIO, Meditações para todos os dias do ano, Tomo II, Herder & Cia., Friburgo, Alemania, 1921.

MONSEÑOR JOÃO CLÁ DIAS, Meditação para o Primeiro Mistério Glorioso: A Ressurreição de Nosso Senhor Jesus Cristo.

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