Meditación Primer Sábado del mes de Agosto 2025. Cuarto misterio glorioso- LA ASUNCIÓN DE LA SANTÍSIMA VIRGEN A LOS CIELOS

Publicado el 08/01/2025

La misericordia que llena los espacios entre el Cielo y la tierra

Comencemos nuestra devoción del Primer Sábado meditando hoy en el cuarto misterio glorioso: La Asunción de la Virgen, cuya festividad la Iglesia celebra el 15 de agosto. Asunta al Cielo en cuerpo y alma, María Santísima confirma nuestra creencia en la resurrección de la carne e inicia la promesa de Jesucristo de reunir a todos los justos resucitados con Él para gozar de la gloria eterna. Por otro lado, coronada Reina del Cielo y de la tierra, María comenzó a interceder por todos y cada uno de nosotros junto a su adorable Hijo.

Composición de lugar

Imaginemos un hermoso y espacioso jardín, sembrado de flores coloridas y perfumadas, en cuyo centro se encuentra María rodeada de los apóstoles y discípulos de Jesús. Ella resplandece de luz y belleza. En cierto momento, ante la mirada atónita de los presentes, la Madre de Dios comienza a ascender al cielo, envuelta en una intensa luminosidad y sonidos angelicales, hasta desaparecer de la vista de todos.

Oración Preparatoria

Oh gloriosa Reina de Fátima, que, en tu cuerpo y alma, glorificada por la Santísima Trinidad, habitas en la bienaventuranza eterna, posa tu mirada bondadosa sobre cada uno de nosotros y concédenos las gracias necesarias para meditar bien este misterio del rosario que te exalta como la Soberana Asunta al Cielo, y para que de él recojamos todos los frutos para nuestra santificación. Amén.

Evangelio de San Lucas (1, 46-50)

«María dijo: “Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador; porque ha mirado la humildad de su esclava. Desde ahora me felicitarán todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho obras grandes en mí: su nombre es santo, y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación”».

I – CORONADA COMO REINA, AL LADO DEL REY

En 1950, el papa Pío XII proclamó el dogma de la Asunción de la Virgen, declarando verdad revelada que «la Inmaculada Madre de Dios, siempre Virgen María, terminado el curso de su vida terrena fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial».

1- GLORIA SUPREMA EN EL CIELO

¿Quién puede expresar con palabras el honor y la alegría con que María fue recibida en el Cielo? Porque cuanto mayor gracia alcanzó Ella en la tierra sobre todas las demás criaturas, tanto más obtiene también en los Cielos de gloria. Pues si «ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el hombre puede pensar lo que Dios ha preparado para los que lo aman», como dice San Pablo (1 Cor 2, 9), ¿Quién puede saber lo que Dios tiene reservado para quien lo engendró y amó más que a todos los hombres?

«¡Alabanza y gloria al Dios Altísimo, que te ha concedido, oh María, mayor gracia que a todas las hijas de los hombres que jamás han existido en el mundo!» —exclama el piadoso autor de la Imitación de Cristo, añadiendo: «Y al instante colocó tu asiento junto al trono de tu Hijo en el Reino de los Cielos, en el lugar más eminente, por encima de todos los coros de Ángeles y santos que había preparado para Ti, con exquisita belleza, desde toda la eternidad».

2. ESPLENDER SUPERIOR A DE TODAS LAS ESTRELLAS DEL UNIVERSO

El día de su Asunción, el esplendor de María superó al del mismo sol y a las demás estrellas del firmamento. Habiendo superado a los patriarcas en la firmeza de su fe, a los profetas en la contemplación de las cosas divinas, a los apóstoles en su celo por la honra de Dios y el bien de las almas, a los mártires en la virtud de la fortaleza, a los santos padres en sabiduría, a los confesores en paciencia y mansedumbre, a las vírgenes en pureza, y a todos en santidad, habiendo correspondido a la gracia en grado eminente y practicado todas las virtudes más preciosas, el día de su Asunción, apareció con un vestido bordado en oro, adornada con diversos ornamentos, sentada a la diestra del Altísimo y coronada Reina de todos los santos.


Preguntémonos, pues, si alimentamos en nuestros corazones la inmensa alegría de ser hijos y devotos de esta augusta Reina, exaltada por Dios a la más alta gloria en el Cielo y merecedora de todo nuestro amor y de nuestras fervorosas alabanzas.

II – CONSOLACIÓN Y ESPERANZA NUESTRA

La creencia en la Asunción de la Virgen ha sido un aspecto relevante de la devoción a la Madre de Jesús desde los inicios del Cristianismo. Por lo tanto, forma parte de la piedad de los cristianos de todos los tiempos.
¿Y qué nos enseña esta verdad a cada uno de nosotros en nuestra existencia en este mundo?

1.Dios nos espera en el Cielo

Según el Papa Benedicto XVI, la Asunción de María nos revela que Dios, en efecto, nos ha preparado varias moradas en su mansión eterna. El Papa afirma que, en el misterio de la Asunción, la fe, la esperanza y la caridad se conjugan para darnos la certeza de que nos espera una existencia gloriosa más allá de las dificultades y luchas de esta vida terrena.


Por lo tanto, no podemos dudar de una cosa: así como Dios recibió a María en cuerpo y alma en el Cielo, también nos espera a todos para acogernos en su Casa. No caminamos en el vacío; somos esperados. Dios nos espera, y al llegar al Paraíso, encontraremos la insondable bondad de la Madre; encontraremos a nuestros seres queridos y, sobre todo a Él, el Amor eterno. Dios nos espera: ésta es la gran alegría y esperanza que nacen precisamente de la fiesta de la Asunción de María.

2. Madre atenta a las necesidades de sus hijos

Sí, la Virgen asunta al Cielo es la alegría de nuestras vidas y la esperanza de nuestra alegría eterna. Meditar sobre este privilegio de María Santísima hace que la veamos como la aurora y el esplendor de la Iglesia triunfante, y también como el consuelo y la esperanza para quienes caminan por este mundo. Acudiendo a Ella, no nos desviaremos de los caminos que nos llevan al Cielo.

Miremos, pues, nuestra vida cotidiana y preguntémonos si hemos aprovechado bien el tiempo que Dios nos ofrece en esta vida para caminar según sus preceptos, beneficiándonos de sus gracias y atendiendo a su llamada a caminar por el mundo llenos de la esperanza del Cielo, al que llegaremos por la intercesión materna de María.

III – GRANDEZA QUE DESCIENDE HASTA NOSOTROS

Tengamos siempre presente, por tanto, que María Asunta al Cielo es la puerta por la que un día accederemos a la gloria eterna. Y, por ello, debemos acudir siempre a Ella con pleno amor y plena confianza. Confianza, sí, porque María, siendo la más alta y eminente de todas las criaturas, es también la más benigna, la más misericordiosa, la más afable y la que más se acerca a nosotros.

1. Toda Ella concebida para socorrernos

La grandeza de la Virgen es tan inmensa que llena todos los espacios, por vastos que sean, que se extienden desde Ella hasta el último de nosotros. Aunque entronizada en los Cielos más altos, Ella es la más accesible a nosotros, la más dispuesta a escucharnos y perdonarnos. Podemos y debemos tener plena confianza en su amor incansable por los exiliados hijos de Eva.

Desde su excelso trono de gloria, María nos contempla con mirada maternal y nos dice: «Vivo en lo alto, para enriquecer a quienes me aman y colmarlos de tesoros». Por eso, desde su Asunción al Cielo, los cristianos han comenzado a recurrir a María de forma constante e ininterrumpida. Y, como afirma San Bernardo, nunca se ha oído decir que alguien se haya dirigido con confianza a Ella, nuestra piadosa Madre, haya quedado sin recibir respuesta. Por eso, cada siglo, año, día y momento está marcado en la historia por algún favor concedido a quienes la invocan con fe.

2. Dios puso el cetro de la misericordia en las manos de María

Dios, que tanto exaltó a María en el Cielo, quiso que su glorificación también tuviera su esplendor en la tierra. Puso en sus manos el cetro de la misericordia, las llaves de la beneficencia. Y desde entonces, todos los favores y todas las misericordias llegan a la humanidad a través de María. Por Ella, se alcanzó la gloria para el Cielo, la paz para la tierra, la fe para el pueblo, una regla de vida y disciplina para las costumbres. Por ella, los valles se regocijan, los desiertos florecen, los campos se cubren de nuevo verdor y las lágrimas de los desdichados se transforman en sonrisas. Así como no hay pueblo donde no se erija un altar a la gloria de María, tampoco hay pueblo donde no se hable de gracias extraordinarias y milagrosas, obtenidas mediante el benévolo patrocinio de la Virgen. Por ello, los santos nos animan a depositar toda nuestra confianza y fe en María, sin olvidar jamás que Ella ascendió al Cielo para mejor ayudarnos y servirnos, como Reina y, sobre todo, como Madre.

CONCLUSIÓN

Elevada a la gloria del Cielo en cuerpo y alma, Nuestra Señora es la Reina sentada junto al trono del Rey Eterno, Jesucristo, su Divino Hijo, siempre dispuesta a interceder por todos y cada uno de nosotros. Más cerca del tesoro de gracias que Dios tiene para concedernos, Ella une los Cielos y la tierra, derramando sobre nosotros todas las misericordias y favores celestiales que necesitamos en nuestra peregrinación por este mundo.


Por lo tanto, al final de esta meditación, volvámonos con confianza a la gloriosa Virgen Asunta al Cielo y pidámosle que nos socorra con su bondad y nos ayude en cada momento de nuestra vida.


De manera especial, que nos ayude a crecer en el amor a Dios, en la devoción a Ella y en la práctica de la virtud, para que alcancemos la santidad a la que hemos sido llamados y, un día, disfrutemos de su presencia en la dicha eterna. Así sea.


Dios te salve, Reina y Madre de misericordia…

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Los Caballeros de la Virgen

“Caballeros de la Virgen” es una Fundación de inspiración católica que tiene como objetivo promover y difundir la devoción a la Santísima Virgen María y colaborar con la “La Nueva Evangelización” , la cual consiste en atraer los numerosos católicos no practicantes a una mayor comunión eclesial, la frecuencia de los sacramentos, la vida de piedad y a vivir la caridad cristiana en todos sus aspectos. Como la Iglesia Católica siempre lo ha enseñado, el principal medio utilizado es la vida de oración y la piedad, en particular la Devoción a Jesús en la Eucaristía y a su madre, la Santísima Virgen María, mediadora de las gracias divinas. Sus miembros llevan una intensa vida de oración individual y comunitaria y en ella se forman sus jóvenes aspirantes.

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