Meditación Primer Sábado del mes de agosto de 2024. LA TRANSFIGURACIÓN DE NUESTRO SEÑOR

Publicado el 08/02/2024

Museo del Prado – Madrid, España

 Introducción:

En nuestra devoción del Primer Sábado meditaremos el 4º Misterio Luminoso: La Transfiguración de Nuestro Señor Jesucristo en el Monte Tabor. En el episodio de la Transfiguración, Jesús deja transparecer de su interior el esplendor de su divinidad que, habitualmente escondía bajo su naturaleza humana. Con esta luminosa manifestación, el Divino Maestro levanta el velo del premio de una eternidad gloriosa que espera a los que son fieles hasta el fin.

 Composición de lugar:

Imaginemos un lindo y elevado monte en Tierra Santa, cubierto de espesa vegetación. En la cima, vemos a los tres Apóstoles en actitud de admiración, mirando una luz resplandeciente que reluce arriba de sus cabezas. En el medio de esa luz, vislumbramos la figura divina del Redentor, ladeado por dos profetas, Moisés y Elías.

 Oración preparatoria:

Oh, Santísima Virgen de Fátima, Madre nuestra, que has compartes la gloria de la Transfiguración eterna con Cristo, alcanzadnos las gracias necesaria para meditar con provecho este 4º Misterio Luminoso, recogiendo de él todos los frutos de santificación que nos ofrece. Así sea.

Evangelio de San Lucas, (9,28-36)

28 Unos ocho días después de estas palabras, tomó a Pedro, a Juan y a Santiago y subió a lo alto del monte para orar. 29 Y, mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió y sus vestidos brillaban de resplandor. 30 De repente, dos hombres conversaban con él: eran Moisés y Elías, 31 que, apareciendo con gloria, hablaban de su éxodo, que él iba a consumar en Jerusalén. 32 Pedro y sus compañeros se caían de sueño, pero se espabilaron y vieron su gloria y a los dos hombres que estaban con él. 33 Mientras estos se alejaban de él, dijo Pedro a Jesús: «Maestro, ¡qué bueno es que estemos aquí! Haremos tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías». No sabía lo que decía. 34 Todavía estaba diciendo esto, cuando llegó una nube que los cubrió con su sombra. Se llenaron de temor al entrar en la nube. 35 Y una voz desde la nube decía: «Este es mi Hijo, el Elegido, escuchadlo». 36 Después de oírse la voz, se encontró Jesús solo. Ellos guardaron silencio y, por aquellos días, no contaron a nadie nada de lo que habían visto.”

Transfiguración – Iglesia de San Pedro – Bordeaux – Francia

I – JESÚS MANIFIESTA SU GLORIA EN EL TABOR

Jesús reveló en el monte Tabor un pequeño fulgor de la plenitud del resplandor de la gloria que le es propia. ¿Cómo interpretar este hecho sublime? ¿Qué relación puede tener con nosotros, dos mil años después? De hecho, este pasaje se presta a múltiples profundizaciones, con implicancias útiles para nuestra vida espiritual. Por ello, la exclamación de San Pedro tiene toda razón de ser: “Maestro, ¡qué bueno es que estemos aquí! Haremos tres tiendas…”

1 – Una centella de lo que asistiremos en el Cielo

Cristo quiso desvelar su gloria ‘mientras rezaba’. Lección para nosotros, que tantas veces damos poca importancia a la oración, para dar la primacía a las ocupaciones concretas del día a día. La oración hace nuestra alma celestial, y por esto, es necesario nunca dejar de rezar.

¿Cómo entender el fulgor manifestado por Jesús en esa ocasión?

Jesús quiso mostrarnos una centella de lo que asistiremos en el Cielo. En efecto, era imposible a Pedro, Juan y Santiago contemplar la divinidad de Nuestro Señor con la visión de los ojos por ser en esta tierra, una realidad fuera del alcance de la naturaleza humana. Esa visión sólo nos será dada en el Cielo, con la mirada del alma. Pero, en el momento de la Transfiguración, ellos alcanzaron a ver aquello que puede ver el ojo humano, esto es, el resplandor exterior del Cuerpo sagrado de Jesús.

La gloria del Cuerpo era únicamente un reflejo de la gloria del Alma, muchísimo más esplendorosa.

2 – Una inmensa gracia, reservado también para nosotros

La reacción de Pedro comprueba como le era difícil no expresar por palabras todo cuanto sucedía alrededor de él. Lo que él dijo tenía razón de ser, pues reflejaba el deseo de perpetuar aquella situación de felicidad paradisíaca.

Los Apóstoles estaban extasiados por las maravillas nunca vistas, pero al mismo tiempo tenían miedo (cf. Mt 9, 5-6), pues conservaban algún apego a muchos principios que no correspondían a lo que se desarrollaba delante de sí.

Lo que está reservado para cada uno de nosotros, si morimos en amistad con Dios, ellos vieron en ese instante anticipadamente una realidad que sólo la fe anuncia. Es decir, el esplendor que tendrá un cuerpo glorioso en la eternidad.

Todo esto era acompañado de gracias inmensas, porque si Nuestro Señor se transfigurase sin proporcionarles un auxilio sobrenatural especialmente sensible, serviría de poco o nada. La mera razón sería incapaz de sustentarlos.

II – DIOS NOS AMA COMO A SU HIJO ÚNICO

Nuestro Señor Jesucristo es la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, Dios Hijo, el único Hijo generado por el Padre. Nosotros también estamos incluidos en esa filiación, ya que somos hijos adoptivos de Dios por el Bautismo y, por tanto, somos hermanos de Jesús, somos parte de la familia divina.

La gloria de Cristo revelada en el Tabor fue una anticipación de la misma gloria que tendremos en la eternidad, si correspondemos a esa filiación. Para ello, debemos siempre escuchar lo que Él dice, porque “uno solo es vuestro Maestro, el Mesías” (Mt 23,10)

1 – Debemos estar a la altura de la condición de “elegidos”

En “el Elegido” el Padre colocó todo lo que podía, es decir, el infinito de la Bondad, de la Verdad y de la Belleza. También a nosotros, que somos sus elegidos, nos concede dones incalculables en el Bautismo y en todos los Sacramentos. Por amor, nos infunde el bien que existe en nosotros. Ser amado de Dios es un privilegio extraordinario que debemos cuidar celosamente, apartándonos del pecado y, si tuvimos la infelicidad de perder el estado de gracia, debemos recuperar inmediatamente la amistad con Dios, siguiendo los caminos del arrepentimiento, que nos acercan al tribunal misericordioso de la Confesión.

III – JESÚS SE TRANSFIGURÓ PARA CADA UNO DE NOSOTROS

Transfiguración – Giovanni Antonio de Sacchis – Pinacoteca de Brera – Milán – Italia

Consideremos también que, cuando Jesús se transfigura ante los Apóstoles, lo hace también ante cada uno de nosotros, porque la celebración litúrgica de aquel acontecimiento permite beneficiarnos de la efusión de gracias que tuvo lugar hace más de dos mil años en el Tabor.

1 – Todos bautizado tiene sus momentos de Tabor

De hecho, participamos del mismo encanto de San Pedro, de San Juan y de Santiago. Y a distancia entendemos –quizás mejor que los Apóstoles presentes– el mensaje que el Divino Maestro quiere trasmitir para nuestro bien.

Todo bautizado, cuando sigue con fidelidad los pasos de Jesús, tiene en su vida espiritual momentos de Tabor, en los cuales ve con particular clareza el esplendor de Nuestro Señor Jesucristo. Es la hora de la Transfiguración.

Puede ser en una celebración litúrgica, al recibir la Eucaristía, durante una confesión, cuando hace una oración particularmente ferviente o hasta incluso en una circunstancia inesperada de la vida diaria. Es el Espíritu Santo quien elige la ocasión para favorecer al alma con gracias místicas.

El recuerdo de estas inefables consolaciones debe ser guardadas con esmero en la memoria, como quien pega en un álbum las fotografías de los mejores episodios de la vida, para luego revivir la felicidad de esos instantes únicos.

2 – Cristo está más cerca de nosotros cuando sufrimos

También, en sentido contrario, el buen católico tiene, a lo largo de su caminar terreno, sus Viernes Santos. Es entonces cuando más se asemeja al Salvador. Serán simples dificultades, puede ser una enfermedad dolorosa, problemas familiares, reveses financieros, dramas, desilusiones, decepciones o tragedias que nunca faltan… Parece entonces que hemos sido abandonados por Dios, que no oye nuestra oración, nuestro grito de angustia y somos tentados contra la fe, vacilamos, dudamos. Jesús da la impresión de estar distante. ¡Pero no! Él está más cerca de nosotros, aunque no sintamos su presencia a nuestro lado. Debemos, por tanto, hacer un pequeño esfuerzo, que ni cansa y ni da trabajo, para recordar nuestros momentos de transfiguración, en los que percibimos más intensamente su ayuda, su amor de Padre y su solicitud de Pastor hacia nosotros.

3 – La esperanza del Cielo es aliento para afrontar las cruces cotidianas

Este simple recuerdo nos fortalecerá en la fe, podrá reavivar los consuelos con los cuales fuimos favorecidos en el paso y nos ayudará a atravesar los períodos de aridez o las probaciones y tribulaciones de la existencia. La esperanza de un premio eterno es un valioso estímulo para llevar cada día la cruz con resignación cristiana, de la misma forma que los tres Apóstoles tuvieron más valentía durante la Pasión por haber presenciado la Transfiguración.

Sepamos valorar estos destellos del Tabor, ya que son la clave de nuestra vida espiritual, el cimiento de nuestra perseverancia.

SÚPLICA FINAL

En los períodos de prueba, refugiémonos junto al Santísimo Sacramento y recurramos constantemente a Nuestra Señora, invocándola por medio de la recitación del Santo Rosario, seguros de que, una vez superados los sufrimientos de esta vida, renacerá para nosotros con mayor esplendor el sol de la eterna consolación espiritual.

Desde ya digamos a María, con entera confianza filial:

Dios te salve, Reina y Madre…

Referencias bibliográficas

Basado en:

MONSENHOR JOÃO CLÁ DIAS, Comentário ao Evangelho da Festa da transfiguração do Senhor, Revista Arautos do Evangelho nº 248, agosto de 2022

 

 

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