Meditación Primer Sábado del mes de febrero. La Presentación del Niño Jesús en el Templo

Publicado el 02/05/2021

Atendiendo al pedido de Nuestra Señora en Fátima, hagamos nuestra devoción del Primer Sábado, para reparar las ofensas cometidas contra el Inmaculado Corazón de María. Meditemos hoy el 4º Misterio Gozoso: “La Presentación del Niño Jesús en el Templo y la Purificación de María Santísima”. Cuarenta días después de su nacimiento, el Niño Jesús es llevado al Templo de Jerusalén por María y José, y allí es ofrecido al Padre Eterno en nombre de todo el género humano, como el Cordero sin mancha que vino a quitar los pecados del mundo y a iluminar los caminos de las naciones.

Composición de lugar:

Imaginemos a Nuestra Señora acompañada de San José, llevando el Niño Jesús en brazos y entrando en el Templo de Jerusalén. San José lleva una cesta con dos palomitas. Los santos esposos entre altas y gruesas columnas – atraviesan las amplias construcciones del templo hasta llegar al lugar donde un anciano sacerdote – el santo Simeón – los espera para recibir en sus brazos al pequeño Redentor y presentarlo a Dios.

Oración preparatoria:

Oh, Reina de Fátima, vamos a meditar juntos este misterio de la Presentación de vuestro Divino Hijo y vuestra Purificación en el Templo, y suplicamos vuestra intercesión para alcanzar las gracias necesarias para realizar bien este piadoso ejercicio. Haced con que podamos ser dignos de los méritos que el Niño Jesús nos conquistó con su presentación en el Templo, inicio del sacrificio redentor que consumaría por nosotros en lo alto del Calvario. Así sea.

Evangelio de San Lucas (2, 22-35)

Cuando se cumplieron los días de su purificación, según la ley de Moisés, lo llevaron a Jerusalén para presentarlo al Señor, de acuerdo con lo escrito en la ley del Señor: «Todo varón primogénito será consagrado al Señor», y para entregar la oblación, como dice la ley del Señor: «un par de tórtolas o dos pichones».

 Había entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre justo y piadoso, que aguardaba el consuelo de Israel; y el Espíritu Santo estaba con él.  Le había sido revelado por el Espíritu Santo que no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor. Impulsado por el Espíritu, fue al templo. Y cuando entraban con el niño Jesús sus padres para cumplir con él lo acostumbrado según la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo:

«Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz.

 Porque mis ojos han visto a tu Salvador,

a quien has presentado ante todos los pueblos:

luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel.

Su padre y su madre estaban admirados por lo que se decía del niño. Simeón los bendijo y dijo a María, su madre:

«Este ha sido puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; y será como un signo de contradicción —y a ti misma una espada te traspasará el alma—, para que se pongan de manifiesto los pensamientos de muchos corazones».”

I- Jesús se ofrece por nuestra salvación

Cuarenta días después del nacimiento de Jesús, María y José lo llevan al Templo de Jerusalén para cumplir la ley de la purificación y de la presentación del primogénito al Señor. Según la costumbre, José llevaba una cesta con dos palomitas para la ofrenda y la Virgen María conducía a su Hijo, el Cordero de Dios, para ofrecerlo al Altísimo, prenunciando el gran sacrificio que este Hijo realizaría un día en la Cruz.

  • El ofrecimiento de María y Jesús

Contemplemos cómo María entra en el Templo y, en nombre de todo el género humano, hace la oblación de su Hijo, diciendo a Dios: “He aquí, Padre Eterno, vuestro amado unigénito, que es vuestro y también mi hijo. Yo lo ofrezco como víctima de vuestra divina justicia, para que os reconciliéis con los pecadores. Aceptadlo, oh Dios de misericordia y ten compasión de nuestras miserias. Por el amor de este Cordero inmaculado, recibid a los hombres en vuestra gracia”.

Al ofrecimiento de María se une el del propio Jesús que, por su parte, dijo al Señor: “Aquí estoy, oh Padre mío. Os consagro toda mi vida. Vos me enviasteis al mundo para redimir la humanidad con mi sangre. He aquí mi sangre y todo mi ser. Lo ofrezco todo a Vos por la salvación del mundo”.

II- Jesús se ofrece por nuestra salvación

Cuarenta días después del nacimiento de Jesús, María y José lo llevan al Templo de Jerusalén para cumplir la ley de la purificación y de la presentación del primogénito al Señor. Según la costumbre, José llevaba una cesta con dos palomitas para la ofrenda y la Virgen María conducía a su Hijo, el Cordero de Dios, para ofrecerlo al Altísimo, prenunciando el gran sacrificio que este Hijo realizaría un día en la Cruz.

  • Ofrezcamos a Jesús nuestro deseo de santidad

He aquí una lección que podemos sacar de este Misterio: si Jesús ofreció su vida por nosotros al Padre, es de justicia que también nosotros le ofrezcamos la nuestra y todo nuestro ser. Es lo que desea Jesús de nosotros, como le indicó a Santa Ángela de Foligno, cuando le dijo: “Yo me ofrecí por ti, a fin de que tú te ofrezcas toda a mí”. Ofrezcamos entonces a Dios, por los ruegos de María Santísima, nuestro deseo de ser santos, renunciando a nuestros apegos terrenos y a nuestras malas inclinaciones, combatiendo nuestros defectos y debilidades.

Pidamos a Nuestra Señora que nos alcance la gracia de presentar a Dios un corazón contrito, humillado y purificado.

II – La purificación de María, ejemplo para nosotros

Ni Jesús, ni María estaban obligados a cumplir las leyes de la presentación y de la purificación. Sin embargo, Ellos obedecieron porque tenían devoción a la ley de Dios y para enseñarnos cómo debemos cumplir con perfección los Mandamientos divinos.

  • Humildad y sumisión a la voluntad de Dios

Nuestra Señora, concebida sin pecado original y llena de gracia, no tiene de qué purificarse. No obstante, se sujetó a la Purificación para darnos ejemplo de cómo debemos seguir con amor y cariño las leyes del Señor.

En cuanto a Jesús, Él es el propio Dios y no necesitaba ofrecerse a sí mismo. Pero, también lo hizo para darnos una gran lección de humildad y sumisión a la voluntad del Padre Eterno.

Cabe a nosotros seguir el luminoso ejemplo de María y Jesús: tomemos en serio las leyes divinas, pues si las leyes de los hombres deber ser cumplidas con exactitud, aún con mayor rigor deben ser observadas las de Dios.

  • Nuestra Corredentora

Consideremos lo que el gran santo Simeón profetizó con respecto a Nuestra Señora, cuando le dijo que una espada atravesaría su Inmaculado Corazón de Madre. Se refería a los dolores que María sufriría en la Pasión de Cristo.

Ella es la Corredentora del género humano y sabía todo lo que debería sufrir – en unión con su Divino Hijo – para la salvación del mundo. Ella es la Reina de los Mártires y, desde la Anunciación, sufriría con Cristo, por Cristo y en Cristo.

He aquí otra gran lección que Nuestra Señora nos ofrece en este 4º Misterio de Gozo, invitándonos a dar un carácter de holocausto a los dolores que nos fueren permitidos por la Providencia a lo largo de nuestra vida. Amemos las cruces que nos corresponden, uniéndonos a Jesús y a María en esta escena de la Presentación.

III – Luz que ilumina nuestros caminos

El ofrecimiento del Niño Jesús al Padre Eterno se hizo oficial cuando Simeón, representante del pueblo judío, tomó al Redentor en sus brazos y lo ofreció, diciendo: “Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz.  Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel”.

• Dios se complace en los corazones humildes

Delante de esta escena inmortalizada en el Evangelio, un santo autor comenta que Nuestro Señor Jesucristo no solo se ofrece aquí como ofrenda al Padre Eterno, sino también, hoy es entregado por las manos de la Virgen en los brazos de la Iglesia y de todas las almas fieles, cuyo agente era San Simeón, que representa a la Iglesia.

María nos dio lo mejor que poseía para nuestro remedio, que era este celestial tesoro. Y nos lo entrega por los brazos de Simeón, hombre humilde y temeroso del Señor, que esperaba ansioso la salvación de Israel.

Aprendamos, pues, en la escuela del Niño Jesús, cómo, siendo Dios tan elevado, le agradan los corazones humildes en el Cielo y en la Tierra. 

  •  Sigamos a Jesús en su entrega al Padre

La presentación de Jesús es el modelo de la donación de todos los llamados a seguirle, con una entrega fervorosa al amor y al servicio de Dios por encima de todas las cosas. La vocación del cristiano se realiza en la dedicación constante de su existencia en las manos del Padre, bajo el amparo de María Santísima, conformándose siempre con la voluntad y los designios divinos a su respecto.

Pensemos, entonces, en la importancia del plano de Dios para cada uno de nosotros, en nuestras respectivas vidas: ¿Identificamos y comprendemos esa voluntad divina que nos toca de cerca? ¿Conformamos a ella nuestros deseos y nuestra voluntad, o dejamos que nuestros intereses personales la contraríen, dictando el rumbo de nuestra existencia?

  •  Más afortunados que el Santo Simeón

Así como fue dada la promesa al profeta Simeón de ver el Verbo Encarnado, también a nosotros fue hecha la promesa de ver a Jesús. Para que eso suceda, es necesario imitar a Simeón: ser justo y confiar en la misericordia de Dios en medio de nuestras pruebas.

Sin embargo, nosotros recibimos más que Simeón, pues en la hora de la Comunión nuestra unión con Cristo es mucho más íntima que el encuentro que el santo sacerdote tuvo con Él en el Templo de Jerusalén.

Consideremos, entonces, cómo han sido nuestras Comuniones: ¿con qué frecuencia nos aproximamos a Jesús Eucaristía y con que disposición de alma lo recibimos?

Que San Simeón nos obtenga la gracia de comulgar diariamente como él mismo hubiese gustado de hacerlo.

Conclusión

Al terminar esta meditación, volvámonos hacia la Virgen Santísima de Fátima, teniendo presente que Ella, nuestra Madre Celestial, ofreció a su Divino Hijo en el Templo por nuestra salvación. Con toda confianza, pidámosle que también presente a Dios nuestra alma y nuestro corazón, purificándonos de todas nuestras imperfecciones y miserias, haciéndonos dignos de adorar y contemplar al Señor por toda la eternidad, junto con Ella y el glorioso San José.

Colocando nuestra esperanza en la materna e infalible protección de María, recemos: 

Dios te salve, Reina y Madre…                                      

Referencias bibliográficas:

SAN ALFONSO DE LIGORIO, Meditaciones, Vol. I, Editora Herder y Cia., Friburgo, Alemania, 1922.

MONSEÑOR JOÃO CLÁ DIAS, Comentario al Evangelio de la Fiesta de la Presentación, in Lo inédito sobre los Evangelios, Vol. 7, pp. 32-41.

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