Meditación Primer Sábado del mes de Junio 2025. Tercer misterio glorioso- LA VENIDA DEL ESPÍRITU SANTO SOBRE LA VIRGEN MARÍA Y LOS APÓSTOLES.

Publicado el 06/06/2025

Nuestra vida iluminada por el Espíritu Divino 

Basílica del Voto Nacional – Quito – Ecuador

Introducción

Comencemos nuestra devoción del Primer Sábado meditando sobre el tercer misterio glorioso: La venida del Espíritu Santo.

Antes de partir de este mundo, Nuestro Señor Jesucristo prometió repetidamente a sus discípulos que, al regresar al Cielo, pediría al Padre que les enviara el Consolador, el Espíritu de la Verdad, que permanecería con ellos para siempre.

En esta meditación contemplaremos el cumplimiento de esta promesa divina, que se extiende a todos los bautizados y confirmados en la Fe católica.

Composición de lugar

Imaginemos el Cenáculo, el mismo donde se celebró la Última Cena. La Virgen María, los Apóstoles y algunos discípulos están reunidos en oración. De repente, se oye un gran ruido, similar a un viento fuerte, y toda la sala se ilumina con varias llamas que se posan sobre las cabezas de cada uno de los presentes. Los rostros radiantes de Nuestra Señora y los demás nos revelan que han sido visitados por el Espíritu Santo.  

Oración Preparatoria

¡Oh Madre y Reina de Fátima, Esposa fidelísima del Espíritu Santo! Juntos meditaremos el glorioso misterio del descenso de tu Divino Esposo al Cenáculo, donde también estabas presente, junto con los Apóstoles y discípulos del Señor. Con humildad y confianza te suplicamos que, por los frutos de esta meditación, también nos beneficiemos de las gracias y dones que recibiste en ese glorioso momento del Paráclito enviado por tu adorable Hijo Jesús. Amén.  

Hechos de los Apóstoles (2, 1-5)

Al cumplirse el día de Pentecostés, estaban todos juntos en el mismo lugar. De repente, se produjo desde el cielo un estruendo, como de viento que soplaba fuertemente, y llenó toda la casa donde se encontraban sentados. Vieron aparecer unas lenguas, como llamaradas, que se dividían, posándose encima de cada uno de ellos. Se llenaron todos del Espíritu Santo y empezaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía manifestarse. Residían entonces en Jerusalén judíos devotos venidos de todos los pueblos que hay bajo el cielo.  

I – AMOR A DIOS Y ORACIÓN PERSEVERANTE

Según el evangelista San Lucas (autor también de los Hechos de los Apóstoles) el día en que los judíos celebraban la fiesta de Pentecostés, los discípulos del Señor estaban reunidos en el Cenáculo, junto con Nuestra Señora. De repente, oyeron el sonido de un fuerte viento y al instante fueron llenados del Espíritu Santo, que descendió sobre ellos.

   1- EN ESTE MISTERIO, DIOS MANIFIESTA SU AMOR INFINITO POR NOSOTROS

Consideremos aquí el amor que Dios nos ha mostrado en tan sublime misterio, pues en el Sacramento de la Confirmación recibimos el mismo Espíritu Santo, el Consolador que María Santísima y los discípulos recibieron en el Cenáculo de manera tan abundante y admirable. El Padre Eterno, no satisfecho con habernos dado a su divino Hijo, quiso también darnos el Espíritu Santo, para que habitara siempre en nuestras almas y preservara en ellas el fuego sagrado de su amor.  

El Espíritu Santo descendió al Cenáculo en forma de lengua de fuego para enseñarnos que, por amor a los hombres, asumió el oficio de dirigir las lenguas de los apóstoles y sus sucesores en la predicación del Evangelio. También se apareció en forma de llamas para significar que iluminará los espíritus, purificará los corazones y estimulará la voluntad de todos los fieles, para que trabajen por su propia santificación y la de los demás. ¡Qué gran amor el de la Santísima Trinidad!

Pero amor con amor se paga. Ya que en este misterio de Pentecostés toda la Santísima Trinidad se esforzó por revelar el amor que Dios nos tiene, es justo que lo amemos con todas nuestras fuerzas. Reflexionemos sobre cómo hemos crecido, o no, en nuestro amor a Dios sobre todas las cosas y oremos al Espíritu Santo para que reavive la llama sagrada de este amor en nuestros corazones. 

   2. CON MARÍA, PERSEVERANCIA EM LA ORACIÓN

En este misterio de Pentecostés, vemos cómo los Apóstoles conocieron el valor de la oración. Mediante ella se prepararon para recibir el Espíritu Santo. Y perseveraron unánimes, es decir, estaban de acuerdo y, además, unidos, porque la oración de varias personas unidas por el amor a Jesucristo y por Él tiene esta promesa: «Donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy Yo en medio de ellos» (Mt 18, 20). Estaban en conmemoración, una excelente manera de prepararse para grandes acontecimientos, siguiendo el ejemplo del propio Jesús, quien pasó cuarenta días en el desierto antes de comenzar su vida pública. Además, un punto fundamental: oraron con María.

Ésta es la condición indispensable para recibir las gracias del Espíritu Santo. Como Esposa suya, Nuestra Señora debió pedirle que descendiera sobre los Apóstoles. Al reunirse con la Santísima Virgen, obtuvieron gracias que liberaron sus almas de los últimos obstáculos para beneficiarse de Pentecostés.

II – MISIÓN EVANGELIZADORA

En este misterio también vemos a los Apóstoles, según sus respectivas misiones, inundados de dones especiales. Recordaron entonces, con amor y comprensión, todo lo que el Maestro les había enseñado, y estaban listos para recorrer el mundo predicando la Buena Nueva.

   1. Inicio de la misión universal de la Iglesia

Hasta aquel bendito día en el Cenáculo, la Iglesia se encontraba aún en un estado casi embrionario, reunida en torno a Nuestra Señora. La figura de María destaca en este escenario, pues, así como había sido elegida para el don insuperable de la maternidad divina, ahora le correspondía convertirse en la Madre del Cuerpo Místico de Cristo y, al igual que en la Encarnación del Verbo, el Espíritu Santo descendió sobre Ella, mediante una nueva y riquísima efusión de gracias, para adornarla con virtudes y dones propios y proclamarla Madre de la Iglesia.

Bajo el manto de la Santísima Virgen y bajo la dirección de Pedro, los Apóstoles se convirtieron en la primera escuela de heraldos del Evangelio, proclamando las enseñanzas de Cristo al mundo entero. Tan solo ese día, pocas horas después de la venida del Espíritu Santo, tres mil personas fueron bautizadas. Éste fue el comienzo de un apostolado que se multiplicaría con los milagros que obrarían los Apóstoles. Pronto extenderían la evangelización por todo el mundo antiguo, y llegaría el momento en que todo el Imperio romano sería cristianizado.

   2. La llamada a la evangelización también se dirige a nosotros

Así como recibimos el Espíritu Santo mismo en nuestra Confirmación en la Fe, siguiendo el ejemplo de los Apóstoles en el Cenáculo, la llamada a evangelizar a nuestro prójimo también se dirige a nosotros. Como afirmó el Papa San Juan Pablo II, «hace falta reavivar en nosotros el impulso de los orígenes, dejándonos impregnar por el ardor de la predicación apostólica después de Pentecostés. Hemos de revivir en nosotros el sentimiento apremiante de Pablo, que exclamaba: “¡Ay de mí si no anuncio el Evangelio!” (1 Cor 9, 16)».

En otras palabras, si somos auténticos hijos de la Iglesia, debemos acoger el mensaje que nos trae el misterio de Pentecostés y tener un amor inmenso por ella, que se traduce en un vivo interés por todo lo que le concierne, en la oración y en las obras de apostolado. Si los católicos somos así, todos los males que afligen al mundo de hoy serán superados. Como los Apóstoles, perseveremos con María Santísima en la oración, pidiendo que el Espíritu de Caridad nos infunda el amor que los animó a ellos.

III – EL ESPÍRITU SANTO EN NUESTRA VIDA

Un punto fundamental de esta meditación es considerar la importancia del Espíritu Santo en nuestra vida diaria.

   1. Sin el Espíritu Santo, la Iglesia Católica se marchitaría.

Para comprender esta importancia, pensemos en qué habría sido de la Iglesia si el Paráclito no hubiera descendido sobre los Apóstoles. Durante la Pasión, abandonaron al Maestro, desaparecieron y huyeron (cf. Mt 26, 56; Mc 14, 50). Tras la Muerte y Resurrección de Jesús, se reunieron de nuevo, deseosos de ver el establecimiento del Reino de Israel sobre todos los pueblos (cf. Hch 1, 6), y no del Reino de los Cielos que el Señor había predicado. Así es la naturaleza humana, incapaz, por sí misma, de actos sobrenaturales. A menudo pensamos que los santos fueron personas de una voluntad extraordinaria, gracias a la cual superaron obstáculos hasta alcanzar la corona de la justicia. Ahora bien, nadie, por muy hábil que sea, alcanza la perfección con su propio esfuerzo; sólo practicará las virtudes de forma estable si cuenta con la asistencia del Espíritu Santo. Es Él quien santifica a toda la Iglesia, como sucedió aquella mañana cuando el viento irrumpió en la casa donde se encontraban y unas lenguas de fuego se posaron sobre las cabezas de los doce y sus compañeros: de temerosos, se convirtieron en héroes.

   2. Implorar la ayuda del Espíritu Santo en todo momento

Los católicos tenemos el don incomparable de pertenecer al Cuerpo Místico de Cristo y también de recibir el Espíritu Santo a través de los Sacramentos del Bautismo y, sobre todo, de la Confirmación. En su oración oficial, la Iglesia implora que se derramen «ahora» abundantemente en los corazones de los fieles de todo el mundo las gracias concedidas en aquella ocasión a Nuestra Señora, a los Apóstoles y a los discípulos.

La humanidad tiene una necesidad vital de esta efusión del Divino Espíritu Santo. Y por eso nos reunimos ardientemente en torno al altar para pedir a María, Madre de la Iglesia, que obtenga de su Divino Esposo gracias de un fervor más ardiente, un consuelo más profundo, un piedad más firme y auténtica y una gran fortaleza para afrontar todos los males. Desde el momento en que nos despertamos, debemos pedir su intervención en nuestras actividades diarias. ¡Nada puede derribar a quienes están llenos del Espíritu Santo!

Aunque estemos sujetos a las pruebas de la vida diaria, con sus decepciones, desilusiones y traumas en las relaciones cotidianas, a veces incluso en nuestra propia familia, debemos estar seguros de que la solución a todas nuestras angustias y perturbaciones reside en la luz del Espíritu Santo. Si vivimos en este mundo según el Espíritu y no según la carne, comprenderemos la insignificancia de todos los tormentos que nos asaltan, reflexionando con esperanza en el prodigio de la resurrección, cuando recuperaremos nuestra propia carne, finalmente gloriosa y transformada.

CONCLUSIÓN

 Al final de esta meditación, renovemos nuestra consagración al Divino Espíritu Santo, rogándole que nos guíe y proteja. ¡Deseemos ardientemente compartir la misma alegría que inundó a los Apóstoles cuando recibieron Pentecostés en el Cenáculo! Por las oraciones de María Santísima, gloriosa Reina de Fátima, pidamos que esta voluntad de llevar el Reino de Cristo hasta los confines del mundo se verifique también en nuestros días, y que el fuego sagrado del Divino Espíritu se extienda por todas partes, infundiendo nueva vida en la Santa Iglesia y renovando la faz de la tierra.

Recemos con fervor el Veni Creator, por la intercesión de María:

Ven, Espíritu Creador, visita las almas de tus fieles llena con tu divina gracia, los corazones que creaste.

Tú, a quien llamamos Paráclito, don de Dios Altísimo, fuente viva, fuego, caridad y espiritual unción.

Tú derramas sobre nosotros los siete dones; Tú, dedo de la diestra del Padre; Tú, fiel promesa del Padre; que inspiras nuestras palabras.

Ilumina nuestros sentidos; infunde tu amor en nuestros corazones;

y, con tu perpetuo auxilio, fortalece la debilidad de nuestro cuerpo.

Aleja de nosotros al enemigo, danos pronto la paz, sé nuestro director y nuestro guía, para que evitemos todo mal.

Por Ti conozcamos al Padre, al Hijo revélanos también; Creamos en Ti, su Espíritu, por los siglos de los siglos. Gloria a Dios Padre, y al Hijo que resucitó, y al Espíritu Consolador, por los siglos de los siglos.

Amén.   

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Los Caballeros de la Virgen

“Caballeros de la Virgen” es una Fundación de inspiración católica que tiene como objetivo promover y difundir la devoción a la Santísima Virgen María y colaborar con la “La Nueva Evangelización” , la cual consiste en atraer los numerosos católicos no practicantes a una mayor comunión eclesial, la frecuencia de los sacramentos, la vida de piedad y a vivir la caridad cristiana en todos sus aspectos. Como la Iglesia Católica siempre lo ha enseñado, el principal medio utilizado es la vida de oración y la piedad, en particular la Devoción a Jesús en la Eucaristía y a su madre, la Santísima Virgen María, mediadora de las gracias divinas. Sus miembros llevan una intensa vida de oración individual y comunitaria y en ella se forman sus jóvenes aspirantes.

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