
Mosaico de la Coronación de la Santísima Virgen, Catedral de Siena, Italia
Para cumplir con nuestra devoción de los primeros sábados y en vista de la festividad de Nuestra Señora del Rosario, meditemos hoy el quinto misterio glorioso del rosario: La Coronación de la Santísima Virgen como Reina de Cielos y tierra. Llevada a la gloria de la eterna bienaventuranza en cuerpo y alma, la Madre de Dios fue coronada solemnemente por la Santísima Trinidad como Soberana del universo entero. Desde los primeros tiempos de la Iglesia, Nuestra Señora ha sido invocada por los fieles con el título de Reina, y por Ella han sido atendidos y sostenidos con prontitud, con exquisita bondad y misericordia.
Composición de lugar
Imaginemos una grandiosa escena festiva en el Cielo, como quizás hayamos visto en grabados y pinturas: una multitud de ángeles y santos rodeando los tronos del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, y el trono donde se sienta la Santísima Virgen María. La Virgen se inclina ante la Santísima Trinidad, que le coloca sobre su cabeza una corona resplandeciente de luz, mientras todo el Cielo entona un himno de alabanza y gloria a nuestra Reina.
Oración preparatoria
Oh, Madre de Dios y gloriosa Reina de Fátima, obtén de la Santísima Trinidad —quien te exaltó sobre todas las criaturas como soberana del universo— las gracias necesarias que necesitamos para meditar bien en el misterio de tu coronación celestial. Concédenos la iluminación y la disposición para cosechar, de este piadoso ejercicio, los mejores frutos para nuestra perseverancia en la fe, nuestro crecimiento en el amor a Dios y en la devoción a Ti, con miras a nuestra santificación. Amén.
Apocalipsis (12, 1 e ss.)
«Un gran signo apareció en el cielo: una mujer vestida del sol, y la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas sobre su cabeza».
I – EXCELSA DIGNIDAD DE MADRE Y REINA
Habiendo elevado a la Santísima Virgen a la dignidad de Madre de Dios, la Iglesia con razón la honra con el glorioso título de Reina. Si el Hijo es Rey, la Madre con razón debe considerarse y llamarse Reina.
1- MATERNIDAD DIVINA
Según la tradición y la sagrada liturgia, el principal argumento en el que se basa la dignidad real de María es su maternidad divina. Desde el momento en que María aceptó el título de Madre del Verbo Eterno, afirma San Bernardino de Siena, mereció ser Reina del mundo y de todas las criaturas. Si la carne de María no fue diferente a la de Jesús, tampoco puede la Madre estar separada de la realeza del Hijo. Por lo tanto, si Jesús es Rey del universo, María es igualmente Reina del universo, y los ángeles, los hombres y todas las cosas en el Cielo y en la tierra están sujetos a ella.
2. LA CORREDENCIÓN DEL GÉNERO HUMANO
Además, añade el papa Pío XII, que María también debe proclamarse Reina por el papel único que desempeñó en la obra de la salvación de la humanidad. De hecho, cuando se consumó nuestra redención, María Santísima estuvo íntimamente asociada a Cristo, y por ello se canta con razón en la sagrada liturgia: «Santa María, Reina del Cielo y Señora del mundo, yacía traspasada de dolor al pie de la Cruz de Cristo». Por lo tanto, así como Jesús, el nuevo Adán, debe ser llamado Rey no sólo por ser el Hijo de Dios, sino también por ser nuestro Redentor, así también puede decirse que la Santísima Virgen María es Reina no sólo por ser la Madre de Dios, sino también porque, como la nueva Eva, fue asociada al nuevo Adán.
II – REALEZA DE CLEMENCIA Y DE DULZURA
Que todos sepamos, para nuestro consuelo —observa San Alfonso María de Ligorio—, que María es una Reina llena de dulzura y clemencia, siempre dispuesta a favorecernos y a hacernos el bien a nosotros, pobres pecadores.
1. Llena de misericordia y bondad
El mismo nombre de reina denota piedad y providencia hacia sus subordinados. Mientras que los tiranos gobiernan sólo pensando en sus propios intereses, los reyes buscan el bien de sus súbditos.
Por eso, en la consagración de los monarcas, se les ungía la frente con óleo, símbolo de la misericordia y la bondad que deben tener hacia su pueblo. Y así es María: Reina de misericordia, inclinada siempre a la piedad y al perdón hacia quienes acuden a Ella en sus necesidades y aflicciones.
Como afirma San Alfonso María, no debemos dejarnos intimidar por la majestad de esta Reina, porque cuanto más excelsa y santa es, más dulce y misericordiosa es con nosotros.
Y yo, ¿con qué confianza me he acercado a mi Reina y Madre? ¿He recurrido siempre a Ella en mis dificultades, seguro que seré escuchado y protegido?
2. En sus labios, siempre la ley de la clemencia
Y según otro piadoso comentarista, la Virgen nunca pronunció una sola sentencia de condena, ni siquiera contra los mayores criminales. Nunca dirigió una sola mirada de indiferencia al más pequeño de sus devotos. El cetro de la dulzura está siempre en sus manos, la diadema de la bondad en su frente y la ley de la clemencia en sus labios. Su manto real es un refugio seguro para el más pobre pecador. Sus palabras son siempre de olvido y perdón. Tan fuerte es el deseo de la Santísima Virgen de sernos útil que, si la justicia divina se declarara contra nosotros, la misericordia de María seguiría ofreciéndose para defendernos.
3. Bondad sin complicidad con el error
Sin embargo, debemos entender que la incansable clemencia y bondad de Nuestra Señora no tienen nada que ver con la complicidad con el pecado y el error. La ternura de María no consiste en la condescendencia hacia quienes han cometido el mal, sino en la disposición maternal e inquebrantable a conceder al pecador las gracias necesarias para abandonar el error y el pecado. Es en este sentido como debemos entender la clemencia de la Virgen, que, como tal, es única.
III – INVITACIÓN A LA DEVOCIÓN MARIANA
Según el papa Pío XII, la coronación de Nuestra Señora como Reina del universo es una realidad que trasciende lo terrenal, pero que a la vez penetra hasta los corazones más íntimos y los conmueve en su esencia más profunda, en lo que ellos tienen de espiritual e inmortal. ¿Qué mejor cosa pueden hacer los cristianos que dirigir su mirada hacia Aquella que se nos presenta revestida de su realeza maternal y misericordiosa?
1. Acudamos siempre a nuestra Reina
Por tanto, afirma el mismo Papa, debemos acercarnos cada vez con más confianza al trono de esta bondadosa Madre y Soberana, llena de misericordia y gracia, para pedirle ayuda en la adversidad, luz en la oscuridad, consuelo en el dolor y en las lágrimas.
Y, de igual importancia, esforcémonos por practicar la virtud y evitar el pecado, rindiendo a esta gloriosa Reina el homenaje eterno de nuestra devoción filial.
Asistamos regularmente a sus iglesias, veneremos sus imágenes, celebremos sus fiestas, llevemos siempre con nosotros el rosario y recémoslo a diario para cantar las glorias de María. Honremos su nombre tanto como sea posible, más dulce que el néctar y más precioso que cualquier piedra preciosa.
2. Imitemos las virtudes de nuestra Reina
El papa Pío XII también nos hace una elocuente invitación: «Se empeñen todos en imitar, con vigilante y diligente cuidado, en sus propias costumbres y en su propia alma, las grandes virtudes de la Reina del Cielo y nuestra Madre amantísima. Consecuencia de ello será que los cristianos, al venerar e imitar a tan gran Reina y Madre, se sientan finalmente hermanos, y, huyendo de los odios y de los desenfrenados deseos de riquezas, promuevan el amor social, respeten los derechos de los pobres y amen la paz. Que nadie, por lo tanto, se juzgue hijo de María, digno de ser acogido bajo su poderosísima tutela si no se mostrare, siguiendo el ejemplo de ella, dulce, casto y justo, contribuyendo con amor a la verdadera fraternidad, no dañando ni perjudicando, sino ayudando y consolando».
¿Cómo es mi devoción a María Santísima? ¿La amo con todo mi corazón, como mi Madre y Reina? ¿Tengo en Ella a mi intercesora poderosa que Dios ha puesto en nuestras vidas para obtener sus gracias y sus perdones?
CONCLUSIÓN
Nuestra Reina María nunca se negará a protegernos de ningún peligro, nos asegura San Alfonso María de Ligorio. Dios la elevó como soberana del mundo, no para su propio provecho, sino para que pudiera compadecerse todavía más de los desdichados y ayudar a todos los que a Ella recurren.
Por tanto, si deseamos salvarnos, refugiémonos siempre a los pies de nuestra dulcísima Reina. Y si las dificultades de la vida, nuestras imperfecciones y defectos nos asustan y nos desaniman, recordemos que María fue constituida Reina de clemencia y bondad para socorrernos con su protección.
Por más débiles y desdichados que seamos, Nuestra Señora nos ayudará y nos tratará como joyas de su corona celestial, pues tener compasión de nosotros y amarnos como a hijos muy queridos es la recompensa de su realeza. Por eso, con renovada confianza, supliquémosle:
Dios te salve, Reina y Madre de misericordia…