Meditación Primer Sábado del mes de Septiembre 2025. Tercer misterio doloroso- LA CORONACIÓN DE ESPINAS

Publicado el 09/05/2025

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Ecce Homo

Por la paciencia encontramos la paz

Introducción

Hoy meditaremos el tercer misterio doloroso del
rosario —La coronación de espinas de Nuestro Señor
Jesucristo— para cumplir con nuestra devoción de la
comunión reparadora del primer sábado, pedida por la Virgen en Fátima. En este piadoso ejercicio, consideremos el amor infinito de Cristo al sacrificarse por nuestra salvación. Para redimirnos, aceptó todo sufrimiento y humillación.

Nos toca corresponder a este inmenso amor, aceptando con confianza los sufrimientos que la Providencia
permite en nuestro camino hacia el Cielo.

Composición de lugar

Contemplemos con la imaginación un patio interior del Pretorio de Pilato, donde Jesús, encadenado a una columna, fue cruelmente azotado. La columna y las piedras del suelo están manchadas con la Sangre redentora de Cristo.

En un rincón, vemos a Jesús, con el cuerpo cubierto de llagas, sentado en un banco de madera, con un manto rojo sobre los hombros y una corona de espinas en la cabeza. A su alrededor, soldados romanos se burlan de Él, golpeándolo y escupiéndolo en su adorable rostro. El Divino Salvador recibe todos estos insultos sin decir palabra, aceptándolo todo por amor a nosotros y por nuestra redención.

Oración preparatoria 

Oh, Santísima Madre de Fátima, obtén de tu divino Hijo, nuestro adorable Redentor, las gracias y la buena disposición de espíritu para meditar adecuadamente en este doloroso misterio de la coronación de espinas. Que, por tu maternal intercesión y la infinita bondad de Jesús, aprendamos a aprovechar las lecciones de amor a la cruz y al sufrimiento que nos deja en esta etapa de su Pasión, y así podamos unirnos aún más a Él y a Ti, en nuestra búsqueda de la salvación eterna. Amén.  

Evangelio de San Juan (19, 2-5) 

Y los soldados trenzaron una corona de espinas, se la pusieron en la cabeza y le echaron por encima un manto color púrpura; y, acercándose a Él, le decían: «¡Salve, rey de los judíos!». Y le daban bofetadas. Pilato salió otra vez afuera y les dijo: «Mirad, os lo saco afuera para que sepáis que no encuentro en Él ninguna culpa». Y salió Jesús afuera, llevando la corona de espinas y el manto color púrpura. Pilato les dijo: «He aquí al Hombre».  

I – EL REY DE LOS CIELOS CORONADO DE ESPINAS 

Después de que los verdugos se cansaron de azotar a Jesús durante la flagelación, lo desataron de la columna, le echaron un manto rojo sobre los hombros ensangrentados y le colocaron en la cabeza una corona de largas espinas entrelazadas, cuyas puntas lo hirieron cruelmente. Riéndose de Él, se postraron a sus pies, burlándose de sus pretensiones reales y abofeteándolo. La realeza de Cristo, Rey del Cielo y de la tierra, se convirtió en motivo de burla, pero a través de ese abismo de humillación, la coronación de espinas insinuaba el triunfo de Cristo Rey. 

1- LA CORONA DE ESPINAS NOS OBTUVO UNA CORONA DE GLORIA EN EL CIELO

Según San Alfonso María de Ligorio, este tormento de espinas era extremadamente doloroso porque traspasaban toda la sagrada cabeza del Señor, una parte especialmente sensitiva, ya que todos los nervios y sensaciones del cuerpo se originan en la cabeza. Además, fue el tormento más largo de la Pasión, pues Jesús soportó estas espinas hasta la muerte, como que enterradas en su cabeza. Cada vez que le tocaban en las espinas o en su cabeza, el dolor se renovaba. Según muchos escritos, basados en revelaciones privadas, la corona estaba entrelazada con varias ramas de espinas en forma de yelmo o sombrero, de modo que envolvía toda la cabeza y descendía hasta la mitad de la frente de Jesús. Tan abundante era la sangre que brotaba de las heridas de la sagrada cabeza que sólo sangre se veía en su rostro.

¡Oh, amor divino!, exclama San Alfonso, tú quisiste ser coronado de espinas para obtenernos una corona de gloria en el Cielo. En medio de tanta burla y humillación, el gesto de Jesús es abrazar el sufrimiento. Sabemos bien que nunca se quejó, sino que aceptó el sufrimiento que no era suyo, con la intención de abrirnos el camino a la Salvación.

Mi dulcísimo Salvador, espero ser tu corona en el Paraíso, salvándome por los méritos de tus sufrimientos.

2- NUESTROS PECADOS TEJIERON ESAS ESPINAS

 ¡Ah, crueles espinas, criaturas ingratas! ¿Por qué atormentáis así a vuestro Creador?, pregunta San Agustín. Pero, responde el santo, no tiene sentido acusar a las espinas, pues fueron instrumentos inocentes en la Pasión del Señor.

Nuestros pecados, nuestros malos pensamientos, fueron las verdaderas espinas crueles que traspasaron la cabeza de Jesucristo. Un día, Jesús se apareció a Santa Teresa, coronado de espinas, y la santa comenzó a llorar. Sin embargo, el Señor le dijo: «Teresa, no debes compadecerte de las heridas de las espinas; compadécete más bien de las heridas de los pecados de los cristianos».

En otras palabras, son mis pecados actuales, mis faltas repetidas, mis malos pensamientos y deseos los que atormentaron la venerable cabeza de nuestro Redentor. Que yo ahora abra los ojos de mi alma y vea cuánto dolor le he causado a mi Salvador; que ahora me arrepienta profundamente de mis faltas y alivie los dolores que el Cordero de Dios sintió por mí en este misterio.

II –HE AQUÍ AL HOMBRE 

Pilato, cuando vio al Redentor reducido a un estado tan digno de compasión, pensó que los judíos se conmoverían al verlo, por eso lo condujo a un balcón, levantó el manto escarlata y, mostrando al pueblo el cuerpo de Jesús, cubierto de heridas y desgarrado, dijo: «He aquí el Hombre» (Jn 19, 4). Como si dijera: «He aquí al Hombre al que acusasteis ante mí como si intentara erigirse en rey; para complaceros, lo condené a ser azotado, aun siendo inocente. He aquí, está reducido a tal estado que parece un hombre desollado al que le quedan solo unos instantes de vida. Si, a pesar de todo, queréis que lo condene a muerte, os digo que no puedo hacerlo, porque no encuentro motivo alguno para condenarlo».

1- El más grande de todos los reyes, despreciado por sus criaturas

Pero los judíos, al ver a Jesús tan maltratado, se enfurecieron aún más: «Cuando lo vieron los sumos sacerdotes y los guardias, gritaron: “¡Crucifícalo, crucifícalo!”. Al ver Pilato que todo era inútil y que, al contrario, se estaba formando un tumulto, tomó agua y se lavó las manos ante la gente, diciendo: “Soy inocente de esta sangre. ¡Allá vosotros!”. Todo el pueblo contestó: “¡Caiga su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos!”» (cf. Jn 19, 6; Mt 27, 24-25). 

Digamos con San Alfonso: «Oh, mi amado Salvador, eres el más grande de todos los reyes, pero ahora te veo como el hombre más despreciado de todos: si este pueblo ingrato no te conoce, yo te conozco y te adoro como a mi verdadero Rey y Señor. Te agradezco, oh Redentor mío, por tantos insultos que he recibido, y te suplico que me concedas amar el desprecio y el sufrimiento, pues Tú los has abrazado con tanto afecto. Me avergüenzo de haber amado tanto los honores y los placeres en el pasado, hasta el punto de renunciar tantas veces a tu gracia y a tu amor por ellos; de esto me arrepiento más que nada. Abrazo, Señor, todos los dolores que tus manos me envían; dadme la resignación que necesito. Te amo, Jesús mío». 

2- Que la sangre de Cristo nos purifique de nuestros pecados

Así como Pilato mostró a Jesús al pueblo, de la misma manera y al mismo tiempo el Padre Eterno nos presenta a su amado Hijo desde el Cielo, diciéndonos: «He aquí al Hombre. He aquí a este Hombre, mi Hijo amado, en quien me complazco. He aquí al Hombre, vuestro Salvador, prometido por Mí y anhelado por vosotros. He aquí al Hombre, el más noble de todos los hombres, convertido en varón de dolores. Miradlo, observad a qué estado de compasión lo ha reducido el amor que os consagra, y amadlo al menos por eso».

Como los judíos, roguemos para que la Sangre del Redentor descienda sobre nosotros; no para condenarnos, sino para purificarnos de nuestros pecados, para lavar nuestras almas, tan culpables de las penas e ingratitudes que hicieron sufrir a nuestro adorable Salvador, para obtenernos la gracia regeneradora y santificadora que nos alcanza el Cielo.

III – EL PAPEL DEL SUFRIMIENTO EN NUESTRAS VIDAS 

Al soportar todos los dolores de la coronación de espinas y su Pasión, Nuestro Señor también nos enseña a aceptar el sufrimiento, lo que nos asemeja aún más a Él. Sin embargo, hablar de sufrimiento es hablar de algo que los amantes del mundo ni practican ni siquiera comprenden, dice San Alfonso María de Ligorio. Sólo las almas que aman verdaderamente a Dios lo comprenden y lo aceptan, pues saben que no hay prueba más segura de amor al Creador que sufrir por Él. 

1. La mayor prueba de amor de Cristo por nosotros

Aceptar el sufrimiento y el dolor fue, a su vez, la mayor prueba que Jesucristo nos dio de su amor. Él, como Dios, nos amó al crearnos, enriqueciéndonos con tantas bendiciones, llamándonos a poseer su misma gloria. Pero en ninguna otra ocasión nos mostró cuánto nos ama como al hacerse hombre y aceptar una vida dolorosa y una muerte llena de dolor e ignominia por nuestro amor. ¿Y cómo demostraremos nuestro amor por Jesucristo? ¿Quizá viviendo una vida llena de placeres y deleites terrenales?

No pensemos que Dios se complace con nuestro sufrimiento: Él no es un señor cruel que se regocija viendo a sus criaturas gemir y sufrir; al contrario, es un Dios de infinita bondad, completamente deseoso de vernos plenamente contentos y felices, lleno de dulzura, bondad y compasión hacia quienes recurren a Él. 

2- Mediante la paciencia debemos expiar nuestros pecados

Sin embargo, nuestra infeliz condición actual de pecadores y la gratitud que debemos al amor de Jesucristo exigen que, por su amor, renunciemos a los placeres de este mundo y abracemos con ternura la cruz que Jesús nos destinó a llevar en pos de Él.

En esta vida, Él nos precede con una cruz más pesada que la nuestra, para que, después de la muerte, podamos disfrutar de una vida feliz y sin fin. Dios, por lo tanto, no se complace en vernos sufrir; sin embargo, siendo infinitamente justo, no puede dejar nuestros pecados impunes. Por lo tanto, para que estos pecados sean castigados y no perdamos un día la felicidad eterna, Él quiere que los expiemos mediante la paciencia y así merezcamos la felicidad eterna. Esta determinación de la Divina Providencia no podría ser más hermosa y dulce, satisfaciendo al mismo tiempo su justicia y haciéndonos salvos y felices.

Por lo tanto, con toda nuestra esperanza en los méritos de Jesucristo y, por la misericordiosa intercesión de María Santísima, debemos esperar de Él toda la ayuda que necesitamos para vivir una vida santa y salvarnos. Seguros de que la ayuda divina nunca nos abandonará, hagamos nuestra parte, purificándonos de nuestras faltas y aceptando con humildad y resignación la cruz que Nuestro Señor nos pide que carguemos en nuestras vidas.

3- La cruz nos espera en todas partes

Tomás de Kempis escribe: «En todas partes encontrarás la cruz; y, por tanto, necesitas en todas partes tener paciencia si deseas tener interna paz y merecer un premio eterno. Si llevas la cruz con buen ánimo, ella te conducirá al fin deseado».

Todos en este mundo buscamos la paz y desearíamos encontrarla sin sufrimiento; sin embargo, esto es imposible en el estado actual, pues nos esperan cruces dondequiera que nos encontremos.

¿Cómo, entonces, podemos encontrar paz en medio del dolor? A través de la paciencia, abrazando la cruz que se nos presenta. Santa Teresa dice que quien carga su cruz a regañadientes siente su peso, por pequeño que sea; pero quien la abraza voluntariamente no lo siente, aunque sea muy pesada.

El mismo Tomás de Kempis nos invita a reflexionar: «¿Qué santo pudo vivir en el mundo sin cruz y sufrimientos? Ni Jesucristo, nuestro Señor, estuvo una sola hora, mientras vivió entre nosotros, sin verdaderos padecimientos. ¿Y de qué manera tú buscas camino distinto de este gran camino de la santa cruz? Toda la vida de Cristo fue cruz y martirio. ¿Y tú esperas para ti descanso y gozo? Te equivocas si buscas algo distinto de sufrir dificultades porque toda esta vida mortal y rodeada decruces».

CONCLUSIÓN

Que esta meditación sobre el tercer misterio doloroso nos ayude a comprender y aceptar el papel del sufrimiento en nuestro camino hacia el Cielo. Que nos lleve, de ahora en adelante, a abrazar con mayor paciencia y amor la Cruz de Nuestro Señor Jesucristo, siempre que se nos presente en nuestra existencia terrena. Y que así podamos aliviar un poco el dolor y el sufrimiento que le causamos a nuestro Salvador en su crudelísima Pasión.

Volviéndonos a nuestra Santa Madre, Reina de Fátima, digámosle: «Madre mía, acepta esta meditación en reparación a tu sapiencial e inmaculado Corazón por las ofensas que los verdugos, Pilato, el pueblo y todos los pecadores, incluyéndonos a cada uno de nosotros, hemos cometido contra Ti y contra tu Divino Hijo.

Derrama sobre nosotros tus abundantes bendiciones y obtén de Cristo gracias especiales para que nunca perdamos de vista la imagen de Jesús coronado de espinas, mostrándonos cuán humildes y santos debemos ser, para evitar que nuestros defectos se conviertan en nuevas espinas que hieran la santísima cabeza de nuestro Redentor.

Oh, Madre, concédenos la gracia de ser santos como Tú y como Él. Por esto, te suplicamos con renovada confianza:

Dios te salve, Reina y Madre de misericordia…

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“Caballeros de la Virgen” es una Fundación de inspiración católica que tiene como objetivo promover y difundir la devoción a la Santísima Virgen María y colaborar con la “La Nueva Evangelización” , la cual consiste en atraer los numerosos católicos no practicantes a una mayor comunión eclesial, la frecuencia de los sacramentos, la vida de piedad y a vivir la caridad cristiana en todos sus aspectos. Como la Iglesia Católica siempre lo ha enseñado, el principal medio utilizado es la vida de oración y la piedad, en particular la Devoción a Jesús en la Eucaristía y a su madre, la Santísima Virgen María, mediadora de las gracias divinas. Sus miembros llevan una intensa vida de oración individual y comunitaria y en ella se forman sus jóvenes aspirantes.

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