Introducción:
Vamos a realizar nuestra devoción reparadora de los primeros sábados meditando el 4º Misterio Doloroso Jesús con la Cruz a cuestas camino del Calvario en honor a la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz. La Cruz, antiguamente considerada como el peor de los desastres en la vida de cualquiera, un símbolo de la ignominia que sirvió para la ejecución de tantos criminales, hoy es exaltada por la Iglesia porque Nuestro Señor Jesucristo vino al mundo para mostrar cuánto ella le era propia. Nuestro Señor transforma la Cruz de signo de ignominia en signo de triunfo.
Composición de lugar:
Tratemos de imaginar como el Divino Redentor, apenas sentenciado a muerte por el tribunal de Pilatos, abrazó su cruz. Con los ojos del alma, veamos a Jesús cargando la cruz al hombro a lo largo de la Vía Dolorosa, hasta la cima del Calvario.
Oración preparatoria:
Oh, Virgen Santísima de Fátima, nuestra Madre y Corredentora, que estuvisteis de pie junto a la Cruz del Divino Salvador, vuestro amado Hijo, alcanzadnos las gracias necesarias para realizar bien esta meditación y recoge de ella todos los frutos para nuestra santificación, comprendiendo el precioso valor del instrumento de sacrifico de Jesús, símbolo de la gloria y de la vida eterna para todos nosotros. Así sea.
Evangelio de San Juan, (3,1415)
“Jesús responde a Nicodemo:14 Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, 15 para que todo el que cree en él tenga vida eterna.”
I – LA MAYOR PRUEBA DE AMOR DE CRISTO POR NOSOTROS
Dios perdonó al hombre caído en pecado original por el infinito amor que le tiene. Tan grande es ese amor que Él dio al mundo a su Hijo Unigénito para que todos tengan vida y “la tengan en abundancia” (Jn 10,10). Sin embargo, ¿cuál fue la vía escogida por Dios para consumar la entrega de su Hijo al mundo? La más perfecta de todas, la que causa mayor espanto: la muerte de Cruz.
1. Dios se encarnó para redimirnos en la Cruz
Siendo Dios, el Hijo poseía la alegría eterna y podría haber dado a su naturaleza humana una vida terrena llena de deleites. No obstante, la naturaleza divina comunicó a CristoHombre el gozo de abrazar la Cruz, ser clavado en ella y morir, cumpliendo la voluntad de Aquel que lo enviara para salvar a los hombres de la muerte eterna.
Fue, pues, con la intención de rescatar al género humano que la Santísima Trinidad promovió la venida del Hijo al mundo. Desde toda la eternidad la Cruz estaba en la mente de Dios con un papel central en la Historia, al volverse el instrumento de nuestra Redención.
Según San Alfonso María de Ligorio, esta fue la prueba más grande que Jesucristo nos dio del amor que nos tiene. Él, como Dios, nos amó al crearnos, enriqueciéndonos con tan tos bienes, llamándonos a disfrutar de la misma gloria que Él disfruta, pero en ningún otro punto nos mostró mejor cuánto nos ama que haciéndose hombre y abrazando una vida dolorosa y una muerte en la cruz, llena de dolores e ignominias, por nuestro amor.
2 – ¿Cómo correspondemos a tan inmensa prueba de amor?
Y nosotros, pregunta el mismo San Alfonso, ¿cómo demostraremos nuestro amor por Jesucristo? ¿Quizás llevando una vida llena de placeres y delicias terrenas? No pensemos que Dios se complace con nuestro sufrimiento: Él no es un señor de índole cruel que se satisface viendo a sus criaturas gemir y sufrir. Al contrario, es un Dios de bondad infinita, todo dispuesto a vernos plenamente contentos y felices, todo lleno de dulzura, afabilidad y compasión hacia quienes acuden a Él. Sin embargo, la condición de nuestro actual estado infeliz de pecadores y la gratitud que debemos al amor de Jesucristo, exigen que, por su amor, renunciemos a los deleites de este mundo y abracemos con ternura la cruz que Él nos destinó a llevar en esta vida. Va él adelante con una cruz más pesada que la nuestra y esto para llevarnos a disfrutar, después de la muerte, de una vida feliz que no tendrá fin.
II – ESTA TIERRA ES UN LUGAR DE MERECIMIENTOS
Como esta tierra es un lugar de merecimientos, con razón se llama valle de lágrimas, ya que todos estamos destinados a sufrir. El merecer, sin embargo, no consiste sólo en sufrir sino en sufrir con resignación a la voluntad divina.
La patria en la que Dios nos ha preparado el descanso en la eterna felicidad es el paraíso. Es poco el tiempo que se pasa aquí, pero en ese poco tiempo son muchos los sufrimientos a soportar. Ordinariamente, cuando la Providencia Divina destina a alguien a grandes cosas, las prueba también por medio de mayores adversidades. San Alfonso relata esas bellas y graves palabras que Jesús dirigió a Santa Teresa: “¿Hija mía, piensas por ventura, que el merecimiento está en el gozar? No, está en el padecer y amar. Cree, pues, hija mía, que el más amado por mi Padre es quien recibe de Él los mayores sufrimientos. Y pensar que sin sufrir admite a alguien a su amistad, es pura ilusión”.
1 – Jesús quiso enseñarnos a sufrir con ánimo y paciencia
Sin embargo, siendo la naturaleza humana contraria al sufrimiento, el Verbo Eterno descendió del cielo a la tierra para enseñarnos a llevar nuestras cruces con paciencia. Por eso, Jesucristo quiso sufrir para animarnos al sufrimiento, y no sólo en tiempo de su Pasión, sino a lo largo de su vida. De hecho, desde el momento en que asumió la naturaleza humana hasta su último aliento, la existencia de Cristo en este mundo fue continuo sufrimiento. De ahí que San Alfonso nos reprocha: “¡Qué vergüenza para nosotros, que nos jactamos de seguir a Jesucristo y somos tan diferentes! ¡Adoramos la Santa Cruz, celebramos sus fiestas, nos gloriamos de luchar bajo su estandarte triunfante y estamos tan ávidos de placeres! ¿Hasta cuándo seremos así?
2 –El ejemplo de los santos
Alentados por el ejemplo de Jesucristo, los santos siempre consideran las adversidades como un tesoro escondido, más que una partícula del Santo Leño sobre el cual el Señor murió por nuestra salvación. ¡Cuántos renunciaron a las riquezas, bienes, dignidades y honores del mundo para cumplir la vocación de abrazar la Cruz de Cristo y subir con Él al calvario por un camino sembrado de espinas!
Pero el Señor, que nunca se deja vencer en generosidad, quiso recompensar a estas almas generosas ya en esta tierra y les hizo más suave los frutos del árbol de la Cruz. Tanto es así que se regocijaban en medio de las tribulaciones, y tal vez una persona mundana nunca estaría tan ávida de placeres como los santos tan ávidos de sufrimiento.
Por eso San Alfonso nos exhorta a no ser “del número de los locos que se asustan a la vista de la Cruz y huyen de ella porque sólo conocen su exterior. Por el contrario, abracemos de buen grado las tribulaciones que el Señor juzgue oportuno enviarnos y consideremos atentamente las ventajas que de ellas nos derivan, y entonces también nosotros diremos: “Una hora de sufrimientos soportado con resignación a la voluntad de Dios vale más que todos los tesoros de la tierra”. Y cuando la naturaleza se rebele contra los sufrimientos, miremos al Crucifijo y digamos: “si sufrimos con él, seremos también glorificados con él”. (Rm 8,17)
III – PACIENCIA Y CONFIANZA EN LA CORREDENTORA
1. La cruz nos espera en toda parte
Como afirma San Alfonso, buscamos la paz en este mundo y quisiéramos encontrarla sin sufrir, pero esto es imposible en el estado actual, ya que las cruces nos esperan dondequiera que nos encontremos.
¿Cómo entonces, podemos encontrar la paz en medio de las cruces? Por la paciencia, abrazando la cruz que se nos presentan. Santa Teresa dice que todo aquel que arrastra de mala gana su cruz siente el peso de ella, por pequeño que sea. Pero quien la abraza de buena gana no la siente, aunque que sea muy pesada. Y Tomás de Kempis añade que todo aquel que lleva la cruz con resignación, la misma cruz lo conducirá al fin deseado, que, en este mundo, es agradar a Dios y en el otro, amarlo eternamente.
2. Confiar en María Santísima, la Corredentora
Tenemos el privilegio de ser hijos de Aquella que estuvo siempre cerca del Redentor, especialmente en la cima del Calvario, al pie de la Cruz donde murió por nosotros. Somos hijos de María Santísima, Madre Dolorosa y Corredentora, glorificada en sus dolores. Seamos siempre devotos de Ella y reconozcámosla como la criatura más apasionada en el amor y en la paciencia para sufrir, debajo tan sólo de su propio Hijo Jesús.
Por tanto, abracemos con resignación y por amor a Dios todas las tribulaciones que nos puedan llegar en la vida, especialmente las enfermedades, las persecuciones, los insultos y los desprecios. Y cuando sintamos el peso de la cruz, miremos con plena confianza para la Reina de los Mártires, pensando en la glorificación de sus dolores y digamos: ¡Oh, Madre Dolorosa, deseo ¡imitar tus virtudes y especialmente tu paciencia delante de los sufrimientos! ¡Ayudadme a serte enteramente fiel”!
CONCLUSIÓN
Tengamos presente que, si la vida de Cristo en este mundo fue cruz y martirio, y se deseamos imitarlo y seguirlo, no podemos buscar los deleites de este mundo de manera desordenada. Si la Cruz es nuestra insignia distintiva de cristianos, y si ningún santo fue admitido en el Cielo sin el distintivo de la Cruz, no podemos ir sólo tras las alegrías y consuelos, huyendo de los sacrificios que la Providencia nos permite encontrar en nuestro camino.
¿Cómo podemos pensar en amar a Jesucristo si no queremos sufrir por él, que tanto sufrió por nosotros?
SÚPLICA FINAL
Oh, Madre nuestra, Virgen Santísima de Fátima, ruego por nosotros a tu Divino Hijo que tanto sufrió por nuestra salvación y obtennos la gracia de imitarlo en la paciencia y en la resignación a la voluntad del Padre, cuando en nuestro camino encontremos la cruz. Que sepamos cargarla por amor a Él y a Ti, con plena confianza en tu ayuda maternal, seguros de que, así sostenidos, después de sufrir contigo, seremos glorificados en la bienaventuranza eterna. Así sea.
Dios te salve, Reina y Madre…
Referencias bibliográficas
Basado en:
SANTO AFONSO DE LIGÓRIO, Meditações para todos os dias do ano, Tomo III, Herder e Cia, Friburgo, Alemanha, 1921.
SANTO AFONSO DE LIGÓRIO, A Paixão de Nosso Senhor Jesus Cristo, V. I e II, edição em PDF de Fl.Castro, 2002.
MONSENHOR JOÃO CLÁ DIAS, Comentário ao Evangelho da Festa da Exaltação da Santa Cruz, Revista Arautos do Evangelho nº 153, Setembro de 2014.