Meditación Primer Sábado, Noviembre de 2022. La Transfiguración

Publicado el 11/04/2022

Introducción:

En este Primer Sábado, volvámonos para la Fiesta de Cristo Rey, celebrada por la Iglesia en este mes de noviembre. Con esa intención, meditaremos hoy el 4º Misterio Luminoso: La Transfiguración de Nuestro Señor Jesucristo. Rey de todas las cosas visibles e invisibles, cuyo reino no tendrá fin, Jesús manifestó su gloriosa divinidad a tres de sus discípulos en lo alto del Monte Tabor, revelándoles por instantes la indecible felicidad que nos está reservada en el Cielo.

Composición de lugar:

Para la composición de lugar vamos a colocar nuestra imaginación en un bonito monte, que se eleva en el medio del campo y de planicies que se extienden hasta el horizonte. En lo alto de la montaña, bañada por rayos de sol esplendorosos, vemos a Nuestro Señor también resplandeciente de luz y de gloria, admirado por los tres discípulos que lo contemplan en aquella divina manifestación.

Oración preparatoria:

Oh gloriosa Virgen de Fátima, Reina del Cielo y de la Tierra, que intercedéis por nosotros ante el trono de Cristo Rey, alcanzadnos las gracias necesarias para medita bien este luminoso misterio del Rosario. Que al término de esta meditación podamos hacer el propósito de buscar siempre la virtud y el bien, en el camino de la santidad al cual somos llamados para un día gozar de la eterna felicidad de la cual la Transfiguración del Señor fue un momentáneo prenuncio. Así sea.

Evangelio de San Marcos (9, 2-13)

“2 Seis días más tarde Jesús toma consigo a Pedro, a Santiago y a Juan, sube aparte con ellos solos a un monte alto, y se transfiguró delante de ellos. 3 Sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador, como no puede dejarlos ningún batanero del mundo. 4 Se les aparecieron Elías y Moisés, conversando con Jesús. 5Entonces Pedro tomó la palabra y dijo a Jesús: «Maestro, ¡qué bueno es que estemos aquí! Vamos a hacer tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías». 6 No sabía qué decir, pues estaban asustados. 7 Se formó una nube que los cubrió y salió una voz de la nube: «Este es mi Hijo, el amado; escuchadlo». 8 De pronto, al mirar alrededor, no vieron a nadie más que a Jesús, solo con ellos.

9 Cuando bajaban del monte, les ordenó que no contasen a nadie lo que habían visto hasta que el Hijo del hombre resucitara de entre los muertos. 10 Esto se les quedó grabado y discutían qué quería decir aquello de resucitar de entre los muertos. 11 Le preguntaron: «¿Por qué dicen los escribas que primero tiene que venir Elías?». “12 Les contestó él: «Elías vendrá primero y lo renovará todo. Ahora ¿por qué está escrito que el Hijo del hombre tiene que padecer mucho y ser despreciado? 13 Os digo que Elías ya ha venido y han hecho con él lo que han querido, como estaba escrito acerca de él».”

I – ESPERANZA DE NUESTRA PROPIA TRANSFIGURACIÓN

En lo alto del Tabor, delante de sus discípulos Pedro, Santiago y Juan, Nuestro Señor les proporcionó la visión de su gloriosa divinidad, transfigurándose delante de ellos. El rostro del Maestro quedó refulgente como el sol y sus vestimentas se volvieron blancas como la nieve.

1- Muestra de lo que sucede con cada bautizado

La transformación que se dio en Jesús en aquella montaña de Tierra Santa, apareciendo resplandeciente de luz a los ojos de los apóstoles, sucede de cierta forma con cada cristiano en el momento del Bautismo. De hecho, cuando las aguas bautismales recaen sobre el nuevo hijo de Dios, la Santísima Trinidad toma posesión de su criatura. Esta, espiritualmente hablando, resplandece por la presencia divina en su alma, a la cual Dios comunica su belleza y su luz infinitas. De donde la importancia y la riqueza inestimables de este Sacramento que nos introduce en la vida cristiana, y al cual debemos honrar con la santidad de nuestros corazones. Desde ya, debemos preguntarnos como hemos vivido esta nuestra condición de bautizados e hijos de Dios, llamados a transfigurarnos en la gloria eterna.

2 – Anticipación de nuestra propia transfiguración

Somos, en efecto, destinados a ser transfigurados como Cristo, pues la glorificación de Él en el Tabor es una anticipación de nuestra futura glorificación en el Cielo. La consecuencia es que también nuestro modo de vivir debe ser transformado. Nosotros, católicos, tenemos que ser espiritualizados y transfigurados, siguiendo la enseñanza del Papa San León Magno, que nos advierte:
 Toma consciencia, oh cristiano, de tu dignidad. Y ya que participas de la naturaleza divina, no vuelvas a los errores de antes por un comportamiento indigno de tu condición. Recordad que fuisteis arrancados del poder de las tinieblas y llevados a la luz del reino de Dios”.

Tengamos presente, pues, que nos compete vivir en este mundo ejercitando una ‘continua transfiguración’ espiritual.

3. Mensaje de esperanza para nosotros

El Papa San Juan Pablo II, a su vez, nos invita a ver en la escena evangélica de la Transfiguración de Cristo —en la cual los tres discípulos aparecen como que extasiados por la belleza del Redentor—, un modelo de contemplación cristiana que debemos seguir. Contemplar el rostro de Nuestro Señor transfigurado y creer que Él se encuentre así a la derecha del Padre es la tarea de cada discípulo de Jesús y, por lo tanto, también la nuestra.

Y también creer que lo mismo está reservado para nosotros, según la palabra de San Pablo: “Pero todos nosotros, con la cara descubierta, reflejamos la gloria del Señor y nos vamos transformando en su imagen con resplandor creciente, por la acción del Espíritu del Señor” (2 Co 3,18).

De este modo, el hecho de la Transfiguración nos ofrece un mensaje de esperanza: si nos esforzamos por una vida virtuosa, si somos santos y fieles a nuestras promesas del Bautismo, seremos transfigurados como Cristo en el Tabor.

II –GOZO ANTICIPADO DEL PARAÍSO

“Oh dulce esperanza —exclama por esta razón San Alfonso de Ligorio—. Vendrá un día en que nosotros también veremos a Dios como es, es decir, veremos su belleza increada, que encierra de modo infinitamente perfecto, todas las bellezas esparcidas por el universo y ‘seremos semejantes a Él, porque lo veremos como es.’

1- Desapegarse de las cosas del mundo

Consideremos antes de todo que la subida de los discípulos al Monte Tabor nos lleva a reflexionar sobre la importancia de desapegarse de las cosas del mundo, para alcanzar un camino para lo alto, para contemplar a Jesús en su divinidad y en las manifestaciones de su eterna bondad hacia nosotros. Debemos, pues, disponernos a tener constantemente momentos de oración y de meditación que nos permitan ese desligarse de las ocupaciones de esta vida terrena, para elevar nuestros  pensamientos al Cielo y a las realidades eternas que nos aguardan.
A propósito ¿cómo estará nuestra vida interior, nuestros ejercicios de oración y de piedad?

2- Degustación anticipada del Paraíso

Detengámonos a considerar también cómo los apóstoles tuvieron en lo alto
del Tabor la degustación de la belleza del Paraíso y razonemos así: San Pedro y sus felices compañeros probaron solo una gota de la dulzura celestial y luego rogaron a Jesús que les permitiera permanecer siempre en aquel lugar. Entonces, pregunta San Alfonso, ¿qué será de nosotros cuando el Señor, a sus escogidos, los “nutren de lo sabroso de tu casa, les das a beber del torrente de tus delicias”? (Sal 35-9).

San Pedro y los otros dos apóstoles no vieron sino un único rayo de la divinidad de Jesucristo, translucida de su sagrada humanidad. Sin embargo, no pudiendo sustentar tan viva luz, quedaron deslumbrados y cayeron rostro en tierra. ¿Qué será, entonces, cuando el Señor se deje ver de sus escogidos cara a cara, como es en sí mismo?

Una vez más, recordamos la tan bella suerte que nos espera también a nosotros, si nos esforzamos por merecerla en el tiempo de la vida que todavía nos resta.

III – FUENTE DE CORAJE PARA ENFRENTAR EL DOLOR

Asimismo, la gloria de la cual gozaron los tres venturosos discípulos fue de
corta duración. Con eso, el Señor nos quiere dar a entender que las consolaciones que nos hace degustar en esta vida tienen por finalidad animarnos a darnos fuerzas, una vez el tiempo presente es un tiempo de merecer y no de gozar.

1. Antes de la Pasión, la certeza de la gloria divina

Consideremos que, para efectivar la redención con la muerte en la Cruz y
para formar la Iglesia, Nuestro Señor Jesucristo iba a someter a los apóstoles a pruebas durísimas. Era, por lo tanto, muy conveniente, que hiciese conocer experimentalmente, por lo menos a tres de ellos, los fulgores de su gloria. De este modo, no solo se sentirían robustecidos para enfrentar los traumas de su Pasión, sino que también ayudarían más fácilmente a sus hermanos a solidificar a la Santa Iglesia y fortalecerían a los fieles a lo largo de los tiempos.

La Transfiguración del Señor fue, entonces, una excepcional gracia concedida a los tres apóstoles escogidos, en lo alto del Tabor, teniendo en vista los dolores que pasarían poco tiempo después. El recuerdo de lo que ellos vieron quedó como fuente de sólida confianza que les permitió soportar los mayores sufrimientos, pues, asistiendo a ella, tuvieron un vislumbre de luz plena y refulgente de la eternidad.

2. También a nosotros nos serán concedidos “Tabores”

Es cierto que Dios concede también a nosotros “Tabores”, o sea, gracias extraordinarias en ciertos momentos de nuestra vida. ¿Quién no habrá sentido alguna vez la alegría interior, un palpitar de corazón, una emoción calmada pero profunda cuando la gracia sensible nos visita y nos concede contemplaciones interiores, degustaciones anticipadas de la felicidad perfecta que nos espera en el Cielo?

Detengámonos un momento y procuremos recordar alguna de estas gracias y los saludables efectos que causaron en nuestro corazón.

Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz, maestros de vida espiritual, dicen que la Providencia acostumbra conceder esas gracias especiales para fortalecernos cuando tengamos que atravesar períodos de prueba. Es un modo común de actuar de Dios: nos da consolaciones —el Tabor— para que, cuando venga la hora del Huerto de los Olivos, tengamos fuerzas, sabiendo que el fin será más lleno de alegría y esperanza. Son gracias que nos animan a enfrentar los sacrificios de esta vida.

3. Ser fuertes en las horas de las dificultades

Comprendemos bien, entonces, que es bueno quedarse con Jesús cuando nuestra vida está en el “Monte Tabor”. Pero, preguntémonos: ¿Sentimos la misma disposición cuando estamos en el Huerto de los Olivos, es decir, cuando se aproxima la hora de nuestra prueba?

Es fácil quedarnos con Jesús cuando en nuestra vida todo corre bien. Pero cuando la hora de la tribulación llega, ¿tenemos el mismo coraje y fe de continuar con Él?  Tenemos la misma disposición para beber el cáliz amargo del sacrificio y no solo saborear la luz del Tabor?

Jesús concede la consolación para que seamos fuertes en la hora de las dificultades, para ser fieles a Él cuando nos llama a compartir el sufrimiento de la Pasión. Y en esta fidelidad durante el dolor —y no solamente en las consolaciones— , es que podemos decir que lo amamos con todo nuestro corazón.

CONCLUSIÓN

Tengamos ánimo, por lo tanto, y procuremos sufrir con paciencia las tribulaciones que Dios nos envía, ofreciendo al Señor, en unión con las penas que Jesucristo sufrió por nuestro amor y por las manos de María Santísima, nuestra misericordiosa Corredentora y Mediadora.

Cuando las cruces nos aflijan, levantemos los ojos al cielo y consolémonos con la esperanza del paraíso. San Alfonso afirma: “todo es poco para merecer el reino del Cielo”.

En la Transfiguración se oye la voz del Padre que dice: “Este es mi Hijo, el
amado; escuchadlo”. Volvámonos para la Señora gloriosa de Fátima, la Madre de este Hijo amado, que siempre supo escoger y guardar en su Corazón Inmaculado cada palabra suya, y roguémosle que nos ayude a oír también las palabras que Cristo nos dirige, a  corresponder a todas las gracias que recibimos, de modo que Jesús se vuelva verdaderamente el guía y la luz de toda nuestra vida, hasta que nos transfiguremos, junto con Él, en la gloria del Cielo.

Dios te salve, Reina y Madre…

Referencias bibliográficas

Basado en:
San Alfonso Maria de Ligorio, Meditações para todos os dias e festas do ano,
Friburgo: Herder & Cia, 1921.

San Juan Pablo II, Carta Apostólica “Rosário da Virgem Maria”, outubro de
2002.

Monseñor João S. Clá Dias, Comentário ao Evangelho da Festa da
Transfiguração, Revista Arautos do Evangelho, nº 8, agosto de 2002

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