Introducción
Nuestra devoción a la Comunión reparadora del Primer Sábado contemplará hoy el 2º Misterio Gozoso: La Visitación de Nuestra Señora a su prima Santa Isabel.
En este mes dedicado a Nuestra Señora del Rosario, recordemos los apelos maternales que la Virgen de Fátima nos hizo en Cova de Iría: “rezad el Rosario todos los días, orad por los pecadores y por la paz en el mundo”.
Aprovechemos la meditación de hoy para abrir nuestros corazones a la voz de María Santísima y dejar que ella nos enfervorice en la virtud y en la santidad, como otrora ella santificó la casa de Isabel y el Precursor, San Juan Bautista, todavía en el vientre de su madre.
Composición de lugar
Para la composición de lugar vamos a colocar nuestra imaginación en el camino recorrido a pie por Nuestra Señora, en compañía de San José, hasta la casa de Santa Isabel. Vemos a la Santísima Virgen y a su castísimo esposo atravesando valles y montañas y, después de cinco días, llegar a la vivienda de Isabel y Zacarías.
Con fisonomía resplandeciente de celestial alegría, Nuestra Señora saluda a su prima y es por ella saludada como la Madre del Señora. Enseguida, la Virgen entona entonces su célebre cántico del Magníficat.
Oración preparatoria
¡Oh, Virgen Santísima de Fátima!, alcanzadnos las gracias necesarias para
meditar bien este jubiloso misterio de nuestra fe, recordando el momento en que fuisteis sin demora a visitar a vuestra prima Isabel, luego enseguida de la Encarnación del Verbo en vuestro seno inmaculado. Hacednos partícipes de la alegría que inundó vuestro corazón en aquel instante en que saludasteis vuestra pariente y tuvisteis, por los labios de ella, la confirmación de la maravillosa obra que el Omnipotente había realizado en su Sierva. Hacednos, igualmente, atentos a vuestra voz que trae consigo la gracia de Dios para nuestras vidas. Así sea.
Evangelio de San Lucas (1, 39-48)
“En aquellos mismos días, María se levantó y se puso en camino de prisa
hacia la montaña, a una ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. Aconteció que, en cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel de Espíritu Santo y, levantando la voz, exclamó: «¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? Pues, en cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Bienaventurada la que ha creído, porque lo que le ha dicho el Señor se cumplirá». María dijo: «Proclama mi alma la grandeza del Señor,se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador; porque ha mirado la humildad de su esclava. Desde ahora me felicitarán todas las generaciones”.
I – POR LA VOZ DE MARÍA NOS LLEGAN LAS GRACIAS DE DIOS
Luego enseguida de la Encarnación del Verbo de Dios en su seno inmaculado, Nuestra Señora partió de Nazaret, la ciudad donde vivía su prima Isabel que, según el Ángel, se encontraba en el sexto mes de gestación del futuro precursor del Mesías.
Acompañada de San José, María se dirigió con prisa a la casa de su pariente.
1- Presuroso anuncio de la Buena Nueva
San Alfonso se pregunta: ¿por qué Nuestra Señora emprende un viaje tan largo y penoso, apresurando sus pasos? Porque, responde, va a cumplir su oficio de caridad, va a llevar consuelo y alegría a una familia, va a llevar el primer anuncio de adviento del “bendito fruto” de su vientre, Jesús.
Ella partió rápidamente, pues en un alma que desea hacer el bien y crecer en la virtud no existen demoras, perezas ni desvíos. La prisa viene del deseo de comunicar las maravillas que llevaba en sí, y aunque tuviera toda la disponibilidad para auxiliar también en las necesidades prácticas, esa no era la razón más importante. La consideración por su prima le daba la certeza de no haber mejor interlocutora, una vez que Isabel estaba de cierto modo vinculada a los misterios de la Redención.
2 – La santificación de San Juan Bautista
Aparte de esto, había un motivo más significativo que determinó el viaje, relacionado con la persona y la misión de San Juan Bautista. Por revelación del Ángel, sin duda la Santísima Virgen sabía que el hijo que Santa Isabel estaba por dar a luz era el Precursor y, por esta razón, tenía certeza que él estaba asociado de manera particular al plano de la salvación. Por tal motivo, corrió con la intención de santificar cuanto antes al futuro Bautista, pues la idea de que este varón pudiese nacer tiznado por el pecado contundía sus deseos. Nuestra Señora fue apresuradamente, por lo tanto, para transmitir con exclusividad la Buena Nueva a Santa Isabel y a San Juan Bautista.
3. La voz de María trae consigo la gracia santificante
Con su voz, Nuestra Señora fue la portadora de la gracia divina para la familia de Isabel.
Podemos imaginar muy bien la unción y el poder de la voz de la Madre de Dios en función de sus frutos. ¡Aquella voz tiene la fuerza y penetración y es extraordinariamente eficaz! Al decir “Isabel”, el niño saltó de alegría en el vientre materno y en aquel instante fue santificado, como si hubiese sido bautizado. En ese mismo instante, al son de la voz de María, Santa Isabel fue arrebatada por el Espíritu Santo, exclamando: “¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? ¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre.”
Conocer el efecto de la voz de la Santísima Virgen constituye una magnífica enseñanza para nosotros. Ella ya actuaba como nuestra Intercesora junto a Dios. Por la mediación de Ella, el niño Juan exulta de alegría al recibir la gracia divina, incluso antes de nacer; Isabel fue repleta del Espíritu Santo, y poco después Zacarías, el padre de Juan, es consolado por la restitución del habla. “¡Oh mi Reina y Madre, es pues, pura verdad, que por vuestro intermedio son dispensadas las gracias divinas y santificadas las almas!”, exclama San Alfonso María de Ligorio.
Con el mismo Santo, debemos pedir a Nuestra Señora que nos visite y nos haga oír siempre el sonido de su voz en nuestros corazones. Examinemos nuestra vida espiritual y, si encontramos manchas, afectos desordenados, faltas y pecados cometidos, pidamos a la Tesorera de todas las gracias que nos cure con el poder de su infalible intercesión delante de Dios.
II –LAS GRANDES ALEGRÍAS DE LA HUMILDAD
Una de las mayores alegrías del Evangelio es la que transbordo del corazón de María cuando visitó a su prima santa Isabel. No pudiendo contener en el alma su humildad y alabanza, la Santísima Virgen lo transbordó en el cántico de gratitud, que conocemos como el Magníficat.
1- Porque “mira para la humildad de su sierva”
Para María, la Encarnación del Verbo fue el momento supremo de su vida. Todo concurría a extasiarse, deslumbrada con la predilección de Dios para con Ella y el admirable futuro que se le abría. Sin embargo, al saber de la gravidez de Isabel, se olvidó de sí misma y fue con prisa a las montañas de Judea, a la ciudad donde la prima vivía. Sentía la necesidad de darle asistencia hasta el nacimiento del hijo. Y fue allí, en la casa de Isabel, que María cantó su felicidad con el Magníficat. Y Ella misma explica porque estaba rebosante de alegría: “Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi Salvador, porque ha mirado la humildad de su esclava”.
En todas las posibles versiones el sentido es el mismo: la humildad de María. Ella se considera una pequeña criatura que no merece que Dios la distinga especialmente. Por eso, quedó perturbada (Lc 1,29) cuando oyó el saludo de Gabriel y cómo Dios la distinguía, llamándola a ser la Madre de su Hijo.
Un alma humilde como la de María, que ama y adora a Dios de corazón puro, atrae sobre sí la mirada y las bendiciones del Señor, que la llevan a hacer y a vivir cosas grandes.
2– Dios realiza maravillas en el alma humilde
Por eso María exclama en su Magníficat: “Porque el Poderoso ha hecho obras grandes en mí: su nombre es Santo”. De hecho, en el alma humilde, Dios puede actuar libremente, con toda la potencia de su amor, con toda la energía vivificante del Espíritu Santo. Eso fue lo que sucedió con María, que fue bendita entre todas las mujeres, Madre de Dios, llena de gracia y de virtudes, Corredentora con Cristo, Madre de todos nosotros. Y nos recuerdo con su cántico que el Señor escoge a los que son humildes como instrumentos para realizar cosas grandes en este mundo.
La persona humilde recibe de Dios gracias que la vuelven capaz de vencer dificultades antes invencibles, de tener paciencia, mansedumbre y espíritu de sacrificio que juzgaría imposible de alcanzar. La persona humilde, con la gracia divina, enfrenta llena de coraje todos los obstáculos y conquista maravillosas victorias espirituales.
¿Y nosotros? ¿Cuánta gracia de Dios no queda tullida en nuestra vida por nuestra soberbia y por nuestros egoísmos? ¿Hemos intentado imitar a Nuestra Señora en su humildad para, como Ella y los grandes santos, dejar que Dios realice maravillas por nuestro intermedio a favor del prójimo?
III ¿HABRÁ SIDO OÍDA LA VOZ DE MARÍA SANTÍSIMA ?
Es oportuno hacer un paralelo entre nuestra meditación de hoy y los apelos hechos por la Madre de Dios en Cova de Iría. Al visitar a su prima Santa Isabel, Nuestra Señora hace resonar su voz portadora de gracia divina en el hogar de su pariente y, siendo oída, transformó la vida de todos los allí presentes. Siglos después, la misma voz de María resonó en Fátima, trayéndonos un mensaje divino de misericordia y de paz. Nuestra Señora pedía a los hombres que enmendasen su vida, comenzaran a rezar el rosario todos los días, hicieran la Comunión Reparadora de los Primeros Sábados y tuvieran devoción a su Inmaculado Corazón, para alcanzar de Dios la salvación de los pecadores y obtener la paz en el mundo. Entonces, ¿habrá sido oída la voz de María Santísima?
1. Faltó a los hombres un acto de humildad
La puerta de la misericordia es precisamente Nuestra Señora, llamada la “Puerta del Cielo”. De donde se comprende que Ella haya dicho: “No pequen más y recurran a mí, que obtengo de Dios el perdón para las penas que sus pecados acarrean”. Nada mas razonable. Así mismo, la humanidad recibió el Mensaje de Fátima con orgullo; cuando exigía un acto de humildad, o sea, que los hombres reconociesen: “Hemos pecado, anduvimos mal”. Exigía la enmienda, el abandono de la impiedad y de la inmoralidad en la cual iban cayendo. Por eso hubo un rechazo global en relación a ese Mensaje. Los resultados los vemos por todas partes…
2. ¿Nuestros corazones están abiertos a la voz de María?
Desgraciadamente, al contrario de lo que debería esperarse después del apelo de Nuestra Señora en Fátima, la crisis moral de la humanidad no hace sino agravarse a lo largo de las décadas, tanto en el ámbito particular de los individuos y de sus familias cuanto en el ámbito público de cada pueblo.
Cabe a nosotros, en este momento, hacer un examen de conciencia y preguntarnos: ¿tenemos los oídos, y sobre todo los corazones, suficientemente abiertos para la voz de María en Fátima? ¿Hemos procurado atender los pedidos que la Madre de Dios nos hizo a través de los tres pastorcitos? ¿Tomamos cuidado en enmendarnos de aquello en lo que, por ventura, le causamos disgusto? ¿Procuramos preservar la santidad y la armonía cristiana en nuestra familia y la de promover la virtud en los ambientes que frecuentamos?
CONCLUSIÓN
Al finalizar esta meditación, volvamos nuestros corazones para la Madre Santísima de Fátima y ofrezcamos a Ella nuestro propósito de ahora en adelante prestar oídos a su misericordiosa voz y de dejarnos tocar por la gracia divina de la cual es portadora. Que el timbre divino de esa voz nos envuelva a todos, ayudándonos en nuestra santificación personal, en la de nuestra familia y de aquellos que nos son próximos. Así, en nosotros y alrededor nuestro, se realizará la gran promesa de María en Fátima: “Por fin mi Inmaculado Corazón triunfará”.
Dios te salve, Reina y Madre…
Referencias bibliográficas
Santo Afonso de Ligorio, Meditações para todos os dias do ano, v. II, Friburgo: Herder e cia., 1921.
Mons. João Clá Dias, O inédito sobre os Evangelhos, v. V, Roma-São Paulo: Libreria Editrice Vaticana, Instituto Lumen Sapientiae, 2012.
Revista “Dr. Plinio”, Editora Retornarei Ltda., n. 235.