
Tal vez nadie jamás tuvo los medios para hacer una meditación de la vida entera de Nuestro Señor Jesucristo. Pero creo que siendo Nuestra Señora quien era, favorecida de todas las gracias y dones en un grado y abundancia insondables, Ella no hizo sino esto.
Así, Ella meditaba en todo el significado y alcance delante de la Santísima Trinidad de cada gemido, de cada dolor, a lo largo de la pasión, y también de cada alegría por ocasión de los júbilos de la Resurrección, así como durante el Nacimiento y cuando Él vivía en su claustro virginal: todo esto Ella lo conoció y adoró, estuvo continuamente presente en su mente a causa de los conocimientos propios de Ella y que le eran comunicados por su Divino Hijo.
Esta contemplación debía dar la expresión de la mirada de María Santísima y a su actitud recogida una fuerza de meditación verdaderamente extraordinaria, unida a su sabiduría: un conocimiento milagrosamente amplio y una interpretación sapiencial de todo cuanto hubo.
Esto constituyó una arquitectura como la de un palacio: vita Domini Nostri Iesu Christi, desde el primer instante de la Encarnación hasta la hora de la Ascensión. Completada esta, cuando Él entró al Cielo y se sentó en su trono, terminó su vida terrena y todo se hizo.
¡Ese todo Ella lo conoció, admiró y amó de un modo extraordinario!
Extraído de conferencia del Dr. Plinio del 10/7/1991