
Todas las ardillas que Dios creó desde el comienzo del mundo y creará hasta el fin constituyen una colección. Entonces, es una bonita meditación mirar a una de ellas y pensar: “¡Cuántos tipos de ardillas hubo y aún habrá! ¡Qué riqueza la obra de Dios! ¡Qué maravilla hay en eso!”
Plinio Corrêa de Oliveira
¡Las ardillas son animales muy graciosos! Quien los ve jugando entiende que Dios los creó con la intención de hacer sonreír al hombre.
Hay una variedad enorme de ardillas: algunas con una cola muy bonita y elegante, unas más grandes, otras pequeñitas, siempre juguetonas, saltando de un lado para otro. Son un encanto que, sin embargo, no fuerza a la seriedad a salir de su sitio para gozar de él. Por eso, sirven de distracción para el hombre serio.
Todas las ardillas que Dios creó desde el comienzo del mundo y creará hasta el fin constituyen una colección. Entonces, es una bonita meditación mirar a una de ellas y pensar: “¡Cuántos tipos de ardillas hubo y aún habrá! ¡Qué riqueza la obra de Dios! ¡Qué maravilla hay en eso!”
En efecto, cada creatura es como que un mensaje de Dios que nos dice: “Nota, hijo mío, Yo soy así. El esplendor de todas las auroras, la majestad de todos los mediodías y la dignidad victoriosa de todos los atardeceres, todo eso me refleja.
Pero mira ahora la ardilla y, mientras que ella te hace sonreír, comprende que hay algo por donde Yo soy infinitamente placentero, atrayente, sosegado. En mí está la matriz infinita de aquello que vuelve a la ardilla tan graciosa. Yo soy la majestad, la bondad, pero también la caricia y la gracia. Son esos algunos mensajes que te envío.”
Extraído de conferencias del 20/3/1988 y 12/10/1985