Vivir es saber analizar los aspectos trascendentes, los imponderables sobrenaturales que rodean los ambientes y la naturaleza. En esta escuela de amor de Dios, nos enseña el Dr. Plinio a absorber y comprender lo que son, en esta Tierra, las promesas del Cielo.
Plinio Corrêa de Oliveira

El Dr. Plinio en 1984, en el Praesto Sum
Al entrar en una de nuestras sedes1, en la cual se encuentra un amplio jardín, hice una reflexión que presento aquí, tal como se me puso en mí espíritu. 
Reflexiones durante el “Sol materno del ocaso
” Estábamos precisamente en el momento en que el Sol se ponía y aún lanzaba haces de luz a través de los árboles, iluminando parte de los canteros. La imagen de Nuestra Señora de las Gracias, sonriente y bondadosa, parecía que tenía una homogeneidad especial con ese Sol, hecho menos intenso y menos radiante, más familiar y dulce… Es lo que yo podría casi llamar el “Sol materno del ocaso”.
Por ser los árboles esbeltos, los rayos bajaban desde muy alto hasta abajo, formando líneas oblicuas, unos surcos de luz muy grandes y bonitos, en medio de la relativa penumbra verde.
Reinaba en el jardín una calma y una paz que daban la impresión de que ni los pajaritos osaban perturbar. Hay momentos en que son muy graciosos, saltan, hacen desorden y lío. Esa actitud les conviene para el período de la mañana, cuando el Sol está en la alegría de subir, o cuando se encuentra en su plenitud. Ahora bien, cuando el Astro-Rey comienza a ponerse, los pájaros parecen tornarse más discretos y todo el movimiento de la naturaleza acompaña el sueño que va entrando en todo; otro tipo de belleza impregna la atmósfera del parque.


Esa dulzura que acabo de describir tiene una relación cualquiera con el trazado de la avenida de entrada: en cierto momento tiene una inflexión con una curva delicada y suave, presentando algo en común con las amenidades de la naturaleza.
Cuando el automóvil sigue su curso, se tiene la impresión de que todo lo que hay de imponderable y dulce, de distinguido, de agradable y de bondadoso en la naturaleza, toma otra dimensión, porque ya no es solo luz y color, sino también movimiento.
Un poco más a delante, se ve la parte lateral de una de las casas del complejo, que, en aquella hora se reviste de algo acogedor; es el lugar donde todos se reúnen, todos son amigos y se juntan para tener la buena convivencia de una noche…
Continuando el recorrido, se pasa delante del crucero y se rezan las jaculatorias: “Ave Crux, spes única! “Mater Dolorosa, ora pro nobis!” El automóvil avanza un poco más, lo necesario para que esas impresiones queden atrás y, sin choque, se llega, por fin, al esplendor del Patio de Nuestra Señora de la Gloria, donde están izados nuestros estandartes. Ya es otra atmósfera, otro ambiente, como que otro mundo que nos habla de batallas.

Y así estaba terminada mi entrada en esta sede, en una tarde de verano… Podríamos decir que todo eso constituye tres cuadros sucesivos y distintos: el primero, de la entrada; el segundo, de la casa; y el tercero, del patio. ¿Qué significan?

Melancolía discreta, bienestar y sosiego
Hay momentos en que la naturaleza se presenta con las delicadezas y las discreciones, con esa gota de cansancio, de sueño y de tristeza propias al anochecer. En eso está representado un “algo” de la virtud, propia a las almas, cuando se encuentran en ciertos estados: son muy dulces y suaves, esparcen en torno de sí una melancolía discreta –nada de torrencial– agradable, en la cual casi que se podría decir que prepondera una nota de bienestar, más que de tristeza, que es, sobre todo, el sosiego…

El Dr. Plinio en visita al Praesto Sum, en 1982
En el fondo, en todas las almas hay momentos en los cuales ellas son así, como en toda naturaleza hay momentos en que ella se presenta así. Hay, por lo tanto, un como que estado de espíritu cerniéndose por encima de todas las cosas, el cual, en determinado momento, envuelve al hombre, invitándolo –y le dice: “¡Hijo mío, ya es hora de ser de este modo! “¡Comprenda esto cómo es!”–.
¡Alegría de la intimidad seguida del deseo de la lucha!
En un segundo cuadro de consideraciones, hay otros momentos en los cuales se aprecian, no los deleites de la naturaleza libre y suelta, del viento, de las hojas secas corriendo un poco por el suelo, sino que se gusta de lo cerrado, de lo íntimo, de lo acogedor, de lo concentrado, de lo defendido contra lo que está afuera…
¡Estas son aquellos momentos en que el hombre tiene la alegría de encontrar en otro a un semejante! Alegría de ser comprendido y de comprender; alegría de la intimidad, del bienestar de quien sabe y puede confiar.
No es únicamente la confianza, porque las puertas están trancadas y el lobo no puede entrar, sino porque las almas están abiertas, pueden hablar y expandirse.
Es casi un primer universo que cesa y otro que entra, hecho todo de impresiones y sensaciones diversas, pero en que el alma humana siente el placer de haber pasado por uno y haber entrado en otro.

Es una especie de viaje de estado de espíritu en estado de espíritu.
Después de las serenidades tranquilas, de las intimidades reconfortantes, ¡el alma tiene deseo de acción, quiere ver la gloria que se muestra! Ella, que hasta hace poco quería reposo y bienestar, ¡anhela por luchar, gritar, proclamar, avanzar, sacar pecho! Es de eso que ella gusta, y ahí está casi otro aspecto del universo.

Acción angelical e imponderable religioso
¡Solo en ese trayecto, cuantas consideraciones se pueden hacer…! ¡Cuando el hombre sabe vivir, pasa por así decir, por tres universos sólo en ese recorrido! ¡Y cuántos universos así hay por el mundo! Eso es llevar una vida interesante; ¡así vale la pena vivir, es curioso, es mucho más que curioso, es bello, es noble vivir!
En el fondo, ¿qué significa eso? Si mi alma tiene aspiraciones sucesivas de encontrarse en esos varios universos, es porque el universo creado por Dios –en el cual yo incluyo al rey de la creación, que es el hombre– puede presentar cuadros diferentes así. Ahora bien, ¿qué quiere decir cada uno de ellos? ¿Hay un mensaje de Dios dentro de eso? La Escritura dice: “Los cielos narran la gloria de Dios y el firmamento anuncia la obra de sus manos” (Sl 18, 2). Pregunto: ¿hay narraciones de la gloria de Dios dentro de eso?
Yo profundizo y digo lo siguiente: cuando noto una serenidad o un bienestar así en un ambiente, una explosión de gloria tal, tengo la impresión de que un Ángel se cierne allí; yo no lo veo, pero entreveo el fulgor irradiado por él en las cosas, como algo trascendente que se está expresando allí. Ese algo, ¿Qué es?
Son exactamente las creaturas narrando la gloria de Dios, y yo, a través de ellas, contemplando aspectos de Él. Es posible que en una casa bendecida como ésta los aspectos de Dios se hagan ver no sólo por medio de la naturaleza, sino por gracias que coinciden con el mensaje que ella trae, haciéndonos ver algo más que lo que la simple naturaleza muestra.
De ahí viene un imponderable religioso en todos los aspectos que se suceden, al analizar los ambientes de una sede como ésta.

«¡Cómo sois grande, infinito y bello! ¡Para Vos yo nací!»
Entonces queda puesto el elemento necesario para una oración:
En la noche de nuestra vida, cuando tengamos los anocheceres suaves y poéticos – no la vejez tempestuosa que de mí está queriendo la Providencia, sino, como yo vi en una dama, tan suave y tan poética– en esta ocasión, como en la aurora de nuestra vida, Dios nos hará ver como que aspectos de lo que Él mostrará de sí mismo en el Cielo.
Las delicadezas, las armonías y los colores ya un poco nocturnos del ocaso, reflejan algo de especialmente bello: los aspectos de Dios en el Cielo, expresados por una delicadeza infinita, por una serenidad sin nombre, por una capacidad de penetrar en nuestras almas, agrandándolas, manejándolas con afecto, llenándolas con su presencia, sin que nosotros sepamos cómo.
Habrá otros momentos en que, en el Cielo, veremos el bienestar de Dios, y pensaremos: “¡La tierra pasó, la vida pasó; las batallas pasaron, ¡la posibilidad de pecar pasó! ¡Nosotros estamos radicados en el Cielo para siempre, somos impecables! ¡Dios nos tiene eternamente! Y, –¡oh maravilla!– ¡nosotros lo tenemos por toda la eternidad! Esta multitud de Ángeles y hombres electos que viven en la bienaventuranza, ellos serán mis íntimos por los siglos de los siglos sin fin… ¡Cada vez más nosotros nos conoceremos y nos amaremos más! ¡Cada vez más formaremos uno sólo junto a Él!” Habrá las grandes glorias de Dios, los momentos en que Él se nos manifestará de tal manera, que no sabremos ni cómo glorificarlo: “Señor, ¡cómo Vos sois grande, infinito y bello! ¡Yo nací para Vos!”.
En la eternidad no se pueden distinguir el tiempo ni los momentos, hablo así por adaptación de lenguaje. Pero hay torrentes de gracias que dicen una cosa y torrentes de gracias que dicen otra. ¡Y Dios se muestra por un aspecto y por otro, y por otro, por todos los siglos, para que nosotros lo contemplemos por toda la eternidad!
Entonces, al hacer este pequeño trayecto, cuando el día es favorable, debemos absorber esas impresiones y comprender que son promesas del Cielo. Y debemos amar las almas que, viendo esas cosas, son susceptibles de amarlas. Porque, en la medida en que las aman, se asemejan a eso, en la medida en que ellas mismas quedan así, son el reflejo de Dios más próximo de nosotros. Y si, por ejemplo, dos personas capaces de sentir eso y conversar sobre eso se sentasen en un banco de jardín y hablasen, tendrían una unión de almas parecida con la que se tiene en el Cielo. ¡Vivir es esto!

El Dr. Plinio durante una conferencia en el Praesto Sum en 1984
(Extraído de conferencia del 21/12/1984)
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1) Se trata del Éremo Praesto Sum, situado en una espaciosa finca en el Barrio de Santa Ana, en São Paulo, Brasil. Desde el portón de entrada hasta el acceso de las casas, se recorría un amplio jardín, comentado en este artículo por el Dr. Plinio.







