“Alteza, Ud. puede mandar a los hombres, pero el viento obedece a Dios, al cual también Ud. debe obedecer”. La frase de Luis, circuló en toda la corte…
Luis Montoya M.
El 21 de junio de cada año en la Iglesia Católica se conmemora la fiesta de San Luis Gonzaga, un joven jesuita italiano conocido por su eximia castidad, su coraje en el servicio al prójimo y por su fidelidad al llamado de Dios en la Compañía de Jesús.
Por la práctica de estas virtudes rutilantes fue declarado Patrono y Modelo de la Juventud. Porque supo dar preferencia a los valores verdaderamente sobrenaturales por encima de la sensualidad de la vida mundana, dejando a un lado el poder, el honor y los halagos de este mundo.
En la conmemoración del IV centenario del nacimiento de San Luis Gonzaga, el entonces general de la Compañía de Jesús, el célebre P. Pedro Arrupe dijo: “Luis no negoció. No aceptó compromisos. No pudo aceptar las deformaciones hechas a Cristo por el mundo y la sociedad. Si el mundo negó a Cristo, él lo aceptó y lo siguió íntegramente”.
Algunos trazos de su niñez y juventud
Luis Gonzaga nace en Castiglione, el 9 de marzo de 1568. Su padre, don Ferrante, fue el Marqués de Castiglione y su madre, doña Marta, la hija de los Barones de Santena de Chieri (cerca de Turín). Su padre, amante del poder y la fortuna. Su madre, más bien piadosa y temerosa de Dios.
Luis como primogénito de su familia, es el heredero al marquesado y todos los beneficios al él inherentes. Su nacimiento fue muy difícil, poniendo en serio peligro la vida de su madre. Por esta razón, acorde con la costumbre piadosa de su época, debió ser bautizado en el seno materno, antes de haber terminado de nacer.
La niñez de Luis fue la propia de todo niño noble de su tiempo. Su padre deseó con orgullo y con esperanzas que su heredero siguiese la carrera militar. Por esta razón, al cumplir Luis los cuatro años de edad, es llevado por su padre al campamento militar de Casalmaggiore. Allí, a la orilla derecha del río Po, se adiestra un numeroso ejército de soldados que han sido llamados por el Rey Felipe II, para la campaña de Túnez.
Modelando una recta conciencia
Su padre manda fabricar una pequeña armadura y un arcabuz hecho a la medida del pequeño heredero. Su padre se alegra al ver al hijo que disfruta empezando a ejercer su papel de caballero.
Nos llegan pintorescos relatos de sus primeros biógrafos, narrando cómo Luis, efectivamente, disfruta su papel de pequeño guerrero, hasta llegar a cometer algunas imprudencias. Sin culpa propia, aprende a pronunciar las palabras vulgares y soeces de los soldados, sin entender el significado. Nadie le da importancia por utilizar este lenguaje. Todos sonríen, complacidos, porque ven en Luis al futuro buen soldado.
Cierto día, estando en el campamento, aprovechando que los soldados, por el calor de la siesta, roba un poco de pólvora y hace explotar un pesado cañón. El artefacto, al retroceder, por poco lo aplasta debajo de las ruedas. El estruendoso sonido de la explosión enfurece a su padre, pero al saber quién ha sido el culpable, se tranquiliza y discretamente le llama la atención, pues en el fondo se siente orgulloso de su hijo.
Sin embargo, Luis, menos indulgente que su padre, durante su corta existencia se echará en cara estas faltas infantiles, siendo materia de arrepentimiento en su examen de conciencia. Porque para quien aspira seriamente a la santidad, las palabras soeces y el robo de la pólvora serán faltas para una conciencia recta opuesta al relativismo.
Para ilustrar estos episodios tenemos el siguiente relato de su fiel tutor don Pedro Francisco del Turco. Este hombre recto tuvo un influjo notable en Luis. Cuando le oye decir palabras vulgares le pregunta: “¿Quién te las ha enseñado?”. Sin titubear, Luis contesta: “Los soldados del campamento de Casalmaggiore”. El tutor, entonces, le explica que una persona de condición no debe emplear jamás palabras soeces. Sumiso, Luis pregunta: “¿Un señor no debe decir estas cosas?”.
Pedro Francisco dice: “No, de ninguna manera”. Luis termina el diálogo: “Está bien. No las diré más”. Y mantuvo su promesa hasta el fin de sus días.
Hace voto de perpetua virginidad
Su director espiritual le da un devocionario titulado “Misterios del Rosario”, de autoría del jesuita P. Loarte. Gracias a esta piadosa lectura, muy pronto se mueve a imitar la pureza de la Santísima Virgen.
Un día, orando de rodillas, en la iglesia de la Santísima Anunciata, decide hacer una ofrenda heroica. El P.Virgilio Cepari, su confesor y primer biógrafo, nos cuenta así el hecho: “Le vino al pensamiento que sería servicio muy acepto a la Virgen Santísima, si él, por imitar cuanto le fuese posible su pureza, le consagrase desde luego con particular voto su virginidad. Con este pensamiento, estando un día en oración delante de la imagen que llamamos de la Anunciata, a honra de la Virgen, hizo voto a Dios nuestro Señor de perpetua virginidad”.
Visitando la corte más imponente de Europa
Siendo aún un adolescente de 14 años, es alto, de buena figura y buen talante. Luis y su hermano Rodolfo son nombrados pajes de don Diego, un pequeño de siete años, príncipe de Asturias y heredero del trono. Ser paje del futuro rey de España es un honor, así lo piensa el marqués, su padre. Pero para Luis, ahora esto no es lo más importante.
Su condición de paje del heredero del trono de España, lo obliga a quedar bajo el mando, en este caso, de un niño a quien dobla en edad. A pesar de esta situación, nos llega este pintoresco episodio. En cierta ocasión, el príncipe don Diego,
irritado por un viento frío, gritó con indignación: “Viento, te ordeno que te vayas”.
De inmediato Luis le replicó: “Alteza, Ud. puede mandar a los hombres, pero el viento obedece a Dios, al cual también Ud. debe obedecer”. La frase de Luis, circuló en la corte y al mismo Felipe II le gustó cuando llegó a sus oídos.
Deseando unirse a Dios prontamente
Ya habiendo ingresado a la Compañía de Jesús, mostró su amor al prójimo dando asistencia a los enfermos en una grave peste. Los superiores trataron de alejar a Luis de los enfermos contagiosos. Sin embargo, cuando iba al hospital de la Consolación, encontró a un apestado que, inconsciente, yacía en medio de la calle. Lo abrazó, lo echó a los hombros y a pie lo llevó a la Consolación. Allí lo atendió. Ese mismo día empezó la fiebre y el malestar.
A San Roberto Belarmino le dijo que iba a morir y le preguntó si era malo desear la muerte. El confesor preguntó: “¿Por qué deseas morir?”. Luis contestó: “Para unirme con Dios”. Estuvo una semana entre la vida y la muerte, para luego extinguirse lentamente durante tres meses.
En la tarde del día 20 de junio, el Papa Gregorio XIV le envía su bendición e indulgencia plenaria. Hacia las diez de la noche pide nuevamente el Viático.
Recibida la Eucaristía, se despide de todos y de un modo especial del P. Provincial, del Rector del Colegio Romano, de San Roberto Belarmino y del P. Virgilio Cepari.
En la madrugada del 21 de junio de 1591, rodeado de sus compañeros jesuitas, expira serenamente. Tiene 23 años y unos pocos meses.
Glorificación después de la muerte
Todos tienen conciencia de que han vivido en la presencia de una santo. El Cardenal San Roberto Belarmino obtiene del P. General de los jesuitas, Claudio Acquaviva, la facultad de sepultar el cuerpo en la iglesia, preanunciando su pronta
glorificación con etas palabras: “atendidos los méritos que tiene para llegar a ser un día canonizado”.
La Iglesia autoriza el culto privado, equivalente a la beatificación, para Castiglione y los demás señoríos de los Gonzaga, en 1604, conjuntamente con Estanislao de Kostka para Polonia. La madre de Luis, doña Marta, pudo presenciarlo en la honra de los altares.
Fue canonizado en 1726 con San Estanislao de Kostka. La Iglesia lo declaró Patrono de la Juventud.