P. Carlos Javier Werner Benjumea, EP
Era el 15 de junio de 2005. El diácono João, acompañado de catorce compañeros de ideal, estaba a punto de ser ordenado presbítero en la basílica de Nuestra Señora del Carmen, de São Paulo, el mismo sitio donde, casi cincuenta años antes, había conocido a su padre espiritual, Plinio Corrêa de Oliveira. La jerarquía eclesiástica abría sus regias y sacrosantas puertas a varios miembros de los Heraldos del Evangelio. Así, la obra que surgió del corazón de Mons. João se enriquecía con la dádiva del sacerdocio, alcanzando la cumbre del llamamiento hecho por la Providencia que, en uno de sus aspectos más relevantes, consiste en sacralizar el orden temporal y transfigurar el mundo a imagen y semejanza del Sagrado Corazón de Jesús y de María.
El Dr. Plinio en su obra profética Revolución y Contra-Revolución cifra toda la eficacia de la lucha contrarrevolucionaria en la cooperación de los hombres con la gracia celestial. Es la acción del divino Paráclito en los corazones elevando la naturaleza humana caída a pináculos inimaginables. Por ello, al ser investido con la misión de impetrar nuevos y eficaces auxilios sobrenaturales, la rama sacerdotal fundada por Mons. João se convertía en el escuadrón de élite de la Contra-Revolución y comenzaba a cooperar con fuerza divina en el objetivo de derrotar a las huestes del mal e implementar el tan anhelado Reino de Cristo en la tierra.
Corazones en llama
Hablando acerca del sacramento del Orden, el Dr. Plinio afirmaba: «¡El sacerdote sólo es digno de serlo cuando tiene un alma de fuego! […] Debe ser el que lleve a todos al frente, el que esté en primera fila, en el primer lugar de la batalla».1 También era éste el pensamiento de Mons. João. Sus hijos presbíteros deberían caracterizarse por su empeño de ganar almas para Dios y llevar a la Santa Iglesia a un auge de santidad y de gloria aún no alcanzado, elevados y nobles ideales que sólo se realizarían en un extremo de fervor. Por eso quería sacerdotes santos, por cuyas venas circularan verdaderas llamas sobrenaturales:
«Tienen que ser sacerdotes llenos del Espíritu Santo, como lo fue Nuestro Señor Jesucristo en el momento en que la Santísima Virgen dijo “Fiat mihi secundum verbum tuum” y bajó a la tierra el fuego sobrenatural, sustancial: Nuestro Señor Jesucristo Hombre, ¡el Sacerdote! Para participar del sacerdocio de Nuestro Señor hay que tener este fuego. […] ¡El sacerdote debe ser un hombre de fuego, un hombre de intenciones ardientes, un hombre de corazón ferviente! De este modo, hará que lleguen a Dios peticiones llenas de ardor, llameantes, que serán aceptadas. […] No es posible que un sacerdote suba al altar sin que en su corazón exista ese deseo de que la faz de la tierra sea renovada, no sólo con respecto a las almas y a la santidad, sino también en lo que se refiere a la visión de todas las cosas. Cuando sube al altar
¡El sacerdote
debe ser un
hombre de
fuego, de
intenciones
ardientes,
de corazón
ferviente! Así,
hará llegar a
Dios peticiones
que serán
aceptadas
el sacerdote debe tener en su corazón el deseo de que los hombres sean “parientes” y “amigos” de los ángeles. […] Es necesario que recemos por los sacerdotes, para que tengan un corazón engastado de intenciones llenas de fuego».
En su
ministerio,
Mons. João
imitaba en
todo al Sumo
y Eterno
Sacerdote: era
león valiente
en el púlpito,
cordero
inocente al
ofrecer el
Cordero en el
altar y padre
clemente en el
confesionario
Hijos embelesados de la Iglesia
A lo largo de su vida sacerdotal, Mons. João dio un continuo ejemplo de ese ardor sobrenatural, que brillaba con especial intensidad en la celebración de la misa. Entre sus intenciones más osadas estaban la renovación y la glorificación de la Santa Iglesia.
Celoso por la Sagrada Tradición, el objetivo de Mons. João, ya esbozado por el Dr. Plinio, era el de erguir de nuevo los estandartes de la ortodoxia y de la virtud que yacían a lo largo de los caminos de la historia, cubiertos por el polvo del abandono o bajo el fango de la traición. No obstante, su fe inquebrantable en la santidad de la Esposa Mística de Cristo le llevaba a aspirar a algo más que recuperar simplemente las bellezas olvidadas o vilipendiadas del pasado: «Queremos que la Iglesia se sirva de nosotros como instrumentos para alcanzar una plenitud de gracia y de santidad que aún no ha manifestado a los hombres».
Monseñor João durante una homilía en la basílica de
Nuestra Señora del Rosario, Caieiras (Brasil), en 2009;
en el destacado, confesando en la catedral
de la Sé, São Paulo, ese mismo año
Un deseo similar expresó el Dr. Plinio: «Ése es el sentido de la Contra-Revolución en la Iglesia. No sólo se trata de estancar la Revolución y recolocar las cosas en tal o cual orden. ¡No! Hay que tomar la dirección opuesta y ser lo contrario de lo que quiere la Revolución, diametralmente lo contrario, hasta un ápice difícil de imaginar».
Este ideal tan atrevido, que a muchos les podría parecer pretencioso, no sería alcanzado, sin embargo, por méritos personales, sino por el influjo de la santidad que brota del propio Cuerpo Místico de Cristo: «La Iglesia es tan viva, tan joven, tan inmortal y, además, crece tanto en manifestación de brillo y de gloria, que en los períodos de crisis siempre encuentra en sí la fuerza para renovarse y decirle al infierno: “No sólo no me vences, sino que triunfo sobre ti”».
En este sentido, Mons. João le suplicaba a los Cielos que la rama sacerdotal de los heraldos —que con el tiempo constituiría la Sociedad Clerical de Vida Apostólica de Derecho Pontificio Virgo Flos Carmeli— tuviera una fe robusta, audaz y refulgente, que creciera continuamente hasta el final de los tiempos, iluminando a la Iglesia y al mundo entero.
Virtudes sacerdotales
Monseñor João tuvo como alma de su ministerio la búsqueda de la santidad, que consiste en la entrega incondicional a Dios hasta el holocausto. Y este empeño no hizo más que intensificarse a medida que pasaban los años. Sus palabras después de la ordenación presbiteral de algunos de sus hijos espirituales lo indican perentoriamente: «Tenemos de aquí en delante, hasta la hora de nuestra muerte, un trabajo constante de desear cada vez más la santidad, porque la participación en el sacerdocio sagrado y divino de Nuestro Señor Jesucristo es la participación en su propia santidad».
Esta vida espiritual bien llevada hacía que nuestro fundador respetara en extremo la dignidad a la que había sido elevado, no como procedente de sí mismo, sino como emanada de aquel a quien representaba. En efecto, el sacerdote actúa en la persona de Cristo Cabeza, es decir, del Verbo de Dios engendrado por el Padre desde toda la eternidad y hecho hombre para salvarnos. Consciente, por tanto, de estar investido de una misión divina
Monseñor João después de una misa concelebrada en la basílica de Nuestra Señora del Rosario,
Caieiras (Brasil), en 2009
Mons. João se propuso imitar en todo al Sumo y Eterno Sacerdote, siendo un león valiente en el púlpito, un cordero inocente al ofrecer el Cordero en el altar y un padre clementísimo en el confesionario.
En consecuencia, quiso marcar el ministerio sacerdotal con ciertos atributos marciales que servirían para preservar de todo tipo de relajamiento el celo de sus hijos por el esplendor de la liturgia y por el bien de las almas. Combatía en ellos cualquier indicio de negligencia o desorden —desgraciadamente, tan común hoy día— en el servicio del altar, en la administración de los sacramentos, en la predicación de la Palabra divina e incluso en la vida privada.
Conocedor de lo mucho que los escándalos de los malos sacerdotes han perjudicado al rebaño del Buen Pastor, procuró, como fundador y padre, formar un clero íntegro, combativo y generoso, dispuesto a dar la vida por los demás como Jesús victimizado la entregó por cada hombre. Cuando se trataba del sacramento de la Penitencia, jamás rechazaba una petición que se le hiciera, incluso fuera de tiempo y de lugar. Y lo mismo les ordenó a sus hijos: nunca arrogarse el derecho de negar una confesión, pues en la ordenación habían sido clavados en la cruz de Nuestro Señor Jesucristo para siempre.
Un vicio temía de manera especial para los suyos: el de la mediocridad, mezquindad propia de quien se acomoda a una vidita fácil y huye de los sublimes desafíos que el Crucificado pone ante sus elegidos. Monseñor João enseñó con la palabra y con el ejemplo que el ministro de Dios debe vivir considerando horizontes grandiosos, comprendiendo el auge al que ha llegado el mal en nuestros días y deseando con todas las fuerzas de su alma el más glorioso desquite de Dios en la historia. Por lo tanto, esperaba ver atendidas en plenitud las súplicas formuladas en el padrenuestro: «Venga a nosotros tu Reino, hágase tu voluntad en la tierra como en el Cielo».
Nuestro fundador siempre consideró la predicación de la Palabra de Dios como un arma de incalculable poder para promover el bien y frenar la expansión del mal. En el combate al vicio, siguió el ejemplo de su padre espiritual, el Dr. Plinio, a quien consideraba un cruzado incansable en continuo estado de lucha. Sus predicaciones eran ricas en contenido, de claridad meridiana y adornadas con abundancia de descripciones y ejemplos, para inculcar en su auditorio, de manera accesible a todas las edades y condiciones, el amor a la virtud y la detestación del vicio.
Cabe señalar, no obstante, que esta actitud beligerante, que brillaba especialmente en el púlpito, nunca lo distanció de los fieles. Al contrario, percibiendo la integridad de su corazón paternal y de su inclinación a acoger a los pecadores, personas que apenas lo conocían le pedían ser oídas en confesión, incluso en ambientes insólitos, como, por ejemplo, durante los viajes en avión. De suerte que se creó a su alrededor un rebaño ajeno a su obra, que se entusiasmaba con su palabra y no rechazaba el desafío de conformar sus vidas a ella.
Sacralidad de la liturgia
A lo largo de los años de convivencia con el Dr. Plinio, Mons. João extrajo de él un profundo amor a la sacralidad de la liturgia. Por eso, buscaba que en sus misas resplandeciera el brillo del
Procuró
formar un
clero íntegro,
combativo
y generoso,
recordándoles
a sus hijos
sacerdotes la
necesidad de
actuar con
pulcritud
durante las
ceremonias
litúrgicas
Sumario
misterio celebrado: «El altar debe estar rodeado de una nota de dignidad mucho mayor que la coronación de un rey, o cualquier otra ceremonia civil», afirmó con convicción.
A sus hijos sacerdotes les recordaba, sin flaquear jamás, la necesidad de actuar con perfección y pulcritud durante las ceremonias litúrgicas, dejándose modelar por lo que él denominaba «la mentalidad y el temperamento del altar». Se trataba de olvidar los patrones de agitación, superficialidad y vulgaridad que se respiran en el mundo: «A causa de nuestro carisma, debemos ser muy disciplinados y exactos en todo lo que hacemos. Pero el altar exige un afecto y un cariño mayores que cualquier otra criatura. […] La tendencia a lo rápido perjudica el carácter sagrado del altar. […] Y es necesario tener un santo afecto en relación con el altar».
Para remarcar en el corazón de sus discípulos ese carácter espiritual, Mons. João instituyó una inspección de faltas después de las celebraciones, en la que él mismo, u otro sacerdote experimentado, indicaba los errores cometidos en el ceremonial, con el objetivo de formar sacerdotes llenos de santo temor, respeto y celo por los sagrados misterios, sin caer en la afectación y el automatismo. Por el mismo motivo, también impulsó la elaboración de una minuciosa y actualizada concordancia ilustrada de las normas litúrgicas oficiales, enriquecida con la nota peculiar del carisma de los heraldos, ya que, según afirmaba, las rúbricas han de seguirse con disciplina propiamente militar.
Mons. João
siempre creyó
que será
Nuestra
Señora quien
elevará la
santidad
sacerdotal
y la vida
sacramental a
un esplendor
nuevo, todo
marial y
profético
Sacerdocio marial y profético
Como es sabido, Mons. João se consagró, con profunda seriedad y vivo entusiasmo, como esclavo de amor a la Santísima Virgen según el método preconizado por San Luis María Grignion de Montfort. Sin embargo, su veneración por esta tierna Madre y soberana Señora lo llevó, en algunos aspectos, más allá de todo lo que le había precedido en materia de devoción.
Siguiendo las intuiciones proféticas de ese santo francés, Mons. João siempre creyó que será Nuestra Señora quien elevará la santidad sacerdotal y la vida sacramental a un esplendor nuevo, todo marial y profético, quien ataviará a la Esposa Mística de Cristo con el más hermoso traje de gala para las nupcias del Cordero (cf. Ap 19, 7-9). Por la participación en el espíritu y en las gracias mariales, se encenderá un fuego nuevo en el corazón de los sacerdotes, transfigurando la Iglesia docente a los ojos de los fieles con una luz sumamente atractiva.
Monseñor João en la basílica de Nuestra Señora del
Rosario, Caieiras (Brasil), en abril de 2010
Este fuego ardía en el corazón de Mons. João con respecto de la administración de cada sacramento, y especialmente en relación con la Eucaristía. Característico de su alma sacerdotal era la fe en el poder impetratorio y satisfactorio de la santa misa, hasta el punto de aspirar a la construcción de una iglesia donde se celebrarán misas continuamente —respetando el ciclo y el tiempo litúrgicos—, una tras otra, para conmover los Cielos y atraer a la tierra la justicia y la misericordia del Altísimo.
En cuanto a las peticiones que se formularan durante la celebración, afirmaba: «El mismo poder impetratorio dado a la Virgen lo tiene el sacerdote en el momento de la elevación de la hostia y del cáliz. Debemos aprovechar este momento al máximo y, por tanto, pedir con convencimiento, piedad, fe, certeza plena del triunfo y de la intervención divina».
A sus hijos presbíteros les recomendaba una convicción cada vez mayor del acto grandioso que realizan: «El sacerdote necesita, en cada misa, crecer en la fe; si celebra con la misma fe que el día anterior, ya ha retrocedido. Necesita crecer cada día, no en sensibilidad, sino en el acto de fe que hace en el gran milagro que se obra cuando pronuncia las palabras de la consagración. […] Debe darse cuenta de que en sus manos tiene a la segunda persona de la Santísima Trinidad, encarnada […], y que está realizando un acto muy serio, elevadísimo, extraordinario».
Un perdón demasiadamente grande
Con respecto al sacramento de la Confesión, Mons. João se distinguía por una osadísima confianza en la magnanimidad de Dios al conceder el perdón, aprendida de su maestro espiritual.
En una ocasión, el Dr. Plinio abrió su corazón a sus discípulos en ese sentido: «Más que un perdón, le pido [a la Virgen, para cada uno de mis hijos] el plan A + A; le pido una gracia que va más allá del perdón, una gracia que no sólo lave, sino que dé algo más de lo que tendríamos si no hubiéramos pecado. Es un perdón demasiadamente grande, sin límites, que no es sólo un perdón, sino un perdón seguido de una curación; no es sólo un perdón seguido de una curación, sino un perdón seguido de un ósculo; no es sólo un perdón seguido de una curación y de un ósculo, sino un perdón sobre el cual se coloca una diadema».
La inclinación de Mons. João a perdonar era enorme, hasta el punto de declarar: «Confieso que uno de los aspectos que me llevó a abrazar firmemente el sacerdocio fue el gran deseo de perdonar. El acto de dar la absolución me toca más el alma que pronunciar las palabras de la consagración. Necesitamos tener esta sed enorme de perdonar».
Y transmitió esta disposición interior a sus hijos espirituales. Incluso antes de su ordenación, dijo: «Pronto tendremos sacerdotes. Deben tener avidez, deben tener sed de perdonar. No serán ellos quienes perdonen, es verdad, pero serán instrumentos en las manos de Nuestro Señor para ello. […] El Reino de María será el reino del perdón, […] la era de la misericordia, la era del poder de Dios»
Monseñor João durante la misa de inauguración de la adoración perpetua
en la casa Lumen Prophetæ, Franco da Rocha (Brasil), en junio de 2015
Sacerdote y víctima
Monseñor João no se habría configurado por completo con el Sumo y Eterno Sacerdote si, en unión con Él, no hubiera asumido de manera especial la condición de víctima. Cristo se ofreció a sí mismo en el ara de la cruz y era necesario que su sacerdote lo siguiera por esta vía de dolor e inmolación, aspecto importantísimo de la misión de nuestro fundador, que será considerado con más detalle en un artículo aparte.
Para sus hijos espirituales, el calvario soportado por él sirvió de ejemplo de perseverancia y de alegría en medio del sufrimiento, pero, sobre todo, fue fuente de gracias especialísimas, pues, al unir sus dolores a los del Cordero inmolado, adquirió para cada uno tesoros de dones y virtudes. Gracias a su continuo ofrecimiento podemos decir sin recelo que, ante el trono del Altísimo, han sido compradas la perseverancia y la santificación de innumerables sacerdotes hijos suyos, que se seguirán en el tiempo hasta la consumación de los siglos.
Al unir sus
dolores a los
del Cordero
inmolado,
compró
gracias de
perseverancia
y santificación
para
innumerables
sacerdotes hijos
suyos, que
se seguirán
en el tiempo
hasta la
consumación
de los siglos
1 CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. Reunión. São Paulo, 4/4/1993.
2 CLÁ DIAS, EP, João Scognamiglio. Homilía. Caieiras, 20/12/2008.
3 CLÁ DIAS, EP, João Scognamiglio. Reunión. São Paulo, 1/6/2005.
4 CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. Conferencia. São Paulo, 28/9/1984.
5 CLÁ DIAS, EP, João Scognamiglio. Palabras de agradecimiento después de la misa. São Paulo, 12/7/2004.
6 CLÁ DIAS, EP, João Scognamiglio. Palabras de agradecimiento después de una ceremonia de ordenación presbiterial. Caieiras, 20/5/2007.
7 CLÁ DIAS, EP, João Scognamiglio. Conferencia. Mairiporã, 15/12/2006.
8 CLÁ DIAS, EP, João Scognamiglio. Reunión. Roma, 19/2/2010.
9 CLÁ DIAS, EP, João Scognamiglio. Conferencia. Caieiras, 14/1/2010.
10 CLÁ DIAS, EP, João Scognamiglio. Conferencia. Mairiporã, 10/8/2006.
11 CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. Conferencia. São Paulo, 13/9/1971. 12 CLÁ DIAS, EP, João Scognamiglio. Homilía. Mairiporã, 20/1/2006. 13 CLÁ DIAS, EP, João Scognamiglio. Comentario al Evangelio. São Paulo, 11/7/2004.