Mons. João scognamiglio Clá Dias. III – Uno de los frutos más importantes del desastre

Publicado el 03/13/2025

Plinio Corrêa de Oliveira

Una “tristeza sorda y vil” cubría, como niebla parda, la
obra del Dr. Plinio. La tibieza llevaba a muchos de sus
seguidores a considerar sólo aspectos secundarios de su
persona. Objeto de especiales gracias a raíz del desastre,
el Sr. João Clá analizaba todo con piedad filial, revirtiendo
la historia del Grupo a través de su apostolado.

Plinio en las escaleras de la Catedral de la Sé, durante la misa por las víctimas del comunismo, en noviembre de 1967

Siendo la TFP brasileña el paradigma, la fundadora y la más antigua de la cual se irradiaron las demás, se diría que en ella nunca se debería reconocer defecto o problema alguno, y que se le podrían aplicar las palabras de San Pablo con relación a la Iglesia Católica: una se- ñora sin mancha, sin arruga, sin defecto (cf. Ef 5,27). Sin embargo, esta no es la realidad. Hagamos un análisis de nuestra situación interna en 1974, para interpretarla bien, porque no hay nada como la verdad: “Veritas liberabit vos – La verdad os hará libres” (Jn 8,32).

Insensibilidad a la voz de la gracia

El Grupo se encontraba en tales condiciones que nos parecía que estábamos presenciando un eclipse. Al mismo tiempo que producía todo lo que había de mejor en cuanto a doctrina y, como efecto externo, presentaba tal vez algunos de sus destellos más bellos, internamente había lo que Camões llamaba una “apagada y vil tristeza”, que nos cubría completamente como una niebla parda.

En ninguna parte aparecía una nueva llama. Al contrario, se tenía la impresión de que todas las anteriores se iban apagando poco a poco en el desierto, mientras una “anti-llama” entraba, cubriéndolo todo, venciendo definitivamente. Creíamos que podíamos tocar su victoria con nuestras propias manos, en un proceso irreversible de extinción gradual de los fuegos. La atmósfera que se sustituía en el Grupo entraba con tanta fuerza muelle y se instalaba tan completamente que podríamos decir que no era una crisis, sino una era que comenzaba.

Otro punto desconcertante en ese conjunto era que Nuestra Señora jugaba las cartas más eficientes, con gracias especiales, que inicialmente eran bien acogidas, pero después todo quedaba “como antes en el cuartel de Abrantes”. Era una especie de insensibilidad previa, similar al delicioso temblor de uno mismo cuando

Reunión con varios miembros del Grupo, en el Auditorio de la Santa Sabiduría sopla el viento, tras el cual uno vuelve a la posición anterior.  

En muchas ocasiones en la vida del Grupo, hubo oportunidades para que estas gracias actuasen sobre nosotros. De hecho, se manifestaban, pero no hubo generosidad correspondiente por parte de los miembros del Grupo a esta bondad de Nuestra Señora, para aceptarlas como un verdadero favor sobrenatural y para actuar con compenetración en el flujo de ellas.

Dr. Plinio en Amparo, en 1968

En el caso de la Sagrada Esclavitud, los torrentes de gracias fueron muy grandes, pero era necesario reconocerlos, para deducir que la visión por ellos presentada era objetiva y verdadera. Y lo que se produjo, en general, fue una cierta frialdad hacia las diversas interferencias de la Providencia en el Grupo, una especie de catarata de la fe, produciendo una aridez propicia a empujar hacia consideraciones de simple orden natural y hacer invisible la transparencia de lo sobrenatural que existe en la vida del Grupo.

La marea de la tibieza

Había realidades muy tristes en esto. Por ejemplo, la serie de tentaciones a mi respecto que desplazaron de nuestra acción a quienes formaban las cúpulas, incluso la de São Paulo, de modo que se convirtieron, lamentablemente, en especialistas en realizar un apostolado como si el fundador no existiera, o estuviera sólo presente como piloto para ciertas horas difíciles.  No era nada más que eso. Tenían una visión tan equivocada que me consideraban un hombre de sociedad, un intelectual, un profesor, aspectos secundarios cuando uno se enfrenta a un cuadro mucho más amplio.

La actitud durante mis reuniones indicaba bien ese estado de ánimo, porque, en el fondo, pensaban: “Tenemos los textos, los esquemas que usted nos entregó. En base a esto estudiaremos el asunto y no necesitamos de su presencia. Creemos que tenemos derecho a un libre examen de sus técnicas, de sus medios y de la utilidad de nuestros contactos con usted”. Fue una infidelidad que dio lugar a un siguiente paso: “Si usted no se adapta a las técnicas que queremos, le pediremos amablemente que se retire, porque, en posesión de sus ideas, elaboraremos el resto”.

Sentía que, mientras no hubiera nadie que hiciera el trabajo opuesto, el Grupo no avanzaría y sería muy difícil frenar la marea de tibieza.

¿Una era de milagros espirituales?

Esa posición traía consigo miasmas de podredumbre, una especie de desintegración lenta, ante la cual nos preguntamos, parafraseando al salmista:  Usquequo, ¿Domina, usquequo? – “¿Hasta cuándo, Señora, ¿hasta cuándo?”  (Cf. Sal 12,2). ¿Hasta dónde vamos a llegar?  

Me di cuenta de que en el fondo había una acción demoníaca verdaderamente aterradora, que yo no podía vencer. Hasta 1967, estaba acostumbrado a ver intervenir a Nuestra Señora en nuestro favor con gracias que se encubrían y se disfrazaban en los procesos comunes de la vía sobrenatural. Había, por ejemplo, alguien que se sentía muy mal y de repente recibía una gracia, y otros acontecimientos de esa naturaleza que, sin embargo, no podrían considerarse verdaderamente milagrosos.  

Por lo que yo tenía una idea muy fuerte en mi mente sobre la irreversibilidad de ciertos procesos de extinción y creía que, cuando comenzaba un cierto tipo de declive, podíamos rendirnos, porque, para revertir esa situación, se necesitaría un milagro y no habíamos llegado a la era de los milagros.

Ahora bien, desde la “gracia de Genazzano” fui llamado a comprender que estábamos entrando en esta era y que seríamos testigos de milagros espirituales antes de ser testigos de milagros materiales. Analizando, pues, la decadencia del Grupo, llegué a la siguiente conclusión: puede que no haya salida, pero seguiré adelante, alimentado por esta luz sensible de la “gracia de Genazzano”, por el recuerdo de aquella sonrisa y de aquella promesa.

Yo continuaba claramente muy preocupado, pero me tranquilizaba el hecho de poder ver en las almas, todavía de manera difusa, un cierto lumen que no habían rechazado. Mientras esto existiera, Nuestra Señora no nos abandonaría. Ella traería algo mejor, algo que nos elevaría.

A la izquierda, el Dr. Plinio a finales de la década de 1960. Arriba, una copia de Mater Boni Consilii, recibida por el Dr. Plinio como regalo en el hospital, en 1967

Falta de sensibilidad hacia la “gracia de Genazzano”

En estas pruebas se produjeron otras dos, quizá más terribles: la “gracia de Genazzano” estaba más clara en mi espíritu que cuando había ocurrido, pero se había vuelto completamente insensible para mí, hasta el punto de requerir un esfuerzo de razonamiento de mi parte para basarme en ella. Otrora el reavivamiento, casi diría místico, de aquella gracia me dio una calma como la de los tres jóvenes en el horno ardiente (cf. Dn3, 19-24). Sin embargo, todo se crispaba en mí en esos momentos –¡En mí!, tan calmado y sereno–, pues esa gracia ya no me sustentaba con su unción. Sabía que existía, pero, o yo hacía un esfuerzo, o nada estaría hecho.

Al respecto de esa gracia, se podría decir que en mí interior se pasaba, lo que se daba en la gran mayoría, al respecto de las cosas generales del Grupo. Seguro eso sí, que de mi parte no entraba ningún consentimiento en ese sentido y ninguna infidelidad.  Era una prueba a la cual Nuestra Se- ñora me quería sujetar. Y no sólo esa.

Otra prueba era esta: algunas almas del Grupo me sugerían la certeza que nunca darían preocupaciones, tristezas, aborrecimientos o aprehensiones, ya que poseían un grado de unión conmigo, penetrando hasta sus últimas fibras interiores.

Sin embargo, una de esas almas cayó y en esos momentos yo reflexionaba: “Está João Clá, es mi roca de siempre. Siempre en la vanguardia, siempre rompiendo las primeras olas, nunca me da preocupación, nunca exigiendo nada de mí y tampoco pidiendo nada. Es un capital que rinde al cien por ciento. ¿Será que esa decadencia también llegará hasta mi João Clá? No puedo prever si eso sucederá, pero, si llegara a pasar, debo buscar una solución a tiempo. Tal vez sea una probación misteriosa, por la cual el Grupo deba pasar: la de una aparente putrefacción, con algo de realidad; todo indica que será así”.

El Dr. Plinio en su periodo de convalecencia

El “¡basta ya!” con el desastre, periodo de nuevas decadencias.

Ante un quiebre tan grande en el Grupo, decidí hacer un ofrecimiento, no propiamente de mi vida —sabía esa no era la voluntad de Nuestra Señora—: me ofrecí para que sucediera conmigo lo que Ella quisiera, con la finalidad de erguir al Grupo.

El “basta” dado por María Santísima a todo eso, fue el accidente de automóvil en la carretera a Jundiaí, pero cuyos frutos no se vieron de inmediato.

Vehículo del Dr. Plinio, después del accidente del 3 de febrero de 1975

Era tanta la indiferencia que ninguno se interesó por el sufrimiento moral que padecía ni por mi persona, la cual estaba cada vez más en innegable descrédito. Muchos fueron al hospital a visitarme, por un acto social, para darse importancia, cuando la gran preocupación debería ser un despertar del espíritu de oración, ver con compenetración lo que había pasado. Para mí eso era notorio y me generaba mucho sentimiento. Esos días del desastre fueron tan siniestros, que casi no vale la pena recordarlos…

Se siguieron aún varias decadencias más, sucesivos fracasos, catástrofes encima de catástrofes. El Grupo se encontraba en una situación en la que todas las instituciones se desmoronaban. Los éremos estaban en un abandono, tan deteriorados que no tenían fuerzas para mantenerse por sí, entonces unos comenzaron a fundirse en los otros y todos terminaron en Jasna Gora,5 un éremo nacido enfermo y que empeoraba cada vez más. Se constituyó una especie de reservatorio, donde iban a parar los éremos mal sucedidos, algunos toneles con una especia de agua que no mataba la sed, guardados para ver en qué daría todo eso. Era algo atroz, espantoso.

El vaciarse del Éremo de São Bento fue trágico, un fracaso piramidal. Se pueden imaginar mi tristeza, visitando São Bento y verlo impresionantemente vacío… Dentro de los armarios, las botas, los hábitos, las cadenas, los rosarios, que todos habían dejado allá con la mayor sin-ceremonia, como recuerdos que no suscitan nostalgias, volviendo a  los trajes comunes.

Patio de la Cruz en el Éremo de São Bento

La prueba de la inutilidad de un ofrecimiento

No puedo dejar en el silencio lo siguiente: se logró resarcir lo del desastre de automóvil y estalla un estruendo publicitario6 —quizás el mayor en nuestra historia— y que abrió la era de los estruendos, con las agonías que he pasado a ese propósito.  En esa ocasión, todos llevando su vida pensando en sus intereses, y lo que más me desagradaba, la total indiferencia ante la posibilidad de que el Grupo fuera cerrado.

Izquierda, el Dr. Plinio en 1975. Arriba, noticias relativas al escándalo periodístico, orquestado contra la TFP, en 1975.

Al final, terminando el estruendo, hubo una reunión en el Auditorio San Miguel, en la cual se comunicó una declaración del coronel Portinho 8 ante la Comisión de Investigación, trancando la cuestión. El coronel, enteramente a nuestro favor, era el director de Seguridad Pública del Estado de Río Grande do Sul.  Él afirmaba que había puesto en movimiento la Policía Federal para examinar en todo Brasil si las acusaciones que constaban contra nosotros en la Comisión de Investigación eran verdaderas, como, por ejemplo, sobre militarización; sin discrepancia le llegaron elementos negativos y la Comisión quedó disminuida.

Yo anuncié en el auditorio: “¡Al final, está concluida la batalla, ganamos esa lucha!”. Si hubiera dicho que un automóvil mató un perro en la calle, la reacción hubiese sido la misma. Ni una palabra con un poco de afecto, viéndome estropeado, reventado como estaba, sabían que me había ofrecido a Nuestra Señora para que hiciera de mí lo que quisiera, como víctima expiatoria por todos, Sobre todo, viendo que había caído sobre mí aquel diluvio sin nombre y colosal del estruendo, del cual un periódico escribió que sería suficiente para tumbar un gobierno.

Un rechazo sistemático era la nota constante en las horas difíciles; en las horas fáciles, somnolencia. Yo me preguntaba: “Si yo debía comprar algo con mis sufrimientos, ¿será que no terminé comprando nada? Me quedan secuelas… Este brazo, ¿Cómo queda? ¿Y mi pierna, con un tipo de locomoción además de muy feo, penoso e incómodo?  ¿Andar con pasitos y apoyado en un bastón? ¿Yo? Esto es, tanto cuanto pueda ser, opuesto a mi temperamento. ¿Cómo me las voy a arreglar?” Además de otras preocupaciones de salud que evitó mencionar.

Nada presentaba la figura de haber comprado la salvación del Grupo con mis padecimientos. Era lo terrible del ofrecimiento: las cosas continuaban corriendo del peor modo posible. “¿Quae utilitas in sanguine meo– de qué utilidad era mi sangre?” (Sl 29,10). ¿Cuál era el fruto del holocausto hecho? Era innegable, todo estaba tiñéndose con aspectos de castigo.

Ahora bien, todo ese cuadro negativo estaba contrastado por excelentes pruebas de fidelidad y dedicación…

El mejor fruto del desastre

Si me preguntan cuáles son los frutos del desastre, les respondería: en mi óptica, veía tanto por rescatar que no me sobraría saldo para comprar algo, de ahí, un fondo de escepticismo a mi respecto: “¿No habrá sido un castigo?”. Digamos que, entre otras cosas, hubiese expiado mis faltas y eventualmente, las de mis discípulos.  Si así lo fue, lo daría por bien empleado. Sin embargo, hubo aún una consecuencia más preciosa: la aproximación de mi João, que, por causa del desastre fue retirado del éremo para acompañarme y ayudarme.

Son hechos que vale la pena siempre recordar, sobre todo la paciencia de mi João conmigo, durante el tratamiento.

Una de las primeras reuniones del Dr. Plinio en el Auditorio San Miguel, después del desastre, en 1975

Antes de esto, yo tenía a João en cuenta como muy buen miembro del Grupo, de los mejores, de los más dedicados. Esto siempre, siempre.  Yo depositaba en él una confianza sin restricciones. Pero de lo ya muy elogioso que se podría esperar de él, por ocasión de aquel trauma, él me manifestó, de hecho, una dedicación que iba más allá de lo que se podría esperar de él.

Dr. Plinio en 1980

Me acuerdo mucho de los días transcurridos en el Hospital Santa Catalina, de mi João allí… Pase un buen tiempo en neblinas, grosso modo, un mes y medio. Me recuerdo surgiendo confusamente del inconsciente, de vez en cuando, del inconsciente a lo consciente; entonces todo me parecía muy claro y lúcido, sin embargo, notaba, por todas las condiciones de mi cuerpo, que lo natural sería una vez más, sumergirme en la inconciencia, y así indefinidamente, en cuanto Nuestra Señora dispusiera. Percibía por momentos gotas grandes y claras de la realidad, pero gotas fugitivas, que rodaban por el abismo de las circunstancias pre-operatorias y post-operatorias. En esas condiciones, no tenía idea de lo que sucedía de hecho conmigo y no sabía cuánto tiempo duraría. Sumergido en aquella confusión y perturbación, en medio de ese vacío

A la izquierda, el Dr. Plinio a la mesa el 9 de abril de 1975. Arriba, facsímiles de las páginas de las libretas de anotaciones del Sr. João Clá, donde registró los acontecimientos relativos al accidente ocurrido con el Dr. Plinio, en 1975.

cuando volvía en mí, encontraba a João junto a mi cama, siempre en una silla sin brazos, más cerca de la cabecera que del cuerpo, mirándome. Él analizó allí todo con mucho afecto, prestó atención en todo, sacó conclusiones de todo. Y al verme durante largos días en medio de la seminconsciencia, hablando tanto cuanto se me pasaba por la cabeza, quedó muy impresionado por el hecho de que nunca hubiera salido de mis labios algo que no fuera respecto a la vocación, sobre religión. No era fruto de mi control, pues el estado en que me encontraba no lo permitía. Eran fantasías, pero siempre en torno de la temática Revolución y Contra-Revolución.

Eso le dio a mi João un cierto ardor y produjo un efecto, considerar la integridad de mi alma, al alcance de sus manos como en ninguna otra ocasión. Viéndolo, pensaba: “Hay algo nuevo en su cabeza. Él es muy bueno, pero esto no lo había notado antes”. Y después, caía a la semi-inconsciencia. En medio de todo eso, estaba ocurriendo algo y yo no me daba cuenta: en los momentos de inconciencia, en los momentos de conciencia, estaba ayudando a fortificar en la posición contrarrevolucionaria, dos enormes ojos oscuros y sevillanos que me acompañaban a cada instante.

Observaciones que darían origen a una escuela de vida

Percibí que él, con piedad filial, tomaba nota de todo cuanto yo hacía o decía —en el hospital y después, también en mi casa—, cosas tan banales y pequeñas, que mi reacción fue pensar: “Esa generación nueva” nunca dejará de darme sorpresas. Pobre, lo que está haciendo solo puede ser bueno. Déjelo, que siga actuando así. No dije nada, no objeté nada, no comenté con nadie.

Yo no imaginaba que él estuviese formando una idea a mi respecto y estructurando un depósito de observaciones que sería una escuela para analizarme y un repositorio de datos que justificase una de las tantas tesis que él estaba desarrollando. Nunca me permití pensar mucho en el asunto, por estar mi persona en foco; pasaba delante. En cierto momento, percibí la relación que eso tenía cuando surgieron las reuniones del Jour le Jour. 

Nuestra Señora fue servida en que él se edificase con lo que vio. ¿Hasta qué punto esa edificación habrá concurrido

para que él hiciese lo que hizo después? Quizás en no poca medida, si esto fue así, queda en pie la idea que en aquel momento yo sufría y lo ayudaba a él. ¿Ayudándolo para qué? Para hacer el Jour le Jour y el apostolado de sustentación colateral, que, delante de la actitud de menosprecio de los más antiguos a mi respecto, consistía en mostrar mi figura por ellos tan vilipendiada. ¡Y para tantas otras cosas más!

Fue una convivencia que comenzó y, gracias a Nuestra Señora, no acabo nunca más. ¡Si compré algo, y fuera simplemente João Clá, me daba por bien pago! Este fruto del desastre, puede considerarse de los más importantes: la oportunidad de esa convivencia con él. ¡Una enorme alegría! ¡Para mí, una bendición!

Considero a mi João como un regalo de la “Señora del Cuadrito” (NT. Refiriéndose a la madre del Dr.  Plinio, Doña Lucilia),10 como todos los “enjolras” lo son. ¡Unos sobre los otros, y mi João sobre todos! ¡Es claro, es enteramente evidente!

Intervención en el Grupo

Fue entonces que mi estimado João salió de mi cabecera y comenzó a mover varios asuntos; intervino, movió y puso en sus ejes todo cuanto pudo.  El Grupo no cambió después del accidente, recibió gracias que desaprovechó. Fue João y los que estaban bajo su influencia que comenzaron a mudarlo. Yo no hice nada, fue João el que iba haciendo todo, las cosas sólo van para arriba cuando él las mueve.

João dice que él no conseguía eso antes del desastre… Pero, sin él ¿Qué hubiera sucedido? Nuestra Señora se sirvió de él constantemente, y todavía se sirve, como un canal para y ocasión para que Ella conceda las mayores y mejores gracias; de lo contrario, no sé cómo el Grupo habría evolucionado. Nunca será suficiente alabar la gracia que Nuestra señora concedió a João, como consecuencia del desastre.

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1) Os Lusiadas, X, 145.

2) El Dr. Plinio hace alusión a un estado de ánimo indolente, que se infiltraba rápidamente, como la lava de un volcán en erupción.

3) El 16 de diciembre de 1967, durante la grave crisis de diabetes que lo asaltó repentinamente, el Dr. Plinio recibió de un amigo que llegaba de Italia, un poster de Nuestra Señora del Buen Consejo de Genazzano. Cuando colocó sus ojos en ella, de repente, una expresión de maternal ternura se manifestó en la Virgen y produjo un consuelo y una convicción en él: hijo mío, no morirás sin realizar tu misión.  

4) Ocurrido el 3 de febrero de 1975. En el lenguaje interno del Grupo, cuando se hacía referencia a este accidente, se usaba únicamente el término “desastre”.  

5) Nombre de una de las sedes existentes en el barrio Itaquera. Ese nombre es un homenaje a la resistencia heroica, por parte de los católicos a la invasión de los suecos protestantes a Polonia, que tuvo lugar en el siglo XVI y cuyo punto de inflexión fue el monasterio de Jasna Gora, donde se encontraba la imagen de la Virgen de Czestochowa.

Aspecto de un Jour le Jour en el Éremo Præsto Sum, en la década de los 80

6) “Estrondo”, expresión inventada por el Dr. Plinio, para designar los orquestados y virulentos ataques de los grandes medios de información en contra de su obra. Generalmente compuestos de declaraciones calumniosas, informaciones maliciosas, con la finalidad de tergiversar la vida interna del Grupo ante la opinión pública y desprestigiar su acción externa. El 13 de agosto de 1975, fue convocada en la ciudad de Porto Alegre, capital del Estado de Río Grande del Sur, una Comisión Parlamentaria de Investigación, que analizaría las actividades de la TFP.

7) Auditorio principal del Grupo, donde se realizaron la mayoría de las reuniones de la TFP, de 1974 a 1991.

8) José Paiva Portinho, secretario de Seguridad Pública de Rio Grande do Sul de 1975 a 1977.

9) Literalmente, “día a día”, tomado del francés. En el ámbito interno de la obra del Dr. Plinio, así se comenzó a designar las reuniones realizadas semanalmente por el Sr. João Clá, en las cuales, las narraciones de los pequeños hechos del día a día del Dr. Plinio o “fatinhos” (en portugués), servían al Sr. João para ilustrar principios doctrinarios y profundizar otras enseñanzas.

10) “O Quadrinho”, en castellano “El Cuadrito”, es un retablo con el rostro de Doña Lucilia (mamá del Dr. Plinio) al óleo, regalo de uno de sus discípulos (q.e.p.d), que le gustaba mucho al Dr. Plinio.  

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