
Es de observar que las almas iniciadas en los suaves secretos del Corazón de Jesús, se han convertido en los más celosos apóstoles de la confianza que debe tener el pecador y del arte de aprovechar nuestras faltas.
En la vida de Santa Gertrudis hay muchos ejemplos, y Santa Margarita María repite con frecuencia: «El Corazón de Jesús es el trono de la misericordia, donde los mejor recibidos son los miserables, con tal que el amor les acompañe en el abismo de sus miserias.
Cuando cometáis faltas, no os perturbéis por ello, porque esa inquietud y el excesivo apresuramiento alejan de nuestras almas a Dios y echan a Jesucristo de nuestro corazón; pidiéndole perdón, roguemos a su sagrado Corazón que satisfaga por nosotros y nos vuelva a la gracia de su divina Majestad. Hablad entonces con confianza al amabilísimo Corazón de Jesús: Pagad por vuestro pobre esclavo y reparad el mal que acabo de hacer. Transformadlo en gloria vuestra y en edificación del prójimo y salvación de mi alma.
De esta forma, nuestras faltas nos sirven algunas veces mucho, para humillarnos y darnos cuenta de lo que somos, y hasta qué punto nos es provechoso estar escondidos en el abismo de nuestra nada.
Después de haberos humillado, volved a comenzar de nuevo, a ser fiel, porque al sagrado Corazón le gusta esta manera de obrar que mantiene la paz en el alma.»
Reproduciremos un párrafo de una carta de San Claudio de la Colombiére a un alma abrumada bajo el peso de sus faltas: Si yo estuviese en vuestro lugar, me consolaría así: diría a Dios con gran confianza:
Señor, ved aquí un alma que está en el mundo para que ejercitéis vuestra admirable misericordia, y para hacerla brillar ante el Cielo y ante la tierra. Otras almas os glorifican con su fidelidad y su constancia, haciendo ver la eficacia de vuestra gracia, lo dulce y lo liberal que sois para quienes os son fieles; yo os glorificaré dando a conocer lo bueno que sois para los pecadores, y que vuestra misericordia es superior a toda la maldad, que nada es capaz de agotarla, que ninguna recaída, por vergonzosa y criminal que sea, debe hacer que un pecador se desespere de obtener el perdón.
Os he ofendido gravemente, amable Redentor mío, pero más os ofendería si os hiciera el horrible ultraje de pensar que no sois lo bastante bueno para perdonarme. Vuestro enemigo y el mío me tiende cada día nuevos lazos, pero será en vano, porque me hará perderlo todo menos la esperanza que tengo en vuestra misericordia; aunque cayera cien veces, aunque mis crímenes fueran cien veces más horribles de lo que son, seguiría esperando en Vos. Después de esto, me parece que no me costaría trabajo nada de lo que pudiera hacer para reparar mi falta y el escándalo que hubiera dado…, luego volvería a empezar a servir a Dios con mayor fervor que antes, y con la misma tranquilidad que si nunca le hubiese ofendido».
La venerable Madre María Sales Chappuis, cuya ocupación, según ella misma decía, era «sondear el Corazón de Dios», no dudaba en decir: «Aunque cada vez que respiramos cayésemos en una falta, si otras tantas veces nos volvemos a Dios para volver a comenzar, nuestras caídas no nos dañarían. El Señor mira menos las faltas que el provecho que sacamos de ellas, si las empleamos para humillarnos ante El y hacernos pequeños, bondadosos.
Entonces no perjudican nada, ni debilitan su voluntad hacia nosotros. Es una gracia muy grande para un alma conocer sus propias faltas; este conocimiento le hace descubrir la bondad de Dios y el precio de los méritos del divino
Salvador.»
El arte de aprovechar nuestras faltas, Cap. 3 n°5-6