Nuestra Señora Aparecida: madre de la familia brasileña

Publicado el 10/12/2020

En el lejano año de 1717, una pequeña imagen de Nuestra Señora de la Concepción fue encontrada en el Río Paraíba. Primero apareció el cuerpo y enseguida la cabeza de la imagen…

P. Luis Alexandre de Souza, EP

El Conde, los pescadores y una imagen

Rezan las crónicas de la época que, en 1717, Don Pedro de Almeida Portugal y Vasconcelos, Conde de Assumar, Gobernador de las Capitanías de São Paulo y Minas Gerais, viajó con una gran comitiva en barco desde la Corte hasta Santos. De ahí subió acaballo hasta São Paulo, donde tomó posesión del gobierno, y siguió rumbo a las minas de oro.

En Guaratinguetá, permaneció desde el 17 hasta el 30 de octubre. El Conde fue recibido con pompa y circunstancia, incluyendo suculentos banquetes en que los habitantes le proporcionaron lo mejor de la culinaria local.

No pudiendo faltar los sabrosos pescados del Río Paraíba del Sur, la Cámara Municipal convocó a los pescadores más experimentados para lanzar las redes, pues era necesaria una buena cantidad de peces. Domingos Alves García, su hijo João Alves y Felipe Pedroso, cuñado de Domingos y tío de João, entre otros, pusieronmanos a los remos. Pero, por más que se esforzasen, los animales acuáticos no querían aparecer. Apareció, sí, en la red de João Alves, primero el cuerpo de la pequeña imagen de Nuestra Señora, y después, más abajo, su cabeza. ¿Sería eso una señal?

Como católicos fervorosos que eran, guardaron en la canoa el precioso hallazgo, y continuaron lanzando las redes. Sorprendidos, vieron repetirse el hecho acaecido dieciocho siglos atrás en el Mar de Galilea: ¡la canoa se llenó de tantos peces, que casi se hundió! Los buenos ribereños enseguida atribuyeron esa pesca milagrosa a la presencia de la imagen de Nuestra Señora de la Concepción, en buena hora aparecida en el río, a la altura del Puerto de Itaguaçu.

Lo que ocurrió fue, en todas las condiciones, para ser la descripción de un hecho real, un milagro. Con seguridad, para aquellos pescadores había sucedido algo extraordinario, tanto así que recogieron los dos pedazos de la imagen y los guardaron.

Sin duda alguna, hubo una señal visible de Dios y los pescadores creyeron en ella.

El milagro de las velas y otros prodigios

Por ser el mayor, Felipe Pedroso llevó la imagen a su casa, delante de la cual él y la familia comenzaron a rezar, dando inicio a una secuencia de hechos extraordinarios que se repitieron hasta hoy.

El primer milagro atribuido a la imagen se dio en una noche serena y silenciosa: mientras la familia y los vecinos “cantaban el Rosario”, dos velas se apagaron sin que nadie las soplase, y se encendieron sin que persona alguna las prendiese. La luz de aquellas velas, que se reencendieron milagrosamente aquella noche, iluminó sus corazones y despertó en ellos un gran amor y devoción a Nuestra Señora.

En aquella época de fe robusta, era costumbre que las familias vecinas se reuniesen los sábados a rezar el Rosario y otras oraciones, y a entonar cánticos en honor a la Inmaculada Concepción de María. En esas reuniones familiares, además de lo arriba relatado, hubo varias manifestaciones extraordinarias: el nicho con la imagen comenzó a temblar, esta casi se cayó y las velas se apagaron; en el mueble donde se encontraba la imagen, varias personas oyeron estruendos, repetidas veces.

Tesoro para el pueblo brasilero

Además de los tres pescadores ya citados, hay otras personas muy relacionadas con los primeros hechos de la devoción a la imagen, y son citados en documentos de aquel tiempo: Silvana da Rocha Alves, esposa de Domingos, madre de João y hermana de Felipe; Atanasio Pedroso, hijo de Felipe, y Lourenço de Sá. Todos ellos vivían en la región donde se había encontrado la imagen, y con sus familias fueron los primeros a prestarle culto.

La imagen peregrinó durante un buen tiempo en las casas de los pescadores, hasta establecerse en Itaguaçu, lugar de su hallazgo, en la residencia de Atanasio Pedroso, quien le construyó un oratorio y un altar de madera, donde todos los sábados grupos de familias iban a rezar el rosario. Era la manera en que la devoción popular demostraba su amor y gratitud a su excelsa Madre, suplicándole su protección.

Concomitantemente, fueron apareciendo adornos para la imagen, como mantos y coronas, cada vez más elaborados a medida que aumentaban los devotos.

En Itaguaçu, Atanasio Pedroso recibió de su padre la imagen como legado de la familia. Sin embargo, años después se da cuenta de que ella ya no le pertenecía. Al construirle un oratorio y un altar, Atanasio se daba cuenta de que estaba entregando su tesoro al pueblo brasilero.

De ahí en adelante la imagen no sería apenas objeto de una devoción familiar, sino del culto de una Nación. Esta devoción marcaría profundamente su religiosidad y contribuiría para conservar la fe y su fidelidad a la Iglesia. La imagen de la Patrona de Brasil representa a la Inmaculada Concepción, es de terracota, mide 38 cm., pero nunca se supo con seguridad cuál era su origen. Siendo una escultura artesanal, tiene en los labios una discreta sonrisa, y una diadema con tres perlas le adorna la frente. A sus pies está la media luna y la cabeza de un ángel.

 

La capilla

Los milagros reforzaron enormemente la nueva devoción popular, ahora con la invocación de Nuestra Señora de la Concepción Aparecida. Las casas quedaron pequeñas para muchos devotos, y con el apoyo decisivo del Padre José Alves Vilela, Párroco de la Parroquia de San Antonio, en Guaratinguetá, se construyó una capillita. Estaba situada en Itaguaçu, a la vera de la carretera, en un importante cruce por donde pasaban constantemente caravanas de viajeros. Eso favoreció la divulgación de los prodigios, aumentando rápidamente el número de devotos.

Pero el verdadero factor decisivo era el lenitivo espiritual. Se formó la religiosidad de un pueblo que, invocándola, sintió que la llama de su fe, a semejanza de la llama de las velas del primitivo oratorio, siempre se reencendía nuevamente con las gracias y los dones recibidos.

Cadenas de esclavitud se caen al piso

Así como a San Pedro en la prisión se le reventaron las cadenas y fue liberado (Hch12, 3-7), a fines del siglo dieciocho un esclavo fugitivo, que estaba siendo conducido a la hacienda por su patrón, al pasar delante de la capilla, le pidió que permitiese subir hasta la iglesia para orar. Mientras estaba en oración delante de la imagen, las cadenas se soltaron de su cuello y de sus muñecas, cayendo por tierra. Conmovido por lo sucedido, el hacendado lo rescató, depositando en el altar el precio del esclavo, y lo condujo a su casa como un hombre libre. La caída de las pesadas cadenas que prendían al esclavo Zacarías del cuello y de las muñecas, es un testimonio elocuente del poder de intercesión de María Santísima para desatar de las prisiones del pecado a las personas arrepentidas.

Devoción mariana, iglesia y poblado

Tal como una gota de aceite en un papel, la devoción mariana bajo la nueva invocación fue ganando espacio en el mapa brasilero. Eso significaba más romeros apiñados en la tosca y pequeña capilla.

E indicaba, por otro lado, que ya había llegado la hora de conseguir la aprobación episcopal del culto a Nuestra Señora Aparecida, así como autorización para construir su iglesia. El celoso Padre Vilela se puso a campo, consiguiendo dichas licencias, y el nuevo templo fue levantado en el Morro de los Cocoteros, siendo inaugurado en 1745, tan solo 28 años después del hallazgo milagroso de la pequeña imagen. Con casa nueva, Nuestra Señora comenzó a acoger a las familias devotas: adultos, jóvenes, niños, gente simple y gente importante. Hasta la Princesa Isabel, el Conde d’Eu – su marido – y los tres hijos, se asociaron a las Marías, Josés, Manueles y Aparecidas que comenzaban a surgir para saludar a la augusta Anfitriona, besando la imagen y rezando el Rosario a sus pies. Como quien busca a la Madre encuentra también al Hijo y a José, ¡era la misma Sagrada Familia de Nazaret que acogía a las familias brasileras!

Pero algunas no se contentaron solo con visitas. Optaron por vivir cerca de su Madre, surgiendo el poblado “Capilla de la Aparecida”, hoy ciudad de Aparecida. El ya citado Padre Vilela atestigua que la Virgen favoreció a todos los habitantes con muchas gracias y milagros. En 1748, sacerdotes predicadores destacaron que los frutos de las misiones en ese poblado fueron de los mejores: “la alegre y jubilosa esperanza de salvación que todos encuentran en Cristo por la intercesión de Nuestra Señora Aparecida”.

Romerías de todas partes

Las romerías que se iniciaron en el tosco oratorio del Puerto de Itaguaçu continuaron a partir de 1745, en la iglesia del Morro de los Cocoteros, que la voz del pueblo bautizó de santuario, bien antes de que padres e hijos, parientes y amigos, fuesen unidos en el mismo propósito de honrar y venerar la querida Imagen.

A la Capilla de Aparecida llegaron de Alemania, en 1894, dos padres redentoristas y tres hermanos legos. Los redentoristas, reforzados con la llegada de más colegas, fundaron un seminario y pudieron promover misiones en las ciudades y poblados vecinos, irradiando así la renovación espiritual sobre el buen pueblo de Dios.

Y, sobre todo, fueron consolidando el Santuario como el centro de peregrinación más importante de Brasil, lo cual culminó en la solemne coronación de la imagen en 1904.

El título de Basílica fue concedido al Santuario en 1908. El nuevo templo fue construido entre 1955 y 1980, siendo llamado de Basílica Nueva.

Conclusión: confiar y orar Pero, ¿por qué Aparecida atrae a tanta gente? Ud., que acabó de leer estas líneas, o Ud., que conoce la Sala de las Promesas en Aparecida, fácilmente encontrará la explicación: paralíticos que pasan a andar, sordos que recuperan la audición, ciegos libres de la ceguera, etc. ¡Son millares de testimonios en forma de exvotos, cargados de gratitud a nuestra Madre Aparecida! ¡La palabra confortadora es: confianza!

Oración

Oh Señora de la Concepción Aparecida, que hicisteis tantos milagros que comprueban vuestra poderosa intercesión junto al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, obtened para nuestras familias las gracias de las cuales tanto necesitan. Defendednos de la violencia, de las enfermedades, del desempleo y, sobre todo, del pecado, que nos aparta de Vos. Proteged nuestros hijos de tantos factores de deformación de la juventud. Y conceded a todos los miembros de nuestras familias la gracia de poder seguir el camino de perfección y de paz enseñado por vuestro Divino Hijo, que afirmó: “Os dije estas cosas para que tengáis paz en Mí. Habéis de tener aflicciones en el mundo; pero tened confianza, ¡Yo vencí al mundo!”.
Amén.

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“Caballeros de la Virgen” es una Fundación de inspiración católica que tiene como objetivo promover y difundir la devoción a la Santísima Virgen María y colaborar con la “La Nueva Evangelización” , la cual consiste en atraer los numerosos católicos no practicantes a una mayor comunión eclesial, la frecuencia de los sacramentos, la vida de piedad y a vivir la caridad cristiana en todos sus aspectos. Como la Iglesia Católica siempre lo ha enseñado, el principal medio utilizado es la vida de oración y la piedad, en particular la Devoción a Jesús en la Eucaristía y a su madre, la Santísima Virgen María, mediadora de las gracias divinas. Sus miembros llevan una intensa vida de oración individual y comunitaria y en ella se forman sus jóvenes aspirantes.

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