Nuestra Señora en el Proelium Magnum -I-

Publicado el 09/26/2020

Mons. João Scognamiglio Clá Dias

María y los auges de la Historia

En el principio creó Dios el cielo y la tierra. La tierra estaba desnuda y vacía, y las tinieblas estaban por encima del abismo, y el Espíritu de Dios era llevado sobre las aguas. Y dijo Dios: ‘sea hecha la luz”. Y fue hecha la luz. Y vio Dios la luz que era buena. Y separó a la luz de las tinieblas. Y llamó a la luz día, y a las tinieblas noche.” (Gn 1, 1-5).

Teólogos eminentes interpretaron ese pasaje como una alusión simbólica a la creación de los ángeles y a la batalla que le siguió, capitaneada por San Miguel contra Satanás1.

La consideración del momento grandioso en que la multitud incontable de espíritus angélicos salió de las manos omnipotentes de Dios, hace que el entendimiento humano se dé cuenta de su extrema pequeñez. Si el espectáculo del firmamento poblado de estrellas no cesa de extasiar a los inocentes, ¿cómo describir el estupor que supondría ver esas miríadas de ángeles mucho más esplendorosos que los astros de mayor fulgor?

Dotados de inteligencia cristalina y superior, a ellos les fueron mostradas las maravillas del Cielo y los mil reflejos que en él centelleaban de las perfecciones del Divino Artífice. A seguir, Dios les expuso su plan con respecto al conjunto de la creación, en una especie de comunicación profética llena de grandeza. Entre una serie casi sin fin de seres corpóreos, el hombre despuntaría como un auténtico rey, compuesto de materia y espíritu a la manera de una síntesis de todo el universo.

A diferencia de los puros espíritus, la humanidad se prolongaría a lo largo de los siglos mediante la generación de nuevos individuos, dando origen a la Historia. En la plenitud de los tiempos nacería de una Mujer la obra maestra de la Trinidad, la “imagen de Dios invisible, Primogénito de toda la creación” (Col 1, 15), Jesús, el Señor. Y, por el hecho de haber sido asumido por el Verbo en el mismo instante de su concepción, todos los ángeles deberían adorarlo (cf. Heb 1, 6). ¡Él tendría por Madre a una Virgen purísima, excelencia de la naturaleza y de la gracia, que sería coronada Soberana del Cielo y de la Tierra! Esta sublime revelación fue el desafío lanzado por la sabiduría divina para la definición de los espíritus celestiales2.

Vi a Satanás caer del Cielo como un rayo”

A medida que el Señor de los Ejércitos se comunicaba, los ángeles iban contemplando, según su luz primordial, determinados aspectos del espléndido plan divino. Para cada uno, tal consideración constituía, al mismo tiempo, motivo de encanto y de perplejidad, así como exigía un acto de adhesión personal a cierto modo de actuar de Dios, que tocaba lo más íntimo de su propia axiología, poniéndola a prueba.

San Rafael, espíritu de rectitud adamantina, tenía un entusiasmo especial por la justicia. La revelación de la clemencia del Padre para con los hombres, de la efusión de gracias a ellos distribuidas por el Verbo, aun sin merecerlo, y de la benevolencia ilimitada del Espíritu Santo, lo dejaron estupefacto. No obstante, acató la voluntad superior, que le parecía, a primera vista, contradictoria. Como premio, se convirtió en el ángel de la consolación, en el médico infalible de cualquier género de enfermedad, y en el exorcista invencible contra los demonios impuros, prerrogativas que lo llevarían a velar por sus custodiados con dedicación casi materna, como está relatado en el Libro de Tobías.

San Gabriel, espejo de la fuerza divina, se sorprendió con la debilidad a la cual se vería sometido el hombre si pecase. Las consecuencias sobre su naturaleza serían trágicas: una inteligencia debilitada y una voluntad inestable, tendiente al egoísmo y al mal. ¿Cómo brillaría, entonces, la majestad del Omnipotente en medio de un ejército de estropeados, de débiles y pecadores? Ante la crucial alternativa, el ángel se inclinó con humildad, aceptando y amando el designio de Dios sin entenderlo. ¡Como recompensa le fue concedido intervenir en favor de la Redención del género humano, en cuanto embajador del poder divino junto a María Santísima! Mayor muestra de fuerza jamás hubo, ni habrá.

San Miguel, príncipe de la milicia celestial, dotado de una eminente y peculiar perfección, el más semejante al Creador entre los puros espíritus, se vio como disminuido en su primacía por el Hombre Dios y por la Virgen Santísima, su Madre. Poseyendo una naturaleza tan inferior a la suya, ambos serían con relación a él como señores para con su vasallo. Encantado con esa determinación del Señor, se sometió ardorosamente a Jesús y a María, consagrándose como esclavo de Ellos, y proclamó la grandeza del Altísimo, que en todo actúa con sabiduría. Por eso, San Miguel “es el más celoso en rendir a María y en hacer que se le rinda todo género de honores, siempre esperando tener la honra de ir, a su voz, a socorrer a alguno de sus servidores”.1

Algo análogo sucedió con cada uno de los ángeles. Ante cierta apariencia de absurdo, tuvieron que definirse: o se sometían en la alegría de su espíritu, o se rebelaban con insolencia. ¡Y en ese instante Dios separó la luz de las tinieblas!

Lucifer y sus secuaces vociferaron con rebeldía: “Non serviam!”2 Se negaron a ser esclavos del Todopoderoso y a servirlo en María, rechazando así la posibilidad de participar de las gracias que recibirían por la mediación universal de Ella. La predestinación de Nuestra Señora se constituyó en factor de lucha: Ella refulgió ante la multitud de los ángeles cual espada divisora, distinguiendo bien y mal sin dejar lugar a una tercera posición.

Los ángeles fieles respondieron de inmediato, haciendo eco al grito exorcístico y profético de San Miguel: “Quis ut Deus?”3 Su primera actitud había sido la sumisión maravillada a la voluntad misteriosa y fascinante del Creador. En seguida, el amor a la jerarquía y el ansia de hacerse esclavos de Jesús en María, los llevó a rechazar por completo la arrogancia de Satanás, el cual juzgaba ser un rebajamiento insoportable someterse a la superioridad ajena. Como consecuencia, et factum est proelium magnum in caelo – ¡hubo una gran batalla en el Cielo!

Tomado de la obra ¡María Santísima! El Paraíso de Dios revelado a los hombres. Mons. João Scognamiglio Clá Dias, EP. T. III, pp. 23-31– Arautos do Evangelho, São Paulo, 2019.

Notas

1 SAN LUIS MARÍA GRIGNION DE MONTFORT. Traité de la vraie devotion à la Sainte Vierge, n.8.

2 Del latín: “¡No serviré!”

3 Del latín: “¿Quién como Dios?”

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