Nuestro corazón sólo descansa en Dios

Publicado el 08/03/2025

Si el alma sabe contemplar en las criaturas el reflejo del Creador y, así, crecer en el encanto por las perfecciones divinas, entonces encontrará una felicidad profunda y duradera.

3 de agosto – XVIII Domingo del Tiempo Ordinario

En nuestros días vemos cómo se multiplican, con una intensidad casi frenética, todo tipo de dispositivos destinados a facilitarle la vida al ser humano: desde utensilios de aseo personal hasta los medios de comunicación y de locomoción más avanzados, nuestra cotidianidad está basada cada vez más en la tecnología.

Sin embargo, a un observador más atento no le será difícil constatar que un ordenador de última generación de ayer, hoy ya está obsoleto y guardado en un armario… El potente automóvil de moda, motivo de codicia de innumerables compradores, mañana será relegado por otro y acabará sus días en un desguace… ¿Qué decir entonces de los teléfonos móviles, que se adquieren febrilmente a cualquier edad y luego se desechan como hierba «que florece y se renueva por la mañana, y por la tarde la siegan y se seca» (Sal 89, 6)?

Así pues, ¿de qué sirven tantos inventos? Todo «es vanidad y grave dolencia» (Ecl 2, 21)… El triste espectáculo que presenciamos a diario, de cientos de personas con la mirada fija en las pantallas, puede desvanecerse de repente por un «apagón» eléctrico, dejando a millones de almas desorientadas, porque pusieron su esperanza en las criaturas. A ellas cabe repetirles las palabras del Evangelio de hoy: «Mirad, […] aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes» (Lc 12, 15).

¿Deberíamos, por tanto, pregonar el completo despojo de las riquezas terrenales y vivir un primitivismo salvaje para encontrar la felicidad y el bienestar?

El alma humana posee una sed innata de infinito y de lo absoluto, como tan acertadamente clamaba San Agustín: «Nos has hecho para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti».1 Ahora bien, si una persona aplica su amor a una criatura sólo para satisfacer un ansia desequilibrada de disfrute egoísta, se rebaja al nivel de ese ser y en poco tiempo se sentirá frustrada por el placer que no le produjo la satisfacción deseada.

Por el contrario, si el alma sabe contemplar en las criaturas el reflejo del Creador y, a través de ellas, se propone crecer en el conocimiento de las perfecciones divinas y en el encanto por ellas, entonces encontrará una felicidad profunda y duradera. Este es el consejo fundamental que nos ofrece la liturgia de este domingo, por medio de la pluma del Apóstol de las gentes: «Buscad los bienes de allá arriba, donde Cristo está sentado a la derecha de Dios; aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra» (Col 3, 1-2).

Si deseamos ser ricos ante Dios (cf. Lc 12, 21), imploremos la gracia que el Prof. Plinio Corrêa de Oliveira pedía en una oración que él compuso: «Oh Señor Buen Jesús, haz que ame, recta y santamente, todo lo que es grande, maravilloso, regio y elevado. Dame la gracia de ser totalmente inapetente de las bagatelas que hasta ahora me atraen y de ser totalmente apetente de las grandezas que me causan fastidio. Quien se muestra frío y resistente a los llamamientos que haces al amor de los hombres a través de lo que es santo y maravilloso en la tierra, también lo es respecto a todos los infinitos horizontes de la fe, que hemos de contemplar».

Notas


1 San Agustín. Confesiones. L. I, c. 1, n.º 1.

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