Obra de hombres, Obra de Dios

Publicado el 12/01/2022

La Catedral de Colonia refleja uno de los aspectos más elevados del alma católica alemana. En ella contemplamos algo que parece irreal, en parte obra del hombre, en parte obra de Dios. Se trata del sentido de lo maravilloso en búsqueda de lo metafísico, invitando a altos pensamientos sin dejarse llevar por la fantasía, pues inclusive cuando sube a las más elevadas divagaciones, mantiene bases sólidas clavadas en la realidad.

Plinio Corrêa de Oliveira

Para nosotros que vivimos en América del Sur y no estamos habituados a considerar las bellezas de la cultura católica de Europa, nos falta un cierto sentido de lo maravilloso.

Ese sentido tiene mucha ligación con el amor a Dios, porque es por medio de él que podemos elevar nuestras almas al Altísimo, finalidad para la cual las cosas maravillosas fueron creadas.

Por ejemplo, una persona que ve el Sol tiene oportunidad de alabar a Dios de una manera especial, y por eso San Francisco de Asís cantó al Hermano Sol. ¿Por qué? Porque, siendo maravilloso, el Astro rey eleva las almas al Creador más que la consideración de un grano de arena, que a su modo también puede conducirlas hacia Él. Lo maravilloso es la obra maestra por la cual Dios se manifiesta a los hombres.

Ahora bien, lo maravilloso no se expresa solamente en los seres creados directamente por Dios. La mayor maravilla salida de sus manos fue el hombre, y las maravillas hechas por éste indican la grandeza de la obra maestra divina y, por lo tanto, la grandeza de su Artífice; por sí mismas, son indirectamente criaturas de Dios.

Con frecuencia he dicho que Dante llama a las obras de arte humanas nietas de Dios, porque son hijas del hombre, que es hijo de Dios. Y nosotros, de la consideración de las nietas de Dios, podemos maravillarnos con ese eterno imperecedero y perpetuo Abuelo que jamás envejece, Dios Nuestro Señor.

Una comparación para entender las obras de arte alemanas

Catedral de Colonia

Hemos analizado muchas cosas de Francia, pero toda Europa es una maravilla, con colores, refracciones y aspectos variados. Y Alemania constituye, de por sí, un mundo de maravillas.

Hoy escogí la famosa catedral gótica de Colonia, para hacer un comentario del conjunto del espíritu alemán y del modo por el cual él condiciona la obra de arte.

Se discute mucho sobre cuál de las dos catedrales es más bella, si la de Colonia o la de Notre Dame de París. Algunas personas tienen la costumbre de colocar en la disputa también las de Westminster, Amiens, Reims.

Yo no voy a discutir el caso aquí, pero la comparación con Notre Dame es muy importante porque, cuando la vemos, tenemos un sentimiento de admiración, casi un éxtasis delante de su equilibrio y de su armonía. La fachada, con todas sus divisiones y subdivisiones, representa la armonía perfecta, en que se expresa el genio francés, que es un genio estático, hecho como todo lo que prima por el equilibrio de la yuxtaposición de valores opuestos, pero reducidos a una admirable armonía.

El espíritu alemán no es propiamente así.

El espíritu católico alemán y su deturpación

Para nosotros, el espíritu alemán pasa por ser el equilibrado por excelencia. Al pensar en el equilibrio de los alemanes, imaginamos el pie de plomo de sus soldados marchando, aplastando cabezas con un “zapatón”, con suela de clavos. Es el paso de Atila. No hay hierba que resista al paso del soldado alemán.

Sin embargo, ese es el alemán protestante, “cuadrado”, de la decadencia, no es el alemán católico. El alemán católico es muy diferente: pensativo, idealista, continuamente buscando una realidad invisible y metafísica –y por eso difícil de alcanzar–, con un cierto desprecio inclusive por las cosas que son muy banales y muy equilibradas, porque ellas no se prestan bien a la expresión de los valores de carácter metafísico, y con una tendencia, por causa de eso, a la evasión de la realidad en busca de una realidad superior.

Ese grito de alma del alemán se encuentra deteriorado —pero se encuentra— no en el zapato del soldado prusiano, y sí en Wagner1. Es el metafísico que se embriagó, pero continúa haciendo metafísica en medio de su borrachera y teniendo aún unos lances de talento envenenados.

Sentido metafísico reflejado en la Catedral de Colonia

Ese sentido metafísico del alemán se encuentra expresado en la Catedral de Colonia.

La construcción casi se restringe a las dos torres. El cuerpo del edificio, que en Notre Dame es tan grande y explayado, en Colonia prácticamente no existe. Consiste solamente en un enlace que une a las dos torres. Estas suben vertiginosamente y están concebidas en la idea de que se emulen entre sí y que entren por los ojos de los hombres, llevando su espíritu hacia arriba. Son leves y esbeltas, dentro del carácter sólido alemán –sobre el cual expondré dentro de poco– que no las abandona.

Para ver el papel que cada una de esas torres representa para la otra, imaginen que sólo existiera una torre. Ella se perdería, quedaría medio desequilibrada, torcida. Por el contrario, las dos torres juntas como que se apoyan para subir. Y la altura total es compensada por la base.

Hay un punto invisible de equilibrio en ellas –lo digo otra vez: de carácter metafísico–, el cual se cierne en los aires, y constituye el punto de unión inesperado de las dos torres, que el espíritu concibe y la mirada no percibe. A medida que suben, las torres van insensiblemente afilándose y, en cierto momento, se transforman en conos altísimos.

¿Por qué ellas se afilan? Para dar la idea de algo que sube.

Cuando la mirada recae sobre un objeto muy alto, se tiene una ilusión óptica de que él se va haciendo más delgado naturalmente. Los que concibieron la Catedral de Colonia, para acentuar la idea de elevación, fueron afilando sus torres, de manera que todo da la impresión de una altura que se pierde en los cielos. Tanto más que una parte de ellas es hueca, y está formada por un encaje. Quien ve una fotografía cercana percibe fragmentos de cielo a través de ese encaje. Es decir, se trata de algo medio irreal, en parte del cielo, en parte de la tierra, en parte obra del hombre, en parte obra de Dios.

En el punto que da origen a la cúpula final, aún hay unas puntitas que parece que también quieren acompañar al chorro que sube; no lo consiguen y mueren sobre sí mismas, pero con elegancia, con distinción. Todo es hecho para ir afilando.

Se ve una ventana y un pequeño portal. Después dos ventanas que representan del mismo modo dos ojivas y terminan en una gran ojiva, porque al final se trata de una ojiva, que se pierde en el cielo.

Es una concepción completamente diferente de la Catedral de Notre Dame, pero legítima y que expresa un modo de ser del espíritu humano. Así como nos extasiamos con Notre Dame, debemos también manifestar nuestro júbilo por Colonia. Dios creó a los hombres con características diferentes y quiere que cada uno se exprese como Él lo creó y que uno comprenda al otro.

La fantasía del occidental y la del oriental

Hay otro aspecto muy bonito. Esa catedral no tiene nada de minarete. En una mezquita musulmana, el minarete es aquella torre delgadita de lo alto de la cual canta un muecín. Casi diríamos que el viento va a derrumbarla. Con todo, al oriental le agrada verla enfrentando al viento, como un sueño que fue concebido sin base en la tierra.

En Colonia, al contrario, no existe la fantasía del oriente. La catedral representa la fantasía del occidental, muy diferente. Se trata de algo sólido, de un mundo de piedras, de una base muy fuerte. Las torres, robustas, están clavadas en el suelo hasta el momento en que se separan.

Así actúa el occidental, en particular el alemán, que es verdaderamente sólido: inclusive cuando sube a las más altas divagaciones, tiene los pies en la realidad.

Aquí está algo del espíritu católico cuando sopla en un alma alemana. Saquen la Religión Católica, y el alemán jamás dará en eso. Es decir, todos fuimos concebidos en el pecado original y nosotros, menos la gracia, somos iguales a nada. De esa ecuación nadie se escapa.

El arte ojival explotado de modo ideal

El genio de la Edad Media se expresa en todas esas bellezas, y la ojiva delgada se presta exactamente para esto. Se tiene entonces el arte ojival explotado en un sentido idealizador, por así decir, como no se encuentra en Notre Dame. Es algo completamente diferente.

Sería necesario contemplar la belleza de la catedral in loco, con aves levantando vuelo de dentro de las torres y las campanas sonando. Se tiene la impresión de que son pensamientos contenidos en la torre, los cuales se desprenden y vuelan por el cielo azul. ¡Es de una grandeza enorme! 

Extraído de conferencia del 10/6/1968

Notas

1) Wilhem Richard Wagner (*1813 – +1883). Maestro, compositor, director de teatro y ensayista alemán.

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