
En nuestros días, todo tiende a negar la existencia de lo absoluto y a conducir hacia el relativismo que, en el fondo, corresponde a una postura atea ante la vida. Un ininterrumpido deseo de lo absoluto y el dolor cuando no se le busca constituyen un elemento fundamental para la santificación y redundan en el cántico más agradable a Dios.
Plinio Corrêa de Oliveira
Un tema muy alto y bonito a considerar es cómo hacer para mejorar y aclarar en nosotros el ‘sentido de lo absoluto’, limpiándolo de hábitos mentales equivocados y otras escorias que nos impiden tener la visión de lo absoluto en toda su amplitud. [Nota introductoria: A lo largo de su exposición el Dr. Plinio irá dibujando los contornos y esencia de lo que él llamaba el ‘sentido del absoluto’. Sin embargo, desde ya se puede afirmar que es este como un sentido interno del alma, que nos viene con el ser, por donde las personas perciben si algo es conforme al Ser Divino y se adecúa a lo que él estableció como su correcto reflejo en los seres creados. El sentido del absoluto camina hacia la perfección, camina hacia Dios, porque en Dios todo es perfecto, bueno, verdadero y bello. Lo contrario es el relativismo, posición comodista que corta ese camino hacia Dios-Absoluto, el cual exige cierto esfuerzo al tiempo que produce deleite cuando es atendido. El sentido del absoluto vibra sanamente en presencia de todo lo bello, lo verdadero y bueno existente en la Creación, reflejos de Dios, y se duele con sus contrarios. Así, el sentido del absoluto gemirá por ejemplo con un cuerpo no completo, y se alegrará con un bello pavo real].
Es un trabajo como el de limpiar un parabrisas para, después, ver el panorama. No es aún la búsqueda o la clasificación doctrinaria, sino una ordenación de datos previa a la doctrinaria, para avivar el sentido de lo absoluto. En pensamientos de esa naturaleza es fundamental rectificar las premisas en un raciocinio puramente doctrinario. Vamos al asunto.
Negación de lo absoluto, una forma de ateísmo
Tengo la impresión de que hay toneladas de cosas torcidas en nuestro sentido de lo absoluto, las cuales nos embotan para un tema de esa naturaleza. Por ejemplo: en general, las personas dotadas de sentido musical tienen dos estilos de reacciones delante de una música desafinada.
Uno de esos estilos es la reacción de quien, delante de aquello que arruinó la música, se desagrada, siente como si lo hubieran maltratado y toma la torción de la melodía como otro sufriría un ultraje. Sobre todo, si verificara que se trata de una escuela musical errada, ordinaria, inadecuada, que deforma la música.
Otro estilo es de quien no se incomoda, personas que no hacen la menor diferencia si, en sí misma, la música, está bien o mal cantada: “No pasa nada, ellos están haciendo un buen dinero así, déjeles cantar como quieran”.
A mi ver, esa reacción de indiferencia debería ser calificada por nosotros de atea, incluso cuando es practicada por un católico. Porque el sentido por el que un hombre siente en la profundidad del orden del ser que la música está transgredida, afectada por un error, da a la persona la vivencia de un determinado absoluto.
Todas las normas de orden moral, estética, sapiencial, operativa tienen con el orden del ser una conexión que, violado el sentido de lo absoluto, la persona debe sentirse chocada. Si no hay choque, es ateísmo, pues es la negación de lo absoluto. Dios es el Absoluto. Así, violar ese sentido –voy a usar una expresión muy incorrecta– es como romper la antena que el hombre tiene por un lado de su alma, que lo ordena en relación con Dios.
En esta línea tendríamos un número casi incontable de elementos que mencionar. Por ejemplo, el cemento y la materia plástica infunden la idea de la inexistencia de lo absoluto. La facilidad con la que esos materiales se prestan a la manipulación del hombre, lo inexpresivo de aquella materia prima con la cual se construye cualquier cosa, de cualquier forma, a cualquier momento, dan una impresión de relatividad de todas las cosas, según la cual las elaboraciones más imponentes, en el fondo, no son nada. Con el cemento se construye fácilmente un puente que ríe y se burla de quien pasa debajo.
Si fuéramos a considerar cuántas personas de inconsciente ateo hay por ahí y cuánto de inconsciente ateo hay en nosotros, ¡sería una cosa simplemente de aturdir!
A partir del momento en que el hombre decidió despojarse de los mantos regios para jugar al fauno en el bosque, afirmó la pesadez de lo absoluto en el alma y que lo delicioso está en pasear por la pradería de lo irresponsable y de lo relativo. Hay personas que, a torrentes, se entregan a eso.
El comprender cómo el mundo de hoy es así, fue una de las realidades más duras que constaté en mi vida. Yo debía conservarme fiel a lo Absoluto, dentro de un mundo que ya había relativizado no sé cuántos valores e iba relativizando todo, en un galope cada vez más acelerado.
El cuadro L´Indifférent de Watteau1 es el retrato del relativista: Es como si dijera “estoy andando aquí y voy a donde cualquier céfiro sople, porque todo es relativo”. Todo eso es ateísmo.
Esquema de las principales posturas relativistas de las cuales es necesario limpiar el alma
Sería necesario hacer una lista de actitudes así. Un elenco completo sería imposible, pero por lo menos debería ser tan vasto que varias categorías estén ahí comprendidas, bajo pena de que conservemos irreversiblemente restos de ateísmo dentro del alma.
Para efectos prácticos de descontaminar de reflejos relativistas nuestras almas, creo yo que ya habríamos caminado mucho si hacemos un elenco constituido de ciertos tipos de situaciones en la vida humana.
Primero: posiciones relativistas del hombre frente a sí mismo. Actitudes que suceden en la vida de un individuo, para las cuales él pretende dar una solución relativista.
Segundo: posiciones relativistas de los hombres frente a los otros, en materia de cortesía, de discusión, de dignidad, etc.
Tercero: posiciones relativistas de los hombres frente a las otras cosas. Delante de realidades notablemente bellas o feas, buenas o malas, analizar cómo la persona reacciona.
Podríamos componer un diccionario del relativismo, en el cual un capítulo grande sería la posición de relativismo delante de la propia vocación.
Frente a eso, algunas personas me dirían: “Yo no tengo el coraje de llevar una vida así delante de lo absoluto”. Yo les respondería a esas personas que eso se da porque el sentido de lo absoluto en ellas quedó mortecino. Es, más o menos, como un hombre que rompió la antena de la radio y después reclama que no tiene la paciencia de estar encendiendo una radio sin antena. Si esa gente vibrara con cada absoluto que ve, no tendría el coraje para vivir sin él. El resto es defecto.
Pero a fuerza de remover estos escombros, el sentido de lo absoluto comenzaría a respirar nuevamente y el individuo se transformaría. ¡Sería una rectificación sin nombre!
La simple cognición no basta, es necesario sentir lo absoluto en otra persona
En último análisis, no creo que con un simple conocimiento de un elenco de esos, alguien pasara del relativismo al sentido de lo absoluto. La cognición tal vez sea hasta indispensable, pero lo que estimula es tratar con personas que poseen vivo ese sentido de lo absoluto. De lo contrario no da en nada.
La sed se sacia con agua y, así como era misión de San Francisco Solano el tocar violín para apaciguar a los indios, es misión nuestra, por nuestro sentido de lo absoluto, hacer que los empequeñecidos de los tiempos modernos se sientan animados a caminar hacia lo absoluto por el contacto con nosotros. Pueden incluso querer matarnos, es otra cuestión sin ninguna importancia. Pero o se siente lo absoluto en otro o no se hace nada.
Por un juego parecido a las consonancias entre los cristales, esas almas en las que se conserva el sentido de lo absoluto, puestas en el mundo, tocan y despiertan la alarma de todo cuanto es cristal que todavía puede vibrar. Fundamentalmente la Contra-Revolución es eso. Y todas nuestras acciones, aunque busquen también su fin inmediato, son hechas con la intención profunda de despertar ese sentido de absoluto y atraer esas almas.
El error de la “herejía blanca”: substitución de la convicción por la impresión
¿Cómo era el sentido de lo absoluto para la “herejía blanca2”? La “herejía blanca” aceptaba el principio de que la impresión sustituye la convicción. No así tan radicalmente, pero en el fondo era eso. Ella procuraba despertar emociones, mucho más que convicciones apologéticas; y cuando entraba en escena, era completamente en el aire, despojada de cualquier sentido de la vida real.
Si el sujeto se desmayó, equivale al acto de fe absoluto. Si lloró, es un acto de fe insigne. Vamos a decir que el desmayo es la “visión beatífica” de la mística de los ‘herejía blanca’, y el planto es un alto “estado místico” o una “confirmación en gracia”. Ahora bien, esto es romanticismo religioso.
Hace parte del mismo error la idea de que la emoción muy viva tiene cualquier cosa de exagerado y no corresponde bien a la realidad. Dice la “herejía blanca” que la realidad está enferma al producir actos que causan estremecimientos de alegría o de tristeza. Según esta mentalidad, es saludable cuando provoca sentimientos medios, los cuales comportan, de manera también mediana, todas las gamas del sentir humano. Entonces, no es llorar, sino tener un llantito, una pequeña emoción, un pequeño gozo, una pequeña alegría.
En ese sentido, por ejemplo, para la mentalidad “herejía blanca” el medieval da una impresión demasiado cargada de algo eterno, con bellezas y alegrías excesivas. ¡No es posible! Es necesario algo que impresione menos.
El sentido moral que se dirige hacia el relativismo
De esta consideración resulta un sentido moral que se dirige hacia el relativismo.
“¿Pecado? ¡Claro, no se debe cometerlo! Practicar la virtud es muy bueno. El cielo existe, el infierno también. Pero, en total, Dios acaba perdonando los pecados. La alegría delante del acto de virtud y el rechazo al pecado no deben ser tan grandes, no hay una oposición verdadera, irremediable y profunda entre ambos. Además, no se llora tanto cuando alguien muere ni se está tan alegre cuando alguien es bautizado; en el matrimonio no se mira tan profundo si aquello va a traer desilusión o no. Todo eso trae sentimientos extremos y estos son enfermizos. Quédese en el medio término y usted tendrá el resto.”
De ahí proviene una especie de deterioración, que termina en la juerga de la inmoralidad y de los problemas sociales crecientes. A pesar de percibirse todo eso, no se quiere mirar en profundidad la situación porque el buen orden interno saludable se perturbaría. Pero, por no querer mirar, se deja para mañana y el proceso se desarrolla. El resultado es una tragedia. Ahora bien, como la tragedia hace parte de la gama de la realidad que la “herejía blanca” renunció a ver por ser mórbida, por representar para ella un gran sacrificio, entonces se opta por ceder.
Ese estado de espíritu delante de la tragedia, por ejemplo, de una Guerra Mundial, resultó en el pacifismo. Dijeron: “eso ¡nunca más! Cueste lo que cueste, gente que haga campos de concentración y provoque guerras, ¡jamás!” Resultado: falso ecumenismo, banalidad dentro de una vida preferida en proporciones pequeñas, moderadas, con lujo cada vez menor, pequeña alegría de la cosa ordinaria. Las personas impregnadas de tal espíritu están seguras de lo siguiente: “Todas las cosas extremas conducen a tragedias. En la pequeña alegría entretenida y mediana el hombre encuentra el único punto de equilibrio que evita la tragedia. ¡Vamos para allá!”
Así, lo absoluto en aquello que mejor podría representarlo, está expulsado de esa mentalidad. Y para reportarme a lo que decía al inicio, eso es ateísmo. Por tanto, quien piensa así no tiene solamente un espíritu relativista sino ateo.
Elemento fundamental para la verdadera santificación
En contraposición, el ininterrumpido deseo de lo absoluto y el dolor porque no se le busque redundan en el cántico más agradable a Dios en nuestros días.
Lo que fue para Dios el cántico de la pobreza en el tiempo de San Francisco de Asís, tengo la impresión de que es nuestro cántico de amor a lo absoluto hoy. Es el cántico de la axiología afligida porque lo absoluto parece esconderse.
Desde que haya sido dada al hombre la gracia de comprender el sentido de lo absoluto perseguido, tal como fue Nuestro Señor durante la Pasión, y de que ese sentido está propiamente presente en el momento del grito “¿Deus meus, Deus meus, ut quid dereliquisti me?”3, ver eso y estar atento a otra cosa es errar el paso.
No creo que se pueda alcanzar una verdadera santidad sin esto. Las mil fórmulas de santificación sacratísimas, por las cuales damos nuestra sangre, se vuelven huecas si no tienen la atención vuelta especialmente hacia este punto. Son sagradas, pero la cuestión es que, para nuestros días, a estas vías de santificación se pide el complemento del sentido de lo absoluto, pues con el alma humana fracturada como está hoy en día, esas vías tradicionales no terminarían en santidad.
Actitud de los contrarrevolucionarios frente al absoluto
El sentido de lo absoluto es más o menos como la serpiente de bronce en el desierto, que los judíos, al mirarla, eran curados de las mordidas de las serpientes. Nuestra Señora nos concede la cura de lados del alma en relación con los cuales somos débiles, si contemplamos lo absoluto.
Doy un ejemplo para expresarme mejor. Imagine una persona impura. Si ella es enteramente correcta en esa prueba de mirar a lo absoluto, ganaba elementos adicionales para vencer la impureza. Y así con el orgullo o cualesquiera elementos de la Revolución, sobre todo el relativismo.
La Contra-Revolución no es sino el movimiento completo de ciertas almas desde el relativismo en el que están sumergidas hasta ese estado de amor a lo absoluto, donde no quede en ellas nada de relativo. Las almas contrarrevolucionarias, por lo tanto, expían sus faltas, adoran lo absoluto y dejan de lado todo cuanto es relativo.
En su Pasión, desde el Huerto de los Olivos hasta la Resurrección, Nuestro Señor Jesucristo dio al hombre relativista de los días de hoy un ejemplo admirable de aquello que en nosotros se llama el sentido de lo absoluto y la Fe. Él quiso expiar esos relativismos y curar a nuestras almas de esas llagas.
Es, por lo tanto, legítimo que meditemos su Pasión a la luz de eso, porque debemos cargar el peso de nuestra época y hacer nuestra meditación en confrontación con ella. Podemos, por tanto, tomar el Via Crucis desde el inicio y recorrerlo bajo este aspecto: ¡de cuánto relativismo todos nosotros no estamos cansados! ¡Cómo él miente, absorbe, desorienta, envejece y enloquece!
Al final, siempre acaba sucediendo esto: el relativismo finge que nos da mucho y no nos da nada; lo absoluto, ¡aparenta no dar nada y lo da todo!
Notas:
1Jean-Antoine Watteau. Pintor francés (*1684 – +1721)
2Expresión metafórica creada por el Dr. Plinio para designar la mentalidad sentimental que se manifiesta en la piedad, en la cultura, en el arte, etc. Las personas por ella afectadas se hacen débiles, mediocres, poco propensas a la fortaleza, así como a todo lo que significa esplendor.
3Del latín: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me abandonaste?”