Cuando sentimos que no rezamos bien, al menos debemos rezar mucho. Esta verdad se encuentra expuesta en la parábola evangélica del hombre que, estando ya dormido en su casa, es inoportuno con otro que toca a su puerta pidiendo pan.
De esta metáfora el Divino Maestro saca la siguiente conclusión: “Si él no se levanta para darle los panes por ser su amigo, seguramente por causa de su importunidad se levantará y le dará los panes que necesite” (Lc 11, 8).
Con seguridad, la oración que tiene calidad es la mejor, pero la que tiene cantidad nos abre la puerta del Cielo. Siendo así, pidamos:
Oh Madre del Buen Consejo, recordadme la enseñanza de vuestro Divino Hijo: no era persona grata al jefe de familia aquel hombre que le pedía pan, pero por su extrema inoportunidad obtuvo lo que sus cualidades, por sí mismas, no le obtendrían.
¡Aquí estoy delante de Vos, oh Madre mía! Si miro hacia mí, ¡cuántas razones encuentro para no sentirme persona grata! Sin embargo, si considero vuestra misericordia, tengo la certeza de que, de tanto acumular cuantitativamente oraciones cargadas con mis defectos, acabaréis por abrirme las puertas que, según la estricta justicia, yo no tendría el derecho de traspasar.
Dadme, pues, la virtud de la insistencia recomendada por vuestro Divino Hijo, puesto que a ella fue prometido el premio de ser atendida por la cantidad la oración que no tiene calidad. Amén.
Oración compuesta por el Dr. Plinio en diciembre de 1970