Origen de la Medalla de San Benito

Publicado el 07/10/2021

En 1647, en Nattremberg, Baviera, unas hechiceras, acusadas de haber realizado maleficios contra los habitantes de la región, fueron encerradas por orden de la autoridad pública. En la instrucción del proceso, ellas declaraban que sus Supersticiones intrigantes siempre quedaban sin resultado en los lugares en que la imagen de la Santa Cruz estaba suspensa, o escondida en el piso; añadieron que nunca habían podido ejercer poder alguno sobre el monasterio de Metten, concluyendo que dicha impotencia se debía a la presencia de alguna cruz que estaba protegiendo aquel monasterio.

Las autoridades consultaron a los Benedictinos de Metten sobre ese particular.

Se hicieron investigaciones en el monasterio y se observó en las paredes muchas representaciones de la Santa Cruz, acompañadas de la medalla. Eran de época remota aquellas señales, hace mucho tiempo ya existían y nadie les prestaba más atención. Valía explicar tales características cuyo sentido se había perdido; solo ellas podían revelar la intención con que aquellas cruces habían sido guardadas allí.

Después de muchas investigaciones, al final se encontró en la biblioteca del monasterio, un manuscrito. Era un Evangelio, notable por la encuadernación enriquecida con reliquias y piedras preciosas, y traía en la primera página, trece versos que indicaban haber sido el volumen escrito y adornado por orden del Sacerdote Pedro, en 1415. El mismo manuscrito transcribía, a continuación, el libro de Rabano Mauro sobre la Cruz, y varios dibujos hechos a punta de pluma, Realizados por un Monje anónimo de Metten.

Uno de los dibujos representaba a San Benito, revestido del hábito monástico sosteniendo en la mano derecha un bastón terminado por una cruz. Sobre el bastón se leía este verso: Crux sacra sit mihi lux.Non draco sit mihi dux. La Cruz Sagrada sea mi luz. No sea el dragón mi jefe.

De la mano izquierda del Santo Patriarca salía un gallardete con estos dos versos: Vade retro satana; nunquam suade mihi vana: Sunt mala quae libas; ipse venena bibas. Retírate satanás: nunca me des consejos de tus vanidades, la bebida que me ofreces es el mal, bebe tú mismo tus venenos.

Así, a comienzos del siglo XV, San Benito ya era representado con una cruz; y ya existían los versos, cuyas iniciales se leen hoy en la Medalla. Esos versos debían haber sido, en la época, objeto de alguna devoción particular, ya que se observaba la imagen de la Santa Cruz en las paredes del monasterio de Metten, rodeada de las iniciales de cada una de las palabras que la componen.

Por otro lado, un acontecimiento narrado de la vida del Papa San León IX, que gobernó la Iglesia desde 1049 a 1054, nos trae también alguna luz para el esclarecimiento de esta cuestión. Este Santo Pontífice, nacido en 1002, su primer nombre fue Bruno, y cuando aún era niño fue entregado para que lo cuidara Bertoldo, Obispo de Toul.

Cuando él fue a visitar a sus padres en el castillo de Eginsheim, una noche del sábado mientras dormía en el cuarto que le habían preparado, sucedió lo siguiente: Durante el sueño, un sapo horrible se puso sobre su rostro. El inmundo animal apoyaba las patas delanteras sobre la región de la oreja y bajo la quijada apretaba con fuerza el rostro del joven, chupándole las carnes. La presión y el dolor despertaron a Bruno, aterrado con el peligro, se levantó inmediatamente de la cama y sacudió con la mano al terrible animal, y gracias a que era una noche de luna pudo distinguir bien este
acontecimiento.

Observándole, soltó un grito de terror, acudiendo muchos criados, trayendo luces; pero a la llegada de éstos desapareció el animal venenoso. Fue en vano buscarle el rastro: todos los esfuerzos fueron inútiles. Las consecuencias de este hecho dejaron sus huellas. Bruno, sintió inmediatamente una inflamación dolorosa en el rostro, en la garganta y en el pecho; y su estado de salud no demoró en suscitar los más serios cuidados.

Durante dos meses sus padres desconsolados rodeaban el lecho, esperando cada día ver llegar su último momento; Dios, por su parte le reservaba para la salvación de su Iglesia, y puso fin a su dolencia restituyéndole la salud. Hace ocho días que había perdido el habla, cuando de pronto, sintiéndose perfectamente despierto, observó una escalera luminosa que salía de su lecho, y atravesando la ventana de su cuarto, parecía subir hasta el Cielo.

Bajó por esa escalera un adorable anciano, cubierto de un hábito monástico y rodeado de un brillante esplendor. Traía en la mano derecha una cruz colocada en el extremo de un largo bastón. Llegando junto al enfermo, apoyó la mano izquierda en la escalera y con la derecha tocó la cruz que traía en el rostro de Bruno y en las otras partes inflamadas. Esos toques hicieron salir el veneno por una abertura, que inmediatamente se formó en la región de la oreja y dejando ya al enfermo aliviado, el anciano se retiró siguiendo el mismo camino por donde había venido.

En el mismo instante, Bruno llama a Adalberon, su asistente, le invita a sentarse en su lecho y le cuenta la feliz visita que acaba de recibir. La tristeza que llenaba la casa se transforma en la más viva alegría; pocos días después la llaga ya estaba cicatrizada y Bruno disfrutaba de perfecta salud. En todo el decorrer de su vida, le gustaba narrar acontecimientos milagrosos; y el Arquidiácono Viberto, autor del relato que acabamos de reproducir, es testigo que el Pontífice había reconocido, en la persona del adorable anciano que le curó con el toque de la Santa Cruz, al glorioso Patriarca San Benito[1].

Habiendo sucedido este hecho hace poco referido a un hombre destinado a ejercer tan alta influencia, y que profesó tan brillante reconocimiento para el Santo Patriarca que lo curara por medio de la Cruz, esto forzosamente debió haber contribuido sobre todo en Alemania, donde San León IX pasó la mayor parte de su vida -para corroborar- y para dar origen, a la costumbre de representar a San “Benito con la Cruz, que en sus manos fue instrumento para
tantas maravillas”

De Alemania, donde primeramente se propagó la Medalla, se fue difundiendo con rapidez por toda Europa católica, siendo considerada por los fieles como una defensa segura contra los espíritus infernales. San Vicente de Paúl, que falleció en 1660, parece haberla conocido, pues todas las hermanas de la caridad desde tiempos inmemorables la llevan en su rosario, y por muchos años fue promulgada en Francia, casi que, exclusivamente para uso de ellas.

[1] Mabillon. Acta Sanctorom Ordinis S. Benedicti. saeculum VI.

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