Las plumas que están encima de un sombrero son como una especie de incienso que emana de la cabeza, representando la sensación causada por un hombre cuando deja un ambiente y continúa marcándolo. En su esmerado sentido analítico, el Dr. Plinio comenta la “teoría de las plumas”.
Plinio Corrêa de Oliveira
En el famoso cuadro del Grand Condé en la Batalla de Rocroi, aparecen varios caballeros, algunos con sombreros adornados con plumas blancas, otros de colores variados, y hasta un enigmático guerrero con yelmo medieval adornado con plumas figura en la escena.
Consideremos lo que significan las plumas en un sombrero y cuál es el simbolismo del color blanco de algunas de ellas.

Flávio Lourenço
Imponderables y simbolismos envueltos en plumas…
Las plumas puestas encima de un sombrero significan, en primer lugar, una especie de incienso que emana de la cabeza, formando un elemento que el hombre deja detrás de sí como el mejor y más delicado, el más noble perfume de su propio pensamiento. Es algo a la manera de la melena del león, sin embargo, aún más delicado, porque no forma una moldura alrededor del rostro.
Cuando Nuestro Señor Jesucristo, el Hombre por excelencia, se retiraba de algún lugar, dejaba allí y sobre los circunstantes una virtud, como diciendo: “Bajo sobre vosotros y os dejo algo venido de lo alto.”
En efecto la pluma representa aquello que se siente de un hombre cuando sale de un ambiente y continúa marcándolo, dejando allí, a la manera de plumas volando por el aire, lo mejor de su propio imponderable.
No me refiero a las plumas de los sombreros de la Belle Époque, puestas adelante, sino a aquel plumaje vuelto para atrás, el cual sube y ligeramente pende para abajo.
Es completamente diferente del adorno con plumas usado por los marajás. Casi podríamos afirmar que cada pueblo tiene las plumas que se merece, y algunos no las tienen, porque no las merecen.
Esta teoría de las plumas es particularmente sensible en la menos graciosa de ellas: la del guerrero medieval que se ve en el ángulo izquierdo del cuadro. El propio pintor tal vez no sabía que esa era la idea, pero es la que está presente.

Divulgación (CC3.0)
¡Delicado, combativo y elegante, un sombrero por excelencia!
¿Por qué la pluma blanca es más adecuada que las otras? Porque posee la síntesis de los colores, la cual, a su vez, expresa una envergadura de alma mayor que la limitación de imponderables de un color determinado.
¿Por qué el plumaje del sombrero de Condé es más noble que el del caballero que está atrás? Porque es menos denso y se asemeja más a los imponderables que representa.
Su sombrero está muy bien hecho, es el mejor portaplumas que se puede imaginar. Fue hecho para las plumas, no pesa en la cabeza, protege y sirve de complemento natural a la fisonomía; es el sombrero hecho para aquel rostro. El bicornio de Napoleón no es nada en comparación con esto; es una basura, sucio, horrible.
Hay un contraste interesante: el semblante de Condé es ligeramente oblongo y termina en una quijadita puntiaguda; la nariz saliente también es delgada. Para un rostro así, si pusiesen en él el sombrero del español que está a su derecha en la escena, parecería una especie de olla. Sea de la nación que sea, si se pusieran las plumas y el sombrero de cualquiera de ellos en la cabeza de Condé, inclusive los del noble que está detrás de él, lo desmerecerían. Se ve que el artista calculó para Condé un sombrero leve, que no dificultaría cabalgar, que no correría el riesgo de caerse al suelo, no quedaría enterrado hasta las orejas y del cual quedase bonito que saliera la cabellera, la cual así vista, es casi la pluma natural del hombre. Es el sombrero por excelencia, en mi modo de entender. Lo que tiene de fantástico es que, siendo leve, delicado y elegante, es un sombrero de guerrero hecho para la carga de caballería, un adorno para lancero.

Flávio Lourenço
Otro aspecto extraordinario es que no parece que está sujeto a la ley de la gravedad. Se tiene la impresión de que, si Condé saliera de abajo, él continuaría en el aire; ¡es la digna pista de vuelo de las plumas! Es como si Condé estuviese suspendido en su propia aerología por el sombrero, el cual, a su vez navega a la manera de un cisne.
¡Eso da una idea enorme de la espiritualidad del alma!
Pureza, heroísmo, nobleza: tres ángulos de una única figura
Yo quiero llegar ahora al punto: ¿Qué es lo inefable presente en la escena?
Condé está representado en un tal estado de coraje, de combatividad, que nos da la idea de una pureza eximia. Eso a veces acontecía en guerreros cuando se encontraban en los episodios ápice de sus vidas: por una disposición de la gracia, eran elevados por un tiempo a un estado superior, inclusive cuando ese estado no correspondía a su conducta personal; eran bruscamente elevados a otro nivel.
En la escena hay un indiscutible componente de pureza y nobleza, no una nobleza común, sino la principesca: se juntan el coraje del puro con el del príncipe, todo concebido en el diapasón católico.
Esos tres absolutos conjugados forman una síntesis: el principado del hombre puro, la pureza del hombre que es príncipe, el coraje y el heroísmo del príncipe puro, como tres ángulos de un triángulo, formando una figura.

Flávio Lourenço
(Extraído de conferencia del 19/7/1977)
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1) Luis II de Borbón, 4º Príncipe de Condé (*1621 – +1686), conocido como “El Gran Condé” que venció en la batalla de Rocroi.