P. Walter Joseph Ciszek, SJ – Abandono completo a la voluntad divina

Publicado el 05/24/2025

Durante los terribles sufrimientos en territorio ruso fue cuando pudo realizar todo el apostolado que deseaba. Eran los designios de Dios para él, que se cumplieron como menos se lo esperaba.

Sabemos que el itinerario de la vida humana no se compone solamente, ni sobre todo, de alegrías y de placeres, sino que a menudo se ve salpicado por sufrimientos indecibles y por situaciones desastrosas, que chocan con sus propias aspiraciones…

¿Cómo conformarnos con la voluntad divina en tales circunstancias? La historia de un sacerdote polaco, el P. Walter Joseph Ciszek, SJ, nos ofrece un admirable testimonio espiritual al respecto.

«Dios me quiere en Rusia»

Originario de una familia polaca, Walter Ciszek nació en Estados Unidos en 1904 y, a la edad de 24 años, ingresó en la Compañía de Jesús.

Un año después de su entrada en la orden, se enteró de una convocatoria de Pío XI en la que se pedían voluntarios para el Collegium Russicum de Roma, que estaba destinado a preparar a jóvenes clérigos para el apostolado en la tierra de los zares. Nada más oír la solicitud del pontífice, sintió la llamada de Dios en su interior y, tras comunicarle a su superior tal anhelo y obtener su aquiescencia, partió hacia la Ciudad Eterna.

Durante sus estudios en Roma, Walter aprendió incluso a celebrar la misa en rito bizantino. Sin embargo, después de su ordenación sacerdotal en 1937, tuvo una de las mayores decepciones de su vida: en aquel momento era imposible enviar apóstoles a Rusia. De modo que lo destinaron a una misión de rito oriental a la entonces ciudad polaca de Albertyn.1

Pese a las contrariedades con respecto del plan original, aún quedaban esperanzas en el corazón del joven jesuita. «Ni siquiera entonces —afirmaría—, dudé de que era voluntad de Dios que algún día viviera en Rusia».2

Las perplejidades de la vida

El tiempo parecía transcurrir sin mayores preocupaciones en Albertyn hasta septiembre de 1939, cuando estalló la Segunda Guerra Mundial. El ejército alemán tomó enseguida Varsovia y la Unión Soviética, que se había ido apoderando del este de Polonia, no tardó en llegar a la ciudad donde el P. Ciszek desempeñaba su apostolado.

De cara a la persecución y las tribulaciones por las que pasaban los fieles, incesantes preguntas invadían su pensamiento: ¿Cómo podía Dios tolerar tales calamidades? ¿Por qué no permitía al menos que su rebaño fuera apacentado y consolado en medio de aquella desgracia? ¿Qué esperaba el Señor, habiendo consentido que sucediera todo eso, del pueblo sencillo y humilde de Albertyn?

Ante aquella hecatombe, comprendió una importante verdad: cuando vivimos la tranquila rutina de cada día, nos sentimos seguros y nos acomodamos en este mundo, buscando en él nuestro sustento físico y moral; y poco a poco nos olvidamos de que éste es concedido por la Providencia divina. Como resultado, sólo nos acordamos de nuestro Padre celestial y lo buscamos en situaciones de crisis, «muchas veces como niños quejumbrosos y protestones».3

Ahora bien, Dios no es, ni puede serlo, autor o causa del mal y del pecado. Pero a menudo se vale de tragedias para recordarle a nuestra naturaleza caída su presencia y su amor por nosotros. Por eso hemos de concienciarnos de que todo lo que nos sucede está, de hecho, permitido por la Providencia.

¿Cómo discernir la voluntad divina?

Una noche, fue al encuentro del P. Ciszek un gran amigo y antiguo compañero de clase, el P. Makar, para hacerle una invitación. Pretendía averiguar qué posibilidades había de ir a Rusia, dado que planeaban cancelar las misiones en Albertyn. Los soviéticos estaban contratando obreros para las fábricas comunistas, y su idea era la de aprovechar la ocasión y alistarse en esos grupos. La euforia del P. Ciszek era enorme. Después de todo, la misión que había soñado se dibujaba en el horizonte.

No obstante, a la mañana siguiente le asaltaron dudas que turbaban su espíritu: «¿No estaría limitándome a seguir mis propios deseos, considerándolos la voluntad de Dios en mi vida?»,4 pensaba. Sobre todo, le atormentaba la idea de que estuviera abandonando a sus feligreses de Albertyn. Al fin y al cabo, aunque la misión de rito oriental se encontrara a punto de clausurarse, la parroquia latina se mantenía.

Su corazón vacilaba. Cuando se proponía quedarse en Polonia, se inquietaba, a pesar de rezarle a Dios; cuando optaba por marcharse a Rusia, entonces se calmaba. En esos momentos comprendió, de forma sensible, una verdad consagrada en la espiritualidad católica: «Que la voluntad de Dios se puede discernir por los frutos espirituales que trae consigo; que la paz del alma y la alegría del corazón son dos de esas señales, siempre que surjan de un total compromiso, de una plena y exclusiva apertura a Dios, y no residan en los propios deseos».5

Así que decidió partir sin más dilación.

«Toma tu cruz y sígueme»

Todo parecía ir sobre ruedas… Sin embargo, cuando llegaron a Rusia se encontraron con una situación muy diferente a la que habían imaginado. El alojamiento era precario, el trabajo, arduo y el salario, mezquino. Pero todo esto habría sido soportable si no se le hubiera sumado una realidad mucho más preocupante: en parte por miedo al gobierno, en parte por tibieza, la gente que vivía allí no quería hablar de Dios ni de la religión, y mucho menos les interesaba practicarla.

El plan de apostolado que tanto habían anhelado llevar a cabo se desmoronó en unos instantes. Sólo con gran dificultad podían celebrar la misa, y lo hacían bosque adentro, porque estaba expresamente prohibido por el gobierno. La decepción dio paso a la desilusión, y ésta a un terrible desánimo.

La acedia es uno de los peores males que pueden aquejar a un alma, porque la lleva a desconfiar y alejarse de Dios. El P. Ciszek lo explica bien: «Existe la tentación de decir: “Esta vida no es lo que yo pensaba. No es lo que tenía previsto. Ni es, desde luego, lo que deseaba. De haberlo sabido, jamás lo habría elegido, jamás habría hecho esta promesa. Perdóname, Dios mío, pero no quiero cumplir mi palabra”».6

El sufrimiento se revela como signo distintivo de todo católico: «Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz cada día y me siga» (Lc 9, 23). Es necesario, pues, cumplir la voluntad del Señor, pero no falsamente, según nuestros criterios y nuestra imaginación.

La oración: única solución

El 22 de junio de 1941, Alemania le declaró la guerra a Rusia. Esa misma noche, la policía secreta se dirigió a los barracones donde vivían los trabajadores del maderero para arrestarlos. Entre ellos se encontraban el P. Ciszek y sus dos amigos sacerdotes, todos ellos declarados sospechosos de espionaje.

El misionero experimentaría ahora innumerables dificultades: la escasez de alimentos, la repugnante inmundicia de la prisión, la sensación de desamparo. Pero lo peor estaba aún por venir. Trasladado a la temida cárcel de Lubianka, de Moscú, por ser considerado agente del Vaticano, el sacerdote tuvo que soportar la reclusión en una pequeña celda, donde debía pasar todo el día de pie, sometido a una terrible soledad, a una estricta rutina y a constantes interrogatorios.

El P. Ciszek confiesa que mantenía sentimientos de optimismo y autoconfianza, y que se enorgullecía de mantenerse firme ante sus interrogadores, pero pronto reconoció que había fracasado en su intento de convencerlos de su inocencia. En esa ocasión aprendió más que nunca a volcar su alma en la oración.

 

Trasladado a la temida cárcel de Lubianka, tuvo que soportar la reclusión en una pequeña celda, sometido a una terrible soledad, a una estricta rutina y a constantes interrogatorios
El P. Walter Ciszek como prisionero en Rusia

De hecho, quien se pone siempre en la presencia del Señor comprende que rezar es el único apoyo en todas las circunstancias de la vida, pero especialmente en los momentos de crisis y de desaliento, porque «si lográramos unirnos a Dios en la oración, descubriríamos claramente su voluntad y solo desearíamos conformar nuestra voluntad a la suya».7

Humildad y abandono en Dios

Aunque su confianza sobrenatural todavía vacilaba: «Estaba cansado de aquella prueba, cansado de luchar y, sobre todo, cansado de darle vueltas a todo en el silencio de mi solitario encierro […]; cansado de las dudas, los temores y de una ansiedad y una tensión constantes».8

En un momento dado, se presentó un hombre simpático, que le ofreció darle la libertad si cooperaba con el gobierno soviético. Como el sacerdote dudaba a menudo en su decisión, el interrogador lo llamó un día y le mostró unos documentos que debía firmar. Para su sorpresa, las páginas contenían delitos que él jamás había cometido. Se hallaba, pues, ante una encrucijada: la muerte y la tortura si se negaba a colaborar, o la tan esperada «libertad» si capitulaba rubricando esos papeles.

Entonces se acordó de la promesa del Señor de que el divino Paráclito hablaría a través de los cristianos llevados a juicio. «Pedí al Espíritu Santo que me guiara… y nada»,9 dice el P. Ciszek. El presentimiento de una muerte inminente, la sensación del abandono divino, la desesperación y el miedo ante el interrogador, lo dejaron tan conmocionado que inmediatamente empezó a firmar una a una las hojas que contenían las falsas acusaciones contra él.

Cuando terminó de signarlas, se dirigió a su habitación atormentado y tenso hasta el punto de sufrir espasmos. Pero poco a poco se fue calmando y se puso a rezar. ¿Por qué había actuado así? «La respuesta era una única palabra: yo. Estaba avergonzado porque, en mi fuero interno, sabía que había intentado hacer demasiado yo solo y había fracasado. […] Llevaba años dedicando mucho tiempo a la oración, había logrado valorar y agradecer a Dios su providencia y su protección sobre mí y sobre todos los hombres, pero nunca me había abandonado de verdad».10

Ése fue su principal error: había confiado demasiado en sí mismo, creyendo en su propia capacidad de superar, por sí solo, todos los males. De lo cual concluía: «Con esa experiencia, Dios me estaba probando a mí, como oro en el crisol, para saber cuánto quedaba de mí mismo después de todas mis oraciones y de mis profesiones de fe en su voluntad».11

Cumplir la voluntad divina

A pesar de su contribución al gobierno ruso, su «libertad» tan anhelada aún estaba lejos de hacerse realidad. Tendría que permanecer cuatro años más respondiendo a interminables interrogatorios en Lubianka, sometido también a quince años de trabajos forzados en Siberia y otros tres de supuesta libertad en tierras rusas.

Sin embargo, durante los terribles sufrimientos en Siberia y en libertad en territorio ruso fue cuando pudo realizar todo el apostolado que deseaba: volver a celebrar la santa misa, confesar, bautizar, consolar a los enfermos y atender a los moribundos. Eran los designios de Dios para él, que se cumplieron como menos se lo esperaba.

 

¿Cómo había logrado sobrevivir durante años en condiciones tan atroces? Era la pregunta que le hacían cuando volvió a su país
El P. Walter Ciszek el día que regresó a Estados Unidos

¿Cómo había logrado sobrevivir durante años en condiciones tan atroces? Ésta era la pregunta que le hacían sus entrevistadores nada más regresar a Estados Unidos, el 12 de octubre de 1963. «La Divina Providencia», respondía el P. Walter Ciszek. «En los campos y en las cárceles vi a mi alrededor mucho sufrimiento; yo mismo estuve a punto de sucumbir a la desesperación y, en las horas más oscuras, aprendí a acudir a Dios en busca de consuelo y a confiar solo en Él».12

Dios no pide lo imposible a nadie; para cumplir su voluntad, Él solamente exige el abandono en sus manos. ◊

Notas


1 Actual Slonim, situada en Bielorrusia.

2 Ciszek, SJ, Walter Joseph; Flaherty, SJ, Daniel L. Caminando por valles oscuros. 4.ª ed. Madrid: Palabra, 2020, p. 27.

3 Idem, p. 22.

4 Idem, p. 29.

5 Idem, p. 32.

6 Idem, p. 42.

7 Idem, p. 73.

8 Idem, p. 78.

9 Idem, p. 80.

10 Idem, p. 84.

11 Idem, p. 87.

12 Idem, p. 11.

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