Para vencer en las batallas contra la impureza es necesario conocerse a uno mismo.

Publicado el 09/17/2023

¿De qué te sirve descifrar difíciles jeroglíficos, si eres incapaz de descifrar el estado de tu propia alma?¿Sabes tú quien te examina con mucho cuidado? El diablo. Él te estudia en profundidad, pero para perderte.

Padre George Hoornaert, SJ

Con el enemigo no se hacen alianzas ni compromisos; no se cruzan saludos ni palabras.

Con mayor razón no se han de cruzar palabras entre el alma y el tentador. Sería propio de idiotas andar coqueteando con Satanás. Ya sabes que el gran poder seductor que tiene el pecado impuro.

¿Para qué querer gustarlo, aunque sea un poco?

El que juega con fuego acaba quemándose. «El que ama el peligro, perecerá en él» (Eclesiástico. 3,24).

Pero, ¿cuáles son los peligros o las ocasiones que nos pueden hacer caer en el pecado impuro? Los vamos a repartir en dos clases de peligros: individuales y generales.

PELIGROS PERSONALES

Con respecto a la salud corporal, cada uno tiene su «punto flaco»

Será, según los individuos, el corazón, los pulmones, los riñones, la presión arterial, el aparato digestivo, etc.

Si me prometes no reírte, te repetiré el término médico: se observan «idiosincrasias».

Me habías prometido no reírte… La idiosincrasia es la manera especial con que el individuo reacciona ante la acción de los gérmenes patógenos o de otros agentes, es decir, la disposición propia de cada sujeto, en virtud de la cual las mismas causas producen en los diversos sujetos efectos diferentes.

Así que los médicos llegan a decir: «No hay enfermedades, sino enfermos»; lo que quiere significar que los caracteres de la enfermedad varían en función de los organismos a los que afecta.

De ahí que no todos los enfermos de una misma enfermedad requieran el mismo tratamiento. La enfermedad no es una entidad absoluta e invariable, sino relativa, que se manifiesta de diferentes formas según sea la disposición de los organismos.

Pues bien, eso que acontece con la salud corporal, le pasa también a la salud espiritual.

Cada uno tiene su temperamento especial y su punto más débil, que apenas se parece al del vecino.

Todos son tentados en la pureza, pero no todos son tentados de la misma manera.

Uno es tentado sobre todo por el corazón; para otro la tentación pasa por la imaginación o por la memoria; para otros las ocasiones serán una lectura, una mirada, o ciertas diversiones. Una disposición no excluye enteramente las otras; lo que hace es dominarlas.

Si quieres saber cuál es la tendencia personal dominante por la que actúa la tentación impura, bastará con que te fijes en la clase de deseos o de imágenes que la acompañan ordinariamente. Esta disposición dominante se refuerza por el hábito.

El hábito nos facilita repetir el mismo acto una y otra vez. Cualquier acto que realizamos no termina del todo al acabarlo de hacer: deja algo de sí en nuestra alma, un pequeño surco o arruga.

Si un joven comete un pecado de impureza de una determinada manera, crea una «asociación de imágenes»1 entre la ocasión que lo propició y el pecado. Ha caído de una determinada manera, pues bien, en adelante será tentado de esta determinada manera, y no, o mucho menos, de otra manera.2

Inútil es pensar que uno está curado del todo: siempre queda una cicatriz. Hay quien llega a afirmar que la mayoría de las tentaciones no son más que las excitaciones sexuales anteriormente consentidas. La afirmación no es rigurosamente exacta; el que nunca ha consentido puede ser tentado. Pero hay que conceder que existe una pasmosa «memoria de los sentidos», y que el hombre conserva, a causa del psiquismo memorativo, una terrible propensión a caer en la misma falta.

¡Así que feliz mil veces el que no ha caído!

Precisamente porque no ha sufrido derrota, no se ha abierto en él un camino hacia el mal. No guarda imágenes que le puedan obsesionar, ni ha creado «asociaciones de imágenes», fruto de previas caídas, que podrían inclinarle poderosamente a volver a caer en lo mismo.

El pecado lleva su propia penitencia. Hay una justicia inherente al saltarse las leyes de la naturaleza.

* * *

Esta verdad tiene una terrible aplicación en el caso de los cómplices. Cuando alguien comete con otra persona un grave pecado, ya nunca esa persona será para él igual a las demás.

¿Por qué? Un lazo indisoluble ha unido, por «asociación de imágenes», a la persona cómplice con dicho pecado. La persona siempre quedará en una situación de debilidad con respecto al cómplice.

Desde la primera complacencia culpable que cometieron los dos pueden haber pasado muchos años. Ellos parecen haberlo olvidado, pero en la memoria permanecen guardadas en estado latente el recuerdo de los «primeros amores».

Estas huellas son tan profundas que pueden correr un grave peligro si se encuentran de nuevo. Los que con toda sinceridad se creían decididos a no caer más en el mismo pecado, advierten frecuentemente que al volver a encontrarse tales decisiones se deshacen como la cera en el fuego.

La estrategia de victoria en este caso, no es tanto resistir, sino evitar volver a encontrarse. La valentía está en la huída.

Cada persona es diferente y tiene su propio temperamento y sus «asociaciones de imágenes».

«Conócete a ti mismo», decía la inscripción del templo de Delfos. Pero nadie se conoce, sino examinándose.3 ¡Y muchos apenas se examinan!

Son capaces de estudiar e interesarse por las cosas más raras: la historia de los antiguos Faraones, la geografía del Japón; si los planetas «están habitados o no», cómo fue la desaparición de los mamuts…

¡Cómo les gustaría saberlo todo!

¡Todo!… menos conocerse a sí mismos.

Ellos podrían deciros cuál fue el punto vulnerable del ejército de Aníbal, pero no podrían deciros cuál es el punto vulnerable de su corazón.

Se interesan por los planetas más lejanos, por Saturno, por Marte… pero nunca entran en su foro interno.

Han estudiado muchas cosas inútiles, pero dejan de estudiar la más importante: su propia alma. Saben de muchas cosas del universo, pero se ignoran a sí mismos. Son para sí mismos un libro cerrado.

¿De qué les sirve descifrar difíciles jeroglíficos, si no son incapaces de descifrar el estado de su propia alma?

Para poder corregirte y aspirar a la perfección, tienes que conocerte bien.

¿Sabes tú quien te examina con mucho cuidado? El diablo. Él te estudia en profundidad, pero para perderte.

Se parece, dice San Ignacio en sus Reglas para el conocimiento de espíritus (Ejerc. Espir. n. 327), a un capitán que procura descubrir el punto por donde atacará una posición. «Así cómo un capitán y caudillo del campo, asentando su real y mirando las fuerzas o disposiciones de un castillo, le combate por la parte más flaca; de la misma manera el enemigo de natura humana, rodeando mira en torno todas nuestras virtudes teologales, cardinales y morales; y por donde nos halla más flacos y más necesitados para nuestra salud eterna, por allí nos bate y procura tomarnos.»

Notas

1El mecanismo de «asociación de imágenes» tiene su explicación psicológica:

a) Una asociación es tanto más duradera, cuanto mayor es la impresión que produjo. Así, presencio un grave accidente que me produce una profunda impresión; esto basta para asociar y fijar tan fuertemente las diversas circunstancias con que se produjo, que en adelante no puedo pensar en una circunstancia sin recordar las otras.

b) A mayor atención, mayor fuerza de las asociaciones de imágenes.

c) Tercera ley: la repetición. La asociación se afianza más, conforme se repitan las mismas condiciones.

La asociación no es más que una forma particular de hábito, es decir, de la tendencia que tenemos a volver a hacer o pensar automáticamente lo que hemos ya hecho o pensado. Una y otro se rigen por las mismas leyes: una asociación se anuda, como se forma un hábito, tanto más fácilmente cuanto la idea o el acto han producido en nosotros una impresión más viva, cuanto se ha repetido, o en fin, cuanto hemos puesto más atención.

2Si quieres eliminar la «asociación de imágenes» que te llevan al pecado, rompe resueltamente con todo lo que te lo recuerde: deja los lugares y todo aquello a lo que se hallan como clavados los recuerdos del placer, y trata de vivir situaciones nuevas.

3De ahí la utilidad del examen de conciencia, que trataremos más tarde, y del Diario espiritual. Procura tomar cada día y cada semana algunas notas sobre el estado interior de tu alma; y esto, brevemente, sin afanes literarios, ya que no escribes para la posteridad, sino para conocerte. Así podrás después leer después la historia de tu alma. Comprenderás en su conjunto el plan providencial por el que Dios te fue guiando.

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