Pedro, el verdadero pastor

Publicado el 04/29/2025

P. Ignacio Montojo Magro, EP

San Pedro – Iglesia dedicada a él en Lisieux (Francia)

Al meditar sobre la tercera aparición del Resucitado narrada en el Evangelio de este domingo (Jn 21, 1-19), destaca, por su comportamiento ante el Señor, la figura de San Pedro.

Con su característico temperamento fogoso, Simón es el primero que salta al agua para encontrarse con el divino Maestro, que los espera en la playa; es el que corre a la red para llevarle los peces que Él ha pedido; es el que repara, con tres actos de amor, la defección ocurrida en la noche de la Pasión (cf. Jn 18, 15.25-27); es, finalmente, el pastor confirmado en el cuidado del rebaño y que sellará su primado mediante el martirio profetizado por Jesús.

En pocas líneas, el Evangelio esboza, en la persona de San Pedro, las características del pastor tal como lo quiere el Señor  

Cada uno de esos momentos de la sencilla pero sublime narración revela, incluso en el contexto anterior a Pentecostés, algunas de las características del verdadero pastor de almas.

Cuando el primer Papa se lanza al agua y nada hacía «el Señor» (Jn 21, 7), nos muestra que hemos de afrontar cualquier obstáculo para estar junto al Redentor, incluso —¡o ante todo!— si todavía no somos perfectos.

Al apresurarse a sacar la red de la barca para coger algunos peces, como Jesús le había pedido, manifiesta que el pastor, aun teniendo la misión de gobernar el rebaño, debe estar siempre en actitud de servicio tanto a las ovejas como al supremo Dueño de éstas.

En el momento en que repara en su triple negación ante los demás Apóstoles, evidencia lo inaceptable que son para la persona del guía de las almas actitudes o palabras dudosas que pudieran generar confusión entre los fieles. El amor debe ser proclamado a la luz del día, de manera definida. Y si hubo errores que escandalizaron procede una retractación también pública.

La oportunidad de estas actitudes es subrayada por el divino Pastor cuando, confirmando tres veces a Pedro en el oficio de apacentar el rebaño, usa las expresiones: «Apacienta mis corderos» y «Pastorea mis ovejas» (Jn 21, 15-16). Cada miembro del Cuerpo Místico de Cristo pertenece al Señor. El Papa es su representante, pero no el dueño del redil; es su vicario, pero tendrá que rendir severas cuentas de su propia administración.

Ahora bien, ¿cómo podemos discernir en los pastores su grado de fidelidad? La primera lectura (Hch 5, 27b-32.40b-41) muestra a San Pedro transformado por el Paráclito y reconociendo en sí su acción: «Testigos de esto somos nosotros y el Espíritu Santo» (Hch 5, 32). Y la señal de que realmente lo posee es su obediencia a la misión divina de predicar el Evangelio, aunque ello suponga enfrentarse al mundo entero. Éste —con sus falsos profetas, que enseñan el error— trata de silenciar la verdad y persigue a quienes poseen el sello del don de Dios.

Más. El pastor, cuando es auténtico, debe llevar su entrega hasta el extremo, portando consigo el cayado de la cruz. Dispuesto a trasponer los límites del heroísmo, tiene siempre ante sí la perspectiva de dar su propia vida por las ovejas mediante el martirio, si —¡qué gloria! — Dios así lo determina. En este sentido, ¡qué testimonio daría el primer Papa de no ser un mercenario, sino un verdadero discípulo del Señor del rebaño, como profetiza Jesús en el Evangelio de este domingo!

Recemos para que Dios nos envíe pastores según su corazón y nos dé la acuidad evangélica para discernir los verdaderos de los falsos.

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