Persistencia, delicadeza y desafío

Publicado el 03/21/2023

Decidida a vivir de acuerdo con lo que la fe le indicaba, Doña Lucilia levantaba una oposición suave pero infranqueable a los que deseaban lo contrario, incluso si era necesario pagando el precio del aislamiento. Sin embargo, en los últimos meses de su existencia terrena la Providencia quiso confirmar su fidelidad, envolviéndola en el cántico de admiración de algunas almas justas.

Plinio Corrêa de Oliveira

Para comprender la manera en que Doña Lucilia actuaba cuando yo era niño, al protegerme de quien quisiese perderme, es necesario haber conocido aquellos tiempos y visto los modos, las costumbres y las reglas de delicadeza entonces vigentes.

Ella era una persona muy bondadosa, pero al mismo tiempo muy seria. Cuando no quería una cosa determinada, levantaba una barrera infranqueable: ¡eso no era así, no podía ser y no sería! Todos comprendían que habría una oposición sin nada de furibundo ni de problemático, pero tan segura, que no servía de nada insistir.

Negativa que desanimaba cualquier ataque

Esa actitud comenzaba por verificarse en lo que se refería a la forma como yo practicaba la religión. A algunos de mis parientes les hubiese gustado que yo fuera un niño más o menos sin religión, como los otros de mi familia formados por ellos. Sin embargo, no osaban proponerle a Doña Lucilia nada a ese respecto; o, si le propusieron, ella acabó la cuestión, de tal modo que ninguno de ellos osó decirme una palabra en el sentido de estimularme a no ser religioso, a no ser puro, etc.

Ellos sabían que, si algo así llegase hasta mi madre, la respuesta vendría con una negativa: “Mi hijo es mío y no tuyo, quien dispone de él soy yo, no tú; y por mi intermedio, quien dispone de él es Dios. De manera que voy a educarlo según Dios quiere, y no te metas. Cuida a tus hijos, si quieres; ¡al mío, no! ¡A él lo cuido yo!”

Conmigo ni trataba del asunto, en una actitud de quien no consideraba posible que alguien se entrometiese en el caso. Lo que ella hizo fue rezar mucho y decir un “no” preventivo. Fin del asunto.

Vas a sufrir mucho con el aislamiento

Cuando explotó en 1932 la Revolución Constitucionalista en São Paulo, mi abuela Doña Gabriela decidió comprar una radio para acompañar las noticias. Algún tiempo después, ella le dijo a mi madre, quien me contó el hecho sin hacer comentarios:

—“Cuando yo muera, Lucilia, quiero que ese radio sea para ti”– era todavía un objeto de cierto valor en aquella época–, “porque tú vas a sufrir mucho con la soledad, y al menos la radio sirve para que tengas compañía.”

Se comprende todo lo que eso quería decir…

Además, la salud de mi madre no era buena. Mejoró mucho después de que mi abuela falleció y pasó a vivir sola conmigo. Doña Gabriela era muy generosa, y bajo ese aspecto no había ningún problema, pero mantener las riendas de la casa, cuidar de la servidumbre, atender a los que entraban y salían, constituía un peso difícil de sustentar.

Doña Lucilia tenía paciencias enormes, por ejemplo, con un sobrino sordomudo que presentaba crisis nerviosas horribles. Los padres de este sobrino no aguantaban esas crisis mientras que ella sí. Se encerraba con el niño en una sala, y al cabo de una o dos horas de conversación, él salía más sosegado, tranquilo. Era una manifestación de su generosidad, pero eso la desgastaba.

Por esa causa, durante el período en que vivió en casa de mi abuela, su salud estaba muy decaída. Padecía dolencias del hígado. Sentía indisposiciones horribles, pasaba la noche en vela y por mañana quedaba exhausta, con la fisionomía deshecha.

En el tiempo en que mi hermana y yo éramos muy pequeños, mi madre tenía miedo de morir a cualquier momento, y a veces nos decía eso para prepararnos. ¡Nosotros quedábamos asustadísimos!

Todas esas circunstancias hicieron de Doña Lucilia una persona que medía bien cuál era el padrón de la felicidad, y sentía y cargaba el peso de los sufrimientos hasta el fin.

Cargando la cruz rumbo al ápice

En ese sentido, de las fotografías tomadas a mi madre, ninguna me agrada tanto cuanto una en que ella está bien anciana, con setenta y cinco o setenta y seis años, moviéndose sin necesidad de apoyo, apenas con una deficiencia auditiva que esos aparatos modernos suplían.

Yo la conocía tan bien que, al ver esa fotografía, percibo una cosa curiosa: ella está muy ansiosa. Se nota allí cómo era su adaptabilidad: ella trata de hacer una fisionomía que, dentro de sus principios, sabía que a los presentes les gustaría. ¡Pobrecita! Yo sé muy bien que estaba cargando su cruz rumbo al ápice.

En su fisionomía trasparece tal conjunto de virtudes, viviendo a la manera de un enjambre en su alma –un enjambre santo, no caótico–, que es difícil decir todo lo que veo ahí. Es un equilibrio extraordinario de virtudes, todo un inmenso teclado puesto en orden.

La nota que aparece mucho en esa fotografía es el orden que mi madre se impuso a sí misma, porque estaba de acuerdo con lo que el intelecto y la fe le indicaban de cómo se debería ser. Hay una resolución de vivir dentro y para ese orden que, con toda su actividad, revela un trazo heroico: se debe ser de determinada forma y está acabado. Se percibe una persistencia, con delicadeza, y cierta mirada de desafío, como quien dice: “Yo sé que ustedes no están de acuerdo, pero así es.” ¡Con ella no se jugaba!

La confirmación de la fidelidad

La vida de Doña Lucilia fue una enorme espera, que tuvo un desenlace enteramente inesperado: en los últimos meses de su existencia en esta Tierra, por causa de mi enfermedad 1, hubo un flujo torrencial de gente en mi casa y, sobre todo por la insistencia de João 2 en hacer que ella se notase, Doña Lucilia murió envuelta en un cántico de admiración de los que me visitaban.

De hecho, mi madre esperaba que toda su bondad y todo el ambiente por ella creado reconstituyesen en torno de sí un tiempo pasado, que iba siendo devorado por el americanismo.

Entonces mi madre recibió una confirmación de que no se había engañado y de que todo cuanto ella era, era notorio para quien quisiese ver. Fue una especie de confirmación de su fidelidad. 

Extraído de conferencias del 14/9/1985 y 6/11/1993

Notas

1) Se trataba de la grave crisis de diabetes que acometió al Dr. Plinio en diciembre de 1967, obligándolo a permanecer en reposo en su apartamento por algunos meses.

2) El Dr. Plinio se refiere a Mons. João Scognamiglio Clá Dias, EP, su fiel discípulo y secretario personal durante más de cuatro décadas, que en la época de los hechos aquí mencionados todavía era laico y contaba con veintiocho años.

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