Poderosísima oración

Publicado el 10/16/2021

Al encontrarse con Suzette, de rodillas, ante una imagen de la Virgen, el jacobino dio rienda suelta a su cólera: “¡Oye! ¿No sabes que esas devociones fanáticas están prohibidas por la ley?”…

Nos encontramos en 1789. A orillas del río Loira, destacándose sobre el bosque, se yergue un espléndido castillo habitado por una noble familia: el duque Jean de La Touche, su esposa Marguerite y su hija Suzette, con tan sólo 10 años.

Desde hacía varios días la duquesa, ayudada por Suzette y algunas criadas, se esmeraba adornando la capilla para la solemne ceremonia que en breve allí tendría lugar.

Se acercaba la conmemoración de Nuestra Señora del Rosario, patrona de la familia. Y ya se había vuelto una tradición que el obispo fuera al castillo para presidir la Santa Misa, en la que participarían tanto los amigos de la familia venidos de lejos, como los habitantes de la región.

Una vez llegada la tan esperada fiesta, ¡la alegría no podía ser mayor! Tras la Celebración Eucarística, todos fueron conducidos hasta el salón principal a fin de degustar un gran banquete ofrecido por el duque. Y como coronamiento de todo, concluida la espléndida comida regresaron a la capilla para rezar el Santo Rosario, cuyas decenas eran intercaladas con músicas y piadosos actos de alabanza a Nuestra Señora.

Las gracias derramadas por la Santa Madre de Dios aquel día encontraron particular apertura en el alma de Suzette. Desde muy pequeña su madre rezaba con ella el Rosario todos los días, y le enseñaba que esta hermosa oración, en apariencia tan sencilla, nos une estrechamente a la Virgen Santísima. María es nuestra Madre y nunca abandona a quien se pone bajo su poderosa intercesión, sobre todo los que lo hacen rezando el Santo Rosario, aseguraba la duquesa.

Quien viera la bella escena desarrollada en la capilla del castillo jamás podría imaginar lo que ocurriría tan sólo unos años después, cuando en 1793 el Terror se esparció por toda Francia: el duque de La Touche y su esposa fueron capturados y encarcelados en un antiguo monasterio, transformado en prisión por los jacobinos.

¿YSuzette? ¿Qué le pasó? Una fiel ama logró huir con la noble niña y ambas se refugiaron en casa del panadero, disfrazadas de simples campesinas. Allí pasaban el día, ocultándose de las miradas que podían denunciarlas. Y si Suzette necesitaba salir de su escondrijo, siempre acompañada por su ama, más que ser apresada temía cruzarse en la calle con el carro del sanguinario tribunal que conduciría a sus amados padres a la guillotina.

Al sentirse débil y aislada, incapaz de cualquier tentativa de salvarlos, se amparó en aquella que era su único consuelo: la Virgen del Rosario. Llena de ardor, empezó a rezar el Rosario en todos sus momentos libres, ¡llegando a completar cinco en un solo día!

¡Qué admirable era el ver a la fervorosa duquesita rezando a los pies de María con entera confianza! Mientras la pequeña alababa a Nuestra Señora con la salutación angélica, un ángel le retiraba de sus labios magníficas piedras preciosas y perlas con las que iba confeccionando una corona para adornar la frente de la Reina del Cielo y de la tierra. Y al ser Ella Madre de Misericordia no podía permanecer insensible a tan sincera oración, ni a las lágrimas de dolor que le caían por las mejillas, las cuales el ángel recogía y transformaba en radiantes zafiros.

Una tarde, estaba Suzette rezando y he aquí que un jacobino entró secretamente en su escondite. Al encontrar a la niña, de rodillas, ante una imagen de la Virgen, dio rienda suelta a su có-
lera. Agarrándola por el brazo, le gritó de manera asustadora:   

  —¡Oye! ¿No sabes que esas devociones fanáticas están prohibidas por la ley? ¿Qué estás haciendo?

Lejos de estremecerse ante tan violento personaje Suzette le respondió con firmeza y convicción:

—Estoy rezando el Rosario, muy segura de que la Reina del universo me concederá lo que tanto anhelo.

—¿Y qué le estás pidiendo?

—La liberación de mis padres.

—¿Quiénes son tus padres?

—Los duques de La Touche.

En ese momento el jacobino sintió en su alma una gran nostalgia de  algo que hacía mucho había despreciado. También había rezado el Santo Rosario cuando era niño.

No obstante, las malas compañías lo llevaron, en la adolescencia, a abandonar esa entrañable devoción.

A pesar de los pesares, las nostalgias de los tiempos en que rezaba el Rosario arrodillado en la pequeña iglesia de su parroquia le embargaba el corazón. Por eso le preguntó, pero sin la agresividad de antes:

—¿Y tú crees que la Señora a quien te diriges es capaz de salvarlos?

—Sí, porque sé que es poderosísima y nunca desampara a quien a Ella recurre con plena confianza.

—Pues veamos qué será capaz de hacer…

Conmovido por la fe de la niña, tan inocente y pura, la dura alma del jacobino sentía un ardiente deseo de ayudarla. Tanta certeza en el poder de impetración de la Virgen María no podía ser defraudada. Y como era un comisario influyente en el tribunal decidió hacer lo que estuviera a su alcance para que los padres de Suzette volvieran a su lado.

Después de hablar con algunos ministros del comité, obtuvo la ansiada liberación y, como garantía de que todo transcurriría sin incidentes, le pidió a algunos amigos de su confianza que acompañaran a los duques hasta la casa del panadero, donde él mismo asistiría al reencuentro.

¡Mereció la pena esperar! Tan pronto como los duques atravesa ron el umbral de la puerta, Suzette se lanzó en los brazos de sus padres y los tres, fuertemente abrazados, lloraban de emoción, con el alma rebosante de gratitud a María Santísima.

Difícil imaginar escena más jubilosa y conmovedora. El corazón del jacobino estaba, pues, completamente transformado.

Tocado por la gracia, reconocía el poder del Santo Rosario que, además de haber salvado la vida de los duques, había regenerado su propia alma. Al sentir fuerzas para abandonar el mal camino que había abrazado, hizo el firme propósito de un cambio radical en el rumbo de su vida, que ahora quería emplear al servicio del bien.

Enfrentando mil peripecias, consiguió llegar hasta un sacerdote que estaba escondido en una granja de los alrededores; se confesó con él, asistió clandestinamente a Misa y recibió la sagrada comunión. 

A partir de aquel día se convirtió en un apóstol del Santo Rosario, y terminó sus días como un héroe.

 

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Los Caballeros de la Virgen

“Caballeros de la Virgen” es una Fundación de inspiración católica que tiene como objetivo promover y difundir la devoción a la Santísima Virgen María y colaborar con la “La Nueva Evangelización” , la cual consiste en atraer los numerosos católicos no practicantes a una mayor comunión eclesial, la frecuencia de los sacramentos, la vida de piedad y a vivir la caridad cristiana en todos sus aspectos. Como la Iglesia Católica siempre lo ha enseñado, el principal medio utilizado es la vida de oración y la piedad, en particular la Devoción a Jesús en la Eucaristía y a su madre, la Santísima Virgen María, mediadora de las gracias divinas. Sus miembros llevan una intensa vida de oración individual y comunitaria y en ella se forman sus jóvenes aspirantes.

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