¿Por qué ser santo?

Publicado el 09/12/2022

¿Qué pasa por tu mente cuando escuchas la palabra santidad? Pronto pensamos que la santidad es sólo para unos pocos. ¿Es la santidad realmente eso? Mons. João Clá Dias, fundador de los Heraldos del Evangelio, nos hablará sobre la santidad, que es accesible a todos.

2ª Homilia — 22/12/2008 — Lunes / 2ª Homilia — 9/11/2009 — Lunes

Santo, Santo, Santo es el Señor Dios de los Ejércitos”. ¡Santo, Santo, Santo! Es la Santidad de Dios que Serafines alaban. El más alto coro de los Ángeles alaba a Dios constantemente, eternamente, por la Santidad. Porque es la Santidad la que confiere valor a todo lo que Dios es. Esto nos muestra que la cualidad más alta que pueda tener una criatura humana no es la cultura, ni la sangre noble; no es ser escritor de libros, no es ser gran constructor, no es ser un gran orador… Nada de eso es grande comparado con ser santo. Participar de la Santidad de Dios, esa es la santidad. Este es el más alto privilegio que pueda existir para una criatura humana: participar de la Santidad de Dios.

Todas las criaturas participan del Ser de Dios por su naturaleza, pero el único que es llamado a participar de la Santidad de Dios es el hombre. Este llamado es dado por un don sobrenatural, la Gracia. Él participa de la Santidad propia a Dios, siendo adornado de esa maravilla que es la Santidad de Dios.

Somos llamados a ser santos

Cuando Nuestro Señor dice que solo Dios es Santo, era a esto a lo que se refería. Porque los seres pueden ser participantes, por su naturaleza, de este o de aquel privilegio, pero de la Santidad de Dios solamente el hombre. Nosotros podemos ser inteligentes, ser muy capaces, ser emprendedores, pero solo seremos santos si tenemos el don de la Gracia para participar de su la Santidad. Por tanto, cuando yo llegue a mi perfección final, al último escalón de toda mi escalera recorrida en mi vida y esté pasando de esta vida para la eternidad, lo último que puede serme dado no es que yo sea un gran genio, un hombre de una capacidad cultural fuera de lo común, que supere a todas las bibliotecas y a todos los computadores, no es que yo sea un hombre emprendedor al punto de haber dejado construcciones por todos los rincones de la faz de la Tierra, no es por haber constituido una familia con hijos geniales extraordinarios. ¡Todo eso no es nada! ¡El grado final, el éxito final de mi vida es la santidad!

El concepto de santidad

La santidad, muchas veces, es mal comprendida, porque se juzga que es para los sacerdotes únicamente. De hecho, el sacerdote tiene que ser un hombre que se esfuerce, que tenga por objetivo evitar el pecado, practicar la virtud y abrazar las vías de la santidad. Es correcto esto. Pero el error está en juzgar que lo es solo para el sacerdote. ¡No! Como afirma San Pablo aquí, todos son llamados a la santidad, no lo es solo el sacerdote. Cada uno en su estado: ingenieros, médicos, empresarios, dentistas… Puede ser que tenga una profesión común y corriente, como un zapatero, un pedrero, etc. Todos nosotros somos llamados a la santidad. Es un error juzgar que la santidad sea algo bello, pero a fin de cuentas solo para los sacerdotes, solo para los religiosos. ¡No es verdad!

El heroísmo de la santidad

¡Un santo es un verdadero atleta de Nuestro Señor Jesucristo! ¡Es un verdadero héroe de Nuestro Señor Jesucristo! Por tanto, la santidad es lo que hay de más alto que el hombre pueda desear.

Santo Tomás nos define la santidad con esa extraordinaria simplicidad suya. Él dice, en el Libro de las Sentencias, lo siguiente: “La santidad está libre de toda inmundicia, es perfecta e inmaculada pureza.”. “El hombre, cuando se dispone, por sus obras buenas, al culto divino, es santo.

El hombre santo hace todas sus obras con el fin de alabar y glorificar a Dios. El santo procura hacer de todo para que Dios sea glorificado en todo. Por tanto, la santidad, según Santo Tomás —guardemos eso— significa dos cosas: pureza y firmeza en relación a Dios. ¿Cómo están en mí mis tendencias, mis inclinaciones? sobre todo ¿cómo es la idea que yo mismo me hago al respecto de mi finalidad? ¿Para qué existo? ¿O en qué voy a aplicar mi existencia? ¿Para qué estoy yo en esta tierra? ¿Para realizar esto, para realizar aquello? ¿Para conquistar esto, para conquistar aquello? ¿Para construir esto, para construir aquello? ¿Para escribir un libro? ¿Para qué? ¿Para qué estoy yo aquí?

Si no tengo como función principal, como objetivo principal, como el blanco de mi vida la santidad, ¡estoy equivocado! Porque yo estoy queriendo algo que no es eterno, o estoy apuntando hacia un objetivo que, sin la santidad, no va a valerme de nada. Sin la santidad, nada que de lo que obtengamos tiene valor. Entonces es para mí un momento de mucho provecho, donde soy invitado a entender cómo es mi vida, bajo una luz diferente.

¿De qué vale al hombre ganar el mundo entero si pierde su alma?” (cf. Mt 16, 26). ¿De qué sirve preferir cualquier cosa en esta tierra y despreciar esta santidad para la cual nacimos y somos invitados? Es lo que debemos ver: Alguien podría objetar: “Ay, ¡pero yo no aguanto! ¡No tengo alientos para eso!” Nadie tiene alientos para eso, ¡ni siquiera Nuestra Señora los tenía! Pero Dios nos da su Gracia para que lo hagamos y tendremos fuerzas para hacerlo. Pero si no aceptamos esa Gracia, ¡claro que no tendremos aliento! Porque Él mismo dirá: “Sin mí, nada podéis hacer” (cf. Jn 15, 25). Y San Pablo dirá: “Todo puedo en Aquel que me conforta” (cf. Flp 4, 13).

Por tanto, con su Gracia todo lo puedo. ¡Pero es necesario que yo quiera! ¡Por tanto, es necesario que no desanime nunca, que no pare nunca! En este camino no se puede parar. ¿Ni siquiera para descansar? ¡No! Porque para nosotros el descanso debe significar querer más, debe significar desear más santidad, subir más. Cuanto más se sube, más descansamos; pero cuanto más bajemos, más nos cansamos.

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