“Eterna es la fidelidad del Señor” (Sl 116, 2).
Uno de los síntomas por los cuales podemos discernir cuánto Dios crea el alma con vistas a la vida eterna es la inextinguible sed de eternidad que brota de lo más profundo de su corazón. Y eso sucede a pesar de que el hombre constata hasta que punto es efímera su existencia terrena, como dice el Eclesiástico: “La duración de la vida humana es como mucho de cien años. En el día de la eternidad esos breves años serán contados como una gota de agua del mar, como un grano de arena” (Eclo 18,8)
El hombre tiene sed de perpetuar su recuerdo
Mientras, arde en el hombre el deseo de prolongar establemente su recuerdo junto a los que con él viven, como también entre aquellos que en el futuro habrán de existir. La angustia, muchas veces, persuade al espíritu de quien se coloca en la perspectiva de ser completamente olvidado por los suyos y por la posteridad. La simple consideración de este versículo del Eclesiastés: “No queda recuerdo de los antepasados, y de los que vendrán después tampoco quedará recuerdo entre sus sucesores” (Eclo 1,11), casi siempre deja cierta amargura en el fondo del alma de quien experimenta la progresiva cercanía de la muerte. Ese es el pánico psíquico que estuvo en la raíz de la febril busca de éxito por parte de tantos infelices. Ellos encontraron más frustración que felicidad y, lo que es peor, ad perpetuam rei memoiram. Pero todavía, ese recuerdo por el cual ansiaban se fijó en las estelas de la Historia, bien en el extremo opuesto a la gloria divina que deseaban. Los tiempos que nos precedieron están cuajados de ilustraciones de esa triste situación. Algunos, sin embargo, se volvieron paradigmáticas como es, por ejemplo, el caso de Alejandro Magno (356 – 323 a.C.).
Nos cuenta la Historia, que él llegó a exigir a sus súbditos un culto de idolatría, considerándose dios. Pero, ¿De qué le valió la sucesión de magníficas victorias, la fundación del Imperio Griego y el hecho de haberse convertido en el dueño absoluto de Oriente Próximo? 1
De pasada recordemos otro nombre, cargado de significado, para ilustrar los desastrosos resultados a que condice ese desafortunado delirio de autopromoción. Recordemos cuánto se volvió famoso el emperador Calígula por sus exceso de crueldad. Su recuerdo permaneció —y así sucederá hasta el fin de los tiempos— manchado por los peores crímenes y atrocidades, y jamás dejará de ser objeto de horror y abyección.
“Eterno será el recuerdo del justo”
¡Cómo se equivocaron esos y tantos hombres! Pues el camino para perpetuar el recuerdo es otro, como afirma el Salmista “Eterno será el recuerdo del justo” (Sl 111, 6), o el propio Libro de la Sabiduría: “Más vale una vida sin hijos, pero rica en virtudes; su recuerdo será inmortal, porque será conocido por Dios y por los hombres” (Sb 4,1). Todavía más coronada de gloria será la inmortalidad de su recuerdo, si de sus labios o de su pluma brotaron sabias y elevadas explicitaciones según los recursos de la razón humana, sobre las últimas causas, el mundo, el hombre y la propia existencia de Dios, como también de sus atributos. Y si ese esfuerzo no se apoya exclusivamente en la inteligencia sino, de manera especial, en las luces que nos proporciona la Revelación, el fulgor resultante será mayor.
Perfecta unión entre filosofía y teología
Un indiscutible ejemplo de quien, en esa línea, marcó los acontecimientos de la Iglesia y fue aureolado de la mejor fama es Santo Tomás de Aquino. Por un rico soplo del Espíritu Santo, él supo conjugar las verdades filosóficas y teológicas mientras eran procedentes de la Verdad Creadora e Inteligencia Suprema. Y eso por la Filosofía que es la más importante de las ciencias para servir a la Teología, siendo ésta la primera entre todas ellas. Uno estudia el orden de la naturaleza y el otro, el orden de la gracia. Ambas muy armónicas, pues, de ellas, uno solo es el creador: ¡Dios! Él es el autor de la verdad natural, como también de la revelada, y de ahí es necesario que haya un perfecto entrelazamiento entre razón y fe.
En el corazón del Doctor Angélico, la lógica adquiere alas sin perder su contacto con la tierra, y las ciencias físicas, metafísicas y filosóficas, con toda humildad, se inclinan delante de la autoridad divina para servir a la Teología. En su mente encontramos un fundamental resumen de toda la ciencia de la Edad Media, y hasta de la del mundo antiguo, purificada y santificada; allí estaba la Filosofía y la Teología conducidas a una perfecta unión, la razón sometida a la fe con nuevo vigor y energía. Por eso no debemos considerar sus obras como simples ensayos de Teología o de Filosofía, sino una monumental síntesis de enorme envergadura y profundidad, esplendor de una gran época. De ahí se vuelve comprensible todavía hoy, el motivo por el cual se debe buscar en Santo Tomás una de las más bellas aplicaciones del método, o mejor aún diciendo, de la lógica en toda la fuerza de su claridad y penetración y nunca con las trabas con que la revistieran en los siglos posteriores.
La Suma Teológica marcó su época y la posteridad
Tanto en el alma de los Santos como en la voz del Magisterio de la Iglesia, siempre hubo reconocimiento del genio divino con el cual Santo Tomás elaboró su Suma Teológica, discerniendo y desenvolviendo todas las ramas del conocimiento humano, agrupándolos, entrelazándolos y entregándolos al servicio de la fe. Y en esa perspectiva es que encontramos a San Alberto Magno abismado delante de la Suma Teológica producida por su ex-alumno, cuando con mucho esfuerzo buscaba él avanzar la suya propia, que hacía cierto tiempo que la había comenzado.
“Cuando Alberto leyó la Suma de su antiguo alumno, exclamó maravillado: ‘¡Esto es perfecto y definitivo!’ Y se abstuvo de continuar la suya. En el Concilio de Trento confirmó su parecer: sobre la mesa de la sala colocó, al lado de la Biblia, la Suma de Santo Tomás, como Testamento de la Edad Media”. 2
Teólogo recomendado por el Concilio Vaticano II
El brillo de la fulgurante aura de Santo Tomás no quedó circunscrito a la Edad Media; todavía hoy sus luces nos asisten con sus rayos. En la carta Lumen Ecclesiæ, del Siervo de Dios Pablo VI, dirigida al Superior General de los Dominicos con motivo del VII centenario de la muerte del gran doctor de la Iglesia, encontramos este importante elogio:
“También el Concilio Vaticano II recomendó, dos veces, a Santo Tomás en las escuelas católicas. En efecto, al tratar de la formación sacerdotal, afirmó: ‘Para explicar de la forma más completa posible los misterios de la salvación, aprendan los alumnos a profundizar en ellos mismos y descubrir su conexión, por medio de la especulación, sobre el magisterio de Santo Tomás’. El mismo Concilio Ecuménico, en la Declaración sobre la Educación Cristiana, exhorta a las escuelas de nivel superior a buscar que, ‘estudiando con esmero las nuevas investigaciones del progreso contemporáneo, se perciba más profundamente como la fe y la razón tienen la misma verdad’; y después afirma que para ese fin es necesario seguir los pasos de los doctores de la Iglesia, sobre todo de Santo Tomás. Es la primera vez que un Concilio Ecuménico recomienda a un teólogo, y este es Santo Tomás”. 3
Juan Pablo II resalta la actualidad de la doctrina tomista
Es particularmente significativo el empeño de Juan Pablo II en resaltar la actualidad de la doctrina tomista. El 13 de septiembre de 1980, al recibir a los participantes en el VIII Congreso Tomista Internacional con motivo del centenario de la encíclica Æterni Patris, de su predecesor León XIII, el Papa Juan Pablo II afirmaba:
“Los cien años de la encíclica Aeterni Patris no pasaron en vano, ni ese célebre documento del Magisterio Pontificio perdió su actualidad. La encíclica se basa en un principio fundamental, que le confiere una profunda unidad orgánica interior. Es el principio de la armonía entre las verdades de la razón y las verdades de la fe […]
“Con Æterni Patris —que tenía como subtítulo, de philosophia christiana… ad memtem sancti Thomae… in scholis catholics instauranda’— León XIII manifestaba la certeza de que se había llegado a una crisis, una ruptura y un conflicto o, por lo menos, a un ofuscamiento acerca de la relación entre la razón y la fe […] Era, por tanto, el momento de imprimir un nuevo rumbo a los estudios en el interior de la Iglesia. León XIII se aplicó con clarividencia a esa tarea, representando —este es el sentido de instaurare— el pensamiento perenne de la Iglesia, en la límpida y profunda metodología del Doctor Angélico”. 4
Eje central del pensamiento cristiano
Destacó también el Siervo de Dios Juan Pablo II, en esa ocasión, el importante lugar que ocupa Santo Tomás, tanto en los cielos de la Filosofía como en los de la Teología:
“Como afirmaba Pablo VI […] Santo Tomás, por disposición de la divina Providencia, puso el remate a toda la teología y filosofía “escolástica”, como suele llamarse, y fijó en la Iglesia el quicio central en torno al cual, entonces y después, ha podido girar y avanzar con paso seguro el pensamiento cristiano. (Lumen Ecclesiæ, 13. 3)
“Está en esto la preferencia dada por la Iglesia al método y doctrina del Doctor Angélico. Lejos de la preferencia exclusiva, se trata de una referencia ejemplar, que permitió a León XIII declararlo ´Inter Scholastic’s Doctores omnium princpes et magister´ (Æterni Patris, 13). Así es verdaderamente Santo Tomás, no sólo por su plenitud, por el equilibrio, por la profundidad y por la limpidez de estilo, sino aún más por el vivísimo sentido de fidelidad a la verdad, que también puede llamarse realismo. Fidelidad a la voz de las cosas creadas, para construir el edificio de la Filosofía; fidelidad a la voz de la Iglesia, para construir el edificio de la Teología” 5
Justo equilibrio entre fe y razón
Es, sin embargo, en la encíclica Fides et Ratio, donde el Papa torna más candente la actualidad del tomismo, proponiéndolo como justo equilibrio entre la fe y la razón, “las dos alas del espíritu humano”:
“Aun señalando con fuerza el carácter sobrenatural de la fe, el Doctor Angélico no ha olvidado el valor de su carácter racional; sino que ha sabido profundizar y precisar este sentido. En efecto, la fe es de algún modo « ejercicio del pensamiento »; la razón del hombre no queda anulada ni se envilece dando su asentimiento a los contenidos de la fe, que en todo caso se alcanzan mediante una opción libre y consciente. […]
“Precisamente por este motivo la Iglesia ha propuesto siempre a santo Tomás como maestro de pensamiento y modelo del modo correcto de hacer teología.”. 6
Benedicto XVI enfatiza nuevamente su actualidad
Nos cabe todavía recordar un reciente discurso de Su Santidad Benedicto XVI, felizmente reinante, sobre el Doctor Angélico, enfatizando su actualidad como solución al inconsistente conflicto entre fe y razón:
“El calendario litúrgico recuerda hoy a santo Tomás de Aquino, gran doctor de la Iglesia. Con su carisma de filósofo y de teólogo, ofrece un valioso modelo de armonía entre razón y fe, dimensiones del espíritu humano que se realizan plenamente en el encuentro y en el diálogo entre sí. Según el pensamiento de santo Tomás, la razón humana, por decirlo así, “respira”, o sea, se mueve en un horizonte amplio, abierto, donde puede expresar lo mejor de sí. En cambio, cuando el hombre se reduce a pensar solamente en objetos materiales y experimentables y se cierra a los grandes interrogantes sobre la vida, sobre sí mismo y sobre Dios, se empobrece. La relación entre fe y razón constituye un serio desafío para la cultura actualmente dominante en el mundo occidental y, precisamente por eso, el amado Juan Pablo II quiso dedicarle una encíclica, titulada justamente Fides et ratio, Fe y razón.”. 7
Padre de la Filosofía moderna
Todavía sobre la consagración histórica y universal de Santo Tomás, en cuanto filósofo y teólogo, valdría la pena acordarnos del hecho que el Papa Juan XXII afirmó que se aprende más durante un año de estudio dedicado a sus obras, en comparación a las décadas consagradas a profundizar en los escritos de otros autores.
Es indispensable, además, reconocer los méritos del Papa León XIII en resaltar los valores científicos de las explicitaciones de Santo Tomás. Fue por una acción directa suya —en el siglo XIX por tanto— que surgieron centros de estudios tomistas en las universidades católicas, propiciando, de esa forma, la influencia del Doctor Angélico en los descubrimientos e investigaciones de la ciencia. La Biología, la Química y la propia sicología experimental, en sus nuevas conquistas, se enriquecieron, así, con una savia doctrinaria antigua. Importantes universidades modernas del continente europeo, también del americano, pasaron a beber de los grandes principios tomistas; por ejemplo, Harvard, Oxford, Sorbonne y Louvaine. No fue sin razón que Etiènne Gilson, famoso catedrático de la Sorbonne, dio a Santo Tomás el título de Padre de la Filosofía Moderna. Tuvo en cuenta ese maestro cuánto la metafísica de Santo Tomás constituye el fundamento unificador de la cultura grecorromana, bautizada y alimentada por el Cristianismo.
Ofrecer una contribución al pensamiento moderno mediante una clave antigua y nueva
Dado el exiguo espacio de un artículo, no pretendemos aquí comentar las numerosas obras densas en sustancia doctrinal de ese género hors série de la verdadera Iglesia. Ni siquiera en nada nos persuade la pretensión de suponernos poseedores de los conocimientos que nos volvieron capaces de señalar todos los méritos de elaboración de nuestro Santo Doctor. Queremos apenas abrir un poco nuestros corazones y manifestar el por qué la Facultad Heraldos del Evangelio, así como el Instituto Teológico Santo Tomás de Aquino y el Instituto Filosófico Aristotélico Tomista han decidido promover el estudio de la Filosofía y Teología medievales, destacando de forma especial la doctrina tomista
Deseamos ofrecer una contribución al pensamiento moderno mediante una clave antigua y nueva al mismo tiempo: la unión de la luz de la razón con la de la fe bajo el prisma de la Revelación, dentro del sistema teológico de Aquinate.
En efecto, los hombres y las mujeres de nuestro tiempo, cansados de buscar la verdad en sistemas de pensamiento extremamente contrapuestos y diversos, están sedientos de beber de una fuente limpia y clara, de agotar la certeza en una escuela de pensamiento de inspiración cristiana, que ofrezca un sistema que no esté sujeto a las limitaciones que el divorcio entre la realidad natural y la sobrenatural impone a la inteligencia y a la voluntad humanas.
Pues bien, lejos de cualquier anacronismo, el estudio y la búsqueda de las fuentes tomistas contribuyen con una respuesta convincente a aquellos que buscan las cumbres y el esplendor de la verdad.
(Extraído del artículo publicado en “Lumen Veritatis – Revista de Inspiración Tomista”, Año I, nº 1 – Octubre a Diciembre 2007)
1 Cf. Gran Enciclopedia Rialp, Vol. I, Madrid: Rialp SA, 1971.
2 WEISS, J. B. Historia Universal, Barcelona, Tip. de la Educación, 1929, Vol. VII, p. 170. Traducción nuestra.
3 PABLO VI. Lumen Ecclesiae, n. 24. Disponible en: <http://www.vatican. va/holy_father/paul_vi/letters/1974/ documents/hf_p-vi_let_19741120_lumen- ecclesiae_sp.html>. Traducción nuestra.
4 JUAN PABLO II. VIII Congreso Tomista Internacional. Discurso a los participantes. 13 sept. 1980. Disponible en: <http://www.vatican. va/holy_father/john_paul_ii/speeches/ 1980/september/documents/hf_ jp-ii_spe_19800913_congresso-tomistico_ it.html>. Traducción nuestra.
5 Idem.
6 JUAN PABLO II. Fides et Ratio, n. 43. Disponible en: <http:// www.vatican.va/edocs/ESL0036/__ PA.HTM>.
7 BENEDICTO XVI. Ángelus. 28 ene. 2007. Disponible en: <http://www. vatican.va/holy_father/benedict_xvi/ angelus/2007/documents/hf_benxvi_ ang_20070128_sp.html>.