Hay un verdadero abismo entre la comprensión actual de la Navidad y la de los pueblos antiguos. Éstos tenían la concepción religiosa, varonil y profunda del papel de Jesucristo como punto de partida de toda obra llamada a perdurar; el mundo moderno, por el contrario, sin aspirar a lo sobrenatural, lo reduce a un espíritu laico e igualitario y a un febril cambio de regalos.
Plinio Corrêa de Oliveira

Coronación de Carlomagno Maximilianeum, Múnich
En el texto siguiente, D. Guéranger1 enuncia un pensamiento muy bonito: Nuestro Señor quiso marcar, en la memoria de los pueblos, el día de la Santa Navidad con hechos que, en relación con nuestra proporción humana son enormes, aunque todo lo que exista, por mayor que sea, es infinitamente menor que el nacimiento del Hijo de Dios.
El día de la Navidad y las conquistas de nuevos pueblos
A fin de grabar más profundamente la importancia de un día consagrado en la memoria de los pueblos cristianos de Europa. De los preferidos en los caminos de la Divina Misericordia, el Soberano Maestro de los acontecimientos quiso que el reino de los francos naciera el día de Navidad del 496 cuando, en el baptisterio de Reims, en medio de las pompas y de las solemnidades, Clodoveo “el duro sicambro2 ”, volviéndose dulce como un cordero, fue sumergido por San Remigio en la fuente de la salvación, de la que salió para inaugurar la primera monarquía católica entre las nuevas monarquías, este reino de Francia, como alguien dijo: el más bello “después del Reino del Cielo”.
Un siglo después, en 597, exactamente 101 años después, fue la vez de la raza anglosajona: el apóstol de la isla de los bretones, el monje San Agustín, avanzaba en la conquista de las almas después de haber convertido al verdadero Dios al Rey Etelberto. Dirigiéndose a York, allí predicó la palabra de la vida a un pueblo entero, el cual se unió para pedir el Bautismo. El día de Navidad fue marcado para la regeneración de esos nuevos discípulos de Cristo.
También, en el día de su nacimiento, Cristo cuenta con una nación más bajo su imperio. Otro nacimiento ilustre debería embellecer aún este feliz aniversario. En Roma, en la Basílica de San Pedro, en las solemnidades de la Navidad del año 800, nació el Sacro Imperio Romano, al que estaba reservada la misión de propagar el reino de Cristo en las regiones bárbaras del Norte y de mantener la unidad europea bajo la dirección del Pontífice Romano. En ese día, San León III colocaba la corona imperial sobre la cabeza de Carlomagno y la tierra sorprendida volvió a ver el reino de César en un Augusto, ya no sucesor de los Césares y Augustos de la Roma pagana, sino revestido de ese título glorioso por el vicario de Aquel a quien llamamos en las profecías, el Rey de los Reyes y el Señor de los Señores.
Nacer para la vida sobrenatural en el día de Navidad
El autor acentúa la fundación de tres grandes monarquías, de las cuales la mayor es sin duda la de Carlomagno, el Imperio Romano de Occidente que renace. La Providencia quiso que esto se realizara en el día de Navidad, para ilustrar, con acontecimientos más recientes, esta fecha de carácter eterno.
Por otro lado, sin embargo, hay que considerar que la idea de marcar el comienzo de cierta obra en el día de Navidad contiene en sí algo muy profundo. Porque Nuestro Señor es el Camino, y todo camino que no tiende a Él es un desvío; Él es la Verdad, y toda verdad que no se armoniza, o que no sea una parte de Él, es un error; Él es la Vida, y toda vida que no nazca de esta vida es muerte.
Por lo tanto, era natural que un pueblo comenzara el nuevo curso en el orden de la verdad, en el orden de un camino y de la nueva vida sobrenatural, en el día del nacimiento de Aquel que es el Hombre-Dios, de Aquel que nos creó, nos redimió, nos salvó.
Qué hermoso es inaugurar en Navidad un reino, antiguamente pagano, que antes erraba por los caminos de la barbarie, entrar en las vías de la civilización, tomando un nuevo camino, que es Jesucristo. Un reino que vivía en el orden del pecado y alejado de la gracia de Dios y que, por el bautismo, nace para la vida sobrenatural. ¡La verdad, el camino y la vida de un pueblo se inauguran en un día de Navidad!

San Agustín de Canterbury predicando al Rey Etelberto y su corte
Sentido religioso varonil, basado en la fe
Estos episodios indican bien cuánto había de profundamente religioso en el pensamiento de los hombres antiguos y cómo su sentido de la religión no era superficial, hecho de pequeñas prácticas, de breves saludos a los Santos; de gente que pasa por la iglesia, hace unas genuflexiones ante el Santísimo medio arrugadas, oxidadas, con aire abobado.
Florecía en ellos una religión varonil, hecha no solo de surcos de sentimientos, que tienen su papel, pero no son el factor principal. El elemento determinante es la fe y su debida profundización por la meditación y la oración, con todas las consecuencias lógicas, de manera que se forme un edificio intelectual mental sólido, estructurado, duradero, resistente a todos los embates y llegando hasta el final. Esta es la verdadera formación religiosa basada en la fe, de la que se origina un raciocinio pujante, capaz de llegar a las últimas consecuencias en el orden del pensamiento; de la cual nace una voluntad fortalecida por la gracia, capaz de sacar todas las consecuencias en el orden de la acción.
Es, pues, de esta concepción profunda del papel de Jesucristo, como punto de partida de todo y, por lo tanto, de la vida de los reinos y de las naciones, de donde se impulsaba el “bautismo” de una nación, su inicio, su regeneración, ¡en la noche sacrosanta de Navidad!
Reviviendo las Navidades de antaño…
Ahora bien, cuando pasamos de estas consideraciones a la Navidad, a la que en pocos días asistiremos, nos conviene hacer algunas consideraciones a título de “Ambientes y Costumbres”. [ndr. Artículos del Dr. Plinio en los que discernía los principios que subyacen en el arte, los ambientes y las modas] Pensemos en la pequeña ciudad medieval de Reims, con sus calles tortuosas y sinuosas, con una población que reside en pequeñas casas cerca de la catedral, la cual ya tiene algún tamaño, pero que será reemplazada posteriormente por el edificio gótico. Imaginemos a los pueblos –acostumbrados a dormir temprano– levantándose durante la noche, en una especie de epopeya, para ir a la Misa de Gallo.
Imaginemos también, aún cerca de la conversión de Clovis, a los francos recién convertidos que recorren las calles rezando y cantando, para ir a la iglesia a celebrar la Navidad; pensemos en la Navidad de Inglaterra, cien años después, o en la romana de otros cien o doscientos años después, cuando el pueblo acudió a la Basílica de Letrán, para ver al Papa coronar a Carlomagno como Emperador.
Reflexionemos en ese Imperio que nace, en ese hombre de estatura fabulosa, Carlos Magno, venerado como santo en varios lugares de Europa; pensemos en el Papa San León III, que lo corona y le lleva de la mano a un balcón, desde donde será aclamado por el pueblo…
Navidad laica y comercial de nuestros días
Cómo todo esto es diferente de la Navidad de nuestros días, completamente comercializada, transformada en ocasión para promoción de ventas, en un intercambio febril de regalos; ya hay tiendas que tienen un departamento especializado. Se llama y se dice:
— Señor Fulano, aquí hay tres cajas de whisky reservadas para Ud. ¿Quiere que las envíe a su casa?
— ¡No! mándelas a Fulano o Sutano. Ese producto, sin salir de la caja, circula como una especie de whisky telefónico o de papel, sigue perteneciendo a varias personas sin haber pertenecido a nadie. Y sin duda terminará en la tienda el día de Navidad, si no, en el estómago de un borracho…
Es una Navidad laica, en la que las manifestaciones religiosas son puestas de lado, en la que se escucha un golpe de carrillones transmitido por la radio en una atmósfera dulcísima, como la de ciertas entidades filantrópicas de “hombres de buena voluntad”, en las que no se siente el brote de fe de la Edad Media. Es una especie de Navidad “de engaño”, sin apetencia del Cielo, del absoluto, sin aspiración a lo sobrenatural, pero toda ella organizada para llevar una “vidita tranquila” en esta Tierra.
Hay un verdadero abismo entre ambas concepciones de la Navidad y debemos tener esto en vista para protestar y afirmar en nuestro interior una atmósfera profundamente opuesta. ¿Cuál?

Bautismo de Clodoveo – Galerías Históricas del Palacio de Versalles
Verdadera postura frente a la Navidad de nuestros días
Es una atmósfera de alegría, porque el Niño Jesús nació; pero también de tristeza por el hecho de que todo sucede como si quisieran matarlo otra vez. Basta considerar los acontecimientos en Roma, la situación de Occidente, este último suspiro de la Civilización Cristiana que estamos viviendo. No podemos asociarnos a este espíritu laico e igualitario.
Tenemos que llevar en el interior de nuestra alma la Navidad de Clodoveo, de San Remigio, de Carlomagno, de San León III. ¿Y cómo es esa Navidad? Es una consideración seria del misterio de la Natividad, un entendimiento de la enorme gracia que nos fue dada, de los deberes que Ella nos trae y del propósito de luchar. Porque, “el que me ama, ama al que me ama y odia al que me odia.” ¡De eso no hay escapatoria!
Así como no creo que sea mi amigo un hombre que se enternece conmigo, pero al verme injuriado, no me defiende contra quien me agredió y no luche contra él, así tampoco creo que Nuestro Señor tenga razón para tomar como seria nuestra ternura –aunque sea la legítimamente tierna de la Navidad–, si nuestro corazón no está lleno de tristeza, de la deliberación de atacar y luchar por lo que se hace contra Él y contra el Reino de María. Es esta seriedad y esta tristeza, la que debemos pedir al Niño Jesús, por medio de la Santísima Virgen, en la Misa de Gallo.
Pidamos tener una Navidad de Cruzados y no aquella caricaturescamente llamada “la Navidad de los hombres de buena voluntad.”
(Extraído de conferencia del 23/12/1965)
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1) DOM PRÓSPERO GUÉRANGER – Abad de Solesmes, El Año Litúrgico, Vol. I – ADVIENTO Y NAVIDAD, Burgos, 1954 – Editorial Aldecoa
2) Sicambro: Dicho de una persona: De un pueblo que habitó antiguamente en la Germania septentrional, cerca del Rin, y después pasó a la Galia belga, donde se unió con los francos. Usado también como sustantivo.







