Meditación Primer Sábado de abril de 2022. Jesús carga la Cruz a cuestas camino del Calvario

Publicado el 04/01/2022

Introducción:

Dando cumplimiento a nuestra devoción del Primer Sábado, teniendo en vista la Semana Santa, meditaremos el 4to. Misterio Doloroso: Jesús con la Cruz a cuestas camino del Calvario. Antes de Cristo, la cruz era un instrumento de suplicio y de muerte. Sin embargo, cuando el Redentor la abrazó y en ella fue sacrificado, la Cruz pasó a ser señal del infinito Amor de Dios por nosotros y un símbolo de triunfo y de gloria para los cristianos.

Composición de lugar:

Imaginemos el camino del Calvario recorrido por Jesús, desde el pretorio de Pilato hasta lo alto del Gólgota. Las calles de Jerusalén están llenas de gente que asiste al espectáculo doloroso de la Vía de la Cruz de Nuestro Señor. Muchos Lo insultan con injurias y blasfemias; otros se lamentan por Él, y las santas mujeres lloran cuando por ellas pasa el Hijo de Dios, desfigurado, con el pesado madero en sus espaldas.

Oración preparatoria:

Oh Santísima Virgen de Fátima, Madre y Corredentora nuestra, que encontrasteis y confortasteis a vuestro Hijo en el camino del Calvario, alcanzadnos las gracias necesarias para realizar bien esta meditación y de ella recoger todos los frutos para nuestra santificación, comprendiendo el precioso valor del instrumento de sacrificio de Jesús, símbolo de gloria y vida eterna para todos nosotros. Así sea.

Evangelio de San Juan, (19,17)

y, cargando él mismo con la cruz, salió al sitio llamado «de la Calavera» (que en hebreo se dice Gólgota)”.

I –Instrumento de nuestra salvación

Antes mismo de ser clavado, la Cruz comenzó a atormentar a Jesús, ya que después de la condenación de Pilatos tuvo que llevarla hasta el Calvario, donde iba a morir. Sin oposición, Jesús la cargó sobre sus hombros.

1- Misterio de amor

Comentando este acontecimiento, San Agustín escribe: “si pensáramos en la crueldad que usaron con Jesús, haciéndole cargar personalmente su patíbulo, fue esa una gran ignominia; pero si se mira para el amor con que Jesucristo abrazó la cruz, es un gran misterio”.

Llevando la cruz, quiso el Redentor ostentar los instrumentos de salvación bajo los cuales deberían congregarse y vivir todos sus seguidores en esta tierra, para así después volverse sus compañeros en el reino de los Cielos.

2- Cargó su cruz para aliviar la nuestra

Jesucristo, queriendo aliviar el peso de nuestra cruz, llevó la suya hasta el Calvario y se dejó sacrificar en ella, alcanzándonos su salvación. San Alfonso María de Ligorio afirma que los poderosos de la tierra colocan su poder en la fuerza de las armas y en el acervo de sus riquezas.

Jesucristo, sin embargo, fundó su reino en el escarnio de la cruz, humillándose y padeciendo, y de buena voluntad se sujetó a llevarla en ese trayecto doloroso para, con su ejemplo, darnos coraje de abrazar con resignación su cruz y de este modo seguirlo. Dice a todos sus discípulos: “Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga” (Mt 16,24).

3- Consejera de los justos y alivio de los afligidos

Al hablar de la cruz que nuestro Redentor cargó por nosotros, San Juan Crisóstomo la exalta como la “Consejera de los justos”. Los justos sacan de la adversidad motivo y razón para unirse más a Dios. También la llama “alivio de los angustiados”. ¿De dónde los afligidos sacan el mejor bálsamo sino del aspecto de la cruz, en la cual murió, llenó de dolores por su amor, nuestro Redentor y nuestro Dios?

La cruz de Cristo, según San Alfonso, es también la fuente para los que tienen sed de santidad. La cruz, es decir, sufrir por Jesucristo, es el deseo de los santos.

II –Nuestra esperanza puesta en la Cruz

Debemos saber que nuestro Redentor, venido a la Tierra, tuvo por fin el perdón de nuestros pecados. Es lo que nos enseña San Alfonso de Ligorio, como está dicho en el Evangelio: “Porque el Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido” (Lc 19,10)

1- Nos restituye la vida

Cristo fue quien llevó nuestros pecados en su cuerpo sobre la cruz, a fin de que muertos para el pecado, vivamos para la justicia. Por sus llagas fuimos curados (1P 2,24). Entonces, Jesús se sobrecargó de todos nuestros pecados y los llevó sobre la cruz, para con la muerte pagar nuestra culpa y obtenernos el perdón y restituirnos, de este modo, la vida eterna perdida. ¡Qué mayor maravilla puede haber que unas llagas curen las llagas de otros y la muerte de uno restituya la vida de todos los hombres que estaban muertos! Este es el fruto infinito del amor de Jesús por nosotros, que se inmoló en el madero por nuestra salvación.

2- Se hizo agradable a los ojos de Dios

San Pablo escribe que Jesucristo nos hizo amables y agradables a los ojos de Dios, de pecadores odiados y abominables que éramos, por los méritos de su sangre, nos perdonó los pecados y nos concedió, con superabundancia, las riquezas de su gracia. Y esto se dio por el pacto de Jesús con su Padre eterno de perdonarnos todas las culpas y readmitirnos en su amistad en vista de la pasión y muerte de su Hijo.

3- Confiar en los méritos de Jesucristo y hacer nuestra parte

Debemos, por lo tanto, poner toda nuestra esperanza en los merecimientos de Jesucristo y esperar de Él todos los auxilios para vivir santamente y salvarnos. Con todo, no debemos descuidar de hacer nuestra parte, reparando las injurias que hicimos a Dios y practicar las buenas obras para alcanzar la vida eterna.

Pero, pregunta San Alfonso, ¿la Pasión de Cristo no fue completa y no bastó para salvarnos?

Ella fue plenísima, responde el santo, en cuanto a su valor y suficientísima para salvar a los hombres. Sin embargo, para que los merecimientos de la Pasión nos sean aplicados, Santo Tomás dice que debemos entrar con nuestra parte y sufrir con paciencia las cruces que Dios nos envía para asemejarnos a Jesucristo, nuestra cabeza.

III – El consuelo de la Corredentora

Al enfrentar los sacrificios que la Providencia dispone en nuestro camino, debemos hacerlo confiando en el auxilio de Cristo y también en la protección de María Santísima, nuestra Corredentora, que compartió la inmolación del Divino Hijo para salvarnos.

Después de largos años vividos en la discreción del ambiente doméstico en Nazaret, llegó el tiempo de que Jesús cumpliera públicamente su misión redentora.

Un poco más y llegó también el tiempo de los grandes sufrimientos de la Pasión. Obediente a los designios de Dios, María estaba al lado del Redentor, para compartir con su Hijo los sacrificios que conquistaron nuestra salvación. En el cuarto dolor de la Madre Dolorosa recordamos la profunda amargura que tomó cuenta de su corazón en el camino del Calvario, al encontrarse con su Divino Hijo, que cargaba a cuestas su pesada cruz.

Es muy difícil imaginar lo que María habría sentido al ver el Hombre-Dios desfigurado, ensangrentado, llagado, coronado de espinas y cayendo bajo la carga del madero.

Al ver al Hijo torturado, Nuestra Señora sintió amargamente en su corazón lo que Jesús padecía en el alma y el cuerpo. Pero sin perder el coraje y sin abalar su fe, la Madre continuaba siguiendo a su Hijo en la Vía de Dolor. Repartiría con Él, hasta el fin, el sacrificio por nuestra salvación.

María nos consuela en cada sufrimiento

Allí está María, que se vuelve, a cada minuto de la Pasión nuestra Corredentora, unida al sacrificio perfecto de su divino Hijo. Por eso, como nos enseña el Papa Benedicto XVI, para todos los hombres y todas las mujeres de este mundo, el encuentro de Nuestra Señora con Jesús en el camino del Calvario es un acontecimiento vivísimo, siempre actual.

En aquellos momentos dolorosos, Nuestra Señora vio a su Hijo subir al monte donde sería crucificado y se privó de Él, para que cada uno de nosotros fuese su hijo y tuviésemos una Madre siempre disponible y presente, pronta a oírnos en nuestras necesidades. ¡Y cuántas veces María nos atiende! En el viacrucis de cada uno de nosotros la sentimos cerca, consolándonos con su amor materno.

Conclusión

Jesús no rechaza la cruz, la abraza hasta con amor, siendo ella el altar destinado para la consumación del sacrifico de su vida por la salvación de los hombres.

¡Oh espectáculo que causó admiración al Cielo y a la tierra: ver el Hijo de Dios que va a morir por esos mismos hombres que le condenan! He aquí realizada la profecía: “Yo, como manso cordero, era llevado al matadero;” (Jer 11,19). Jesús ofrecía un aspecto tan lastimoso que las mujeres judías, al verlo, no pudieron dejar de llorar.

Mi adorable Redentor, por los merecimientos de ese camino doloroso, por los ruegos de vuestra y nuestra Madre, María Santísima, dadme fuerzas de llevar con paciencia mi cruz. Yo acepto todos los dolores y desprecios que me destináis a sufrir; Vos los volvisteis amables y dulces, abrazándolos por vuestro amor. Dadme fuerza de soportarlos con paciencia.

Oh Virgen Santísima de Fátima, grabad de modo indeleble en mi corazón la certeza de que, por la Santa Cruz de Nuestro Señor Jesucristo, al término de mi pasaje en este mundo, llegaré a la luz de la bienaventuranza eterna. Así sea.

Dios te salve, Reina y Madre…

Referencias bibliográficas

Basado en:

San Alfonso Maria de Ligório, A Paixão de Nosso Senhor Jesus Cristo – Piedosas e edificantes meditações sobre os sofrimentos de Jesus, edição em PDF de Fl. Castro, 2002.

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