Primicias de la liberación futura

Publicado el 09/08/2023

Cuando la Virgen nació, la naturaleza entera recibió un nuevo aliento y esplendor: una especie de alegría recorrió las plantas y los animales y hubo un relucir más intenso de la materia; los océanos se volvieron más majestuosos, los cielos más límpidos, las noches más hermosas

Monseñor João Clá Dias

En su Carta a los Romanos, San Pablo nos habla de la existencia de una misteriosa e íntima relación entre el ser humano y la creación, por la cual ésta quedó sometida a la vanidad como consecuencia del pecado del hombre. El Apóstol declara que también la creación espera ser liberada del cautiverio de la corrupción, a fin de participar de la gloriosa libertad de los hijos de Dios (cf. Rom 8, 19-23).

La inusitada temática levantada por San Pablo da margen a múltiples cuestiones relativas a la natividad de María Santísima.

En efecto, si la gravedad del pecado de Adán y Eva sujetó al desorden a la propia creación, hasta entonces armoniosa e «inocente», parece lógico preguntarse qué ocurrió cuando nació Aquella que estaba destinada a ser Madre del Redentor. ¿Sería razonable admitir que, aunque todavía cautiva, la naturaleza haya manifestado señales de júbilo por el aparecimiento de la Nueva Eva, como primicias de su futura liberación? ¿Qué significó el nacimiento de esa Niña para todo el universo?

Al tratar sobre este tema en una conferencia, el Dr. Plinio observa que «la situación del mundo en aquel tiempo era parecida a la de nuestros días: los vicios imperaban, la idolatría dominaba la tierra, la abominación había penetrado en la propia religión judaica —precursora de la Iglesia Católica—, el mal y el demonio vencían.

Con todo, en el momento decretado por Dios en su misericordia, Él derrumba la muralla: nace la Virgen, la raíz bendita de la cual brotaría nuestro Señor Jesucristo. Comenzaba la ruina del demonio»

Así, considerando el hecho desde una perspectiva metafísica y sobrenatural, queda patente que Nuestra Señora, al nacer, llenó de esperanzas el orden del universo y trajo la renovación para el orbe.

Las tinieblas que lo oprimían se disiparon por fin, pues una gran luz resplandeció en el firmamento de la creación: ¡María Santísima!

«Cuando la Virgen nació, la naturaleza entera recibió un nuevo aliento y esplendor: una especie de alegría recorrió las plantas y los animales y hubo un relucir más intenso de la materia; los océanos se volvieron más majestuosos, los cielos más límpidos, las noches más hermosas. ¿Eso por qué? Porque María había nacido. Siendo la Reina y Señora del Universo, Ella se encuentra en el centro de la creación y por su intermedio emanan para toda la naturaleza los favores de Dios. Con su natividad, todo se volvió más diáfano, más noble, más alegre, como prenuncio de las supremas alegrías de la noche de Navidad, en la cual realmente la naturaleza, por así decirlo, cantaría de júbilo».

Dios miró a los hombres con una mayor benevolencia desde el momento en que su Madre comenzó a formar parte de la humanidad.

Los buenos progresaron en la virtud y se sintieron fortalecidos debido a la simple presencia en el mundo de la Reina de los corazones. Aquella que era llamada a gobernar los corazones a través del afecto maternal y de la dulzura, mucho más que por medio de la fuerza o de los prodigios.

Sin que supiesen explicar por qué, una extraordinaria felicidad los fue invadiendo, lo que produjo en ellos incluso un bienestar físico.

Profeta Simeón

Muchos justos tuvieron sueños, visiones y comunicaciones sobrenaturales. Simeón, por ejemplo, recibió una gracia altísima, casi un éxtasis, que lo confirmó en la esperanza de la venida del Mesías. Algo análogo ocurrió con San Zacarías y Santa Isabel, favorecidos con incomparables dádivas celestiales.

Hasta a los impíos les fueron concedidas gracias especiales de conversión, pero un terror indescriptible se apoderó de aquellos que las rechazaron. El Sanedrín, por su parte, perdió mucha de su fuerza, pues sus miembros entraron en desentendimiento y se dividieron por la fuerza de la virtud de aquella recién nacida. Y no sería un absurdo pensar que, en algunos lugares del orbe, ídolos que ejercían una maléfica influencia sobre las almas, se hayan pulverizado, llenando de pavor a quienes los vieron deshacerse.

De muchos labios se oyó la exclamación: «¡Algo ha sucedido en la faz de la tierra…! ¡No sé qué será, pero todo está diferente!».

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