
Esta vida es inaugurada por el bautismo al ponerme en estado de gracia, se perfecciona por la Confirmación, se recupera en el Sacramento de la Reconciliación, y es sostenida y acrecentada por la Eucaristía. Es mi vida cristiana.
Las frases: vida de oración, contemplación, vida contemplativa, que algunas veces empleamos, las cuales se encuentran en los Santos Padres y en los Escolásticos, significan la vida interior NORMAL al alcance de TODOS, y no esos estados extraordinarios de oración que estudia la teología mística, y menos, los éxtasis, las visiones, los raptos místicos, etc.
Rebasaríamos nuestro propósito si nos entretuviéramos en un estudio del ascetismo. Limitémonos a recordar en pocas líneas lo que CADA UNO debe aceptar como, verdades inconcusas, para el íntimo gobierno de su alma.

Santísima Trinidad
1ª. VERDAD. Mi vida sobrenatural es la Vida del mismo Jesucristo por la Fe, la Esperanza y la Caridad, porque Jesús es la causa meritoria, ejemplar y final, y en cuanto Verbo, con el Padre y el Espíritu Santo, la causa eficiente de la gracia santificante en nuestras almas.
La presencia de Nuestro Señor en esta Vida, sobrenatural no es la presencia real de la santa comunión, sino una presencia de ACCIÓN VITAL como la acción que la, cabeza y él corazón ejercen sobre los demás miembros del cuerpo; Acción íntima, que ordinariamente Dios oculta a mi alma para aumentar el mérito de mi fe; Acción, por consiguiente, habitualmente insensible para mis facultades naturales, que debo aceptar formalmente por la Fe; Acción divina compatible con mi libre albedrío, la cual se sirve de las causas segundas (acontecimientos, personas y cosas) para darme a conocer la voluntad de Dios y ofrecerme la ocasión de adquirir o aumentar mi participación en la vida divina.
Esta vida que comenzó en el Bautismo es mi vida cristiana.
2ª. VERDAD. Por esta vida, Jesucristo me comunica su Espíritu. Y así se erige en principio de una actividad superior, la cual, si yo no pongo obstáculos por mi parte, me hace pensar, juzgar, amar, querer, sufrir y trabajar con Él, en Él, por Él y como Él. Mis acciones exteriores son la manifestación de esa Vida de Jesús en mí. Y así. tiendo a realizar el ideal de VIDA INTERIOR formulado por San Pablo: Ya no soy yo quien vive. Jesucristo vive en mí.
La Vida Cristiana, la piedad, la Vida interior y la santidad no difieren esencialmente, sino que son los diversos grados de un mismo amor. El crepúsculo, la aurora, la luz y el esplendor del mismo sol. Cuando en esta obra empleamos las palabras “Vida interior” nos referimos menos a la Vida: habitual, es decir al “capital de vida divina” -valga la frase- que atesoramos en nuestra alma en virtud de la gracia santificante, que a la vida interior actual, o sea, al empleo de ese capital, por medio de la actividad del alma y de su fidelidad a las gracias actuales.
Por tanto, puedo dar de ella esta definición: diciendo que es el estado de actividad de un alma que REACCIONA para PONER EN REGLA sus inclinaciones naturales y se esfuerza en adquirir EL HABITO de juzgar y de dirigirse EN TODO por las luces del Evangelio y los ejemplos de Nuestro Señor.
Esto supone dos movimientos. Uno mediante el cual el alma se retira de todas las criaturas que se oponen a la vida sobrenatural, procurando no perder jamás su propia presencia. Aversio a creaturis. Y otro por el que el alma se lanza hacia Dios para unirse con Él: Conversio ad Deum.
Con esta conducta el alma quiere conservarse fiel a la gracia que Nuestro Señor le ofrece cada momento. Es decir, que vive unida a Jesús y realiza sus palabras “El que permanece en mí, ese da fruto abundante”.
3ª. VERDAD. Quedaré privado de uno de los medios más poderosos de adquirir esa vida interior, si no me esfuerzo en tener una fe PRECISA y CIERTA de esa presencia activa de Jesús en mi y, sobre todo, en conseguir que esa presencia sea para mi una realidad viviente, MUY VIVIENTE, que penetre en el campo de mis facultades.
De ese modo Jesús será para mi, la luz, el ideal, consejo, apoyo, recurso, fuerza, médico, consuelo, alegría, amor; en una palabra, mi vida, y así adquiriré todas las virtudes.
4ª. VERDAD. En la PROPORCIÓN en que intensifique mi amor para con Dios, crecerá mi vida sobrenatural por momentos, en virtud de una NUEVA infusión que se me hará de la gracia de presencia activa de Jesús en mí.
Esta infusión se produce:
1- Por los actos meritorios que realice. Como son la virtud, el trabajo, las diversas formas de sufrimiento, la privación de las criaturas, el dolor físico o moral, la humillación, la abnegación, la oración, la misa, los actos de devoción a Nuestra Señora, etcétera.
2- Por los SACRAMENTOS, sobre todo por la Eucaristía. Es cierto, pues, y, esta verdad me abruma por su sublimidad y hondura, a la vez que me alegra y anima; es cierto que por cada acontecimiento, persona o cosa, tú mismo, Jesús mío, te haces objetivamente presente en mi espíritu a todas horas, y con esas apariencias cubres tu sabiduría y tu amor y me pides mi cooperación para aumentar tu vida en mí.
Alma mía, Jesús se te presenta por la GRACIA DEL MOMENTO PRESENTE,
cada vez que rezas, celebras la misa o la oyes, haces una lectura espiritual o te ejercitas en actos de paciencia, de celo, de renuncia, de lucha, de confianza o de amor. ¿Te permitirás volverle la cabeza o esconderte?
5ª. VERDAD. La triple concupiscencia, ocasionada por el pecado original y acrecida con cada uno de mis pecados, origina en mi ELEMENTOS DE MUERTE opuestos a la vida de Jesús. En la misma proporción en que crecen
estos elementos, reducen el ejercicio de esa vida y hasta pueden llegar a suprimirla.
No obstante, ni las inclinaciones y sentimientos. que la contrarían, ni las tentaciones, por violentas y prolongadas que sean, pueden hacerle el daño más ligero, si mi voluntad se les enfrenta; y entonces -y esta es una verdad consoladora- contribuyen, como todo elemento de combate espiritual, a aumentarla. en la medida del celo que despliegue.
6ª. VERDAD. Sin el fiel empleo de determinados medios, se cegará mi inteligencia y mi voluntad carecerá de la fuerza necesaria para cooperar con
Jesús en aumentar y aun en mantener su vida en mí. Y así comenzará la disminución progresiva de esa vida y el peligro de la TIBIEZA DE VOLUNTAD.
Con mis disipaciones, cobardías, ilusiones y cegueras abriré el corazón al pecado venial, lo que originará la incertidumbre de mi salvación, ya que el pecado venial es una disposición fácil para el pecado MORTAL.
Si tuviere la desgracia de caer en ese estado de tibieza, y con más razón si me encontrase más abajo, deberé hacer toda clase de esfuerzos para levantarme.
1- Reavivando el temor de Dios “por el recuerdo constante de mis postrimerías, la muerte, el juicio, el infierno, la eternidad, el pecado, etc.
2- Haciendo que reviva mi compunción mediante el conocimiento amoroso de
vuestras Llagas, oh Misericordiosísimo Redentor. Me trasladaré en espíritu al Calvario para prosternarme a vuestros sagrados pies a fin de que vuestra Sangre viva caiga sobre mi cabeza y mi corazón, disipe mi ceguera, derrita el hielo de mi alma y sacuda la modorra de mi voluntad.
7ª. VERDAD. Yo debo temer con razón que carezco del grado de vida interior que Jesús EXIGE de mí:
1- Si no procuro aumentar mi SED de vivir de Jesús, la cual me da el deseo de agradar a Dios en todas las cosas, y el temor de desagradarle aun en las más mínimas. Esa sed cesará en absoluto en mi, si abandono los medios de sostenerla, en especial la oración de la mañana, la misa, los sacramentos, el oficio divino, los exámenes particular y general y las lecturas piadosas, o si, por mi culpa, esos ejercicios no me aprovechan.
2- Si no cuido de tener un mínimo de RECOGIMIENTO que me permita, en medio de mis ocupaciones, guardar el corazón en tal pureza y generosidad que no quede ahogada la voz de Jesús que me señala los elementos de muerte que se me presentan y me anima a combatirlos.
Pero ese mínimo me faltará si no pongo en práctica los medios que lo aseguran, como son: La vida litúrgica, las jaculatorias, en especial las que tienen el carácter de súplicas, las comuniones espirituales, el ejercicio de la presencia de Dios, etc.
Sin ese recogimiento, los pecados veniales pulularán en mi vida, tal vez sin llegar yo siquiera a sospecharlo. Para ocultármelos y aun para vendarme los ojos de un estado más lamentable en que me pudiera encontrar, la ilusión utilizará los recursos de mi piedad más especulativa que práctica, o su apariencia; el celo por las obras, etc. Pero mi ceguera me será imputable, porque yo soy el causante de ella, por haber abandonado el recogimiento que me era indispensable.
8ª. VERDAD. Mi vida interior será lo que sea la Guarda de mi corazón.
Esta guarda del corazón es la solicitud HABITUAL o al menos frecuente, con que preservo todos mis actos, a medida que aparecen, de cuanto pudiera viciar su móvil o su realización.
Esta solicitud debe ser tranquila, holgada, sin fatiga, pero fuerte, porque se fundamenta en el recurso filial a Dios.
Es un trabajo más bien del corazón y de la voluntad que del espíritu, el cual debe quedar libre para cumplir sus deberes. No es obstáculo para las acciones; antes las perfecciona, al regularlas con el espíritu de Dios y ajustarlas a los deberes de estado.
Este ejercicio puede practicarse a todas horas. Es una mirada que el corazón dirige a las acciones presentes, y una atención moderada a las diversas partes de la acción a medida que se ejecuta. Es la observación exacta del Age quod agis. El alma, como un centinela, vigila todos los movimientos del corazón y en especial lo que ocurre en su interior, es decir, las impresiones, intenciones, pasiones, inclinaciones, en una palabra, todos sus actos internos y externos, pensamientos, palabras y actos.
La guarda del corazón exige un determinado recogimiento; las almas disipadas no la logran.
Practicando este ejercicio con frecuencia, se llega a adquirir la costumbre del mismo.¿Qué haría Jesús; cómo se conduciría en mi lugar? ¿Qué me aconsejaría? ¿Qué me pide en este momento? Estas son las preguntas que vienen espontáneamente al alma ávida de vida interior.
Para el alma habituada a ir a Jesús por María, esta guarda del corazón reviste un carácter más afectivo todavía, y el recurso a esta buena Madre viene a convertirse en una necesidad constante del corazón.

Cristo y la cananea
9ª. VERDAD. Jesucristo reina en el alma que aspira a imitarle con seriedad, en todo y con todo afecto.
Hay dos grados de esta imitación:
1- El alma se esfuerza en hacerse indiferente a las criaturas, sean conformes o contrarias a sus gustos. Como Jesús, ella no quiere otra regla de sus actos que la voluntad de Dios:
2- Cristo no está ausente. El alma se inclina con más decisión a lo que contraria y repugna a la naturaleza. Entonces realiza el Agendo contra de que habla San Ignacio en su famosa meditación del Reino de Cristo, o sea “la acción contraria a la naturaleza para llegar a la imitación de la pobreza del Salvador y al amor de los sufrimientos y humillaciones.
Entonces el alma conoce a Cristo de verdad, según la expresión de San Pablo.
10ª. VERDAD. En cualquier estado en que me encuentre, si quiero, orar y ser
fiel a la gracia, Jesús me ofrece toda clase de medios para llegar a una vida interior que me devuelva su intimidad y me permita desarrollar Su vida en mí.
Entonces mi alma, a medida que va progresando, poseerá la alegría aun en
medio de sus pruebas y en ella se realizarán estas palabras de Isaías: “Amanecerá tu luz como la aurora y llegará pronto tu curación y delante de ti irá tu justicia y la gloria del Señor te acogerá en su seno. Invocarás entonces al Señor y te oirá con benignidad; clamarás y te dirá: Aquí me tienes… Y el Señor será tu guía constante; y llenará, tu, alma de resplandores y vigorizará tus huesos; y serás como huerto bien regado y como manantial perenne cuyas aguas no se secarán jamás” (Is. 57, 8, 9,).
11ª. VERDAD. Si Dios me pide que aplique mi actividad no sólo a mi santificación, sino también a las Obras, empezaré por grabar en mi alma esta convicción: Jesús debe y quiere ser la vida de esas obras. Mis esfuerzos, de suyo nada son y nada valen. “Sin mí, nada podéis hacer”. Serán útiles y bendecidos de Dios, si en virtud de una vida interior, los uno constantemente a la acción vivificadora de Jesús. Entonces llegarán a ser omnipotentes. “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece”. Si nacen de una suficiencia llena de orgullo, o de la confianza en mis propios talentos, o del afán de lucirme con mis éxitos, serán reprobados por Dios; que seria sacrílega locura pretender arrebatar a Dios algún girón de su gloria para adornarme con él.
Esta convicción no engendrará en mi la pusilanimidad; antes al contrario, será mi fuerza y me impulsará a la oración; para obtener esa humildad, que es gran tesoro de mi alma, la seguridad de la ayuda de Dios y la prenda del éxito para mis obras.
Convencido de la importancia de este principio, haré durante mis retiros o ejercicios, un examen serio, para averiguar -si no se debilita mi convicción de lo nulos que son mis actos, cuando van solos, y de su fuerza cuando están unidos a los de Jesús- si soy inexorable en excluir toda complacencia y vanidad, y toda satisfacción propia en mi vida de apóstol -si me mantengo en una desconfianza absoluta de mi mismo- y si pido a Dios que vivifique mis obras y me preserve del orgullo, que es el primero y principal obstáculo a su asistencia.
Este CREDO de la Vida interior, cuando llega a ser la base de la existencia para el alma, le asegura desde este mundo una participación en la felicidad celestial. Vida interior es vida de predestinados; y responde al fin que Dios se propuso al creamos
¡Qué dignas de compasión son las pobres gentes de este mundo!, dice el Santo Cura de Ars. Llevan sobre sus espaldas una capa forrada de espinas, y no pueden hacer el menor movimiento sin sentir sus punzadas; en cambio, los buenos cristianos tienen una capa forrada de piel de conejo.
Es también la vida interior un estado celestial. Porque él alma viene a ser un cielo viviente. Y canta como Santa Margarita María: Poseo en todo tiempo y llevo en todo lugar el Dios de mi corazón y el corazón de mi Dios.
Es, en fin, el principio de la felicidad. La gracia es el cielo en germen.
Tomado del libro El Alma de todo apostolado, pp.7-12