
La parábola del amigo inoportuno traída a consideración por el Evangelio de este Domingo XVII del Tiempo Ordinario, trae para nosotros múltiples lecciones, pero sin duda la más importante de ellas es un elemento que Nuestro Señor desea que tenga siempre nuestra oración: la santa “impertinencia”.
Hno. Andrés Franco
— ¡No puedo ahora! ¡Vete! ¡Ya es tarde y estamos todos durmiendo!
— Por favor, amigo. En verdad es urgente.
— Te digo que no. ¡No seas inoportuno!
— Amigo, te lo suplico. No tengo a quién más acudir.
— ¡Que no! ¡Vas a despertar a toda la casa!
— De aquí no me iré hasta que me los prestes…
— ¿Pero qué te sucede? ¿Has enloquecido?
— ¡Amigo, por favor, por favor!
— ¡Bueno! Sea para deshacerme de ti. Toma.
Desde la ventana, una mano se asoma con un saco que contiene unos cuantos panes. El hombre que los da muestra un rostro algo trastornado por el sueño, interrumpido a altas horas de la noche, y el enojo, causado por la insistencia de su amigo que espera afuera impaciente este pequeño préstamo.
— Ya vete. Toma tus panes y déjame en paz.
— Gracias, amigo, gracias. Sabía que contaba contigo.
— Sí, sí. Hasta luego.
El hombre, entrando nuevamente en su casa, con extremo cuidado de no despertar a sus hijos, que dormían junto a él, y sorprendido que los gritos de su amigo no lo hubieran hecho ya, iba refunfuñando para sí:
— Vaya. ¡Qué inoportuno! Venir a esta hora a pedirme tres panes. ¿A qué persona sensata se le ocurre semejante cosa? Interrumpir el sueño de alguien, y de esa manera… Pero bueno, al menos él tiene lo que quiere y yo puedo descansar ahora tranquilo.
Evangelio para hoy
La escena es conocida de todos, y aunque hemos dejado volar un poco la imaginación en pormenores que el relato evangélico de la liturgia de hoy (cf. Lc 11, 1-13) no contiene, no por eso deja de ser verosímil que así haya sucedido. La bellísima parábola del amigo inoportuno enseñada por Nuestro Señor Jesucristo trae para nosotros, al igual que todas las demás, significados siempre actuales y siempre nuevos. Sin duda alguna, la principal intención de Jesucristo al crearla fue mostrarnos un elemento que jamás debe faltar en nuestra oración: la insistencia.
¿Cómo rezar?
En la ocasión que nos presenta el Evangelio, Nuestro Señor acaba de enseñar a los discípulos a rezar el Padre nuestro. Es interesante notar que, junto con la oración perfecta, Jesucristo hace hincapié en mostrar el modo como ha de ser dirigida la oración a Dios, quien, a pesar de saber exactamente qué necesitamos, espera de nosotros ese acto de amor y de sumisión al dirigirnos a Él para pedirle todo. Y la condición es hacerlo con fe, con perseverancia y con insistencia. Insistencia inoportuna.
Para nuestra fe, cuántas veces apocada y fría, puede parecer innecesario y hasta irreverente dirigirnos a Dios para pedirle cosas. En diversas ocasiones se escucha a una u otra persona diciendo la siguiente frase, estereotipada en la piedad común: “Yo no le pido nada a Dios.
Solo le doy gracias”. Nada hay de malo en agradecer los dones de Dios, muy por el contrario. Pero ¿cómo se puede agradecer mejor que pidiendo más?
Pues así se demuestra la alegría que produjo el bien recibido, la gratitud despertada y la contingencia respecto al donante. Es la forma de mostrarle a Dios que sabemos que de Él lo obtenemos todo y sin Él nada tenemos, así que acudimos al que conocemos como el Único que puede darnos lo que pedimos. Cuántos, recelosos de “incomodar” a Dios, no le piden lo necesario,
¡cuando es solo pidiendo que podemos obtenerlo! Y no solo lo necesario.
Incluso lo superfluo, lo que puede parecer banal y pequeño, debemos pedirlo a Dios. ¡Todo lo recibimos de Él! ¡Él lo tiene todo para dárnoslo y desea hacerlo! Pero cuántas veces el obstáculo está en nosotros, pues no pedimos, no pedimos con fe insistente y confiada, no pedimos con la insistencia inoportuna que Jesús nos enseña…
Supongamos que un hombre muy generoso, con muchos bienes, se acerca a nosotros y nos coloca a disposición todo su abundante caudal de riquezas.
Nos afirma que todo esto que nos ofrece él lo tiene para darlo y que no tengamos reparo en tomar cuanto necesitemos cuando así lo queramos, pues todo eso es nuestro. Puede que constituya incluso una ofensa y un insulto a la generosidad de aquel hombre el no aceptar aquello que coloca a nuestra disposición, y no por un interés egoísta, sino como muestra de gratitud por su generosa oferta y colocándonos en la humilde posición de beneficiarios de una caridad bienhechora de alguien que, viendo nuestra necesidad, se ofrece a suplirla. Ahora bien, nuestro Padre celestial es infinitamente más este hombre. Él es el Rey del Universo, Señor y Creador de todo, en cuyas manos está todo lo que existe. ¡No recelemos pedirle, pedirle todo, pues entre más le pidamos más nos será concedido! Es tan verdadero esto que el mismo Jesucristo lo señala en el pasaje evangélico de hoy, que nos dice: “pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá; porque todo el que pide recibe, y el que busca halla, y al que llama se le abre” (Lc 11, 9-10)
Aún si no agradamos a Dios…
Pero volvamos al punto de la inoportunidad. Es una figura que podría parecer exagerada, pues ¿cómo ser “inoportunos” con Dios? Con alguien en la tierra, como en el caso imaginado por Nuestro Señor, naturalmente esto puede darse, pero Dios lo conoce todo y no hay modo de “sorprenderlo” o “incomodarlo”. ¿Cómo entender esto? La respuesta nos la da el mismo Jesús al final de la parábola: “si no se levanta y se los da por ser amigo suyo, al menos por su importunidad se levantará y le dará cuanto necesite” (Lc 11, 8).
Es muy posible que usted, estimado lector, al igual que quien se dirige a usted en este escrito, haciendo un sincero y atento examen de conciencia, note que no es “amigo de Dios”. ¿Quién puede serlo en un grado de perfección tal que tenga la absoluta certeza de merecer recibir aquello que pide? Todos nosotros, en mayor o menor medida, cargamos con pecados, desórdenes y miserias, que, aunque no nos constituyan en ocasiones como “enemigos de Dios”, minan y alteran nuestra amistad con Él. Pero si de eso dependiera el ser atendido en la oración, no hubiera dado Nuestro Señor este ejemplo: aún si no somos agradables a Dios por nuestro obrar, podemos pedir, pues seremos atendidos, no por ser “amigos suyos” sino por nuestra inoportunidad. Esto evidentemente bajo un punto de vista figurativo, pues Dios es rico en misericordia y amor para con cada hombre y jamás seremos “incómodos” para nuestro Padre celestial.
Debemos tener muy claro en nuestro interior el valor que Dios da a la oración hecha con humildad y con fe. Esta oración sobre todo será atendida cuando pedimos cosas referentes a nuestra santificación y progreso espiritual, aunque también todo aquello que sea necesario para nuestra vida material nos será igualmente dado desde que concurra a nuestro bien, pues Dios jamás atenderá un pedido de algo que pueda conllevar un mal a nuestra alma.
Faltaba llegar al cien

Fray Antonio Royo Marín, OP
En cierta ocasión un afamado y virtuoso sacerdote dominico, el P. Antonio Royo Marín OP, decía en una conferencia hecha a algunos jóvenes Heraldos en España que nuestra oración quizás no haya sido atendida porque en algún momento se deja de insistir, por no haber sido atendida en el tiempo que esperábamos y la espera parece demasiado prolongada como para seguir extendiéndola indefinidamente. Dios —decía él— había decidido que esa oración sería atendida en el pedido número cien, pero la persona que rezaba llegó al noventa y nueve y se cansó de pedir, de esperar. Bastaba una oración más… No fue atendido. Eso puede ocurrir con nosotros. Muchas veces esperamos largo tiempo, pedimos no cien, sino mil veces algo que sabemos que nos hará bien espiritual, pero Dios parece sordo a nuestro pedido. ¿Qué falta? ¡No dejar de pedir! Si se pidió cien, pedir mil; si se pidió mil, pedir un millón; ¡nunca dejar de pedir! Si el hombre de la parábola hubiera dejado de insistir, de golpear la puerta, de importunar, su amigo no se hubiera levantado y la historia hubiera sido diferente…
Condición sine qua non para obtener lo que pedimos
Nunca será suficiente insistir en este punto que debe acompañar nuestra oración siempre.
Es uno de los elementos bajo los cuales se condiciona la atención a ella, junto con los otros, no menos importantes, como lo son la fe, la confianza, la humildad, el espíritu de contingencia, entre otros. Punto incluso más significativo por ser menos frecuentemente enseñado y, por tanto, muy poco puesto en práctica. Es triste decirlo, pero incluso podemos creer lo contrario al sernos enseñada una manera equivocada de rezar, diametralmente opuesta al Evangelio de hoy. No tengamos escrúpulo de ser inoportunos con Dios.
Y si nos viene al alma algún recelo sobre esto, no olvidemos que contamos con la mejor intercesora ante Dios, María Santísima. Podemos imaginar bien cómo será la alegría de nuestra Madre celestial al presentar un pedido nuestro a Dios hecho con insistencia inoportuna. Casi podríamos imaginarla diciendo:
— Señor, este hijito mío, esta hijita mía, está pidiendo esto y esto. No ha dejado de pedirlo un solo momento. Por favor, atendedlo, dadle lo que pide con tanta insistencia. No es que lo merezca, pero ha pedido tanto que es mejor atenderlo. ¡Qué inoportuno es este hijito mío! ¡Y por eso debe ser escuchado!
Y como bien sabemos, no hay pedido hecho por la Virgen Santísima que pueda ser resistido por Dios. Así nuestra “santa impertinencia”, por la intercesión de María, nos conseguirá lo que no merecíamos. ¡Y será algo mucho más precioso, más grande, más necesario, que solo “tres panes”!