Dr Plinio
El proceso que hace de la desconfianza contra-revolucionaria y profética el verdadero camino del pensamiento, es un muy buen método para percibir la realidad y comprender de qué se trata la Revolución. ¡Vivir desconfiando es vivir luchando!
Estoy convencido de que en todos los asuntos hoy en día hay modas. Y cuando uno decide lanzar una, será, ante todo una moda del pensamiento: se da la orden para que todo el mundo piense de una cierta manera. Hay ciertos maníacos de la moda que, al notar una ola de pensamiento de un cierto modo, piensan así de forma fanática.
Un paso de la Revolución dado en nombre de la estética
Por eso, cuando quieren hacerse un nombre en círculos donde tienen cierta audiencia, para aumentar su prestigio, lo exageran. En el caso de una cosa técnica, van más allá que ella, juzgándola más bella que la adoptada. Quienes así lo hacen reciben los mejores aplausos del público porque hacen avanzar la Revolución. La moda es siempre un nuevo paso en la Revolución. Se podría definirla así: un nuevo paso de la Revolución dado en nombre de la estética, de lo práctico o de cualquier otra ventaja para los hombres, pero que socava lo que promete.
En cuanto a la vestimenta, los trajes, tomemos las modas del Antiguo Régimen, que eran menos bellas que las de la generación anterior. Y, de modo sucesivo, vayamos remontándonos hasta la Edad Media. En cada nueva moda había algún punto que se volvía más bonito, y en todo lo demás era más fea. Sin embargo, este pequeño punto era resaltado por la moda, y todos se entusiasmaban con él, olvidándose de la fealdad que había entrado. De esta manera se iba desplazando hacia lo bajo.
Así, de los trajes versallescos del Antiguo Régimen llegamos hoy al seminudismo. “Semi” es optimismo, indulgencia y anacronismo. Son feos e inconvenientes desde todo punto de vista, y se llegó a esto en nombre de la ventaja del hombre.
Hay que desconfiar de los movimientos de la Revolución
Cuando, por ejemplo, se lanza una moda al respecto de motores, se elogia el de explosión por esto y aquello. Esta ola entra con cierto énfasis, de modo que, si una persona quiere reaccionar contra ella, habrá un partidario indignado de la nueva moda que lo ataque personalmente:
—Usted es un espíritu retrógrado.
— ¡No hablo de espíritu sino de petróleo!
— Basta, el famoso laboratorio de tal lugar ya emitió un dictamen. No vamos a discutir nada más.
Entra en su automóvil, enciende el motor y sale chirriando.
En general, cuando entra una moda hay que sospechar que la Revolución tiene en ella ventaja; cualquiera que sea la moda. Es preciso examinarla para ver bien. ¡Con qué facilidad la observación confirma esa suposición!
Considerando una nueva moda, uno puede estar seguro de que, por algún lado, el género humano saldrá perjudicado. Analizándola, esto se detecta rápidamente. Cuando la moda se instala porque es algo más ‘práctico’, convénzase de que de ahí resultará un perjuicio. A primera vista puede no parecerlo. Examine atentamente y no se deje llevar por el fácil entusiasmo, sino sea desconfiado y vigilante.
El motor de gasolina, por ejemplo, tuvo en su contra el enorme impacto por la forma en que fue lanzado. Además, considerado en sí mismo, todo lo que funciona de explosión en explosión –el propio movimiento es generado por la explosión, eso fue lo que entendí– es antinatural. La explosión, de suyo, es un desastre. Ella es un símbolo de la catástrofe y, como tal, es sospechosa de representar en algo la Revolución. Todas las grandes revoluciones progresaron con explosiones: la Revolución Protestante, la Revolución Francesa, la Revolución Comunista, la Revolución de la Sorbona…
La explosión es un fenómeno material. En el Cielo, antes de la creación del hombre, sólo existía Dios, que es espíritu puro, y los Ángeles que también son espíritus puros. Ahora, la revolución demoníaca tiene todas las características de una explosión. No me refiero a algo físico que explotó allí, ya que no había nada material, sino a un evento que es similar a una explosión. Un orden sublime, magnífico, organizado y establecido sufrió de repente un desastre: se resquebrajó y algunos de sus componentes agredieron al supremo Poder, Bondad y Sabiduría supremos que los creó y gobierna. ¿No es una explosión? Por tanto, todo lo que funcione a expensas de continuas explosiones es sospechoso.
Desconfianza contrarrevolucionaria: camino real del pensamiento
Por tanto, no es necesario tener información de un laboratorio ni estar dotado de otro tipo de conocimientos para sospechar que allí hay algo malo. Este proceso que hace de la desconfianza contra – revolucionaria y profética la vía regia del pensamiento es un muy buen método de percibir la realidad, para acabar comprendiendo cómo son las cosas.
Por el contrario, el bobo alegre oye hablar de motores en explosión y entonces se frota las manos contento y dice: “Debe ser algo muy bueno porque el laboratorio tal de tal país lo ha aprobado, un vehículo como éste ya ha sido lanzado en los Campos Elíseos y en el Pall Mall de Londres, y causó una gran sensación… ¡es magnífico!” Cuando algo nuevo triunfa debemos sospechar.
Hay dos razones para desconfiar. Primero: en sí mismo simboliza el mal, como es el caso de la explosión. Segunda razón: los organizadores de los triunfos del mal organizaron una victoria para este aparente bien.
Esto implica una vida incómoda. Vivir en desconfianza es vivir luchando. El estado de vigilancia perpetua es más agotador que el de “sueño” perpetuo. Todo el mundo lo sabe muy bien. El estado de “sueño” perpetuo produce tontos, perezosos, indolentes y estúpidamente optimistas. Si queremos pertenecer a una de estas categorías o a las cuatro juntas, que no son mutuamente excluyentes, podemos entonces ponernos en estado de “sueño”.
Cuando veo reacciones como esta: “Ah, qué bueno…”, si es un hijo mío espiritual, “le tiro las orejas”. Me refiero al significado metafórico de la palabra, de lo contrario alguien con malas intenciones que me escuche pensará que le jalo las orejas físicas.
Consideremos hasta qué extremos llevo la desconfianza. Me dirijo a un círculo de personas que ya no pueden estar cerca de mí. No estoy pensando sólo en ellos, sino en aquellos que pueden tomar mis palabras y decir: “Dr. Plinio, en tal encuentro, acabó admitiendo que tira de las orejas a sus asistentes. Bueno, estaban presentes personas de una edad ya respetable, y algunos aplaudieron ante la posibilidad de que les tiraran las orejas, algo que no está permitido hacerle a un niño. ¿Les habrá lavado el cerebro o no?
Estos son nuestros adversarios. Entonces, durante todo el tiempo que hablo, tengo un interlocutor invisible, que es nuestro enemigo. Pienso en lo que dirá y en lo que debería decir para evitar que tergiverse mis palabras, o tener una manera fácil de hacerle pasar un mal rato si quiere malinterpretarlas.
Vivir desconfiando del mal proporciona seguridad
Alguien dirá: “Nuestra vida es así muy difícil”. Responderé: es verdad. Pero quienes viven en la desconfianza tienen una existencia en general más tranquila porque la persona desconfiada tiene seguridad. La persona que desconfía no es la persona insegura, sino un soldado en la trinchera. El que confía imprudentemente es el tonto feliz que va a pie, y adelante está la trinchera del enemigo que le dispara.
¿Quién lleva una vida mejor: el soldado en la trinchera o el tonto feliz que camina sabiendo que un disparo puede alcanzarlo en cualquier momento? A este le esperan horribles sorpresas. Un hombre puede sufrir más en diez minutos de sorpresa que en diez años de vida.
Mi abuela utilizaba una expresión curiosa, muy significativa, para indicar el desastre de un hombre. Ella decía: “Cayó de espaldas y se rompió la nariz”. Parece absurdo porque quien cae de espaldas no se golpea la nariz con nada. Pero justo eso significa: la caída fue tan grande que se golpeó la nuca y se partió la cabeza hasta la nariz.
Para evitar caer de espaldas y romperse la nariz varias veces en la vida hay que desconfiar. No hay sueño más tranquilo que el del desconfiado que cierra bien la puerta antes de irse a dormir. El perezoso que no sabe si ha cerrado bien la puerta o no, se despierta, duda y si no tiene valor para comprobarlo, pasa el resto de la noche inquieto.
El hombre que cierra la puerta todas las noches antes de dormir, si se despierta por la noche con alguna duda, dice: “Nunca dejé de cerrarla; hoy también la cerré”. Con calma, gira hacia el otro lado y el sueño continúa como las aguas de un río.
Está un poco larga esta apología de la desconfianza, pero sin ella no sabría vivir y quiero que mis hijos hagan lo mismo.
(Extraído de conferencia del
17/5/1991)
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1) Antiguo Régimen, sistema social
y político aristocrático en vigor en
Francia entre los siglos XVI y XVIII.