Doña Lucilia: Reflexión, bondad y resignación con mucha fuerza

Publicado el 02/21/2022

Doña Lucilia fue una típica señora del siglo XIX. En ella sobresalen profundidades de alma que le dieron fuerza para ser fiel a los planes que la Providencia le quiso trazar. Sin duda, ella lanzó un nuevo tipo humano permeado de bondad, tristeza, resignación y fortaleza.

Plinio Corrêa de Oliveira

En la foto de mi madre en París se siente mucho la atracción que ella ejerce por medio de la bondad, y también una mirada muy meditativa y reflexiva. Por lo tanto, no es solamente bondad, sino también reflexión y meditación. Ese es otro aspecto que agrada mucho en ella: la seriedad muy profunda.

Fuerza para ser fiel a los planes que la Providencia le quiso trazar

Fue providencial que ella haya sido fotografiada con ese traje. No es de una señora en un día común, sino en un día de gala, por lo tanto, de fiesta y de una gran reunión social. Me gusta mucho, porque muestra que una señora con ese traje y esa postura, con esa categoría, puede perfectamente usar esos trajes y no necesita estar disociada de esa profundidad de espíritu y de esa meditación.

Un aspecto que resalta aún más su lado reflexivo y meditativo son las cejas gruesas, bastante oscuras y muy fuertes. Yo no sé por qué, pero el trazado de las cejas acentúa aún más ese lado de meditación y de profundidad.

Otro detalle que se nota es una tristeza calmada, suave. Digámoslo así: bondad, tristeza, resignación y, junto con eso, mucha fuerza para ser fiel a los planes que la Providencia le quiso trazar. Si no fuese por esa fuerza, la resignación y la tristeza no valían de nada.

Es una típica señora del siglo XIX. Sin embargo, ella guardó todas esas profundidades de alma, no acompañó la moda en ese sentido.

Las señoras de su época tenían que ser alegres, superficiales, estar constantemente conversando y riendo.

A propósito, el modo de sostener el abanico en la mano derecha, en la cual ella está un poco apoyada, todo eso también es significativo, porque esos gestos indican mucho su profundidad de espíritu y su lado reflexivo, meditativo.

Esa foto fue sacada antes de la Primera Guerra Mundial.

Corte a la garçonne que revolucionó el peinado femenino

Acabada esta, las faldas subieron de una vez de los tobillos directamente a las rodillas. Por lo tanto, una revolución hecha muy rápidamente.

Además, todas las señoras comenzaron a cortarse el cabello, y comenzó a existir la moda llamada “à la garçonne”, con cabello corto para las mujeres.

Ella no acompañaba nada de eso Es una persona que sufrió mucho.

Ella fue a Alemania a hacer una operación de la vesícula, quedó hospitalizada e hizo la cirugía. Cuando terminó la operación, permaneció en el hospital en un período post-operatorio y recibió la indicación médica de solo comer alimentos muy leves que no le pasase nada a la herida de la operación, porque cualquier cosa podía romperla.

Al día siguiente, llegó la enfermera trayendo un plato de sesos con salsa blanca. Mi madre no podía comer sesos, pues le daban náuseas. Entonces, ella con toda bondad y suavidad le dijo a la enfermera:

Sesos en salsa blanca

– Señora, el médico me dijo que comiese algo muy suave, y no puedo comer esos sesos porque me hacen mal, me dan náuseas.

Y eso me puede dar complicaciones después en el lugar donde fui operada.

La enfermera, muy teutónicamente, respondió:

– No, el médico mandó. Por lo tanto, Ud. tiene que comer de 
cualquier modo.

– No, no voy a comer.

– Se los va a tener que comer, porque si no se los come, me va a traer complicaciones. No me cause dificultades, porque por cualquier problema que yo tenga aquí, puedo perder el empleo.

– Pero, señora, si yo me como esos sesos y pasa alguna cosa, la culpa no es mía. Por lo tanto, sé que me van a dar náuseas y puedo tener cualquier problema. Si esas heridas se abren de nuevo, la culpa va a ser su ya. Cuando el médico venga, voy a tener que decirle eso a él.

– No hay problema.

Entonces mi madre se resignó en teramente, comió sesos y pasó mal, tuvo náuseas y durmió muy mal.

Dr. August Karl Bier

Al día siguiente llegó el Dr. Bier.

Mi madre me contaba que él entraba en el cuarto donde ella estaba acostada, más o menos como un general en su cuartel, con pasos firmes, acompañado de todo un equipo de auxiliares dotados de planillas para hacer las anotaciones necesarias, e inquiría:

– ¿Y esta paciente cómo está?

Una enfermera respondió:

– Parece que pasó mal, tuvo cólicos.

Dirigiéndose a mi madre, el médico preguntó:

– ¿Pero, por qué tuvo cólicos? Eso no debía haber sucedido.

La enfermera, que estaba atrás del médico, juntando las manos, le hizo un gesto a mi madre suplicando que no la denunciase.

Doña Lucilia, con toda calma, cambió de tema y, por bondad, por misericordia hacia aquella enfermera, no contó nada de lo que había sucedido el día anterior.

La enfermera le hizo señas agradeciendo el gesto de bondad que mi madre tuvo con ella en esa situación.

Realmente, como acto de virtud, de resignación y de bondad es difícil imaginar algo más extremo que eso, porque ella tenía todo el derecho de quejarse. Primero, por ser su vida que estaba en riesgo; después, porque ella fue quien pagó el tratamiento y mandó a hacer la operación. Así, estaba en su derecho de protestar y no comer esos sesos, así como de explicarle al médico la causa de esos cólicos. 

Además, siendo la segunda persona en el mundo que se sometía a esa cirugía, debería ser tratada con todo cuidado y delicadeza.

Doña Lucilia lanzó un tipo padrón humano

Aún en esa ocasión, me acuerdo de un episodio anterior al ya narrado, que también muestra cómo era esa bondad en medio del dolor.

Nos embarcamos en un transatlántico, el Duca d´Aosta, que era
una embarcación de mucha clase en su línea hacia Suramérica, pero en su línea hacia Estados Unidos, por ejemplo, no era de primera clase, había navíos mucho más lujosos.

Rosée y Plinio durante el viaje a Europa

Ya durante la travesía del Atlántico rumbo a Europa, Doña Lucilia sufrió mucho por causa de la vesícula. Rosée y yo paseábamos y jugábamos en el navío, como es normal en los niños. Mi madre se quedaba reclinada en sus aposentos, gimiendo.

Repetidas veces pasábamos por su cabina para hablar con ella. Mi madre nos atendía con toda bondad, paraba de gemir y hacía como si no estuviese sufriendo nada, preguntaba qué estábamos haciendo, si queríamos algo, etc. Cuando salíamos, ella volvía a gemir. Era, nuevamente, esa actitud de bondad y resignación.

Sin duda, ella lanzó un nuevo tipo humano en el cual estaba envuelto ese lado de bondad, de tristeza y resignación, con mucha fuerza.

Extraído de conferencia del 20/4/1992.

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