Plinio Corrêa de Oliveira
Santos era para el Estado brasileño de São Paulo, la ventana a través de la cual se podía vislumbrar el Viejo Continente. Allí, en sus tiernos años de infancia, el Dr. Plinio, al contemplar el mar, deseaba conocer Europa para embeberse de la tradición, en la esperanza de volverse aún más contra-revolucionario.
Cuando era niño estuve innumerables veces en la Playa Zé Menino, en Santos, y en esas ocasiones tuve muchas impresiones de las cuales surgieron varias reflexiones. El pensamiento es un raciocinio claro y para un niño no es fácil tenerlo. Impresiones que sugieren pensamientos, yo las tenía en abundancia.
Viajar a Europa era viajar en la tradición
Es necesario tener en consideración que en aquel tiempo no había aviones que hicieran un trayecto sobre el océano. Entonces, para viajar de Brasil a Europa sólo era posible en barco. Y Santos, que siempre fue uno de los mayores puertos internacionales del Brasil debido a las exportaciones de café, gran producto nacional, era el lugar donde las embarcaciones internacionales atracaban. Tales navíos eran transportes de lujo, verdaderos palacios flotantes, pues se trataba de una época mucho más rica que la actual. Hoy el mundo está enfermo, pero otrora aún había restos de salud.
La travesía en un magnífico trasatlántico duraba alrededor de dos o tres meses hasta llegar a Europa. Obviamente existían embarcaciones más modestas, pero aquellos eran los viajes de gran estilo.
Por lo tanto, yo y todos los niños de mi tiempo fuimos educados en la idea de que un viaje a Europa era la gran oportunidad de la vida. En Europa, visitar Francia; en Francia, París, conocer Versalles o el Louvre; tener contacto con la aristocracia francesa; en fin, viajar por Alemania, España o Inglaterra era el gran lujo de los tiempos pasados.
Con todo, para mí, todo aquello tenía un significado especial, porque viajar a Europa era viajar en la tradición. Nuestros países sudamericanos son nuevos; aquí hay una tradición colonial muy apreciable pero pequeña, comparada con la gran tradición europea. Europa poseía el tesoro maravilloso de los castillos, de las catedrales, de los campos de batalla, los monasterios, del gran talento, de las universidades famosas, en fin, de todo.
Yo tenía unas ganas inmensas de ir a Europa para conocer todo eso y embeberme de ese espíritu, con la idea de volverme aún más contra-revolucionario. Para mí, la visita a Europa no era un viaje hacia el futuro, sino al pasado. A mí no me preocupaba tanto tomar contacto con ambientes lujosos; yo quería conocer el pasado. Mi lujo era la tradición.
Santos era, para el Estado de São Paulo, la ventana a través de la cual se podía contemplar Europa, pues las familias acomodadas embarcaban allí rumbo al Viejo Continente.
Tradición y eternidad reflejadas en el mar
Entonces, estando en la playa de Zé Menino, mi intención era ver el mar inmenso y observar las olas que venían,
mientras reflexionaba: “Esas olas vienen de Europa”. Y yo tenía ganas de sumergir mis manos en el agua porque venía de allá.
Desde el punto de vista panorámico, aquella bahía de la playa de Santos no tenía nada de extraordinario. Pero, para un niño que no conocía el mar, ver el continente abrazando las aguas, ver allí una vieja fortificación portuguesa con su pequeña torre característica, todo eso hablaba de un mundo de sueños.
Así, yo comencé a amar el mar, pues me parecía grandioso, majestuoso, variable, presentando aspectos diferentes en todo momento. A veces tranquilo como un espejo, otras furioso como un león. Todo eso me encantaba.
Yo me quedaba sentado en la playa, mirando, pensando en esas cosas. Mi atención era inmediatamente solicitada por aquello que yo observaba.
También me comenzaron a gustar las conchas. En Santos había unas conchas rosadas, matizadas, muy bonitas, ¡me encantaban! Yo las buscaba en la arena y las coleccionaba. Era otro mundo, no sólo el de la tradición, sino con las ideas de la eternidad que el mar me daba,
él es siempre la misma cosa, no cambia nunca –cambia todo el tiempo–, pero es siempre el mismo, siempre inmenso… Esa es la historia de las impresiones que tuve en una de las playas de Santos.
(Extraído de conferencia del 27/7/1983)