Reglas sobre el pecado mortal. Parte 2

Publicado el 04/24/2023

¿Es posible pecar gravemente mientras se está dormido, por sueños o impresiones cualesquiera ¿Qué pensarías tú del hijo que dijera a su padre: Me habéis prohibido formalmente tal cosa, Yo la haré, pero no quiero desobedeceros? Acto y desobediencia coinciden necesariamente Y Se peca cuando se tiene conciencia de que la materia es grave.

Padre Georges Hoornaert, S.J.

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Segundo principio

¿Es posible pecar gravemente mientras se está dormido, por sueños o impresiones cualesquiera?

Ni gravemente, ni siquiera levemente, porque hay contradicción en los términos decir que una persona consiente y decir que duerme, lo cual supone en ella la imposibilidad de consentir.

¿Y cuando está uno medio dormido, por ejemplo, a la mañana y al principio de la noche, en ese estado indeciso entre la conciencia y el sueño?

El problema es mucho más delicado. La inconsciencia es lentamente progresiva: ¿A qué grado se ha llegado? ¿Ha superado al estado consciente, o subsiste éste al menos sustancialmente?

Si verdaderamente se halla uno entre sueños, no hay más que semiinconsciencia, y por lo mismo se puede cometer pecado venial, pero no pecado mortal, ya que éste supone por definición deliberación y consentimiento plenos. El principio al que hay que contestar es sumamente sencillo (aunque su aplicación pueda ser delicada): ¿hay todavía conocimiento y volición, sí o no?

Si en el joven se da durante la noche la polución nocturna, ¿qué debe hacer?

O no llega a despertarse, y entonces la cuestión de moralidad no se plantea, ya que se trata de un fenómeno pasivo durante el sueño.

O se despierta. En este caso no puede evidentemente ni consentir, ni hacer nada con el fin de provocar movimientos desordenados o de terminar el fenómeno inconscientemente comenzado.

Tercer principio

Sucede que algunos, cuando eran muy jóvenes, cometieron algunos actos contrarios a la pureza. Luego, más tarde, a consecuencia de una homilía, de unos ejercicios espirituales o por la reflexión y la edad, caen bien en la cuenta de la gravedad de la acción y se dicen: ¡Pero si lo que yo hacía era una cosa gravemente prohibida!

¿Habían pecado entonces gravemente?

No. Se peca cuando se tiene conciencia de que la materia es grave.

Si, pues, ahora, cuando se dan cuenta del carácter culpable de tales actos, los aprobasen, cargarían con la responsabilidad, ya que se darían a un mismo tiempo la gravedad objetiva y la malicia subjetiva.

Pero se trata de un acto cometido en otro tiempo: ahora bien, en otro tiempo se ignoraba que la cosa en cuestión fuese en sí un pecado mortal. El pecado mortal, por tanto, no ha sido cometido. A no ser que (entiéndase bien) esa ignorancia haya sido voluntariamente procurada o conservada, no hay más que la materialidad de una culpa grave, pero no el elemento moral de la responsabilidad grave.

Si quedasen algunas inquietudes de conciencia fundadas, porque había habido algún conocimiento de que los actos estaban prohibidos, será útil confesarse de ellos. En seguida lo explicaremos más despacio.

Prácticamente, en el caso citado, el joven queda casi siempre con temores, que no acaban sino con la confesión.

Cuarto principio

«Yo he hecho —se dice a veces— un acto impuro, pero no tuve intención de ofender a Dios.»

La intención explícita de ofender a Dios es rara, y no se da, sino en ciertos pecados de malicia.

Pero para que haya pecado mortal, basta la intención implícita, que se encuentra en los pecados de flaqueza.

Tal acto (si es consciente) y la injuria hecha a Dios se hallan juntos esencialmente, de manera que resultan absolutamente inseparables; y desde luego, el acto es, por su misma naturaleza, una desobediencia a Dios.

¿Qué pensarías tú del hijo que dijera a su padre: Me habéis prohibido formalmente tal cosa, Yo la haré, pero no quiero desobedeceros? Acto y desobediencia coinciden necesariamente.

Así la impureza es una acción que ofende a Dios, aunque no se haya cometido para ofender a Dios. Es verdad que la impureza es, entre los pecados mortales, el que menos manifiesta aversión a Dios y más de apego a las criaturas.

Y así Nuestro Señor, en el Evangelio, se muestra muy severo con la perversidad de los fariseos, y muy misericordioso con los arrepentidos de los pecados carnales (fornicación…), pues sabe lo flacos y débiles que somos.

Hablamos de la impureza en sí, independientemente de las circunstancias agravantes, como serían: la fría premeditación, el abuso por la fuerza, por disponer de dinero, la seducción maliciosamente calculada, el adulterio que complica el pecado contra la pureza con un pecado contra la justicia, etc..

Quinto principio La responsabilidad «causal».

Puede suceder que una persona no sea responsable en el momento mismo en que se consuma materialmente la acción; pero que haya incurrido en la culpa de antemano, cuando podía prever las ocasiones de pecado y no las evitó, sabiendo las consecuencias que podrían seguirse.

La filosofía declara este principio en dos adagios clásicos: La causa de las causas es la causa de las causalidades… Quien quiso los antecedentes quiso las consecuencias. El que quiere la causa, quiere implícitamente el efecto que en ella está escondido; el que quiere el árbol, quiere la rama que nace del árbol, y el fruto que nace de la rama.

Es ciertamente muy cómodo para el que ha desencadenado una guerra injusta y tras ver los horrores a los que ha llevado, justificarse diciendo: «Yo no quería tales desgracias.» El no ha querido tal muerteen concreto, claro que no; pero él ha propiciado la guerra, y podría prever los miles de muertes que lleva siempre consigo. Por tanto, él lo ha querido.

Los principios mencionados tienen numerosas aplicaciones en materia de castidad.

Un joven dirá: «Estaba muy turbado en aquella ocasión.» A veces realmente sucedió así. Pero esta especie de locura la habías previsto; la experiencia te lo había enseñado más que de sobra. Y, sin embargo, sin excusa te has expuesto a ello. Has pecado, al menos entonces: en la primera mirada, y si no, en las últimas; en la primera página de esa novela, o si no, después de haber leído unas cuantas. No eras ya libre para detenerte en la pendiente, pero eras libre para no ponerte en la pendiente.

Bien puede ser que hayas perdido la cabeza en tal club nocturno, en tal momento. Eso, lo que prueba, es a lo más, que no fuiste libre en aquel momento determinado; pero lo has sido para entrar en aquel lugar. El verdadero momento de la responsabilidad fue aquel en que pasaste el umbral, a pesar de tener la certeza que sucumbirías

Sexto principio

Dios no solamente ha prohibido los actos impuros, sino también los pensamientos y deseos impuros1

Sabiendo que el acto es el término lógico de la idea, no sólo ha querido cortar la planta venenosa, sino llegar a la raíz misma, para extirparla del corazón humano. Habéis oído que se dijo a vuestros mayores: No cometerás adulterio. Yo os digo más: cualquiera que mire a una mujer con mal deseo hacia ella, ya adulteró en su corazón (Mateo 5, 27).

Se debe considerar no sólo nuestros pensamientos primeros, sino todo el proceso, ya que aunque sean inocentes al comienzo, pueden torcerse y degenerar.

«Propio es del ángel malo, que se forma sub angelo entrar con el alma devota y salir consigo; es, a saber: traer pensamientos buenos y santos, conforme a tal alma justa, y después poco a poco procura de salirse trayendo al alma a sus engaños cubiertos y perversas intenciones.»Debemos mucho advertir el discurso de los pensamientos; y si el principio, medio y fin es todo bueno, inclinado a todo bien, señal es de buen ángel.» (San Ignacio de Loyola, Ejercicios Espirituales. n. 332 y 333)

Tomado del libro, El combate por la pureza; pp 83 – 89

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Notas

1 Muchas veces será necesario pensar en una cosa que tiene su lado impuro.

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