
Para saber cómo será el Reino de María, no podemos solamente tomar datos palpables y con ellos tratar de construir un bosquejo, pues de esa forma no veremos la realidad entera. Debemos escrutar los imponderables maravillosos de la Santa Iglesia.
Plinio Corrêa de Oliveira
La Iglesia puede considerarse como una planta en continuo crecimiento. Cuando alcance su estatura perfecta y haya dado todo su aroma, todo su esplendor, toda su belleza, Dios la recoge. Y entonces ahí llegaría el fin del mundo, si no fuera por los pecados humanos.
Una flor cuyo florecimiento se perfecciona a cada momento
El mundo llamado a realizar la imagen y semejanza de Dios, existiría en una época determinada tan arropado por la Iglesia, que todas las naciones serían católicas. Y la nación primogénita, la judaica, tomaría de nuevo, no la dirección de los acontecimientos, sino el liderazgo de alma que constituye la verdadera preeminencia, y la Santa Iglesia Católica sería reconocida como el sustentáculo de todo el universo.
Este es el punto que nos interesa más que todos los otros: todo lo que existe en la Iglesia de bellezas, de verdades, de expresiones de santidad aún no manifestadas, se manifestará.
Tomemos en consideración los aspectos verdaderos, tradicionales, buenos de la Iglesia Católica; aquellos que los contradicen son desfiguraciones de ella. Observando los primeros, se percibe que todo tiene un significado y expresa el espíritu de la Iglesia, pero todavía hay mucho que debe ser expresado.
Me acuerdo, por ejemplo, de una Misa celebrada hace algún tiempo en una Sede de la TFP, con unos ornamentos lindos utilizados en la canonización de mártires americanos. Se notaba que la Iglesia, que allí se manifestaba, realizaba algo superior a lo que ya había existido, como una flor con un florecimiento tan perfecto, que a todo momento se mira y se dice: “¡Es imposible que sea más excelente!” Se espera un poco más, y da una perfección mayor. La Iglesia es continuamente así. Si tuviéremos ojos para verla, no nos saciaríamos de contemplarla.
En esa perspectiva, cuando la Iglesia haya florecido enteramente, el plan inicial de la Creación estaría realizado, el género humano habría dado a Dios toda la gloria para la cual fue creado, y el Creador, en un transporte de amor por esa semejanza que Él había querido, diría: “¡Vamos a la eternidad!” Eso sería la síntesis de la Historia.
Si una persona o institución tiene hacia la Iglesia una fidelidad auténtica y en continua ascensión, su trayectoria es parecida con la de la Esposa de Cristo.
Los inefables de la Iglesia
Para saber cómo será el Reino de María, no podemos tomar datos palpables, y con ellos tratar de construir un cuadro. Porque quien trabaja solamente con los datos definibles, mensurables, no ve la realidad entera. Lo que la Iglesia será en el futuro no es sobre todo lo que ella expresó, sino lo que, sonriendo, deja entender que expresará. Eso no se puede deducir basándose solo en lo que ella dijo.
Entonces es necesario mirar los inefables de la Iglesia. Inefable etimológicamente quiere decir indecible; los indecibles de la Iglesia son lo maravilloso de ella. Su maravilloso no expresado tiene una camada de luz primera que está a punto de surgir, después hay otras camadas luminosas más profundas que tomarán más tiempo para aparecer. Sería como un agua lindísima que evapora los colores sucesivos que tiene en su profundidad.
Si una persona quisiese saber cómo estará un ambiente determinado dentro de un año, no podría decir: “Ah, ya sé, voy a hacer un análisis químico del aire y a estudiar los factores que van a evolucionar de tal forma.” Eso es una burricie. “¡No piense en eso! Debe mirar el fondo del agua para ver cuáles son los coloridos que va evaporando; fuera de eso, se equivocó”.
Una de las grandes alegrías del alma es la explicitación

Reyes antecesores de Jesús – Catedral de Notre-Dame, París, antes del incendio del 15 de abril de 2019
Tomemos en consideración, ahora, el Reino de María y la vocación.
La vocación no es sino una gracia, que nos es dispensada porque somos hijos de la Iglesia Católica especialmente llamados a una tarea. Así como se puede comparar una gota de agua con el mar, podemos confrontar la vocación con la gracia de la Iglesia. La vocación contiene mil aspectos, mil visiones, mil conformes, mil coloridos que, a lo largo de la historia de nuestras luchas, de nuestras esperanzas, de los obstáculos, de los padecimientos, de las victorias, de las alegrías, va evaporando coloridos dentro de nuestro horizonte visual.
Así, por lo que va sucediendo, y consultando los imponderables de la vocación, podemos entender lo que ella hará. Entonces se torna patente que podemos conocer el Reino de María cuanto más sondeemos nuestra vocación. ¿Cómo se hace eso?
Tiene que haber en la vida del hombre una especie de equilibrio entre alegría y tristeza. Si la persona es completamente desasistida de cualquier forma de alegría, se muere; y sin ninguna tristeza en absoluto, prevarica y apostata. Una composición entre alegría y tristeza constituye el buen equilibrio, el buen ambiente para el alma del hombre.
Quien sabe sondear los imponderables tiene una alegría intensa
Pero el mundo moderno nos dice lo contrario. O sea, que lo propio del alma es no tener ninguna tristeza, pues así el hombre se vuelve saludable. Es lo opuesto de lo que yo estaba explicando.
Por la influencia del mundo moderno, somos llevados a la siguiente idea: ¡Que no haya ninguna tristeza! Sin embargo, como a veces aparecen algunas, las alegrías tienen que ser intensas para compensar las tristezas que surgen, porque de lo contrario nos vamos río abajo.
Entonces, la demanda de la alegría intensa parece ser una aspiración de la propia salud del alma. Como siempre, la Revolución no hace sino mentir, y esta es una más de sus mentiras.
Lo que acabo de decir puede entenderse en un sentido verdadero, desde que se comprenda bien qué es la alegría intensa. Comprar un “cochazo”, hacer un “pedazo de viaje” y cosas análogas, no dan alegría intensa. Lo que la proporciona es tener ojos para saber sondear esas profundidades imponderables de la Santa Iglesia, de la vocación, y más o menos de todas las cosas. Quien las sabe escrutar encuentra, con el favor de Nuestra Señora, fuerza para todo. Este no experimenta las nostalgias del mal que tienen los hijos de las tinieblas. Él es Jacob y no Esaú.
Quien no sabe sondear esas cosas por creer que son un sueño, una fantasía en la que no vale la pena prestar atención, cae en una alternativa: o se despedaza por las alegrías ponderables, pero vanas e irreales; o forzosamente perece, desaparece.
Debemos buscar el Reino de María dentro de nosotros

El Dr. Plinio en el Santuario del Sagrado Corazón de Jesús, en São Paulo, en 1992
Necesitamos, por lo tanto, ser personas vueltas hacia consideraciones elevadas; no obstante, con los pies en el suelo, viendo bien todos los órdenes de la realidad, pero lo mejor de sus preferencias va siempre hacia lo imponderable.
Esas almas tienen condiciones para desarrollarse, florecer, pensar en un gran futuro, sondear sus propios imponderables y conocerse a sí mismas. Pero eso es otro estilo de vida, es la vida católica.
No es el género exterior de vivir, sino el equilibrio moral que se nota en las figuras de un gran número de estatuas de la Edad Media, tan calmadas, tranquilas, estables, que uno se pregunta de dónde vino aquello. Ellas representan personas que sabían ver, por encima de todo, los imponderables. Digamos en una sola palabra: eran almas de Fe.
Entonces, sondeando con la mirada esas cosas, encontramos en ellas el deleite intenso que proporcionan, podemos comprender cómo será el Reino de María. No tenemos que buscarlo fuera, sino dentro de nosotros.
Los judíos le preguntaban a Nuestro Señor sobre la venida del Reino de Dios, y Él les respondió: “¡El Reino de Dios está dentro de vosotros!” El Reino de María está dentro de cada uno de nosotros.
Extraído de conferencia del 18/1/1982