Revolución A y Revolución B.

Publicado el 04/03/2023

Los libros de Historia utilizados en las escuelas presentan un listado de fechas, nombres y hechos sin la menor conexión entre sí. Esta concepción superficial insinúa la idea de que la causa católica está perdida. El Dr. Plinio, analizando los acontecimientos que tienen su origen en 1303 y se prolongan hasta nuestros días, muestra que constituyen una sola y gran Revolución, con dos etapas que se entrelazan: la Revolución A y la Revolución B.

Plinio Corrêa de Oliveira

Iniciemos el estudio de un problema concerniente a la Revolución y a la Contrarrevolución, analizando la situación de la Iglesia en el siglo XIII, en el tiempo de San Luis IX.

Un continente homogéneamente católico

Es fácil verificar que la Iglesia disponía entonces de todos los elementos para asegurar su influencia sobre la humanidad.

En primer lugar, estaba revestida de todos los derechos jurídico-legales necesarios en el ejercicio de su misión. El Papa era considerado la primera persona en esa especie de gran confederación de naciones que constituía la Cristiandad. Y hasta el más alto monarca de la Tierra, el Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, se hallaba colocado debajo del Soberano Pontífice, como ejecutor de sus designios en materia temporal. Era el supremo detentor de la espada temporal que se debía mover bajo la inspiración y dirección de la Iglesia.

Además de eso, la Iglesia tenía con el poder de las llaves y la disciplina intelectual del tiempo, los medios para ejercer largamente una benéfica influencia de maestra infalible sobre todas las inteligencias; poseía fuentes inmensas de renta y tenía, en fin, todo aquello que puede asegurar un poder.

Por otro lado, si fuéramos a verificar la posición de los enemigos de la Iglesia en el siglo XIII, veremos que estaban en la más completa humillación. La última fuente de herejía, la albigense, acababa de ser aplastada. Sus restos eran clandestinos y ocultos. Los judíos, que representaban un elemento extraño dentro de la Cristiandad, estaban circunscritos a los guetos.

Dentro de este inmenso cuadro, debemos aún añadir que, en Europa, la legislación, tanto cuanto era posible, impedía todas las formas de mal y promovía todas las modalidades de bien. Nos encontramos, por tanto, frente a una situación magnífica, en un continente homogéneamente católico.

Del veneno debemos sacar el contraveneno

San Luis IX fue el último monarca europeo que emprendió el camino de las Cruzadas contra los musulmanes y murió a los 56 años en Túnez

El 25 de agosto de 1270 muere San Luis IX. Treinta y tres años después, el 7 de septiembre de 1303, hubo el atentado de Agnani, verdadero marco inicial de este proceso que se desarrolla hasta nuestros días, tratando de derrocar ese estado de cosas que, sin embargo, parecía tan firmemente establecido.

Preguntábamos para que sirvieron todas esas garantías y regalías si con ellas todo acabó en la ruina, como si no existieran; y también, cómo comenzó esta descomposición, cómo fue posible que, del ápice de San Luis IX, llegásemos hasta el punto en que hoy nos encontramos. Y esto de un modo más o menos inexorable, cada grande etapa de la Historia no haciendo otra cosa sino señalar un enorme desplome dentro del edificio de la Edad Media.

Considerando este período de la Historia, se llega a tener la impresión de que una especie de “azar” –para emplear una expresión profana– se abatió sobre las huestes católicas. A bien decir, todo sucede para nuestra derrota; a partir de 1303, somo casi constantemente los grandes derrotados. Y hoy lloramos juntos los restos de esta civilización antigua que tanto amamos, más o menos como un judío lamentándose junto al famoso muro que era una especie de base del Templo de Jerusalén.

¿Cómo fue posible que se llegase a este estado de cosas? ¿Existe un medio de volver atrás, no solo haciendo retroceder los punteros de la Historia, sino readquiriendo el espíritu y la mentalidad de la Filosofía que impregnó la sociedad medieval? Se trataría de restaurar, dentro de condiciones renovadas, la influencia de ciertos principios eternos y universales.

Cuando vemos que el dominio de estos principios va declinando, nos interesa saber de qué manera comenzaron a perder toda la influencia que ejercían; porque, conociendo el modo por el cual se dio esta caída, podríamos extraer enseguida la vacuna adecuada para el mal. Del veneno sacaremos el antídoto. Investigando cuál fue el mecanismo del declive, podremos estudiar el medio por el cual se podrá de nuevo ascender.

Un arte mil veces más peligroso que la bomba de hidrógeno

La bomba de  hidrógeno tiene una potencia infinitamente superior a la atómica que se empleó en Hiroshima y Nagasaki en 1945 ya que libera una energía superior a la temperatura del sol. Imágenes de la bomba de Hiroshima y Nagasaki

Así, nos encontramos en el punto central de esta cuestión, porque exactamente lo que queremos hacer es dar un impulso en sentido contrario al proceso histórico que describimos. Y frente a ese movimiento de la derecha hacia la izquierda, que llamamos Revolución, queremos generar otro, de la izquierda hacia la derecha, la Contrarrevolución.

Revolución no significa, aquí, lucha a mano armada, sino más bien una subversión del orden, hecho en parte con movimientos a mano armada, y en parte con acontecimientos intelectuales, religiosos, políticos, sociales.

La Contrarrevolución no será, por tanto, una lucha de mano armada, sino un movimiento opuesto a la Revolución, o sea, deberá ser toda una cruzada de ideas, de principios, de transformación de instituciones, de doctrinas, etc.

Antes de entrar concretamente en materia, especifiquemos más claramente lo que deseamos encontrar y formular en este estudio.

Es preciso considerar inicialmente que el resorte propulsor de todas las cosas que suceden en el mundo está en la mente humana, y quien adquiere su gobierno, conquista consecuentemente el gobierno de los acontecimientos humanos.

Una vez que toda acción del hombre procede de su intelecto, quien gobierne el intelecto, acaba por dirigir la acción; y hay una técnica mediante la cual se llega a formar la mentalidad de millones y millones de personas, y hasta de generaciones enteras. Fue el uso de esa técnica que proporcionó a los conspiradores revolucionarios, en el siglo XIII, las armas necesarias para producir, lentamente la disgregación de la Civilización Cristiana.

Hay un misterioso arte de destruir y de construir, de manipular las ideas y la opinión mundial, arte mil veces más peligroso que la bomba de hidrógeno.

Cuando rehacemos los grandes procesos históricos, nos encontramos claramente frente al empleo de un método. El presente estudio tiene por finalidad precisamente detectar los principios de ese método y ver si es posible, mediante un análisis de los hechos históricos, encontrar los fundamentos del arte de destruir y, consecuentemente, los del arte de construir.

Superficialidad de los libros de Historia utilizados en las escuelas

Esos manualitos superficiales en los que todos ya estudiamos nos presentan un listado de fechas, nombres y hechos, sin la menor conexión entre sí

Los libros de Historia Universal, al menos los que comúnmente se usan en las escuelas, nos colocan frente a una concepción muy errónea de los acontecimientos. Esos manualitos superficiales en los que todos ya estudiamos nos presentan un listado de fechas, nombres y hechos, sin la menor conexión entre sí.

Se limitan a decir las cosas en el estilo siguiente: En 1270 murió San Luis, Rey de Francia. En 1303 hubo una pelea: un Papa, que por las narraciones históricas no se sabe si fue muy luchador o no, Bonifacio VIII, anduvo en conflicto con el Rey de Francia, Felipe IV el Hermoso. Este rey envió unos emisarios a Agnani, una pequeña ciudad de Italia donde estaba el Papa, los cuales provocaron un incidente, llegando hasta, según algunos, abofetear al Sumo Pontífice.

Un hombre pragmático quedaría un poco incomodo con todas estas cosas. Abofetear, Papas que pelean, son cosas muy desagradables; quitan la tranquilidad e impide que se gane dinero…

Después de esos acontecimientos, siguen calmamente los siglos XIV y XV. Tranquilamente, se llega al siglo XVI y, entonces, una nueva explosión.

En 1517 la cuestión de las indulgencias fue el reguero de pólvora para la eclosión de la Reforma Protestante. Surge el caso de Lutero, que rompe con Roma.

Esos acontecimientos se prolongan por un período de aproximadamente cincuenta años. Afortunadamente, sin embargo, se hace nuevamente la paz. Y durante más o menos tres siglos, hay tranquilidad. Llega la Revolución Francesa, en 1789. En el siglo XIX, sin embargo, la Historia transcurre calmamente. Sin embargo, en 1917, un nuevo susto para el hombre pragmático: la caída del zarismo.

De entonces para acá este tipo de hombre superficial ha ganado mucho dinero, ha ido al cine, se ha divertido bastante y ha tenido algunos sustos en Europa.

Brasil ha sido el paraíso de los pragmáticos. Aquí se ha vivido con más tranquilidad. Hubo algunas revoluciones incruentas, unas crisis sociales en las que se aumentan los salarios, suben los precios y todo queda igual. Llegamos así a nuestros días sombríos, pero que tienen, a los ojos del hombre pragmático, una especie de ventana abierta hacia el futuro.

Así pues, de acuerdo con la instrucción que habitualmente se da en las escuelas, los siglos XIV y XV son siglos de paz. Aquí y allá, hay acontecimientos, pero entre ellos hay grandes periodos de calma. No hay una continuidad histórica entre los hechos. Uno no fue causa del otro. Son enteramente inconexos y semejantes a una persona sana, que de vez en cuando se resfría. No toma en consideración el conjunto; no hay un nexo entre un resfriado y otro.

Idea de que la Causa Católica está perdida

Esa concepción superficial, justifica la idea de que la Causa Católica está perdida. Según esta perspectiva, parece que padece una inmensa falta de suerte. Inicialmente, la Iglesia tenía casi todo en sus manos. Hubo después una estúpida desavenencia entre un Papa y dos sicarios, en la que éstos acabaron abofeteando al Soberano Pontífice. Este hecho tuvo repercusión, y los reyes comenzaron a faltarle al respeto a los Papas.

Los monarcas constituyeron de esta manera el primer movimiento republicano de la Historia, al querer liberarse de la autoridad Papal, proclamando aquello que podríamos llamar una “república” de reyes. Este sería el primer acontecimiento. Como consecuencia los Sumos Pontífices pierden todo el dominio que antes ejercían sobre los reyes de Europa, quedando aún como señores espirituales de la Iglesia.

Siglos después, surge un fraile rencoroso, que por causa de una simple cuestión de indulgencias, promueve una disputa, a causa de la cual el Sumo Pontífice pierde, de una sola vez, la tercera parte de Europa. Pero, al final, aún quedan los países católicos.

Sin embargo, por desgracia, aparece un rey no muy inteligente en un país extraordinariamente vivaz. No sabe administrar, la corte gasta demasiado, hasta que el pueblo se levanta, canta la Marsellesa, degüella al rey, acaba con los nobles y la iglesia es arrastrada a la confusión. Se prohíbe a la Iglesia Católica, no se sabe bien por qué, realizar sus funciones, se establece el ateísmo, se adora a la diosa Razón, se erige el Estado laico y casi todas las naciones católicas, siguen el ejemplo. Adoptan la fórmula de separación entre Iglesia y Estado. La Iglesia, por causa de un rey inepto, acabó perdiendo el dominio en casi todos los países católicos. Y desde entonces sólo se le permite que exista.

Manifestaciones durante la Revolución Rusa de 1917

Nuevamente la historia se repite. En un país que no es católico, Rusia, cuyo zar es de espíritu semejante a Luis XVI, ve surgir contra sí un movimiento que establece el ateísmo. Después, la persecución a la Iglesia se extiende por todos los países del mundo. Concluyendo: no podría haber mayor falta de suerte.

En resumen, en esta concepción superficial de la Historia, tenemos las siguientes etapas, en las que la Iglesia pierde:

1) El dominio sobre los reyes por causa de dos sicarios.

2) El dominio sobre las naciones nórdicas por la intervención de un fraile rencoroso.

3) El dominio sobre los Estados católicos debido a un rey inepto y a unos conspiradores.

4) El derecho de existir, debido a un judío filósofo economista, Marx, y a unos rusos malvados.

Así, a partir de 1303, la Historia es el relato de las desventuras de la Iglesia Católica Apostólica Romana. De donde deriva un complejo, y un desánimo.

Dos categorías de fenómenos bien diferentes

Para proceder a la crítica de esta concepción superficial de la Historia, pasemos a distinguir Revolución A y Revolución B.

Al analizar esta maraña de hechos, que tienen su origen en 1303 y se prolongan hasta nuestros días, notamos que constituyen una sola y gran Revolución.

Pueden, sin embargo, descomponerse en dos categorías de fenómenos bien definidos. Por un lado, tenemos, en el plano de los hechos, un conjunto de golpes de Estado, de revoluciones, de trasformaciones cruentas de las instituciones, de golpes políticos que transforman sucesivamente el mundo. La Revolución Francesa, por ejemplo, tuvo esas características: golpes políticos, reformas institucionales, y empleo de la fuerza. Lo mismo se podría decir del protestantismo y de la Revolución Rusa.

Hay, pues, un plano B en el cual los acontecimientos políticos van operando la Revolución. Pero, por detrás y encima de este plano, tenemos otro que es el de las ideas.

En toda la Historia podemos observar que antecediendo y pre-anunciando las conspiraciones, los golpes de estado y las reformas políticas, siempre hubo profundas transformaciones en la mentalidad humana.

Hubo así un profundo cambio de las mentalidades, seguido de una crisis en las ideas, y de una tal preparación del ambiente, que fue suficiente para que se revelase un fraile rencoroso, para separar de la Cristiandad y de la Iglesia Católica naciones enteras de Europa.

Delimitando los campos, entonces tenemos dos grupos de fenómenos paralelos, dos categorías de hechos que se alternan. Por un lado, una Revolución tipo A hecha en los estados de espíritu y en las ideas; y por otro una Revolución tipo B que transforma violentamente las instituciones y las costumbres para ajustarlos a los estados de espíritu anteriormente creados. Fijamos así, a lo largo de la Historia, dos líneas que se trenzan y forman la Revolución A y la Revolución B.

Ley de los fuegos artificiales

Inicialmente hay una explosión, después el rastrillo corre, alcanza otro bolsón de pólvora y produce una nueva explosión. Y así, sucesivamente, tenemos un momento de explosión y un tiempo en el que el fuego corre interno por la pólvora.

Para facilitar la comprensión de esos dos tipos de revolución, podemos emplear como imagen los fuegos artificiales. Usaremos esta expresión para fijar las ideas, una vez que estamos codificando aquí los principios de la Revolución y de la Contra-Revolución. Tenemos todo el interés en dar a cada uno de los principios un nombre para que podamos entendernos claramente. Esto es más o menos lo que se hace en Medicina: hay nombres para indicar lugares determinados de cada parte del cuerpo humano, a fin de que los médicos puedan entenderse mutuamente. Vamos, por tanto, a dar un nombre a cada uno de esos principios.

Llamemos, pues, el principio que va a ser enunciado de “Ley de los Fuegos artificiales”. Producen dos, tres o más deflagraciones con ciertos intervalos de tiempo. Inicialmente hay una explosión, después el rastrillo corre, alcanza otro bolsón de pólvora y produce una nueva explosión. Y así, sucesivamente, tenemos un momento de explosión y un tiempo en el que el fuego corre interno por la pólvora.

Volviendo al caso de la Revolución, podemos decir que la ley que la prendió fue la del rastro de pólvora. Cada una de las explosiones revolucionarias fue precedida por un rastro; este rastro fue la Revolución A; la explosión fue la Revolución B; de ésta se pasa para una nueva Revolución A y después para otra Revolución B, y siempre es el mismo fenómeno que se repite: explosión – rastro, explosión – rastro, y así sucesivamente.

Este principio nos lleva a una pregunta que, a su vez, nos conduce a otra imagen y a otro principio. ¿Por qué los protestantes consiguieron que el protestantismo se expandiera tan rápidamente? ¿Cómo lo hicieron igualmente los hombres de la Revolución Francesa? ¿Cómo lo hace el Comunismo?

Como provocar fuego en un bosque verde

Si hubo la posibilidad de incendiar el bosque, fue porque los árboles se hicieron inflamables.

Podemos hacer una comparación con un bosque. Supongamos que alguien tuviese el deseo de incendiar un bosque verde, por ejemplo, una plantación de eucaliptos, junto a una vía del tren. Si un director de la Vía Férrea conociese tal deseo, probablemente sonreiría. Todos los días pasan por ahí trenes que sueltan millares de chispas, y a pesar de eso, nunca hubo el menor incendio. Ahora bien, una persona, con una cerilla, ¡quiere incendiar todo el bosque! El incendiario no diría nada, pero durante dos, tres, veinte noches, mandaría hombres que aplicasen a estos árboles unas misteriosas inyecciones que los secarían. Finalmente, un día prendería fuego a uno solo de ellos. En breve, todo estaría ardiendo, a pesar de solo haber utilizado una cerilla.

Así también las revoluciones son determinadas por una combustibilidad anterior, que hace posible el incendio producido por las ideas revolucionarias en ciertos ambientes.

Las dificultades en la expansión de nuestras ideas provienen precisamente por la incombustibilidad del ambiente; prenden fuego en algunos, pero irritan a otros.

Este principio conduce a la idea de que si hubo la posibilidad de incendiar el bosque, fue porque los árboles se hicieron inflamables. Por lo tanto, el punto de partida fue un acontecimiento cualquiera que determinó la combustibilidad del organismo social. Y fue debido a esa combustibilidad que ese organismo, ya condenado por así decirlo, a la muerte en cuanto no limpiasen el veneno que lo secó, pasó a ser incendiado, sucesivamente, por huestes revolucionarias.

Entonces, encontramos la respuesta a nuestra pregunta. Las ideas de la Revolución Francesa ocasionaron el incendio que produjeron, porque el ambiente estaba preparado con toda una estructura de principios, conceptos y hábitos mentales, incluso antes de la acción de los revolucionarios que próximamente prepararon esa Revolución, de tal modo que bastó que iniciase la campaña revolucionaria, para que la Revolución comenzase a caminar. Como vemos, hubo un hecho indispensable anterior a la llegada del propagandista revolucionario, y que fue justamente la preparación del ambiente, a fin de que la idea se propagase y los hombres se dejasen entusiasmar.

Si queremos suprimir un efecto debemos extinguir la causa que lo produce

Jan Valtin

Como ejemplo de lo expuesto, es revelador el caso narrado por Jan Valtin1, de un puerto belga que tenía un floreciente partido comunista, el cual poco después llegó a extinguirse completamente. Investigadas las causas, se constató un hecho curioso: dicho barrio tenía un prostíbulo cerca del muelle en la zona obrera, y por un reglamento que prohibía hacer ciertas obras públicas, fue obligado a transferirse a un punto opuesto. Con el traslado de esas mujeres para otro lugar, el partido comunista perdió el electorado de aquella zona. Eran esas pecadoras públicas las que hacían la Revolución A, los comunistas por su parte, realizaban la Revolución B.

Por este hecho vemos cómo los males se juntan, y cómo en este caso concreto, la primera medida para acabar con el Comunismo no consistía en la promoción de obras sociales, ni en la elaboración de dialécticas improductivas, sino en sacar aquella casa. De nada servía predicar bellas teorías sobre el derecho de propiedad a un hombre que lleva una vida inmoral. En primer lugar, comenzaría por no interesarse.

Este pequeño acontecimiento nos muestra cómo la Revolución A precede a la Revolución B. Recorriendo la Historia de la Civilización, comprobamos que todas las revoluciones B no fueron sino el paroxismo de revoluciones A.

Podemos remontarnos a una experiencia cotidiana. Si las playas de Río de Janeiro quedasen desiertas, si las calles de San Pablo permaneciesen exentas de todos los anuncios inmorales, y de todas las mujeres con vestidos indecentes, que en ellas abundan, si la pureza de las costumbres dominase completamente las grandes ciudades, ¿la Revolución Comunista no habría perdido su más precioso campo de expansión?

Si fuesen cerradas las discotecas, los antros, las casas de juego, y además, las familias adquiriesen un sabio horror a esas cosas; en fin, si suprimiésemos todos los focos de corrupción de la ciudad, podemos afirmar que no sería muy peligroso tener profesores enseñando el Socialismo, o agitadores propagando el Comunismo. Serían expulsados por la indignación general. Todo esto, sin embargo, existe, y abunda porque faltan personas que argumenten en contra.

Dice un principio filosófico que, cuando se quiere suprimir un efecto, antes debe extinguirse la causa de donde proviene. Si queremos extinguir la Revolución A, combatamos todo cuanto constituye la Revolución A. La Revolución B se hará, como consecuencia, imposible por sí misma. 

Extraído de conferencia del 15/10/1958

Notas

1Jan Valtin, pseudónimo de Richard Julius Hermann Krebs (*1905 – + 1951) Comunista alemán que actuó en sindicatos de marineros y obreros portuarios. En cuanto escritor, redactó sus obras entre las décadas de 1930 y 1940

Deje sus comentarios

Los Caballeros de la Virgen

“Caballeros de la Virgen” es una Fundación de inspiración católica que tiene como objetivo promover y difundir la devoción a la Santísima Virgen María y colaborar con la “La Nueva Evangelización” , la cual consiste en atraer los numerosos católicos no practicantes a una mayor comunión eclesial, la frecuencia de los sacramentos, la vida de piedad y a vivir la caridad cristiana en todos sus aspectos. Como la Iglesia Católica siempre lo ha enseñado, el principal medio utilizado es la vida de oración y la piedad, en particular la Devoción a Jesús en la Eucaristía y a su madre, la Santísima Virgen María, mediadora de las gracias divinas. Sus miembros llevan una intensa vida de oración individual y comunitaria y en ella se forman sus jóvenes aspirantes.

version mobile ->