
… que la casa donde «el Verbo se hizo carne» todavía existe?
Gracias a una remota tradición, a antiguos manuscritos y a recientes estudios arqueológicos, hoy sabemos más sobre la casa de Nazaret —el lugar donde la Santísima Virgen vivió desde su infancia y recibió el anuncio del arcángel San Gabriel—, que fue milagrosamente transportada por ángeles durante la invasión musulmana de Palestina, en 1291. La Santa Casa, como acabó siendo conocida, apareció primero en Iliria —en la región noroccidental de los Balcanes— y tres años más tarde en la ciudad italiana de Loreto, que por entonces formaba parte de los Estados Pontificios.
La construcción original constaba de tres paredes edificadas delante de una pequeña cueva, que ejercía de cuarta pared y sitio de almacenamiento de la vivienda, conforme el estilo de la época. En Loreto se encuentran las tres paredes de piedra que, según rigurosos estudios arqueológicos de la década de 1960, presentan una unidad de estructura con la parte que quedó en Nazaret, en la iglesia de la Anunciación.
Estando todavía en Galilea, los primeros discípulos del Señor transformaron la casa en un lugar de culto, elevando sus paredes, y se erigieron sucesivas construcciones para albergar la preciosa reliquia, con el fin de protegerla del deterioro. En el siglo xiv, ya en Italia, numerosos artistas se disputaron la parte superior de las paredes de la modesta residencia —de menor valor histórico y devocional— para pintar frescos de la Virgen con el Niño; en el Renacimiento se realizó un revestimiento exterior de mármol ricamente tallado. En 1922, en el lugar correspondiente a la cuarta pared, se erigió un altar con la inscripción: «Aquí el Verbo se hizo carne». ◊
… por qué los evangelistas están representados por cuatro seres vivos?
En torno a cuatro figuras enigmáticas, frecuentemente esculpidas o pintadas en las iglesias, surgen a menudo algunas preguntas: ¿Qué significan esos misteriosos seres? ¿Cuál es su relación con los autores de los santos evangelios, junto a los cuales aparecen?
Esas representaciones alegóricas están presentes en la iconografía católica desde el siglo ii, y están basadas en este pasaje del Apocalipsis: «En medio del trono y a su alrededor, había cuatro vivientes […]. El primer viviente era semejante a un león, el segundo a un toro, el tercero tenía cara como de hombre, y el cuarto viviente era semejante a un águila en vuelo» (4, 6-7).

Los cristianos vieron en estas figuras un símbolo de los santos evangelistas. El ser con aspecto humano representa a San Mateo, quien realza especialmente la humanidad de Nuestro Señor Jesucristo en su narración. El león, que hace oír su majestuoso rugido en lugares yermos, se atribuye a San Marcos, pues este animal evoca la figura de Juan el Bautista, personaje que abre el segundo Evangelio clamando en el desierto para anunciar la llegada del Mesías. Representado por el buey o el toro, San Lucas inicia su relato con el sacrificio de Zacarías en el Templo, en alusión al sacrificio del propio Redentor. Finalmente, el águila expresa la suprema elevación del pensamiento teológico de San Juan, que proclama en particular la divinidad de Jesús. ◊